No cancelaremos a Lemebel

Pedro Lemebel, ilustración de Avaana, 2020.

Por Roxana Sámano

 

No cesaremos de explorar
Y el fin de toda nuestra búsqueda
Será llegar hasta donde comenzamos
Y conocer el lugar por primera vez

T.S. Eliot

 

Desde la angustia también se trazan las historias en las que subyace la interminable urgencia por no habitar espacios prefabricados; la angustia de Pedro Lemebel prevaleció en forma de memoria compartida, con distancia de los acontecimientos propios, por eso es impreciso hablar de él a manera de anecdotario.

La obra de Lemebel es en sí misma un tiempo y un espacio, que se desarrolló en medio de los avatares de un país incendiado por la censura y la represión de la dictadura de Augusto Pinochet, durante las últimas décadas del siglo pasado.

Su activismo comenzó desde el cuerpo y el sustantivo, ya que, como una forma de desterritorializar las exigencias hegemónicas y normativas de lo masculino, Lemebel sustrajo de sí su primer apellido, el de su padre, para conservar únicamente las significancias de un habitar femenino, materno y diligente, y hacer de sí mismo un propio lenguaje, travestido no solamente a través de los enunciamientos de su lucha activa, sino también mediante su propia conformación estética.

Lemebel sustrajo de sí su primer apellido, el de su padre, para conservar únicamente las significancias de un habitar femenino, materno y diligente, y hacer de sí mismo un propio lenguaje.

Pedro Lemebel escribió sin códigos ni estatutos, y configuró los diálogos de sus personajes de tal forma que pareciera que el lenguaje legítimo es el que ahí se construye. Cargado de eufemismos libertarios y compromiso de clase, hizo que todo lo ajeno a ese universo, el de su literatura, de pronto careciera de sentido, y deviniera en algo restringido y limitado.

Lemebel comulgó siempre la andanza entre las multitudes, en las calles y las protestas urbanas, como si eso implicara mirar a través de muchas ventanas, en las que converge el fastidio y la rabia hacia la censura, el machismo y la homofobia latentes, y se maldijo ante la academia, ante el gobierno militar y ante los imperativos del deber ser masculino, sujetando siempre la premisa de la colectividad.

Las metamorfosis ideológicas de sus personajes, cuya cosmovisión ostenta categorías de clase, cultura, e identidades no imperantes, recogen en sí mismos la efervescente protesta de Lemebel, y se enuncian desde la marginalidad, que agenció con orgullo a lo largo de su vida, posicionándose siempre en contra del Estado que coacciona a quienes le estorban.

En Tengo miedo, Torero, publicado en el año 2001, el personaje de La loca del Frente, con su particular forma de hablar, sus aflicciones y su singular estética, materializa el deseo de subversión de los modelos hegemónicos. Además, la novela también coloca al amor como eje estructural, como redención y condena en tanto que su concreción, implicaba la completa dislocación de la realidad.

Lemebel habla desde lo marginal, desde las coordenadas urbanas en las que reclamó sus deseos, anteponiendo siempre su lealtad de clase sobre el aprecio por su disidencia sexual.

La Loca del Frente no solo significó la materialización literaria del hombre amanerado y travestido como antagonista del hombre militar, sino que, en su personaje, se retrata la soledad, la pobreza, la carencia de ternura en una sociedad tomada por las armas, y, en palabas de Norbert Elias, la soledad de los moribundos, aquellos personajes que, poniendo el cuerpo, buscaban desarticular el futuro.

Tanto en Tengo Miedo, Torero, como en sus relatos y crónicas en Háblame de amores y La esquina es mi corazón, Lemebel habla desde lo marginal, desde las coordenadas urbanas en las que reclamó sus deseos, anteponiendo siempre su lealtad de clase sobre el aprecio por su disidencia sexual.

Pedro Lemebel optó por la reapropiación de la injuria, por resignificar aquello que de acertado tienen los epítomes enunciados por los adversarios: marica, loca, desviado; y los enfatizó hasta el punto de automaldecirse para contradecir la realidad anatómica del régimen dictatorial. Sus viajes entre las habitaciones ajenas desplegaron sus potencias y anularon las distancias entre los relatos incendiarios y la acción colectiva.

La recuperación de la calle y de los espacios urbanos, fueron el eje estructural de su redención identitaria. Por medio de la amistad, la ternura, la empatía y la reparación de espacios compartidos, habló de su diferencia, con la lúdica consciencia de que en las calles, también se construyen las ficciones.

 

Créditos:

 

Roxana Sámano Cuevas

Es ensayista y cuentista. Estudió Filosofía en la Universidad del Claustro de Sor Juana.

 

Avaana

Es artista e ilustradora de ideas, abstracciones y animales. Diletante de colores y playas.