Música de fondo. Breve acercamiento a la vida y obra de Laura Méndez Lefort

Laura Méndez Lefort

 

Por Roxana Sámano

Sí, Laura… que tu espíritu despierte
para cumplir con su misión sublime,
y que hallaremos en ti a la mujer fuerte
que del oscurantismo se redime
Manuel Acuña, “A Laura”

 

Con la sublime destreza de quien no escribe cuentos de hadas, aunque quizás debiera, Laura Méndez Lefort descubrió muy temprano el universo de las ausencias y las emociones provisorias. Vivió entre muertos, entre sus muertos y los muertos que dejó la Revolución mexicana, y escribió para ellos desde las profundas indagaciones del mundo sensorio, que no acabó nunca de descubrir.

Ávida lectora de las autoridades francesas y alemanas de la época, la poeta mexiquense escribió desde la angustia y la soledad, y sintió de manera intensa el dolor vital que acompaña toda existencia, ese dolor que tantas horas de estudio ocupó a Max Scheler (ambos fallecidos el mismo año de 1928) por resultar creciente e ineludible.

          Salve

Alma doliente, ¿dónde está el mimo
con que soñaste? ¿Dónde el arrimo
que ni en la cuna dado te fue?
Valle de penas, mundo de sombras…
¡Oh, dicha! Dicha de miel te nombras,
y eres de espinas. ¿Por qué? ¿Por qué?

Laura Méndez Lefort, la mujer enlutada y profética que conoció el desamor muy pronto y retrató con meticulosidad los sentires sobre la tristeza, el desasosiego y la intermitente búsqueda de la libertad, buscó también la reapropiación de las letras, los versos y los espacios públicos, y casi con resignación, trasgredió los imperativos morales de su época dictados por el conservadurismo.

Para ella, el amor siempre estuvo vinculado con la muerte, mismos que son el epicentro temático dentro de su obra. Rodeada siempre de flores, música y heptasílabos, su rumbo estilístico se vio marcado por la pérdida y los desencuentros, haciendo así de la literatura, una medio para dialogar con sus muertos.

          Cuarto menguante

En lo futuro, triste e incierto,
ella se abisma: ve a su hijo muerto
o mendigando por la ciudad.
Y al contemplarle durmiendo en gracia,
piensa en lo inmenso de la desgracia
que lleva a cuestas la humanidad.

Deja él vagando su fantasía
por otros mundos, y se extasía
en lo que en sueños mira entre sí;
con el concurso del pensamiento
se torna un héroe, se forja un cuento,
y se disipa su tedio así.

Las ciudades ficticias que habitan los personajes de algunos de sus cuentos se mezclan con las heridas de un México fracturado a causa de la lucha armada, los contrastes económicos entre el centro y la periferia, y las dicotomías que muestran las múltiples voces de su narrativa.

          ¡Adiós!

¡Las flores de la dicha ya ruedan deshojadas!
¡Está ya hecha pedazos la copa del placer!
En pos de la ventura, buscaron tus miradas
del libro de mi vida las hojas ignoradas,
y alzóse ante tus ojos la sombra del ayer.

Laura Méndez hizo del feminismo un axioma, aun prescindiendo de la auto-enunciación, y con nostálgica sapiencia, demostró que el ímpetu delirante de las emociones está en las experiencias intensas y lúcidas que plasmaba mediante versos en endecasílabo.

Escribió manuales pedagógicos para niñas, en los que rechazaba los hegemónicos métodos ortodoxos de enseñanzas, y añadía siempre matices posrománticos y libertarios. Sus narrativas cuentan con mujeres protagonistas que tienen roles activos en la sociedad, mujeres sufrientes y oprimidas que viven el escarmiento social por haber decidido vivir al margen de los imperativos del conservadurismo: obreras muertas a causa de la tuberculosis, aristócratas supersticiosas que acumulan riqueza con mezquindad y avaricia, esposas infieles, e incluso, mujeres asesinadas en manos de sus amantes.

          ¡Hiere!

Mi última dicha en el olvido yace,
mi último sueño en el dolor se apaga;
se van como los pájaros del nido,
para nunca volver, mis esperanzas.

¡Remueve tu saeta en la honda herida,
fatal destino, el corazón te aguarda!
¡No temas, no, que, a tu furor impío,
cobarde tiemble y se estremezca el alma!

No pretendo que cesen tus rigores
ni de tu injusta ley saber la causa,
ni que acortes o alargues mi agonía…
¡Qué me importa la muerte breve o tarda!

Lo que me dio el nacer —día por día
y momento a momento—, me arrebatas.
Todo era tuyo, todo me lo diste,
llévalo ahora donde más te plazca.

La locura también es un tema recurrente dentro de las más de dos mil páginas que conforman la obra de Laura Méndez, locura que se refuerza mediante las entidades fácticas más arraigadas en el México porfirista: la familia, la maternidad y la obediencia. Sirviendo siempre de telón de fondo y relegada al papel de musa de personajes como Manuel Acuña o Agustín F. Cuenca, Laura Méndez Lefort militó entre el hastío y la constante búsqueda de vindicación de las mujeres, y le concedió a su tristeza la libertad de desplegarse en diferentes coordenadas, experimentando el sufrimiento en países extranjeros, en su búsqueda por la consolidación de un óptimo sistema educacional para las y los niños mexicanos.

          Ultratumba

Si más allá contemplase la tierra,
¿podré mirar con indolente calma
mi propia destrucción?
Pero el dolor de los que amé en el mundo,
¿dónde resonará, si ya no tengo
—como aquí— corazón?

*

Roxana Sámano Cuevas es ensayista y cuentista. Estudió Filosofía en la Universidad del Claustro de Sor Juana.