Berlín, 1919

Daniel Orizaga

 

“El mundo es tan bello, a pesar de todo el gris,

y aún sería más hermoso si no hubiera en él débiles ni cobardes.”

R.L., recluida en Wronke, 1916.

 

 

Hotel Edén- Puente de Liechtenstein. Wilhelm Pieck, en su declaración oficial, no pudo asegurar si Rosa Luxemburgo ya había muerto cuando fue arrojada al Canal de Landewehr. Retuvo, sin embargo, dos detalles: el primero, un letrero que colgaba en la puerta de la habitación del Capitán Pabst, donde seguramente habría recibido la llamada de Gustav Noske, ministro del Ejército del Reich con las instrucciones para el interrogatorio. El segundo era el recuerdo de los golpes que destrozaron el cuerpo de la doctora Luxemburgo.

Esa misma noche hubo celebración. Un número de Die Rote Fahne llegó a publicar, como protesta, una fotografía en portada de los criminales. En el grupo algunos miran sonrientes, con ojos francos. La única mujer está casi al centro, bandeja en mano. Pudo ser la misma que el diputado Pieck, capturado también con Karl Liebknecht, vio sollozar por el destino de “la señora”. Cerca de la empleada aparece el primer teniente Kurt Vogel, con la certeza de haber cumplido con su misión. Al asesino le llegará después el reconocimiento de los Nazis.

Más de cuatro meses y quince días después, en la madrugada entre el 31 de mayo y el 1 de junio aparecieron los despojos del cadáver, un posible signo de tragedias venideras. Rozalia Luksenburg compartió la muerte de miles de trabajadores alemanes, y después  la de millones de judíos centroeuropeos. Ese 15 de enero comenzó la barbarie que Rosa intentó conjurar con el socialismo internacional.

Ella eligió la Revolución y este hecho incontrovertible hizo que la mayoría de sus datos biográficos nos resulten confusos. Los documentos se contradicen, tanto los oficiales como los personales, en cuestiones como su fecha de nacimiento o su nombre real. Una vida de rupturas, clandestinidad y encarcelamientos explicarían el recelo. Además, nos resulta más enigmática si desconocemos a sus interlocutores, aliados o adversarios, en qué momentos lo fueron en particular y los motivos. A pesar de las diferencias tuvo el respeto de Karl Kautsky, Eduard Bernstein, el propio Vladimir Uliánov o Trotsky. Frente al revisionismo interesado o enclenque, y tomando distancia con el aventurerismo, defendió que “la crítica libre y franca, el intercambio activo de opiniones, la vida intelectual  activa” eran indispensables para el movimiento obrero. Sus combates más intensos fueron partidistas, decisivos en el contexto de la II Internacional. El mensaje de Luxemburgo siempre fue claro: “Las masas son lo decisivo”. Ella fue la verdadera continuadora de la obra de Engels, y de Marx por supuesto, según testimonio de Grigori Zinoviev,

Luxemburgo subía a la tribuna y con algunas frases, a pesar de su cuerpo menudo, captaba para su causa a quienes la escuchaban. El carácter polémico de sus escritos refleja su capacidad de seducción. Sabemos que escribió más de 800 cartas y muchas de ellas están recogidas en seis tomos. Sólo una selección se encuentra disponible en español. Esto nos da una idea de las barreras existentes que tenemos para acceder a su pensamiento y a su figura. Lenin reconoció en “Notas de un publicista”, escritas en 1922, que las obras completas de Luxemburgo servirían como lecciones útiles “en el entrenamiento de muchas generaciones de comunistas en todo el mundo”. Es cierto, Luxemburgo escribió mucho: análisis económicos, históricos, panfletos, diatribas, correspondencia para amigos y para la organización táctica, en ruso, polaco y alemán. Dominaba tanto la ironía como la precisión científica, el análisis matemático y las discusiones de su tiempo sobre la antropología americana.

“Me siento en casa en cualquier parte del mundo donde hay nubes y pájaros y lágrimas”, confesó alguna vez. Y no resulta extraño que en momentos de marcada urgencia teórica y social para América Latina algunas traducciones hayan circulado, como ¿Reforma social o revolución? (1899), Huelga de masas, partido y sindicatos (1906) o La acumulación del capital (1913). A Luxemburgo, decía Clara Zetkin, le crecían alas en el trabajo y la lucha, cuando estaba a punto de sucumbir. Hoy nos hace falta ese optimismo para nuestra propia barbarie circundante.

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Daniel Orizaga (Ciudad Madero, Tamaulipas, 1983) es investigador.