Huberto Batis fue testigo de la evolución de la literatura mexicana desde los años cincuenta cuando llegó a la Ciudad de México con tentativas académicas y literarias: el Centro Mexicano de Escritores, el Colegio de México y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional. Sin embargo, el recorrido de Batis alcanzó muchas de las instituciones y casas editoriales fundamentales en la vida cultural del país: el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Fondo de Cultura Económica, la Imprenta universitaria; de igual forma es esencial su trabajo en revistas y suplementos culturales: Revista Mexicana de Literatura, Cuadernos del Viento, Novedades, El Heraldo, El Universal y sobre todo, Sábado, suplemento cultural del diario Uno más uno que dirigió, y que impulsó a muchas de las mejores plumas de las letras mexicanas de hoy en día.

Bajo la formidable pluma de Pável Granados, Dorothy, el personaje de El Mago de Oz, ha logrado desenvolver su mundo interior, desde su enojo porque sus zapatillas han sido robadas del museo de Minnesota, hasta sus ideas supremacistas, encarnadas en su desprecio a Calibán, el célebre esclavo de La Tempestad de William Shakespeare. La representación de lo ficticio visto a través de la intimidad de un personaje y la idea de que los prototipos terminan donde comienza una visión del mundo, aparece aquí, en una excepcional pieza literaria.

Mabe Fratti es una compositora y multiinstrumentista guatemalteca, que llegó a México en el año 2016 con un cello como única pertenencia; desde entonces, con su música ha abastecido de aire limpio a la escena experimental local. Tan solo en este año cargado de mal agüero, ha estrenado el álbum “Planos para construir” y el EP “Se parece A”, ambas obras en colaboración con otros artistas no menos propositivos como Gibrana Cervantes, Camila Gb, Theo Ellin Ballew y Belafonte Sensacional, entre otros. “La música de Mabe Fratti es bella y trágica” -reseña César Oliveros en su columna Música fea- “una música de luz y sombra en el escenario apocalíptico actual.”

Olivia Paroldi (París, Francia, 1981), es una artista plástica radicada en Cannes, que ha adoptado el grabado como su medio de producción predilecto, ya que le permite “hacer que la calle funcione”. El grabado trashumante de Paroldi da a su trabajo una dimensión accesible y popular, además de hacer visible, a quien se detiene por un momento a observarlo, la propia fugacidad. Y es que su obra se halla inevitablemente expuesta al azar y los avatares del espacio exterior, a la fragilidad misma de la vida natural. “Las estampas pegadas en las paredes -reflexiona Paroldi- conviven con el lugar elegido unos meses antes de que la lluvia y el viento las hagan desaparecer”.

Sandro Cohen fue uno de los editores, poetas y traductores mexicanos (nacido en New Jersey) más importantes de las últimas décadas. Su libro “Redacción sin dolor” es un clásico para los estudiantes de lengua y literatura castellana. Es recordado también por fundar la Editorial Colibri, y por impulsar la célebre Generación del Crack, que dio a conocer a escritores como Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Eloy Urroz y Vicente Errasti, entre otros.

Las voces se entrecruzan, suben como una espuma convertida en parvada de sueños. En el sueño todo danza y todo se entrevera. Las formas se diluyen, los colores transmutan en objetos sólidos. Grafías vociferantes, mares rocosos extendiéndose hacia el firmamento como un ave salina. Y entre el torrente de voces, Natalia González Gottdiener se alza como un director de orquesta de mil vientos. Entonces la poesía emerge del núcleo de un volcán de fuegos múltiples.

En su exilio en la isla de Guernsey situada en el Canal de la Mancha, Victor Hugo escribió Los miserables (1862) y una obra menos conocida pero fascinante, Los trabajadores del mar (1866), donde el novelista francés desarrolla una deslumbrante idea del ser humano y sus enigmas. El encuentro del hombre y la naturaleza (y con otros seres), el abismo casi insondable que esto significa, aparece aquí en todo su esplendor: “El desvarío, que es el pensamiento en estado de nebulosa, confina con el sueño y halla en éste su frontera. El organismo material humano, sobre el que pesa una columna atmosférica de quince leguas de altura, se fatiga por la noche, cae rendido, se acuesta y reposa. Los ojos de la carne se cierran. Entonces, en aquella cabeza aletargada, menos inerte de lo que se cree, otros ojos se abren. Lo desconocido aparece. Las cosas sombrías del mundo ignorado se acercan al hombre, sea que exista con él comunicación verdadera, sea que las distancias del abismo tengan una grandeza visionaria, parece que los vivos indistintos del espacio vienen a mirarnos, que tienen curiosidad por nosotros, los vivos terrestres”.

El “Trabajo cultural” es un concepto relativamente nuevo que, por lo regular, es concebido como una práctica creadora y de gestión de espacios que tienen que ver con el arte, la cultura y su difusión. Sin embargo, debe ser pensado dimensionando también su relevancia política. En el presente ensayo, Alfonso Vázquez Salazar (Ciudad de México, 1978) revisa el concepto de trabajo en algunos de sus pensadores más destacados -John Locke, Karl Marx, Louis Althusser, Antonio Gramsci, entre otros- y plantea, a su vez, una definición operativa de la noción de cultura, que permita a los trabajadores de este campo organizarse como tales y reivindicar el carácter político de su propia actividad bajo el gobierno mexicano actual.

Muchas fueron las áreas del saber que abarcó el interés de Antonio Alatorre. Fue un hombre con la voracidad intelectual de un pensador del Renacimiento, que además, no eligió obras menores para desarrollar su trabajo. Alatorre tuvo el atino de traducir obras amplias, que ya eran, o con el paso del tiempo se convirtieron en clásicos del pensamiento contemporáneo. Esto le da a Alatorre cierto halo de monumento intelectual, a pesar de que en persona fue un hombre extraordinariamente sencillo y sin el más mínimo interés de brillar. Al igual que la monja jerónima Sor Juana Inés (su guía espiritual, punta altiva, excenta siempre, siempre rutilante) la enormidad de Antonio Alatorre, su inquietud de saber fue legítima, portentosa en el ansia por escalar aquellos faroles sacros de perenne llama que irradia el conocimiento universal.  

En estos tres poemas de Rasha Awale (Jordania, 1985), la inocencia y el amor absoluto (atroz y sublime), van ganando terreno en una búsqueda poética que ahonda en ese doble infortunio que marca la vida de los seres humanos: el del mundo y sus desastres, y el su propio espíritu, a un tiempo puro y destructivo. La de Rasha es una sensibilidad que destella lo mismo ante la atrocidad de la guerra, que ante la emoción de una niña que esconde sus dulces debajo de la cama. De ella ha dicho Agustín Cadena, a quien debemos la traducción de estos extraordinarios poemas: “Rasha Awale viene de una estirpe marcada por el combate, el dolor y la pérdida. Por eso le preocupa lo que ocurre en este atribulado mundo y escribe sobre eso. Y por eso trata de hacer algo para reducir aunque sea un poco la cantidad de dolor que se respira”.

El periodista Eleuterio Gabón, nos entrega una crónica de la conferencia de Empar Salvador -autora del libro “El genocidio franquista en Valencia” y presidenta del Fórum per la Memòria del País Valencià- en la Universidad Jaume I de Castellón. En su discurso, la activista denuncia la reiterada injusticia social e histórica en torno al genocidio llevado a cabo en el País Valenciano, último frente de resistencia anarquista, por el franquismo. Este crimen de lesa humanidad permanece ignorado. Aún en la actualidad, el gobierno democrático español, con su legado fascista, se muestra sordo e insensible al reconocimiento de este crimen. Pero la justicia es también la remembranza del pueblo vencido.

En este planeta llamado Tierra, habemos muchos, los más, que lo habitamos en la precariedad, aunque esto no significa que carezcamos de lo indispensable para sobrevivir con decoro: nuestra imaginación. Para salir adelante, en Uruguay, Argentina, Cuba, México, y en otros países y en otros continentes, reutilizamos los desperdicios de las sociedades industriales y de consumo, y los transformamos en un “hecho estético”. “Lo precario”, nos dice Walter Cruz (Salto, Uruguay, 1969), “es lo viejo y desvencijado vuelto a la vida”. Es aquello otro inmaterial que nos habita, aunque se esfume al momento de solo pronunciarlo. Inspirado en esta condición tan humana, el artista plástico uruguayo ha montado la instalación Bordes de lo precario.