Borges, el fuego de una imaginación eterna

Jorge Luis Borges por Fernando Lezama.

Por Leopoldo Lezama

 

Jorge Luis Borges es en el arte literario un fundador. Todo en él es reconstituido a través de la ficción: su vida, la historia de la literatura y la historia misma, forman parte de una prodigiosa labor creativa. Borges instituye la idea de que la literatura es más grande que el universo (“La biblioteca de Babel”), y que la invención abre la posibilidad de que lo creado se vuelva corpóreo (“El Golem”). Su obra deja esa monumental impresión de que el infinito es esa vigilia interminable que en algún momento habrá de desembocar en literatura.

Y funda Borges una teoría del tiempo: un tiempo que tiene sus cimientos en la concepción de espacios regidos por la ingeniería de la imaginación. Rodríguez Monegal ha dicho que todo lo que Borges hace se convierte en escritura; yo añadiría: todo lo que Borges hace se convierte en invención. Sus lecturas, sensaciones, intuiciones, pesadillas, tienen sentido en la medida en que se reconstituyen bajo la estricta geometría del ensueño literario.

Es la suya una de las conciencias más lúcidas sobre la belleza en la literatura. Por eso su predilección por el poder sintético de la poesía y el cuento; por eso sus reservas frente a la novela (salvo aquellas donde la aventura o las contingencias de la trama constituyen una facultad estética; Kafka, Stevenson, Conrad, Schwob). Aunque de su propia obra, su libro predilecto es El libro de arena (1975), es Ficciones (1944) acaso la recopilación de cuentos más perfecta que se haya escrito hasta entonces en lengua castellana. Lo es por su altísima factura literaria, y porque plantea una manera de elaborar el relato fantástico que no se ha igualado hasta nuestros días.

Se sabe de su repulsión por el barroquismo y el retruécano. De ahí se desprende su incomodidad frente a autores como Gracián y Góngora (de ahí quizás su silencio ante Carpentier y Lezama Lima). En cambio, se sintió más cercano a obras de sintaxis limpia, y profundidad poética y filosófica; San Juan, Quevedo, Cervantes. Del siglo XX latinoamericano apreció a narradores como Juan Rulfo, María Luisa Bombal y Leopoldo Lugones. Con cierto tipo de poesía experimental mantuvo distancia; Lorca y Vallejo. Neruda y Huidobro tampoco fueron de su especial predilección. Sin embargo, su modestia le hacía decir que sus aversiones eran provocadas por su incapacidad de apreciar algunas obras. También fue guía de muchos grandes escritores de literatura fantástica. A Adolfo Bioy Casares le abrió paso con un espléndido prólogo a su Invención de Morel (1940), y pocos recuerdan que en la revista Sur, Borges impulsó al joven Julio Cortázar con la publicación de uno de sus cuentos más memorables: “Casa tomada”.   

Sus comentarios a menudo eran polémicos; decía por ejemplo que el idioma francés no le gustaba porque parecía “italiano con catarro”. Su abierta posición conservadora le atrajo no pocos enemigos en años de efervescencia revolucionaria en América Latina. Cuando le preguntaban por algún escritor que le disgustaba, como Leopoldo Marechal, decía sencillamente que no lo había leído. De Oliverio Girondo afirmó: “yo no lo pondría en una lista de poetas”. Y cuando le pidieron su opinión de Cien años de soledad, la novela cumbre de Gabriel García Márquez, contestó: “Bueno… bastaban con cincuenta”. De México decía que su música era la más fea del mundo, pero admiraba a Ramón López Velarde y Alfonso Reyes. De Octavio Paz dijo que escribía poemas “deshilachados”, de una “vigorosa e incómoda fealdad”.

Pero Borges está por encima de ideologías, gustos y fobias. En su obra la invención viaja tan lejos que se hace palpable y termina devorando a la realidad misma (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”). Casi al final de su vida algún reportero le preguntó qué pensaba de la muerte, y Borges recitó unos versos del “Anónimo Sevillano” de Fernández de Andrada:

“Una mediana vida yo posea,
Un estilo común y moderado,
Que no lo note nadie que lo vea”.

Una vida y una muerte mediana pide el poeta. Una muerte casi anónima que no deje estela a su paso. Por desgracia para la humildad del genio argentino, esto no sucedió. Probablemente, del siglo XX y lo que va del XXI, Borges es el escritor de ficción más influyente en nuestra lengua. Y lo es no sólo porque posee una de las imaginaciones más fascinantes y poderosas, sino porque su obra se parece mucho a lo que millones de lectores y creadores consideran que es la gran literatura. Eso es lo que establece la diferencia entre un clásico y el resto de los escritores.

He escuchado decir a algún sesudo crítico literario, que como a todo escritor, a Borges le llegará el olvido. Qué equivocado está. El fuego de la imaginación poética de Jorge Luis Borges se consumirá el día que se extinga el último lector en este mundo.

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Leopoldo Lezama estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autor de En busca de Pedro Páramo (STUNAM, 2019)