Máquina para polímeros

Victoria Núñez Estrada

 

Máquina para polímeros responde a preguntas de identidad y memoria por medio de una autoetnografía realizada a partir de la historia de un objeto. Mi padre, quien fue un economista profundamente identificado con los ideales de izquierda, construyó una máquina para reciclar polímeros que sería la base de un proyecto comunitario en un pueblo al sur del estado de Morelos. Proyecto que, sin embargo, fracasó.

Con base en esta historia recreo la máquina de mi padre y con ello los ideales que depositó en dicho objeto. Para ello, tomo como fundamento tres conceptos principales: la figura del padre como sinónimo de poder; la máquina como ideal de progreso y el plástico como síntesis del pensamiento moderno. Estas figuras funcionan como ejes narrativos que enlazan mi historia y el escenario que elegí como analogía para representarla: la Rusia contemporánea, fría y monumental, completamente distante de Acatlipa Morelos, y, no obstante, nada lejana dentro de mi imaginario, y que funge el papel de ser eso otro que aquí no fue.

Creo así un paralelismo alegórico entre ambos lugares, mediante un video en el que se observan imágenes filmadas en Rusia de sitios donde la tecnología y la industria juegan o jugaron un papel predominante, mientras que en el audio se escucha una narrativa de los recuerdos sobre mi padre, su máquina y utopías políticas.

Esta pieza no es una apología de ningún constructo ideológico, sino una autoexploración enmarcada en un paradigma circunstancial. El tiempo y el espacio del comunismo se encuentran contenidos en la máquina que dejó mi padre, de ahí que ésta sea una herramienta de reconstrucción identitaria, mas no por ello una afirmación política personal. La pieza navega entre la esperanza y el fracaso, lo orgánico e inorgánico, la voz y la imagen.

                                                                     Victoria Núñez Estrada

Máquina verde, 45x55cm, óleo y grafito sobre papel, 2016.

(Re)Pensando el fracaso de los sueños colectivos (la utopía)

Los sueños de emancipación social -alimentados por el despertar de las máquinas o por el despertar de la consciencia de clase-, que el padre de Victoria Nuñez Estrada intentó materializar sin éxito, son en realidad propios de una época que se percibió a sí misma como revolucionaria. Su padre no estaba solo. Millones soñaron el mismo sueño junto con él.Cada era tiene su mito y el siglo XX tuvo un tufo romántico que pretendió refundar ex nihilo lasociedad sin clases.Esta confianza ciega en el brave new world se alimentó del progreso tecnológico nunca antes visto y de la imagen mesiánica de patriarcas aparentemente indestructibles: Marx,Lenin, Mao, el Che.La Máquina proyectó en la imaginación desbordada de sus adoradores un futuro soñado que, como cualquier persona medianamente informada sabe, devino en catástrofe.

Feria Soviética, Still de video “Máquina para polímeros”, 2018.

Reconocer este fracaso no cancela, sin embargo, la crítica radical al orden vigente ni lo hace más llevadero, pues cualquier forma de resistencia (feminista, ecologista, antirracista o anticapitalista) es más un síntoma del alarmante estado de las cosas que una idealización ingenua  sobre cómo deberían ser.  Vivimos otros tiempos, sí, y el Zeitgeist ya no es ni romántico ni ilustrado ni nada, ni siquiera se atreve ya a pronunciar la palabra “esperanza”.

Museo de Historia Contemporánea de la Federación Rusa, Fotografía de archivo, 2017.

Nosotros, los millenials,  somos más bien descreídos,  cínicos,  “realistas”. Hemos cancelado para siempre de nuestro vocabulario la palabra maldita: la “utopía”. Y lo hemos hecho teniendo muy  buenas pero también muy malas razones. Porque, basados en la evidencia,  era necesario hacerlo, y porque simplemente nuestro propio horizonte es incapaz de comprenderla. La utopía es la figura galga del Quijote luchando contra molinos de viento en medio de viriles hombres de negocios. Una locura y una estupidez.

Tipos de máquinas, medidas variables
óleo y grafito sobre papel encapsulado de acrílico, 2018.

Pero habría que recordarle a los banqueros del alma que el utopista de hoy bien puede ser aquel que simplemente  no está dispuesto a tolerar otro impuesto a la humillación; otro recorte a su dignidad; más metros cuadrados de marginación. El “utopista” que hoy sale a las calles a gritar “¡Basta!”, ya no quiere cambiar la sociedad entera de un día para otro, sabe muy bien que eso es un despropósito.  El utopista de hoy simplemente ya no está conforme con el lugar que se le ha asignado en la maquinaria social. El utopista de hoy nomás no puede contemplar pasivamente su propia caída en el abismo que se abre bajo sus pies. 

Pensar la utopía hoy, por lo mismo, es observarla en acción siendo (otra vez) derrotada (encarcelada, golpeada, censurada, desacreditada),  es mirarla aconteciendo en las luchas diarias que tienen lugar en los distintos espacios que  todos los galgos comparten: las calles, las escuelas,  las fábricas.  La motivación de los nuevos utopistas es justo el fracaso garantizado, la derrota inminente, la caída de bruces. El utopista lo sabe, si se quiere avanzar un centímetro en la lucha hay que besar el suelo de la derrota. Hay que caer y tocar fondo para levantarse: Fail. Fail again. Fail better. 

Déjense caer.

Heriberto Mojica

 

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