El concepto que Fernando Brito (Culiacán, Sinaloa) ha desarrollado en proyectos como “Tus pasos se perdieron en el paisaje”, es sin duda un parteaguas en la fotografía de nota roja producida en México. Al margen de la conmoción que provocan las imágenes de asesinatos que llenan las páginas de los diarios mexicanos, los durmientes de Brito sugieren otras sensaciones extraídas de esos mismos escenarios: la soledad, la tristeza, el abandono y una forma de ternura capaz de crear una estética poderosa y original. La obra de Brito demuestra que los límites entre la muerte, el horror, la compasión y la belleza son siempre permeables.

Una mujer llega a su casa y encuentra a su pequeña hija decapitada; el cuerpo yace en un charco de sangre junto a un oso de peluche. Al parecer, un hombre la ha asesinado sin motivo alguno. Haciendo alarde de una notable habilidad narrativa, Samuel Segura relata un episodio atroz, que es un eco de lo que se vive a diario en un país marcado por el feminicidio y las escenas más brutales producto de la violencia.

A partir del caso de Diana Angélica Castañeda, una joven de 14 años que fue asesinada y cuyos restos fueron encontrados en el Río de los Remedios, Ingrid Solana hace una reflexión sobre la impunidad y la indiferencia que se vive ante la realidad terrible de los feminicidios que a diario se cometen en México. Al mismo tiempo, se trata de un relato poético sobre la ausencia y la pérdida de un ser querido, y la poderosa simbología que rodea el mundo de las osamentas, único registro que conserva una identidad y una forma de vida extinta: “Los dientes iluminan y nos sobreviven: por ellos los cadáveres conservan una linterna que resiste a los gusanos”. La muerte como un río que se resiste al olvido, pero también como una presencia que exige reconocimiento: “La muerte es la muerte entera, efigie sin rostro en todo rostro, en todo lo que nutre la tierra y su desierto”.

Presentamos una muestra fotográfica de Pedro Alan Ciares (un conjunto de imágenes realizadas en formato de 35mm), que son un recorrido por distintos paisajes, desde el mar, el bosque y la urbe, donde llama la atención la sutileza con que logra imprimir el enigma de los atardeceres y de los caminos; las vías de ferrocarril, las terracerías, las carreteras. Dice Ciares de su propio trabajo: “El tiempo pasa, ese momento se extingue y de alguna manera logramos resucitarlo a través de la fotografía. Es como si hubiésemos descubierto la manera de imprimir recuerdos”.

Roger Gilbert-Lecomte, poeta francés perteneciente al grupo artístico Le Grand Jeu, es una de las conciencias estéticas más radicales de las vanguardias europeas, y a la vez, un hombre con una vida extrema. Radiólogo, heroinómano, experimentó con diversos venenos con el propósito de perseguir la experiencia de la transformación, la búsqueda de la otredad por medio de la disolución. Gilbert-Lecomte es sin duda un místico moderno que llevó a sus extremos “el vértigo como una herramienta” de confrontar la realidad y hacerla estallar. La de Lecomte es una escritura como “luz incontrolada” e “inquietud quemante”, palabras concebidas más que para significar, para “despertar visiones”, nos dice Asael Soriano en un brillante ensayo.

¿Hay una cualidad especial en el suicidio de los filósofos a lo largo de la historia? ¿Es una muerte más? Francisco Barrón hace un paseo por suicidios de filósofos celebres (desde Sócrates, Séneca y Walter Benjamin, hasta pensadores como Guy Debord y André Gorz) con la intención de buscar patrones o un discurso que establezca un grado de “excepcionalidad” en estas muertes. De la desesperación a la tragedia, dice Barrón, hay un “sentido mayor” en estas muertes; “un esplendor y un estallido que seca la desgracia”, según Gilles Deleuze.

En el imaginario de Alejandra Trazos las formas relucen, levantan rostros, selvas y ciudades, pero es el espíritu el que centellea; en sus dibujos conocemos la fisionomía de un espacio pero nos queda también el registro de su contextura anímica: la ciudad triste, el campo solitario, el café reflexivo. Nerviosa, con una intensidad de llamarada obsesiva, la mano de Alejandra ha logrado replegar a las formas para que no se extravíen: para no dejarlas retornar a la nada que eran.

El libro de Octavio Solís, “Epifanía política. Del enamoramiento colectivo a la eficacia política”, es un tratado que investiga las causas en que emerge todo movimiento social: algo muy parecido al enamoramiento donde interviene la ideología, la praxis, pero también la fe. Al mismo tiempo, es un análisis del momento histórico que actualmente vive México (que pareciera experimentar esa suerte de epifanía), y es un llamado a refundar las izquierdas desde un análisis crítico de sus fracasos. En algún momento, dice Solís, las izquierdas deben llegar al poder y crear una memoria dese el triunfo.

Guillermo Fadanelli y Gabriela Jauregui reflexionan acerca de un tema complejo y siempre polémico: la relación entre los escritores y la política. A partir de esta base Fadanelli y Jauregui hablan de diversos temas como el “compromiso” del escritor con su momento histórico, la manera en que cada escritor se apropia de la realidad y la recrea, y la importancia del pensamiento crítico en la apreciación del espacio político, la literatura y la cultura en general. Los límites de la creación personal y la esfera pública son pensados aquí como parte de un ejercicio donde ambos narradores hablan de su quehacer artístico.

El cine de Felipe Cazals se basa en una estética que busca mostrar de manera crítica problemáticas sociales del México del último medio siglo. “Cazals no hace panfletos: ejerce la denuncia”, nos dice Luis Fernando Gallardo en el presente ensayo donde hace una valoración general de la producción cinematográfica de uno de los grandes cineastas mexicanos. En cintas como “Canoa”, “El Apando” o “Bajo la metralla”, la exposición de una realidad cruda es la base para el desarrollo de un cine de gran ejecución artística y de alto valor documental.

Laura Méndez Lefort, poeta notable, fue también una defensora de la autonomía de la mujer en el contexto de la sociedad conservadora mexicana del porfiriato. En el presente ensayo, Roxana Sámano reivindica el pensamiento de una de las figuras literarias más interesantes de principios del siglo XX, en cuya obra impregnada por la obsesión del amor y la muerte, la sensibilidad femenina adquiere una fuerza pocas veces vista. Méndez Lefort deja una voluminosa producción que abarca la poesía, la narrativa y el periodismo, pero también es recordada por sus aportes en el terreno pedagógico; como profesora, redactó manuales para niñas donde critica los métodos tradicionales de enseñanza y fomenta la libertad de pensamiento.

“El principal legado de Carlos Pereyra (1940-1988), es la realización de una obra que se plantea siempre como intervención política”, nos dice Alfonso Vázquez de uno de los intelectuales que más contribuyó a la formación de la izquierda mexicana en la década de los setenta y ochenta. A sus aportes sobre el papel del sujeto de la historia, se suma una gran cantidad de artículos dispersos en publicaciones como La jornada, Siempre, Nexos y Cuadernos Políticos (de la cual fue fudador). Uno de los aportes fundamentales del pensamiento de Pereyra, añade Vázquez, es su crítica al marxismo, la falta de una discusión más amplia en torno al papel de la política en el espacio social (su repliegue al economicismo y a la visión sociológica de la lucha de clases), lo cual derivaría en un “radicalismo despolitizado”. La relectura de Pereyra es fundamental para los momentos que vivimos en México y en América latina.