La breve historia de Alejo

Imagen de David G. Martínez y Karolina Pasionek.

Por Enrique Herrera

 

Llegué a casa cuando oscurecía.

Estacioné el auto y, por alguna extraña razón, caminé hacia la puerta lateral, la que conduce al patio, en lugar de dirigirme hacia la puerta principal. Eso es algo que nunca hago.

De todos modos, en el camino vi que todo estaba en su lugar: los botes de basura, el contenedor de reciclaje y toda la madera que compré la semana pasada para construir una casita de juegos.

Al acercarme a la puerta corrediza, la de atrás, la que está entre el patio y la cocina, vi salir a un tipo joven, guapo, alto y despeinado. Iba abrochándose uno de los botones superiores de su camisa, una camisa que parecía de uniforme. Me quedé paralizado, y aunque yo traté de leer lo que estaba escrito en el emblema azul bordado en el lado izquierdo de su camisa, no pude leer nada porque él avanzaba a pasos agigantados.

Subí al dormitorio para asegurarme de que todo estaba bien.

Ella estaba sentada en la cama con su teléfono celular en la mano izquierda y un cigarrillo encendido en la otra. Llevaba un camisón rojo de Virginia Secrets con vivos carmesí aterciopelados y una estola de seda blanca le acariciaba el cuello y era tan larga que le llegaba hasta sus piernas desnudas.

Aclaré mi garganta y con toda la seriedad y garbo que requería el caso le pregunté:

“¿Quién es ese hombre que salió de aquí?”

“Oh, es un técnico en calefacción que vino a revisar el sistema. Por cierto, ayer vino un plomero”.

Antes de hacer algo drástico, o de cometer algún crimen, me dije: “Alejo, cálmate”. Y, en lugar de arremeter contra mi mujer, salí corriendo para intentar interceptar al supuesto técnico en calefacción y ajustar cuentas con él.

No encontré a nadie. La calle estaba desierta. No había ningún vehículo a la vista.

Inmediatamente subí a mi habitación.

Ella estaba profundamente dormida.

Quité con cuidado la sábana que cubría la parte superior de su cuerpo y noté que vestía su pijama habitual, el de cuello en V con pantalones largos.

Sin despertarla, fui hasta su closet y entré, algo que rara vez hago. Sin tocar nada, ausculté todo con la vista, sin localizar el camisón rojo.

Caminé de regreso a la cama, fui a su lado, y cuando traté de acercarme para abrazarla, me di cuenta de que la cánula que va desde el generador de oxígeno hasta mi nariz había salido de mis fosas nasales. Inmediatamente tomé el oxímetro para medir el nivel de oxigenación de mi sangre. Sólo marcaba 69, un nivel excepcionalmente bajo.

Como pude, volví a colocar la cánula en su lugar, me reajusté en la cama, la abracé y seguimos durmiendo.

 

*

Enrique Herrera nació en la Ciudad de México el 26 de julio de 1946. Emigró a Estados Unidos en 1969 y obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1980. Estudió Ciencias del Comportamiento (Título Asociado, Artes y Humanidades, San José City College) y se licenció en Español y estudios Mexicoamericanos (San José State University). Cuenta, además, con una Maestría en Literatura Hispana por la San José State University y con un Doctorado (PhD, ABD), en Comparative International Education por la University of California, Los Ángeles. En el año 2000 funda Herrera Communications (HC), una empresa dedicada al diseño y realización de estudios sociales y educativos. En HC ejerce como Líder de Investigación y ejecuta estudios en los Estados Unidos, México, Centro América, Ecuador, Venezuela y República Dominicana. Es autor de Vivir soñando, Herrera Communications (2014), Una familia especial, Herrera Communications (2015), Sin papeles: trascendiendo fronteras, Herrera Communications (2016) y La niña de Ranchu Gubiña, Herrera Communications (2017)