Entrevista a Ingrid Solana
REVISTA MÁQUINA. En Notas inauditas (Dirección de Literatura, UNAM, Serie Diagonal, 2019), tópicos como la identidad y la memoria, explorados por medio de la autobiografía (o autoetnografía) parecieran ser una forma de entender la historia en tiempo presente, ¿es esta una forma de aproximarse a los siete ensayos que conforman el libro?
INGRID SOLANA. Sí. Los lectores pueden acercarse a Notas inauditas desde diversos ámbitos. Es un libro que propone distintas maneras de comprender la lectura, la historia y al ser e intenta hacerlo a través de preguntas, más que de certitudes, por eso el lector puede situarse en la perspectiva que lo oriente a su actualidad.
R. M. Afirmas en el primer ensayo “Animales que mueren despacio”, que “La filosofía olvidó pensar con el cuerpo”, y defiendes que esto es importante porque “en la piel se imprime también la memoria”, ¿qué tipo de sabiduría nos da esta arqueología del cuerpo y por qué sería relevante para pensar la historia presente?
I. S. Efectivamente, existe una dicotomía que signa el pensamiento filosófico desde Platón que escinde el cuerpo y la razón, pero no se trata de una polaridad trivial; en cada periodo histórico adquiere matices importantes, por ejemplo, en el pensamiento de Descartes hay una concepción compleja del universo de la reflexión y del de las pasiones. Esto cambia también debido a razones políticas y religiosas.
Lo que es significativo es que la filosofía —pero también todo ámbito destinado al pensamiento—margina una serie de saberes que provienen de los sentidos, que nos conectan con espacios de la naturaleza o de lo sagrado; la escritura, la poesía son espacios expresivos que encienden otras posibilidades vinculadas con espacios ocultos y misteriosos del saber. Esa comprensión lateral, sigilosa, oculta, es también una forma de observar la historia. Podríamos decir que existe una Historia que es la que cuentan los archivos oficiales, los libros de texto, se trata de la Historia de los héroes, de los grandes nombres, que resuena con estruendo en la memoria de los pueblos, pero existe también una historia minúscula, insignificante, callada, que es la historia de la gente común, de los obreros, de los campesinos, de las mujeres; es esa historia olvidada, elidida, el cuerpo que me interesa observar y relatar a través de la palabra poética. Pienso que la palabra de la historia minúscula, lo que no escuchamos de forma rimbombante por una Historia oficialista, se escribe desde otro lugar, con otros lenguajes, con otro cuerpo. Es un asunto que me interesa mucho explorar.
R. M. “La historia secreta” es el ensayo que ahonda en la escritura femenina. ¿Qué distingue a la escritura masculina de la femenina? ¿Hay alguna diferencia entre la escritura femenina y la feminista?
“La historia secreta” habla sobre la escritura feminista: esa es la escritura que me interesa. Es una escritura de lucha, de transformación. Sin embargo, el ensayo se detiene en la idea de que la escritura feminista no existe de forma abierta en México porque, a diferencia de la escritura masculina, la escritura de las mujeres ha brotado de la oralidad y, en muchos casos, ha permanecido allí, desvaneciéndose. Aunque el ensayo se detiene en el análisis de diversas escritoras mexicanas como Elena Garro o Inés Arredondo, desea cuestionarse, de fondo, cómo la escritura de las mujeres mexicanas ha sido opuesta al poder de la escritura masculina que siempre ha constituido un estruendo impreso, mientras que la de las mujeres ha tenido efectos muy singulares dignos de atención: o se amalgama a la literatura masculina para “triunfar” y ser escuchada o se borra de la historia como si no existiera. Desde luego, estos fenómenos son muy complejos y habría que analizarlos con puntualidad.
Yo no hablo de “literatura femenina” sino de literatura escrita por mujeres, en la que, evidentemente, hay otra expresividad, la mención de otro cuerpo, la alusión a voces que están situadas en otro lugar en la Historia (otra vez con mayúscula) y que se separan de la consciencia reflexiva masculina. En “La historia secreta” quise también cuestionar qué tanto las voces de las mujeres, al escribir, preservamos la consciencia masculina cuando nos enfrentamos al libro (que ha sido también un espacio de poder). Las intelectuales mexicanas, a veces, deben masculinizarse para poder sobrevivir en un sistema que las rechaza, las minimiza y las oprime. Una de las ideas de “La historia secreta” es plantear una tercera vía expresiva que ya no sea la androginización del discurso, sino la asunción plena de la consciencia feminista, una consciencia que hable desde su lugar adolorido, oprimido y que encuentre una liberación al hablar, al escribir y, también, una forma de nombrar esa historia minúscula, inadvertida de mujeres que no pueden expresarse por escrito. Aquellas que han sucumbido a un sistema machista y opresivo que las ha asesinado, acallado, marginado de la vida social, de la esfera históricamente “importante”. En “La historia secreta” nombré a las muertas de Juárez como el símbolo apremiante que me exige una escritura en esa expresividad feminista que tiene el cometido de encontrarse y, lamentablemente, de enunciar el dolor de otras.
R. M. ¿Cómo ha recuperado la escritura hecha por mujeres esta tradición oral?
I. S. La tradición oral está presente en toda la escritura realizada por mujeres, se incorpora de maneras muy específicas: relatos dentro de relatos, narración de leyendas, recuperación de tradiciones populares que cultivaron las mujeres únicamente; a veces, por ejemplo, se enuncian formas curativas o cuestiones vinculadas con el cuerpo que parecen insignificantes ante el conocimiento abstracto de los grandes conceptos: amor, deseo, filosofía, poesía.
La escritura hecha por mujeres suele abordar historias particulares que encarnan emociones, cuerpos, un universo afectivo o conceptual situado en otros ángulos. Esto es sumamente interesante y merecería análisis específicos; yo he estudiado la obra de algunas autoras como la de Chantal Maillard, María Auxiliadora Álvarez, Inés Arredondo o Rosario Castellanos; me parece que parte de ese análisis de la oralidad en la escritura merece una atención puntual a las autoras y una visión particular, es decir, leerlas cada una en su universo y darles ese espacio dentro del discurso de la crítica literaria feminista. Leer a autoras nacidas en los cincuenta —que quizá yo me he concentrado más allí— pero también a autoras contemporáneas, que están situándose en otras perspectivas feministas.
R. M. El título de tu libro se basa en la siguiente cita del ensayo El odio a la música del escritor francés Pascal Quignard: “Notas ininterpretables, sonidos no sonoros, signos inscritos por la pura belleza de la escritura. Propongo denominar `Notas inauditas´ a esos sonidos escritos imposibles de tocar, que hacen pensar en lo que los gramáticos llaman ‘consonantes inefables’ ”. Y justo son las “Historias calladas, secretas” de tus ensayos las que representan esa escritura que es un “tejido de silencios y vacíos”, ¿qué tiene que ver todo esto con el México que te tocó vivir?
I. S. Es así. La idea de las “notas inauditas” remite al asombro, a lo desconocido, a lo que no podemos explicar del todo, es decir, a lo inefable. Considero que esa es la manera en la que me ha tocado enfrentarme a la historia. Me siento asombrada ante ella, con sus miedos, su dolores, sus omisiones. La idea de que al nombrar se libera algo y por consiguiente, puede olvidarse, no ha dejado de hacer mella en la comprensión de mi propio ser, como si al nombrar, algo se ajustara al vacío de la existencia. México es un país profundo, rico, diverso, absolutamente asombroso, pero su misma riqueza es su abismo; nacido de una colonización que nos persigue con su fantasma soberbio, cargamos un pasado que resurge una y otra vez de forma sigilosa, a veces parece que no existe, que nos hemos liberado del pasado y que el presente es absoluto. Pero México es como sus habitantes, siempre está latiendo en nosotros el eco de algo que nos rebasa profundamente y que, a veces, ni siquiera tiene que ver con nosotros; es lo que entraña el pasado, la presencia ausente de nuestros ancestros, una historia extraña. Pienso que cuando contactemos con lo desconocido, con la nota inaudita (propia y única de nuestro ser y pasado), un dolor rotundo nos embargará, pero, quizá, gracias a él, sea posible la plenitud.
R. M. ¿Cómo entiendes la cultura y cuál piensas que debe ser la política de Estado más adecuada hacia ella?
I. S. Esta es una pregunta muy importante. Desde mi punto de vista, cultura es hábitat, es decir, una forma de ser y estar en el mundo, por lo tanto, la cultura es nuestra vida cotidiana: todas las concepciones que tenemos sobre la familia, la historia, el futuro son parte de la cultura. Cuántos hijos tiene una familia, cómo comemos o nos curamos, cuáles son nuestros deseos o nuestras aversiones son parte de ella. Las instituciones banalizan el concepto cuando la comprenden como un espacio artificioso, en el que parece que hay una escisión entre ella y la sociedad. La clave para fortalecer políticas culturales es tener un concepto claro de cultura como un espacio vital y no como un ámbito creado artificialmente. Si el Estado la concibe de esta forma dejará de instrumentalizarla.
En el sentido anterior, establecer ejes que orienten a la población para cultivar ciertos hábitos que redunden en el bienestar social, podrían ser parte de una política pública que fomente la cultura. Estos van desde cómo se transmite a las personas qué es tener cuidado ecológico, cómo prevenir estados financieros de precariedad, cómo y por qué asumir un control de natalidad, de prevención de enfermedades, la importancia de la educación, etc. Cultura es propagar bienestar. Y la cultura va de la mano con la educación; los niños deben tener acceso a libros en las escuelas primarias, deberían implementarse talleres de lectura y escritura temprana. Los maestros deberían estar capacitados para transmitir amor a la vida, la educación debe ser orgánica y no accesoria. Los padres deben también estar capacitados para ser padres; hay una evidente trivialización de la vida humana y esto tiene que cambiar y es cultura.
Se debería también transmitir un respeto y amor por el arte, por la creación, que son dos espacios que fomentan un sentido de vida. En la medida en la que la clase política deje de preservar los ideales neoliberales del cultivo del tener y se concentre más en el ser, podremos trabajar con la descomposición social. La sociedad no debe recibir mensajes equívocos: por ejemplo, el excesivo gusto por el dinero en vez del aprecio a la naturaleza. Los espacios naturales, los árboles, las plantas deben ser amados y conservados por todos. En la medida en que los índices de pobreza sean altos e indignos habrá delincuencia alta e imparable; es tiempo de revirar, de ofrecer alternativas para personas marginadas que no sea entrar en el círculo vicioso del capitalismo: procreación irreflexiva, consumo, pobreza, muerte. Una vez más las soluciones no deben ser accesorias y de impacto rápido: el cambio es de mentalidad, profundo, debe horadar la consciencia de los grupos humanos.
Cómo concebimos el espacio arquitectónico en las ciudades, cómo trabajamos y cuáles son nuestros ideales del futuro, son parte de la cultura. La destrucción ecológica del planeta es inminente, ¿podemos revirar, transformar, combatir, empezar a sentir amor por la vida? Yo pienso que sí, pero tenemos que trabajar desde nosotros mismos, desde la verdad, decir las cosas como son para poder contactar con lo que ya no tiene sentido. El Estado debe situarse en una biopolítica, pero esta no se funda en un control absoluto de la clase política, debe aliarse con los artistas, con los filósofos, con los pedagogos y con los educadores, con la gente destinada a pensar, en suma. La relación actual del Estado neoliberal —en todo el mundo— con sus intelectuales es de lucha y de desprecio, sobre todo en países en vías de desarrollo, pero una sociedad progresa cuando existe un cuidado de la reflexión, de la creación, del arte, de la educación. El sentido de la vida no va a surgir en un espacio estéril, sin ideas, sin creación, sin mundos posibles. Un mundo tecnocrático, consumista y rapaz sin el cultivo de otros valores, con la disputa como arma, con la competencia como meta, con la soberbia de la ganancia, no va a cambiar el estado desastroso de la sociedad. Para poder cambiar es necesario pactar, pactar desde adentro y, en paralelo, fomentar nuevas visiones. Esto no lo pueden conseguir los políticos —está más que comprobado por la Historia—, porque muchos de ellos no tienen ni la menor idea de qué otros universos de pensamiento son posibles. Entonces tendrá que inaugurarse un tiempo de verdadero diálogo. Cuando esa profundidad real se dé en la política quizá haya transformaciones lentas y profundas, pero si solo hay intereses individuales y absurdos, nos espera una infeliz extinción y es todo.
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Ingrid Solana (Oaxaca, 1980), escritora y doctora en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Autora del libro Barrio Verbo (2014). Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte del FONCA y profesora en la UNAM en la licenciatura en Letras Hispánicas.