CINCO CIGARRILLOS

Por Agustín Cadena

Uno

 

Tengo cinco años de edad. Me encanta ver la fruición con que mi abuela fuma. A veces acompaña su cigarrillo —Cas inos— con una cerveza. Imagino que esas cosas dan placer y le pido que me convide: “¿Me das una fumadita?” Mi abuela se hace del rogar, pero muchas veces acepta. Al cabo no sé dar el golpe. Me pongo el cigarrillo entre los labios, retengo un poco de humo en la boca y lo expulso con desagrado. Mi padre y mis tíos también fuman, pero no parecen disfrutarlo tanto y no me causan antojo. Mi padre fuma Fiesta; mis tíos, Raleigh.

Dos

 

Tengo quince años. He terminado la secundaria y vivo en Pachuca, asistiendo a la escuela Normal (CREN). Tengo hospedaje en una casa de estudiantes donde todos son varios años mayores que yo y tienen un catálogo inagotable de malos ejemplos. Quiero ser como ellos. Compro cigarrillos Kent, porque el filtro blanco me parece elegante. Después los cambiaré por Salem mentolados. Mis compañeros de casa se han dado cuenta de que no sé dar el golpe. Inhalo el humo y lo echo afuera sin más. “Así sólo desperdicias el dinero”, se burla de mí uno de ellos. Entiendo. Aprendo. Como siempre, soy rápido para aprender las cosas malas.

Tres

 

Veinticinco años. Estoy haciendo la maestría en la UNAM. Ya soy marxista, cargo mis libros en un morral de cuero de Chiapas y fumo Delicados sin filtro. Aún se permite fumar en los salones de clase. En todo caso, si el maestro lo hace, los alumnos lo siguen. La mente funciona bien en ese aire enrarecido. Paso horas en la cafetería de la Facultad, discutiendo con mis compañeros. Hablamos de Ezra Pound y las posibilidades del verso proyectivo, de la desintegración del lenguaje en Céline, de Adorno y Benjamin y Arendt y Sontag. Traducimos, escribimos ensayos, publicamos reseñas, editamos revistas literarias, todo apasionadamente, fumando.

Cuatro

 

Tengo treinta y cinco años. Desde hace varios, fumo Marlboro. Entre media cajetilla y una al día. También consumo entre cinco y siete tazas de café diariamente. Los fines de semana, me calmo los nervios bebiendo alcohol. Mi vida social y amorosa es muy activa. Ya se sabe: los círculos de escritores. Me encanta la noche y todo lo que se hace de noche. Y los seres de la noche, especialmente las mujeres: esas maravillosas libertinas que me dejan encenderles el cigarrillo y son capaces de llegar al amanecer todavía sobrias, con la ropa y los cabellos oliendo a humo y a ron, a perfume caro y a sudor de bailar. Las miro y pienso que ésa es mi tribu y no quiero envejecer nunca.

Cinco

 

Tengo cincuenta y ocho años y llevo más de diez sin fumar. Conservo en mi librero el último cenicero que tuve, con la actitud con que un boxeador retirado guarda sus últimos guantes. Los jueves salgo de la Universidad a las ocho de la noche y me voy caminando a casa, a través de un parque. Es septiembre y todavía hace calor. En las bancas del parque, hay grupos de estudiantes fumando, preparándose para irse a un bar. Algunos ya están bebiendo cerveza. Al pasar cerca de esas muchachas en flor, aspiro con avidez su olor a humo, a alcohol, a noche. No puedo aguantarme un suspiro. Aprieto el paso y termino de llegar a mi casa, pensando en que lo único que deseo es cenar rico, bañarme, ponerme mi pijama, mi bata y mis pantuflas y sentarme a oír música con un té caliente.
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Agustín Cadena (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1963) estudió la licenciatura en letras y la maestría en literatura comparada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Además de novelista, cuentista, ensayista, poeta y traductor, ha sido profesor de la FFYL de la UNAM, de la Universidad Iberoamericana, del Austin College de Texas y de la Universidad de Debrecen, en Hungría. Ha escrito más de veinte obras que han merecido diferentes premios, como el Nacional Universidad Veracruzana 1992, el Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1998, el Nacional de Cuento San Luis de Potosí 2004 y el de Poesía Efrén Rebolledo 2011. Entre sus obras se cuentan Tan oscura (Joaquín Moritz, 1998), Los pobres de espíritu (Patria/Nueva imagen, 2005), Alas de gigante (Ediciones B, 2011) y Operación Snake (Ediciones B, 2013).