Amado Nervo, primeras crónicas en Mazatlán

Amado Nervo por Fernando Lezama.

Lunes de Mazatlán (crónicas: 1892-1894), de Amado Nervo 

Por Pável Granados

 

 

En la ciudad costarricense de Heredia (“la ciudad de las flores”), Rubén Darío escribió, en 1893, el poema que contradijo su propia poética, “El coloquio de los centauros”. En él, el centauro Quirón dice: “las cosas / tienen raros aspectos, miradas misteriosas”. Es decir, lo contrario de la exterioridad que se le atribuye, encarnada en los cisnes. Heredia… una ciudad que la mayoría no conoce. El modernismo surgió de pequeñas ciudades latinoamericanas impensables en la geografía literaria. En Mocorito, Sinaloa, habría de surgir la segunda y gran etapa del Modernismo, pues es la ciudad en donde Enrique González Martínez escribiría el soneto que cambió el rumbo de la poesía mexicana, “Tuércele el cuello al cisne”. Geografía y literatura, es un buen tema, pero quizás muy recorrido. Pero es algo que no debería de quedar para uso exclusivo de los guías de turistas. Mazatlán, por ejemplo, tiene igualmente gran importancia para el Modernismo, sólo que no se ha descubierto debidamente. En Mazatlán hubo una bohemia literaria, una avidez en la lectura de las publicaciones que llegaban de la capital y que, generalmente, venían firmadas por “el Duque Job”; allá estuvieron Valadés (el historiador del Porfiriato), algunos poetas también, y nada menos que un aspirante a escritor que primero quiso ser sacerdote. Allá comenzó su carrera literaria Amado Nervo (1870-1919), en la crónica semanal, en la narración de los bailes, las serenatas, las escenas cotidianas, la disciplina de consignar frases corrientes, la vida de las calles… ¿Estará Mazatlán tal cómo lo dejé?, ¿con sus olas que palpitan, sus colores furiosos en la noche? Espero que sí, con su teatro Ángela Peralta esperando. Sería bonito volver, escuchar una banda popular en la playa, y luego, preguntar por el Mazatlán de hace doce décadas, algo habrá que quede. Las crónicas de Nervo… no es que se encuentre mucho a Nervo en ellas. Estaba en formación, aún falta esa voz suya que hablaba en secreto y en total intimidad. Pero se tomaba la molestia de cumplir con sus cuartillas, para gusto de los lectores. Este libro nos hace meditar acerca de lo mucho que falta por saber de nuestros antiguos escritores. Nervo aparentemente ya tenía sus Obras completas, pero aquí aparecieron 72 crónicas, sin hablar de los cuentos y poemas que le publicara entonces El Correo de la Tarde (1892-1894). Las encontró su principal estudioso, Gustavo Jiménez y les puso unas notas al pie que las ayudan a andar mucho mejor. De los muchos aspectos que se pueden extraer de estas notas, el que más me atrae (pero desafortunadamente no hay tiempo para todo) es el de la música de entonces: las serenatas, las orquestas, los músicos y los bailes que aparecen en dichos textos. Se mira que Mazatlán sería parte de toda una región que puede abarcar los estados del Norte (Chihuahua, Sonora, Nuevo León) en que se escribieron numerosos valses a finales del siglo XIX. Como la poesía, la música de la provincia se dirigió a la capital para conquistarla. En la Plazuela Machado, íntima y musical, organizaba sus serenatas el maestro Macario B. Canchola. Nervo menciona con frecuencia a dos músicos amigos, Enrique Navarro y Eligio Mora, importantes personajes de la música ambos. En esa plaza de antiguos bailes se estrenó el vals Alejandra, uno de los más famosos de México, cierto que ya Amado Nervo no lo consignó porque llevaba mucho tiempo fuera de Mazatlán (en 1907, año del estreno, se encontraba en Madrid). Qué lástima, hubiera sido bonito leer de palabras del poeta la reseña del momento. En honor de las notas al pie, sólo quiero hacer una pequeña corrección a la nota número 51, que el autor de Alejandra no fue el nayarita Enrique Navarro, sino el mazatleco Enrique Mora, y que su hermano Eligio fue el que tuvo el encargo de estrenarlo. La Alejandra del vals era Alejandra Ramírez, era familiar del Nigromante y lo bailó la noche de su cumpleaños número 31. Si se toman estas crónicas como si fueran un caracol tirado en una playa, y se le aproxima al oído, lo que se escucha lejanamente es un vals. Estamos ahora imposibilitados para saber por qué gustaban tanto y qué pensamientos inspiraban. El vals fue el primer baile de pareja, lo que permitía a un galán murmurar palabras al oído de su enamorada mientras la tomaba por el talle. Eso, unido a la embriaguez que causaban las vueltas frenéticas y el vino, algo explica el encanto que tuvo. En fin, crónicas y valses… Como que se congregan los fantasmas de esas fiestas de Mazatlán gracias a la exhumación de las crónicas de Amado Nervo.

 

Lunes de Mazatlán, de Amado Nervo.

 

 

Amado Nervo. Lunes de Mazatlán (crónicas: 1892-1894). México, UNAM-Océano, 2006. (Col. Obras de Amado Nervo, 1).

 

Pável Granados

 

Pável Granados es ensayista, curador y musicólogo. Actualmente es director de la Fonoteca Nacional de México.