En busca de la novela mexicana universal

En busca de Pedro Páramo

Karla Amozurrutia

 

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno (Sayula, mayo: 1917), mejor conocido como Juan Rulfo, del que han hablado muchos, pero del que se sabe realmente muy poco, o del que enigmas y misterios siempre lo han envuelto y cubierto, como cualquiera de sus personajes fantasmagóricos en un pueblo lejano llamado Comala; al que todos vamos en algún momento.

Pero para hablar de la obra literaria del autor es necesario hablar del él, no porque sea más importante, pues en este caso, uno podría decir que la obra rebasa ampliamente a su autor en relevancia y posteridad, sino porque hablar de Juan Rulfo nos puede llevar a caminos sinuosos, secretos, insondables para intentar descubrir las razones y los motivos que literaria y emocionalmente vive un escritor para siquiera imaginar una realidad onírica como la de Rulfo. Esa es la apuesta de Leopoldo Lezama en este recuento de historias, caminos de memoria viva expresada por gente que estuvo cercana a él y a su mundo. Un acercamiento sentido y admirado a sus letras, a su imaginación, a su personalidad.

En busca de Pedro Páramo, no es la búsqueda del tiempo perdido que Proust detalladamente describió, es la búsqueda de algo tan frágil que no puede verse ni tocarse, pero que sentimos y sabemos que existe: el fantasma detrás de Juan Preciado. Leopoldo postula una aproximación al proceso de escritura de Pedro Páramo, en una primera parte; y en una segunda recorre en voz de varios escritores la reconstrucción de la figura de Rulfo: Alí Chumacero, Antonio Alatorre, Emmanuel Carballo, Huberto Batis, Anamari Gomís y Sergio López Mena.

Para Lezama “no se volverá a escribir sobre el campo mexicano sin tener como referencia la obra de Juan Rulfo, tampoco se volverá a hacer una obra narrativa que haya tocado el carácter nacional con tal hondura y lirismo” (Lezama, 2019: 6), sin duda hay un antes y después de la narrativa de Pedro Páramo refiriéndose al mundo agrario, al mundo indígena, al mundo de los olvidados que son parte de un mundo que nadie había retratado desde lo humano y lo instintivo, desde el silencio y lo primitivo, desde la miseria y el olvido. Porque “lo que se vive en Comala sucede también en el resto del mundo, porque es el reflejo del espíritu contradictorio, violento y compasivo de los seres humanos en todas la épocas” (Lezama, 2019:7).

El escritor de Una estrella junto a la luna, sí, esa novela que terminó por llamarse Pedro Páramo, dato que sin duda fue un gran regalo del texto de Leopoldo Lezama, tenía un perfil de narrador mexicano que del silencio construido alrededor suyo  desarrolló su fama; un escritor encriptado, como su obra. No podía ser diferente. En la entrevista a Alí Chumacero este lo define como “un hombre sin amor por la fama” (Lezama, 2019:39). De su personalidad y carácter reservado hablan todos los entrevistados y también sobre los enigmas que rodean su figura fantasmagórica: la leyenda de que Pedro Páramo fue escrita a cuatro manos, de la que Antonio Alatorre narra una reflexión estupenda: (Leer pág. 46). O de las habladurías sobre el premio de la FIL de Guadalajara y su familia reclamando el nombre de Juan Rulfo y su marca registrada, al respecto opina Emmanuel Carballo: “¡No! Si Rulfo estuviera vivo, sacaría, como Cristo en Jerusalén, a la familia de las cercanías de su obra: “¡Malditos, váyanse, me están acabando!” (Lezama, 2019:62).

Huberto Batis narró su interpretación del mismo hecho “¿Por qué Tomás Segovia tuvo que decir esa frase?. Y si a mí me dicen: “Oye tu papá es el burro que tocó la flauta”, porque eso es lo que quiere decir en buen español, y al señor Segovia todavía le dan un millón y medio de pesos, pues entonces la familia va a responder: “¡Carajo, todavía se burla de mi papá!” (Lezama, 2019:72). ¿Qué decir del mito de que Rulfo era un escritor poco culto y sin formación, al respecto es muy interesante lo que dicen Carballo y Alatorre en comparación con las posturas de Chumacero y Sergio López Mena. Tampoco pueden faltar rasgos de la vida de Nepomuceno que serían fundamentales para entender su visión del mundo, como los saberes que aprendió de los oficios que practicó, (Leer pág. 74) o su faceta como tutor en el Centro de Escritores Mexicanos en la década de los 70 donde Anamari Gomís fue su estudiante: “Rulfo era muy hábil, muy agudo y muy dulce, nunca te lastimaba. Elizondo sí, pero Rulfo no te lastimaba, te decía algo muy concreto, preciso y de la manera más amable” (Lezama, 2019: 87). Historias que son compartidas para el goce y deleite del lector que quiera adentrarse en el Juan Rulfo de carne y hueso, en el efímero.

Pocos saben que Juan Rulfo cuando entró a la Academia de la Lengua escribió su discurso sobre la poética más enigmática y difícil que dio México: la de José Gorostiza; como dijera Alí Chumacero “un prosista poético, lírico, escribiendo sobre un poeta” porque el relato de Pedro Páramo está hecho con la sustancia de los sueños, episodios ligados entre sí hasta crear un significado. Ese carácter ahistórico permite tocar cada fibra en cada espacio y tiempo de la realidad mexicana, ayer y hoy.

Leopoldo Lezama nos propone inquietantes y elocuentes esquemas para leer a Juan Rulfo, en ese recorrido de la imaginación y de paisajes, lugares de ensoñación y devastación, de Comala a Luvina, de la desolación a la muerte. Una Luvina como un paraje previo al infierno de Comala, el purgatorio, donde habitan los muertos; la soledad de sus personajes, su devenir nefasto de un espacio fuera del tiempo y de la razón. Pero también y con emoción, nos descubre la comparación con una novela poco conocida, como su autora, la chilena María Luisa Bombal (1910-1980), La amortajada, donde los personajes evocan tiempos pasados desde la muerte (plenos y tristes), “en ambas obras el tiempo está roto y la historia se va construyendo por medio de monólogos” (Lezama, 2019: 18); en los dos hay polifonías y en ellas la prosa está cargada de intensidad y lenguaje poético. Una revelación que para los que nos gusta la literatura es un detalle maravilloso.

En fin, en una presentación del libro de un amigo muy querido, no se vería muy correcto recomendar su adquisición y lectura al público porque se vería muy predecible, pero esta vez seré inconveniente a mi cometido y celebro, tanto como recomiendo, la lectura de En busca de Pedro Páramo porque Leopoldo, ávida y magistralmente, escribió un libro en memoria y reconocimiento de uno de los más grandes, del imaginario mágico y surreal del fantasma detrás de Juan Preciado, de ese Pedro Páramo perdido en la cabeza de Juan Rulfo. Así que sí, todas y todos deben leerlo.

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