Desaparición forzada y Aparato Delincuencial de Estado

Alejandra Trazos, 2019

Juan Manuel Rodríguez

 

Todos lloran
las calles, las montañas,
los ríos, las piedras, 
el amor y los cuerpos maltratados. 
Yamil Rezc Baltézar

 

En Octubre de 2014, después de un dragado en el Río de los Remedios, fueron encontradas las extremidades, tronco y cabeza de una niña de 14 años que respondía al nombre de Diana Angélica Castañeda Fuentes. El hallazgo constata la destrucción moral, física y psicológica que pasaron ella y su madre. En la actualidad mexicana, ambas se convierten en el ejemplo dramático de una violencia extrema que vivimos todos los días. El crimen desperdiga el dolor por todas partes: el sufrimiento de la chica se reproduce en la experiencia de martirio de su madre al buscarla; las agresiones sexuales y físicas sobre la niña se convierten en el desasosiego familiar de todos los días ante su ausencia; los indicios de no haber tenido un protocolo judicial adecuado para encontrar a los responsables es el inicio de una fragmentación social que legitima al crimen y lo reproduce; la falta de justicia y el posible vínculo entre autoridades regionales y delincuentes produce un flagelo social que se transmuta en miedo a ser víctima de dicho horror. 

El desmembramiento físico del cuerpo de la niña es la forma en que el fenómeno sobrepasa el imaginario delincuencial que había existido antes de nuestra época. En suma, este nuevo crimen consolida una forma de producir un horror inaudito que se esparce en todo el territorio. La desaparición forzada (1)  es, a nuestros ojos, una de las máximas expresiones de la violencia extrema de nuestros tiempos. El horror indescriptible ante el suceso narrado es aún más escandaloso cuando reconocemos que hay otra víctima.  Menciona la madre de la niña Diana en un texto escrito unos días después de encontrar el cuerpo de su hija:

 “Cuando encontraron los restos de mi hija Diana Carolina, también sacaron otro torso de otra chica. Ese […] torso es de una chica que fue muerta de la misma manera que mi hija, y el mismo día.” (2) 

Si la demencia ejecutada en la desaparición de Diana es atroz puesto que nos pone en el límite de un horror que no conoce fronteras y se disemina más allá de la víctima y su familia, la imposibilidad de duelo y reconocimiento de esta otra chica se convierten en el crimen más demencial de nuestros tiempos. La desaparición física de Diana con toda su barbarie e insoportable tragedia, es sólo el punto medio de una cadena de violencia que tiene como deseo la desaparición incluso simbólica de las mujeres, el crimen completo es un crimen ontológico ante lo humano que no solo  pone lo vivo ante la muerte para decidir sobre ello, sino que suspende la vida y la muerte para decidir sobre la posibilidad de ambas. Diana y el torso de la otra chica son la llegada a un umbral en el que la política y la delincuencia abren una nueva esfera de violencia. Ahí aprendemos que no solo se puede decidir sobre lo vivo o muerto, sino que también se puede desaparecer. 

La reciente investigación de la periodista Lydiette Carrión titulada Fosa de Agua (3) -que documenta diez casos similares al de Diana ocurridos en el Río de los Remedios- junto con los incisivos análisis de Rita Segato sobre los feminicidios en Ciudad Juárez (4) nos confirman la tesis anterior y nos ponen alerta para no suscribirnos a la retórica facilista de mostrar los crímenes como hechos coincidentes y aislados. La similitud en la forma de operar para el levantón de la víctima, la repetición en la forma de amarres entre cada chica analizada por la periodista Lydiett, la inoperancia de los aparatos judiciales, el tipo de desmembramientos y formas de tortura idénticos en los cuerpos hallados, nos señala que asistimos a un crimen en el que ser mujer se convierte en una posibilidad de suspensión de la vida y la muerte: soy mujer entonces me desaparecen. Sin embargo, como señalan ambas autoras, no se trata solamente de “crímenes comunes de género, sino crímenes corporativos, crímenes de Segundo Estado” (5), es decir, crímenes que hacen de la víctima femenina el escenario de rituales, lenguajes y prácticas de empoderamiento territorial de grupos delincuenciales que tienen el control soberano del lugar. De tal forma que en la desaparición femenina se encuentra uno de los artilugios para poner en el cuerpo de las mujeres la marca de un proceso que tiene por fin el control y dominio del territorio. Se desaparece con la finalidad alegórica de imponer un legislador del territorio y de los cuerpos que integran ese territorio. El cuerpo femenino es uno de los lugares preferentes por los criminales en que se inscribe una práctica soberana que pretende ordenar los territorios y la vida a su interés. El nuevo soberano no decide sobre la vida y la muerte de las mujeres y los hombres, sino sobre el espacio en el que vida y muerte se producen. El cuerpo y el territorio cobran una nueva preponderancia que es preciso desenmarañar.

El caso de los 43 desaparecidos de la Escuela Normal de Ayotzinapa -que se ha convertido en el suceso emblemático de este tipo de crimen-, nos permite observar signos similares a los mencionados arriba: un plan en conjunto entre delincuentes, miembros del ejército y policía municipal conforman un ejercicio de crimen corporativo o Segundo Estado como el mencionado por Segato; la idea de entrega al narcotráfico de los jóvenes para que estos los quemaran en el basurero de Cocula comporta un juego ritual lleno de signos que pretende sembrar ritos y lenguajes de miedo en el territorio, de tal manera que el intento de hacer circular la quemazón de los chicos como una verdad histórica guarda el mismo deseo de desaparición física que de las niñas, y el hecho de que no se encuentren restos de ellos repite el significado de desaparición simbólica de esos cuerpos. Después de tantos análisis y estudios sobre el caso podríamos decir que en Ayotzinapa se juega de nuevo la experiencia de desasosiego ante la incertidumbre de saber que ha pasado, se desperdiga el mismo dolor hacia los padres de las víctimas y el mismo horror hacia la sociedad ante la posibilidad ya no remota de poder volvernos un desaparecido. Estamos otra vez ante un hecho delictivo que va más allá de un simple hecho aislado delincuencial sobre estudiantes y nos introducimos en el crimen que inaugura un fenómeno que en nuestra época no hace sino repetir de manera aciaga los versos del poeta Yamil Rezc: “Todos lloran / las calles, las montañas, / los ríos, las piedras, / el amor y los cuerpos maltratados”. 

Los incesantes casos de desapariciones, las nuevas formas de organización político-económicas del sistema neoliberal y las prácticas delictivas en este nuevo ordenamiento nos permiten sugerir que lo que está ocurriendo en México es solo un ejemplo claro del funcionamiento del crimen en la nueva era del capital. Si para Segato y muchos teóricos del caso Ciudad Juárez, esa ciudad era el laboratorio del capitalismo de los noventa, para nosotros México es el territorio de ensayo y ejemplaridad de un nuevo capitalismo bárbaro que se configura a través de una violencia extrema. La nueva violencia nos coloca en un punto en el que el humano pasa de mantener la apariencia de humano a ser un suprimido física y simbólicamente, alguien que por encima de lo humano rebasa cualquier categoría de violencia sobre la vida. En nuestro territorio asistimos al momento de fabricación de una “zona de limbo ontológico” en la que se pone en juego un nuevo poder soberano, nuevas técnicas de esa soberanía y una nueva forma de conversión en hominies sacri (6) de la población entera: la desaparición. 

La desaparición desde aquí es el síntoma de una nueva política delincuencial que, a diferencia del postulado de Giorgio Agamben que decía que el musulmán era el nervio de la biopolítica nazista y con ello el de toda la biopolítica contemporánea, nos atrevemos a decir que en el desaparecido  se encuentra el nervio de lo que será la nueva ecobiopolítica de los Estados democráticos neoliberales, su fin no estará en decidir sobre lo vivo o muerto, sino suspender la decisión soberana estatal como un modo de encubrimiento de todo un conjunto de artilugios de ese mismo poder soberano que se desembaraza de dicha decisión y, al hacerlo, nos deja desarmados ante la idea de una nueva violencia que parece ser de todos y contra todos. Lo que creemos es que en esta nueva estructura del capitalismo, el crimen se vuelve la norma y el poder soberano de Estado se debilita con la intención de ser suplido por un poder soberano criminal que resguarda los intereses de aquellos núcleos de poder que en otro momento actuaban en el plano de la legalidad y ahora han encontrado en el crimen una nueva forma de fortalecimiento de sus ganancias e intereses. Ante los hechos y las nuevas alteraciones al orden político económico global, nada nos impide tratar de engarzar la estructura social, las prácticas subjetivas y las violentas formas de organización político-económica que se encumbran y se disfrazan, que se ejercitan violentamente y se disimulan con una supuesta incapacidad ante el crimen. Por tanto, trataré de indicar algunas de las ideas generales que nos permitan comprender la desaparición como el efecto último de una nueva estructura del capital y esto permitirá sostener la idea de que un nuevo paradigma de lo político ha superado los campos de concentración y nos ha entregado la desaparición como el fenómeno de violencia extrema de la actualidad. Con la intención de ser breve en el análisis de la situación únicamente doy  algunas indicaciones sobre esta digresión en ciernes.

Si bien, desde hace treinta años, asistimos al triunfo del capitalismo mundializado que se constituyó bajo la supuesta pretensión neoliberal de ser el único modo razonable para el desarrollo histórico de la humanidad, no hace más de quince años que la práctica neoliberal se ha transformado de una manera tan radical que ha terminado por entregarnos un nuevo ciclo del capital: el neocolonialismo capitalista. Las recientes crisis de los fondos subprime en EUA en 2008, la caída del sistema económico sostenido en la deuda y el desastre de la especulación financiera de los grandes Estados Nación, han obligado a producir un nuevo motor para sostener la economía global. Dicho motor es el llamado Consenso de los Commodities o de Beijing, que consiste en colocar en primer plano los recursos naturales (gas, petróleo, litio, trigo, oro, plata, etc.) como elemento central en el orden económico. La biopolítica que ayer era el centro de las decisiones políticas mundiales cede su paso a una práctica que pone como centro ya no la vida de las personas sino los territorios de interés, por esta razón, hemos preferido llamarla la era de la ecobiopolítica.  De esta forma, el capitalismo neoliberal ha vuelto a ordenarse bajo una tendencia incontrolable sobre los territorios que poseen recursos naturales como materia de primer orden. Existe la necesidad de obtener commodities para su especulación  y esto a su vez genera  una fuerte búsqueda y lucha por los territorios que contienen dichos recursos, así es como se pueden entender las actuales intervenciones de los países primer-mundistas sobre territorios con gran riqueza natural. Por ejemplo, la actual guerra en Oriente, así como la búsqueda y frenética necesidad de reconstituir una política neoliberal en el orbe latinoamericano, se pueden describir como los intentos de una nueva práctica imperial que busca en el conflicto social o en la regulación jurídica el control del territorio para su exploración y explotación neoliberal. Las nuevas prácticas imperiales generan la conquista ya sea material de los pueblos -engendrando grandes zonas de lucha y conflicto territorial (zonificación) (7) como lo que ocurre en los Estados Árabes- o una conquista ideológica que les permita trazar marcos de acción jurídico-políticos para su intervención -como parece ocurrir en el Brasil de Bolsonaro y muchos otros países en América Latina-.(8) 

Alejandra Trazos, 2019

El caso de México es emblemático dentro de estas nuevas prácticas imperiales, puesto que, ambas operan de manera conjunta. Por el lado de la zonificación podemos ver que las políticas de Calderón que se dieron con la implementación del Plan Mérida (promovido por EUA) comenzaron una “guerra contra el narcotráfico” que creó un país en crisis y grandes zonas donde la soberanía estatal quedó suspendida para dar origen a una soberanía delincuencial, donde los cárteles de las drogas y la delincuencia organizada comenzaron a gobernar como segundo estado paralelo al Estado Nación. Esto permitió grandes zonas donde la ley del mercado negro en el tráfico de drogas, de personas, de materia prima fue uno de los modos de establecimiento y reproducción del crimen en el territorio e incluso obligó a la reproducción del mismo en la población.  La investigación periodística de Sergio González Rodríguez (9) que descubrió, unos años después, el vínculo del Estado Norteamericano y sus instituciones con el Estado Mexicano y con los grandes cárteles de la droga y la delincuencia organizada nos permite consolidar más firmemente la tesis que defendemos y nos ayuda a comprender las razones de ese vínculo: El Estado Norteamericano promovía una guerra en la que los bandos en conflicto eran patrocinados por el propio imperio y posiblemente estaban coludidos entre ambos para sembrar en la población una situación de miedo ante el crimen que ponía en juego su vida en cualquier momento. (10) Por el lado de las prácticas de conquista ideológica, la llegada de Peña Nieto (patrocinada por las grandes esferas de poder) es el ejemplo paradigmático y cuasi conclusivo de la forma en que se comenzó a construir un marco jurídico  para la intervención legítima de los grandes intereses capitalistas. El sexenio del presidente guapo -que se caracterizó por continuar la práctica donde el crimen era la norma y ley que regulaba el control sobre el territorio-, innovó en la creación de un conjunto de reformas estructurales que pretenden afianzar el territorio mexicano a esta nueva práctica violenta de desposesión del mismo. Dicha desposesión contribuirá ampliamente en la crisis económica, social y en la producción de este nuevo crimen que venimos persiguiendo: la desaparición. 

Lo interesante de todos estos cambios producidos en la estructura del mundo es que han tenido un efecto relevante en las poblaciones en general que permite explicar las nuevas crisis humanitarias en las que se encuentran determinadas zonas (Venezuela y Medio Oriente, por ejemplo), así como la aparición de nuevos crímenes y criminales concentrados en dar forma a la nueva práctica imperial. 

A escala global, los grandes territorios donde la estrategia de zonificación ha imperado se han convertido en lugares despoblados o bien por la muerte o por la migración descontrolada de poblaciones enteras que han optado por huir ante la crisis social producida por el terrorismo o la guerra. Los grandes grupos de individuos que recorren el medio oriente hacia Europa con la esperanza de encontrar un lugar donde puedan sobrevivir son efecto de estos procesos de zonificación de la nueva estructura global.  Esto genera lo que  el filósofo esloveno Slavoj Zizek llama, por un lado, una “nueva era de esclavitud” en la que aquellos que lo han perdido todo se convierten en los nuevos esclavos del capital y, al mismo tiempo, se genera una “crisis humanitaria” en la que se pone en juego el carácter humano de las poblaciones de refugiados. (11) 

De esta forma es que comienza un proceso político de decisión sobre lo humano y lo no humano que le es inherente a la práctica de zonificación mencionada. Así mismo, en esta práctica de zonificación existirán individuos que en el trazado de profunda crisis en la que están inscritos y en la inevitable cercanía de muerte en la que se encuentran decidirán convertirse en parte de los verdugos para poder así alcanzar un reconocimiento o por lo menos alcanzar unos meses de vida con una sobrevivencia confortable dentro de dicha estructura del mundo que venimos explicando. De este modo, Alain Badiou se explica el ingreso de jóvenes dispuestos a entregar su vida en las filas deL Estado Islámico (DAESH), puesto que este sistema delincuencial les permite, por unos cuantos meses, experimentar la situación de goce, participan del goce del capital. (12) Así pues, el patrocinio de los Estados imperiales a la DAESH pondrá en crisis el territorio de intervención y permitirá la apertura de un mercado negro que permite la adquisición de la materia prima a bajos costos y un juego perverso donde el criminal que es patrocinado encuentra su propia reproducción al convertirse en potencia comercial de lo obtenido por los territorios zonificados e invitar a grandes cantidades de gente que lo han perdido todo a formar parte del círculo criminal que les garantiza el goce del que de otra forma no podrían acceder. El círculo se completa: los Estados neocoloniales alcanzan sus intereses, el grupo terrorista encuentra una forma de reproducción económica y material en todos aquellos que han sido convertidos en desechables por la guerra y de esta forma se nutre un deseo de revancha sobre el que tiene el poder que terminará en asesinatos masivos como el del 13 de Noviembre en París o muchos otros donde el criminal está dispuesto a entregar su vida no simplemente por una convicción religiosa de estar en una guerra santa, sino también por un deseo de venganza sobre todos aquellos que gozan de aquello de lo que él gozará unos instantes. 

En una escala local, la lógica que venimos describiendo se radicaliza y nos explicita un poco más la forma de operar en nuestro país. La creciente alza de la violencia que ha terminado en cuantificarse con más de 200 000 mil civiles muertos en la guerra originada por el trinomio Calderón-EUA-Narcotraficantes bajo el Plan Mérida y continuada por el gobierno de Peña Nieto, las más de 20 000 personas desaparecidas en la última década y que, nosotros sugerimos que son parte del nervio central en esta nueva estructura económica del capital, pueden ser explicadas bajo la misma lógica del esquema global anterior. El patrocinio de la delincuencia organizada que realizó EUA fue para generar un estado de guerra que permita implementar las políticas de excepción o estado de seguridad por parte del gobierno.  Estas han producido un nuevo estado de violencia en el cual la centralidad del poder soberano ha sido oscurecida y ha terminado en una crisis social reinante. Esto ha generado una cooperación vedada entre el ámbito de la delincuencia y el ámbito del Estado para conformar un país en el que por el lado de la violencia ilegítima (la delincuencia) se permita despoblar los territorios de interés y por el lado de la violencia legítima (el Estado) se brinden herramientas tanto para legitimar acciones de intervención como generar protocolos insatisfactorios y medidas irrelevantes de castigo para los criminales que perpetran acciones contra la población. Esto descubre la zonificación del Estado mexicano para su intervención, y a su vez la relación directa o el trabajo en conjunto de criminales y Estado para permitir que el interés por los territorios de grandes capitalistas se constituya como la materia elemental del ejercicio de ambos. 

De esta forma, se redescubre lo que ya la tradición marxista (invisibilizada por esta estructura económica neoliberal) reconoció desde siempre en los Estados Nación Capitalistas:  fungen como un Aparato. Así, el Estado Nación mexicano se convierte en un Aparato de Estado, es decir, en un instrumento de los poderosos encargado de ser el garante de la intervención del proyecto neocolonial gracias a que de él se desprende un Aparato Represor de Estado (ARE) que se encarga de sembrar el miedo por medio de la violencia legítima (el ejército y la policía comenzarán a participar de prácticas violentas que se escudan en una criminalización de la población entera), (13) un Aparato Ideológico de Estado que masificará la idea de una lucha frontal contra el crimen que acompañará y dará fuerza a la violencia Represiva de Estado, este aparato ideológico también promueve la creencia de que los cambios propuestos por el Estado para integrarse al proyecto neoliberal son las únicas formas de alcanzar un desarrollo y progreso, y  brinda las pautas para la generación de un nuevo Aparato que posibilite su actuación fuera del marco de la ley y que, a su vez, se disfrace como ajeno al Estado. Este encubrimiento hace el trabajo sucio que ni en el terreno de la violencia represiva legítima ni en el terreno de la violencia ideológica se puede producir por ser un trabajo de crimen. 

Dicho aparato he optado por llamarlo Aparato Delincuencial de Estado (ADE) para relacionarlo indirectamente con la sofisticación y violencia extrema que va engendrando el neocolonialismo neoliberal capitalista. Dicho aparato, al no estar señalado y advertido directamente en la estructura estatal, se compone de un nutrido conjunto de elementos que le permitirá encubrirse y reproducirse como ajeno al Aparato estatal, disimulando así su afinidad con las prácticas de la estructura capitalista actual. Opera, sin embargo, bajo una lógica similar a la de la DAESH en medio Oriente. El patrocinio de armas, entrenamiento militar, la integración de individuos de poder político y militar, así como el apoyo económico por parte de la CIA -descubierto por Gonzalez Rodriguez- nos lleva a afirmar que existe un intento similar de zonificación de nuestro territorio como el ocurrido en Medio Oriente. Su modo de operar se ha convertido en una nueva estrategia del capital para obtener ganancias más sustanciales. Las prácticas paraestatales de este Aparato que han generado un clima de violencia y resquebrajamiento de la estructura social se sitúan como una anomalía del crimen que ha adquirido un poder inconmensurable en un estado debilitado como el mexicano.

 Estas nuevas prácticas estatales, disfrazadas como acciones de parte de un grupo delincuencial que va en contra de las leyes y políticas del Estado,  generan más ganancias a los grupos interesados tanto en las commodities como en la reproducción del sistema económico dominante. De esta forma se diseña una nueva lógica de la violencia que termina en la desaparición forzada. 

La nueva estructura económica de especulación sobre las materias primas ha construido una fuerte búsqueda de apropiación del territorio para su exploración y explotación. Dicha búsqueda ha generado en poblaciones que van en contra de dichos proyectos procesos de resistencia que han inaugurado nuevas luchas sociales en contra del capital. Los intereses capitalistas, convencidos de que su interés está por encima de cualquier razón ética o humanitaria, construyen un aparato delincuencial que ayuda a zonificar los territorios y brinda la desertificación necesaria para que más adelante se permita la entrada de los proyectos faraónicos  o megaproyectos de explotación donde el agua, los minerales y el territorio entero es destruido en beneficio de la riqueza de unos cuantos. Aquí comienza el trajín que termina en la desaparición como nervio central oculto de la política neocolonial de la estructura económica neoliberal.

El aparato delincuencial engendra un mecanismo que permite desaparecer la resistencia directa de hombres ante los intereses del capital, a su vez brinda la posibilidad de sembrar miedo ante la incertidumbre de la población sobre el paradero del militante desaparecido. Esto terminará ablandando la resistencia de los pueblos organizados en dicha defensa de su territorio, donde la delincuencia encuentra con este nuevo crimen un medio de reproducción más violento y efectivo para los fines acumulativos de su empresa. ¿Qué pasa entonces? Auspiciado por el Aparato de Estado, o cuando menos no castigado adecuadamente, el crimen comienza a esparcir la desaparición fuera del marco amigo-enemigo y la comienza a mirar como una renovada estrategia que siembra horror, que convierte a la población en materia blanda para reproducir su existencia (como el cobro  de derecho de piso) y además también se observa la desaparición como una actividad redituable en términos económicos e ideológicos. Los criminales encuentran en ella una forma de reproducción económica de su empresa con intereses de explotación esclava, asimismo desarrollan formas de comercialización que brindan ganancias irrenunciables para su organización: el comercio de cuerpos para la trata sexual y la venta de órganos.  Nos encontramos entonces en el último artilugio inhumano que utilizara el ADE para perpetuar la reproducción del capital.    

De esta manera es que asistimos a la desaparición que tiene su núcleo en la estructura económica del mundo, la cual se separa de ser una arma decretada por el Estado, destruyendo a los grupos de resistencia, para conformar una nueva herramienta del crimen que permita perpetuar, por un lado, el ideal de reproducción del capitalismo neocolonial actual y, por otro, perpetua la organización del crimen como un nuevo recurso de obtención de capital mediante un proceso de deshumanización radical. 

Las desapariciones se comprenden en este contexto del capitalismo salvaje. En el caso de emblemática desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, se guarda la intención de zonificar y ablandar una región donde el oro era el interés de los grandes capitales. (14) En en el actual sistema, todos podemos ser objeto de desaparición y la resistencia a la zonificación puede producir la desaparición de quien se niegue a las intervenciones de los megaproyectos extractivos. En el caso de las mujeres, esta violencia comporta diferentes finalidades. El cuerpo de la mujer se convierte en materia de inscripción de luchas por territorios, son ellas el lugar por excelencia en que se organizan rituales de iniciación y unión delictiva para pertenecer al grupo delincuencial. Ellas se han convertido también en materia mercantilizada de un comercio sexual que les brinda ganancias irrenunciables al crimen y, además, sus desapariciones se revelan como la compulsión de los criminales por demostrar que el proceso económico en el que estamos insertos está constituido en un fondo heteropatriarcal que convierte a las mujeres en algo que puede ser desechado en cualquier momento. El neocolonialismo extractivo neoliberal sostiene su reproducción en la violencia territorial, en la reproducción del capital bajo esa violencia y en la emergencia de mostrarnos su carácter masculino violento sobre los cuerpos femeninos. 

El contexto trazado hasta aquí exige la explicación a detalle de muchas cosas trabajadas con premura: La reconstitución de la soberanía en los estados actuales, la aparición histórica y teórica del ADE, la genealogía de la desaparición forzada y su llegada al estado actual, así como la violenta tipificación que se produce en la desaparición actual. Sin embargo, el objetivo aquí es impulsar la reflexión de la ecobiopolítica actual y sus efectos. Este artículo no es únicamente una crítica al capitalismo y sus nuevas formas violentas de reproducción, lo central es la defensa de todos nuestros desaparecidos frente a las prácticas heteropatriarcales impulsadas por el neoliberalismo brutal que reproducimos individual y colectivamente.

CITAS:

1 Una de las afirmaciones de la investigación en ciernes que se bosqueja es que, la desaparición forzada guarda características inéditas que la separan de la forma común en la que los estados totalitarios la habían configurado, convirtiéndose en una nueva escena de crimen. 

2 Carrión, Lydiett, Nadie reclama torso hallado en un canal en el “El Gráfico”, Domingo 3 de Febrero.

3 Carrión, Lydiett (2018) Fosa de Agua, Debate, México.

4 Segato, Rita (2002) 

5 Segato, Rita (2002) p. 20. 

6 Homo sacer es la figura del derecho romano que extrae Agamben para señalar a los individuos que se han convertido en objetos insacrificables y, al mismo tiempo, en sujetos matables sin algún castigo puesto que han rebasado cualquier espacio de defensa o castigo jurídico. Cf., Agamben, Giorgio (2001) Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida, Pre-textos, Valencia.  

7 En un texto Badiou le llama zonificación a esta práctica imperial que debilita la legitimidad de un Estado para liberarse del mismo y producir un terreno de ilegalidad en el comercio y explotación de los recursos minerales. En dicho proceso nos hallamos en una forma de destrucción de estados para la explotación, el comercio libre y bajo menos costos de toda la materia prima de un territorio. Nada gratuito es que DAESH a la vez que es un grupo terrorista es también una potencia comercial en petróleo y muchas materias primas. Su poder en recursos radica en su violenta ocupación de territorios para su extracción y su poder de comercio radica en la reducción del costo de la materia prima en el mercado negro. De tal manera que la reproducción de su violencia y potencial comercial depende de las naciones o grandes capitales que siguen comprando en el mercado negro y les conviene que así siga siendo (EUA y Francia por ejemplo).  Cf., Badiou, Alain (2016) Nuestro mal viene de más lejos, Capital Intelectual, Buenos Aires. 

8 Lo que se pretende advertir es el ingreso de la derecha y la ultraderecha latinoamericana que, guarda el fin de alinear en el plano de la legalidad los intereses neocoloniales actuales con las políticas de tercer mundo que permitan la explotación del territorio. 

9 Cf., González Rodríguez, Sergio (2014) Campos de Guerra, Anagrama, Barcelona. 

10 La promoción buscada por Calderón de una Ley de seguridad interior tenía por finalidad promover la militarización del país, así como un marco de estado de excepción generalizado en que la acción militar contra cualquier civil “sospechoso”, de forma  legítima y autorizada, son las consecuencias de una supuesta “guerra” o “zonificación”  producida por los intereses de los Estados Unidos en nuestro país. 

11 Cf., Zizek, Slavoj (2016) La nueva lucha de clases, Anagrama, Barcelona. 

12 En el texto mencionado anteriormente, Badiou explica las tres formas típicas de subjetivación  del  mundo actual. El describe una subjetividad de Occidente que detenta el 86 % de la riqueza como la única que goza del poder del capital y que solo contiene a un 10% de la población mundial, una subjetividad de deseo en Occidente que se constituye por un 40 % de la población mundial que tiene el 14 % de la riqueza mundial y que al querer mantenerse en el goce del capitalista rico Occidental busca de todas formas mantenerse como la subjetividad en pos de alcanzar el sueño de occidente, y la tercera subjetividad, llamada subjetividad nihilista, que alimentada por una venganza perversa de haber sido excluida del goce capitalista generara una forma de integración anómala al goce del capital convirtiéndose en herramienta del crimen. De esta forma es como queda más claramente explicada la idea de que existirán subjetividades dispuestas a unirse a la DAESH como único medio de cumplir la fascinación de la subjetividad occidental. Esta última subjetividad está dispuesta a entregar su vida por cumplir por unos instantes la posibilidad de entrar al círculo ahora cada vez más selecto de los que pertenecen al deseo de Occidente. 

13 Los muertos y heridos en Nochixtlán en 2016 son una muestra de este ejercicio.  

14 Así lo defiende cuando menos el investigador Federico Mastrogiovanni en su libro “Ni vivos ni muertos. La desaparición forzada en México” y el periodista Francisco Cruz en su libro “La guerra que nos ocultan”. 

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Juan Manuel Rodríguez (México, 1982), es profesor de Filosofía en  la Facultad de Filosofía y Letras  de la  UNAM.