Crear espacios para el alto pensamiento: Parte I

Fotografía. Moramay Kuri

Entrevista con Luis Alberto Ayala Blanco

(Parte primera)

Creador de la editorial Sexto Piso y ex director de la Gaceta del Fondo de Cultura Económica, Luis Alberto Ayala Blanco también ha publicado El poder frente a sí mismo (en coautoría con Citlali Marroquín, Sexto Piso, México, 2003), El silencio de los dioses (Sexto Piso, México, 2004), Autómatas espermáticos (Sexto Piso, México, 2005), 99, (Taller Ditoria, México, 2009) Eterno retorno (Taller Ditoria, México, 2011). Doctor en Ciencia Política por la Universidad Nacional Autónoma de México, ha dado clases por más de veinte años. No es muy afecto a las entrevistas y posee una muy holgada discografía de jazz y blues.

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Estábamos pensando en entrevistar a un editor con una visión diferente que además escribiera, porque los editores generalmente no escriben.

O sí escriben, pero curiosamente tienen el prurito de no publicarse. Y eso es muy divertido porque yo sí me quería publicar [risas]. De hecho, alguna vez me ofrecieron publicarme en otros lados y yo decliné. Para mí Sexto Piso y lo que estaba escribiendo era algo que iba de la mano.

Básicamente eres Doctor en Ciencia Política, editor y escritor.

Lo voy a decir entero porque es algo divertido que cuento: soy Licenciado, Maestro y Doctor en Ciencia Política y nunca me ha agradado la Ciencia Política [risas]. Entonces, más bien mi formación desde muy chavo ha sido la literatura y la filosofía, pero acabé estudiando eso, hasta el Doctorado, y trabajando en la Facultad de Ciencias Políticas en puestos administrativos también.

Entonces también fuiste administrativo en la Facultad.

Mucho tiempo. Curiosamente di quince años clase y nunca conseguí plaza. Metí a mucha gente a dar clase y yo a la fecha no tengo plaza. Hace pocos años regresé y di dos semestres. Si hubiera trabajado de corrido cumpliría ahora veinticuatro años de dar clases en la UNAM.

¿Pero por qué no estudiaste letras o filosofía?

Porque era algo que me gustaba tanto que no lo iba a terminar de esa manera tan horrible. Claro.

Entrando al mundo editorial, y tomando en cuenta los primeros títulos de Sexto Piso, da la impresión que hay una unidad, una filosofía, una idea de que se tenía muy claro qué se quería hacer. En ese tiempo no había una editorial así en México.

En México no había una editorial así. Sexto Piso es algo muy padre para mí porque surgió de mi profesión como profesor. Yo daba clases en la UNAM, en la Facultad de Ciencias Políticas, y ahí tuve una serie de alumnos que alguna vez me dijeron: “vamos a hacer una editorial porque nos gustan los libros raros que das”.

Es decir, no fue algo de consejo, donde se sentaron muchas personas a hacer un proyecto.

No, no, no. Yo tenía algunos alumnos que eran casi como mis hijos, les había dado clase desde primer semestre; uno de ellos, Eduardo Rabasa, era mi adjunto y le dirigí la tesis de licenciatura. Yo era como el papá de estos chicos en un sentido muy fraternal. En ese tiempo dirigía una revista llamada Estudios políticos de la FCPyS, y ahí publiqué La locura que viene de las ninfas, un texto inédito que me dio Roberto Calasso para la tesis que hice sobre él. Entonces lo mandé a traducir aquí en México con Teresa Ramírez, una gran traductora del italiano, y le pedí permiso a Calasso de publicarlo en Estudios Políticos y él, buena onda, me dijo que sí. A partir de ahí comencé como editor, digamos. Esa fue mi época de director de una revista universitaria. Entonces cuando surge la idea de hacer una editorial, tenía ya un poco de experiencia.

Estos chavitos no es que hubieran leído mucho. Eran muy entrones, buena onda y dispuestos a arriesgarse, pero con una cultura normal. Sexto Piso surgió como una editorial exquisita y esa fue siempre mi visión: hacer una editorial que no hubiera en México, ya que no teníamos dinero y la gente piensa erróneamente que la estrategia radica en hacer libros chafas para poder financiar uno bueno.

Esa es la idea de muchos.

La estrategia principal de Sexto Piso fue: vamos a hacer una editorial para cubrir un nicho que en México no existe, similar a las editoriales que existen en España, como Acantilado y Siruela. Pero en realidad mi modelo era uno todavía más exquisito: Adelphi de Roberto Calasso. Entonces pensé que si quería que tuviéramos éxito, tendría que hacer una editorial con mi sello, es decir, con mis gustos, esperando así que Calasso me apoyara.

Así trajiste a Calasso.

Roberto Calasso estuvo desde el principio. Hice mi tesis de maestría sobre él cuando tenía 26 años, 33 cuando hicimos Sexto Piso, es decir, hacía muchos años que conocía a Calasso. En plena escritura de mi tesis de maestría le envié un capítulo. En ese tiempo a Calasso lo conocía muy poca gente y además tenía sólo tres libros en español, y cuatro en total, publicados en Anagrama, menos el primero, El loco impuro, que es con el que realmente inicié Sexto Piso. El loco impuro lo había publicado una editorial argentina hacía mucho, y ya estaba agotado. Antes de hacer Sexto Piso yo le había pedido permiso a Calasso de traducir ese libro, porque mi amiga Teresa Ramírez, que tradujo La locura que viene de las ninfas, quería meter una beca al FONCA. Entonces Calasso me dio chance y Teresa lo tradujo. Yo pensaba que Anagrama en algún momento lo publicaría, pero nunca lo hizo. Así que le dije a Calasso, si no lo va a publicar Herralde dámelo a mí, y así conseguí El loco impuro y también le pedí su prólogo de Memorias de un enfermo de nervios (Daniel Paul Schreber) y el de El único y su propiedad de Max Stirner. Calasso me dijo a todo que sí.

Así comenzó todo.

En ese entonces había rumores de que éramos multimillonarios porque le habíamos pagado mucho a Calasso. Un poco más tarde viene el logro editorial que más aprecio: haber conseguido idear y publicar un libro suyo que no existía, La locura que viene de las ninfas y otros ensayos. El día que fui a conocerlo por primera vez a Italia le dije, qué te parece si de este ensayo que me enviaste ―publicado en Estudios Políticos― hacemos un libro. Le comenté que conocía el que tiene de Lolita, y él me propuso uno de Cannetti y algunos otros, así quedó y lo sacamos en México antes que en Italia. Fue el pretexto con el que trajimos a Calasso. De hecho prefirió que se publicara en México en español antes que en Adelphi. Fue un éxito y para la segunda edición le sumó otros ensayos.

Fue algo sin precedentes para una editorial pequeña, independiente.

Calasso me ayudó mucho, pero fue por el tipo de editorial que hice. Porque si le hubiera mostrado otro tipo de editorial no me hubiera apoyado, por más que le cayera bien. Calasso es muy riguroso. Por ejemplo, él se publica a sí mismo. Y si lo piensas, sólo en tu editorial tienes el control para que tu libro quede como quieres.

¿Y el Diario de un enfermo de nervios? , que hoy es un libro de culto.

Ese lo descubrí leyendo muchas cosas, a Canetti, por ejemplo, en Masa y poder y en La conciencia de las palabras. Siempre ha sido un libro de culto, desde que salió. En Argentina lo habían publicado por la larga tradición psicoanalítica. El único y su propiedad lo descubrí leyendo a Marx y Engels. Así sacamos un buen conjunto, Étienne de La Boétie, el Discurso de la servidumbre voluntaria, de la que nada más había una edición española. A ¡Alberto Savinio! Cuando lo publiqué dije, ya me puedo morir. Y muchos más, mis héroes de toda la vida, Marcel Detienne entre otros. Eran las autores que a mí me gustaban. La forma en que conseguíamos los derechos de los libros era muy divertida porque yo no iba a Frankfurt, lo que hacía era darle una lista a Eduardo Rabasa con lo que tenía que ir a buscar. Así que iba y traía los títulos. Por ejemplo, Karl Kerényi y Giorgio Colli, jamás se habían publicado en México. Lo que logró Sexto Piso fue no solamente cubrir un nicho, sino darle identidad a un incipiente movimiento editorial, porque a partir de ahí hubo una especie de boom que fue muy bueno.

Fue un sello que abrió las puertas a empresas editoriales jóvenes independientes.

El problema es que la línea inicial de Sexto Piso era algo que mis propios socios no entendían. Eso era un problema. Es decir, para ellos era publicar libros que no entendían, que sabían que eran buenos, pero no sabían bien por dónde iban. Ese fue un gran problema, porque los primeros años fueron de lucha para consolidar la línea a seguir, lucha incluso con lo que pensaban sus familias, en pocas palabras pensaban: qué están haciendo mis hijos en ese lugar, publicando cosas que nadie sabe qué son. Hasta que al segundo año ganamos el Young Publisher of the Year, al que por supuesto fue Eduardo Rabasa, porque él habla mejor inglés que yo, pero yo fui quien escribió el discurso que presentó Eduardo, además de que los libros que compitieron fueron El silencio de los dioses y Atlas descrito por el cielo de Goran Petrović. Ganamos y el entonces dueño de La Central de Barcelona me contó que lo hicimos porque Calasso comentó que no había otra editorial joven en el mundo mejor que Sexto Piso.

Calasso me dijo que estaba muy emocionado con Sexto Piso, porque muchas veces los europeos sienten que en Europa todo está estancado. Calasso decía que era muy padre que estuviéramos así de locos al hacer una editorial tan arriesgada en Latinoamérica. Por ejemplo, a Albert Caraco le publiqué dos libros que Calasso me recomendó, pero había otros libros de él que quería publicar que ya nunca logré hacer que se publicaran en Sexto Piso, de los que Calasso me decía que no se atrevía sacar. ¡Caraco, otro personaje! Ese también fue un logro, una maravilla, y no existía en ningún lado. Calasso hizo recomendaciones que han perdurado, como Memorias de una madame americana, ese me lo recomendó él, o La piedra lunar de Tommaso Landolfi. Cosas maravillosas. ¡Hasta a Marx publicamos!, su tesis de Doctorado sobre Epicuro y Demócrito. Ya se sabía de ese libro, pero es el que menos se consideraba para su publicación.

Entre los años 2006-2011, dirigiste la Gaceta del Fondo de Cultura Económica con una visión muy particular, lejos del mexicanismo y del hispanoamericanismo tradicional de la Gaceta. Publicaste números con mucho ensayo filosófico, prosa poética, textos políticos.

Sobre todo fueron gacetas temáticas y un poco al estilo de lo que intenté en Sexto Piso, que es, y eso lo aprendí de Calasso, que cada texto fuera como el capítulo de una novela. La misma idea la intenté aplicar a la Gaceta. Ahora, con la Gaceta, a diferencia de Sexto Piso que fue algo que hice con mis socios, fue llegar a asumir una publicación mítica, que llevaba cincuenta años de trayectoria, dirigida por personajes como García Terrés. Consuelo Sáizar, directora del Fondo, me dijo: hazla, pero hazla bien. Y eso siempre se lo agradeceré, porque respetó lo que hice. Y eso, la verdad, en una publicación como la Gaceta, era difícil, porque te metes en muchos problemas, porque dejas de publicar, en efecto, a los escritores que están en México, a los que están de moda y tocan ciertos tópicos. Y no es que yo no publicara a escritores mexicanos, simplemente había temáticas, y si lo ameritaban, pues adelante.

Hubo flexibilidad para que trabajaras con libertad.

La idea que convine con Consuelo fue: como no teníamos ni tiempo ni dinero para una revista mensual, para pagar a autores y encargar textos, se llegó a la solución de que la hiciéramos totalmente gratis. Entonces decidimos armar gacetas con el fin de dar a conocer ciertos libros, un poco como lo que hice en Sexto Piso, que la gente cree alternativos, pero que yo llamo clásicos, y de temas que muchas veces pasan inadvertidos. Y fue increíble, porque no tenía realmente que pagar derechos de nada y podía rescatar editoriales y libros ya olvidados. Como no tenía que pedir permiso y cuando lo pedía me decían que sí, pude hacer cosas que me encantaron. Pude sacar números con textos, fragmentos que eran como “pequeñas totalidades” con respecto a ciertos temas.

El esfuerzo por representar una totalidad en cada número: la locura, el silencio, los dioses.

Exactamente. El último año me dijeron que cambiara el giro, y prácticamente fue sacar novedades del Fondo de Cultura, y ahí ya no intervine mucho. Salvo el último número que fue mi despedida, sobre Roberto Calasso, donde sacamos otra novedad: su tesis de licenciatura sobre Sir Thomas Brown. Otro librazo que escribió a los 23 años, el maldito. Ya desde entonces era un monstruo. Es decir, en los distintos temas que trató la Gaceta, desde mi perspectiva, sí elegí la crema y nata y no en un rollo mamón de “ay vamos a hacernos cultos”, sino de mira, va a estar divertido. Y además, tienes el acervo del Fondo de Cultura. Por ejemplo, cuando hice los números de la Colección popular y los Cuadernos de la Gaceta que ya no existen, tenías a Castaneda, y a García Terrés entre muchos más. Porque la época de la Gaceta de García Terrés fue extraordinaria. Hasta sacamos un número conmemorativo de la primera Gaceta, un facsímil. Mucha gente me criticaba que hiciera con la Gaceta algo muy elitista. Siempre me pasa eso, que le tengo que bajar de huevos. Entonces me fui a los archivos y sacamos las primeras gacetas: Heidegger, Zambrano, Ortega, los mexicanos pesados, Arreola, Rulfo: todos los mexicanos buenos de esa época.

 ¿Y por qué consideras que el Fondo de Cultura no recurre a estos acervos?

Por lo que estábamos hablando: los intereses van por otro lado. Cuando me decían, te volviste “demasiado exquisito”, yo replicaba, ¡no!, ¡la Gaceta nació exquisita! Simplemente estoy retomando la tradición de la Gaceta inicial.

Texto: Leopoldo Lezama