Ausencias

Callejones sin salida.

 

Izel Shamaní

 

Hacia el final y por poca distancia,

temo quedarme atrás…

Robert Lowell

 

 

 

Ailí (Número de expediente AYO/4***/2019)

 

Ailí sabe:

que mañana es día de escuela

que un día tendrá un hermano

y que la noche es un perro que te come el rostro

 

Ailí también ha aprendido:

que no debe salir sola

que alrededor de las pupilas está el color del alma

que no debe hablar con extraños

 

Sus ojos de cuatro años café oscuro

se ven negros en el cartel

lleva para siempre la sonrisa de su primer día de clases

y en los hoyuelos guarda cada uno de los besos de su abuela

Ailí lleva puesto el pants escolar

y sin duda sabe que necesita cambiarse

 

Su cuarto la espera desde el 6 de diciembre del 2019

con un vestido nuevo en la cama

En un cajón de la cómoda yace el número de expediente

AYO/4***/2019

y la luz de noche en su buró se mantiene encendida

para que Ailí no tenga miedo al volver a casa.

 

 

 

Emilio Hernández y Mariana Rosas (AYO/8653/2019)

 

21 de diciembre del 2019, 08:00 A.M

 

E y M suben la maleta a la cajuela. De los espacios de las correas, que recuerdan a los de

una flauta (ojalá hubiera una palabra que empatara ambas ausencias) podría brotar una

melodía, pero a la correa le fue negado el lenguaje; de otra forma, diría que viene

desterrada desde Texas y que un hombre del siglo pasado decidió venderla tras

la muerte de su mujer, para luego encerrarse en casa. E la encontró en una oferta en línea.

 

22 de diciembre del 2019, 06:00 P.M

 

Los dijes en el tobillo de M tintinean. Debajo, una sirena aparta la sal de sus pestañas para

asomarse a la ventana. Con los pies sobre el tablero del auto, M se recuesta, cierra los ojos y sueña con una procesión de árboles, aún sin estar dormida.

E comienza a cantar, el sol ilumina su pecho, donde dos frases se esconden a medias detrás de su playera cuello V. Sólo las palabras born to se leen con claridad. Encima de ellos, en el cielo, una parvada imita la forma del cuello de la playera, sus sombras alineadas escriben una melodía sobre la partitura de curvas del camino. El aire se vuelve más salado y, cuando sopla, levanta el polvo amarillo de los montes sobre la autopista: M piensa en ese color y en el cuello de E aparece una cadena de oro, sin dije; de su cartera brota un canario hecho y sujeto por hilos dorados, como una marioneta. Piensa, también, en una moneda con la cara oculta en la ceniza, en una flor oportunista de esas que rompen el concreto, en la llave de la entrada a la casa de E, que pende junto al volante. A la orilla del camino, los árboles escapan de la luz hasta volverse invisibles, como si la mente no pudiera dibujarlos ni mucho menos encontrarles un sentido. En el asiento trasero hay bolsas de comida. M toma una, la sal en sus dedos viaja hasta los labios de E. Dejan la bolsa abierta recargada en el freno de mano. En el anular de cada uno, dos pequeños soles reflejan la mañana. Avanzan sin moverse, suspendidos como las aves en el aire.

 

25 de diciembre del 2019, 10:00 A.M

 

M y E se sonríen en una plaza, se abrazan en una estancia, se persiguen en un parque. SE

BUSCAN. Emilio Hernández Galván y Mariana Rosas Esquivel, ambos de 25 años, se

encuentran desaparecidos desde el miércoles 22 de diciembre. Lo último que se sabe de

ellos es que se encontraban en la carretera 124 de Altamirano a las 9:30am, rumbo a

Zihuatanejo, a bordo de un March zafiro. Emilio tiene dos frases tatuadas en el pecho.

Mariana, una sirena en el tobillo.

 

26 de diciembre del 2019, 5:00 P.M

 

La maleta descansa entre los árboles, con las correas heladas, temblando. Está vacía, abierta como una boca que olvidó cómo gritar. La identificación de Emilio está sumergida en lodo a cuatro metros de ahí. No hay huellas, no hay personas cerca: sólo un grupo de quince aves mira la escena, sin comprenderla. Para cuando levantan el vuelo, aunque ellas no lo entiendan, sus ojos son cincuenta años más viejos. Su vuelo dibuja una nueva sombra sobre la escena, sin melodías.

Las aves distinguen luz ultravioleta, profundidad y distancias, pero son incapaces de ver la punta de su pico, mirar hacia atrás o narrar a alguien lo que han visto, como si a ellas también se les hubiera negado el lenguaje.

 

 

Denise (AYO/5742/2019)

 

Las cicatrices en las rodillas de Denise La bala

eran una muestra de su bestialidad

por sus venas corría una sangre más liviana

que la del resto

era una pantera/pluma con tobillos de mujer

el silbido del viento bajo la garza

 

La bala sonreía

cuando el golpe de su cabello cerraba una acrobacia perfecta

su corazón vibraba al descender de un solo golpe

como un ave que no desea morir

pero no puede evitarlo

 

Pequeña

firme como cualquier cazadora

corriendo a giros por las colchonetas

desatada de la gravedad de los días

sonriendo entre caídas

y cuerpos a punto de romperse

saboreaba su dolor

y la droga de ver la línea recta de la muerte

La recuerdo sudorosa y cansada

como el día que no llegó a casa después del entrenamiento:

Ahora Denise, La Bala, es una acrobacia que no termina

sin descenso

sin caída

sin cierre:

un punto suspendido en la memoria.

 

 

Gaspar (Número de expediente  AYO/034/2018)

 

Después de esto, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca, 

para que cruzaran el lago antes que él 

y llegaran al otro lado mientras él despedía a la gente.

 

Mateo 14:22

 

En las jardineras del Bosque Aragón

paso las mañanas alimentando animales

las hormigas se quedan con el pan

porque es malo para los patos:

sus alas se deforman

se quedan indefensos

sin poder volar

arrodillados en el agua

enfermos de Ala de ángel

 

Voy por la ciudad

por el recrudecido mecanismo de sus calles

sobre el oscuro líquido de sus noches

como el hijo de Dios caminó sobre el agua

sobre mí, parpadea la luz mortecina

de los faros agonizantes

 

Cuando la gente me ve en la avenida

se asustan y gritan llenos de miedo

“Es un fantasma”

Me acerco para decirles “calma, soy yo”

pero yo no sé quién soy yo

mi cuerpo es el único hogar al que he podido volver

sin extraviarme

 

He llegado a preguntarme si soy un impulso

y nada más:

tengo miedo de ser mensaje y emisario

y no entender

te pido, si eres tú, ordena que yo vaya hasta ti sobre la ciudad

 

De vuelta al bosque

ahí en el lago

alejo a los patos para orar a solas

En ese rostro agónico

de labios pálidos

que se agita tembloroso

en el espejo del agua

no logro reconocer a nadie, ni a Dios

¡Sálvame, señor!

¡Cuán poca es mi fe!

 

¿Salí? ¿Cuándo?

¿Qué calles atravesé?

Creo que fueron mis ganas de caminar

como si fuera libre

¿Hace cuánto?

 

Hablo, me pregunto, pero nada

ninguna puerta es mía

ni el arco de espinas en la entrada

¿Año mil novecientos cincuenta y tres?

¿Qué sucedió entonces, de quién ese rostro en el lago?

Las vías del tren

el bosque como un muelle

las calles

una silla en el municipio

un sitio de paredes blancas

¿Quién, quién?

 

En un poste

situado en la esquina más distante del aire

un cartel trata de emprender el vuelo

pero no puede

también enfermó de Ala de ángel

 

Me acerco a mirarlo

Gaspar (Número de expediente AYO/034/2018)

¿Quién es, quién?

Temo ser yo el que esté ahí

no reconocerme como en el agua

hacer de este cartel otro espejo.

 

*

Con apenas un puñado de poemas, Izel Shamaní se sitúa en medio de todas las tristezas. Es un alma vieja que ha sentido con intensidad los padecimientos del mundo. Sin embargo, no ha tenido miedo y se ha atrevido a caminar en la oscuridad, bajo ese “recrudecido mecanismo” que implica transitar por la vida. Sus Ausencias son un registro sensible de la brutal conmoción que deja una pérdida. La ausencia acrecienta la soledad y la convierte en una madrugada interminable donde el espíritu no encuentra reposo. Una luz encendida en un cuarto vacío; una última sonrisa antes de convertirse en la opaca grafía de un expediente. Sorprende cómo la poeta ha podido describir el suspendimiento de la locura. Ese recorrido inverso; ese descenso fuera de sí que va borrando todas las imágenes de la memoria, hasta dejar sólo un impulso. La ausencia del “yo”; el origen de esa noche de espeso líquido, y de esa “luz mortecina de faros agonizantes”. Al final, la poesía de Izel Shamaní es esa plegaria que no encuentra un oído receptor, pero que no deja de invocar un instante de calma. Su poesía seguirá buscando ese momento en que el agua del estanque se sosiega, para definir su propio rostro.

 

*Ilustración: “Callejones sin salida” de Luisa Estrada.

 

*

Izel Shamaní: Estado de México, 1991. Algunos de sus poemas, ensayos, crónicas y cuentos han sido publicados en revistas mexicanas y latinoamericanas como Pez Banana, Neotraba y Nocturnario. Actualmente cursa la licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). También asiste al Taller de Creación Literaria en FARO Indios Verdes.