Carlos Pereyra: lo radical es la política.

Carlos Pereyra por Jorge Durón.

Por Alfonso Vázquez Salazar

 
I. Marx no era marxista. En rigor nadie debería serlo.

Quizá a Pereyra le hubiera disgustado ser identificado como un pensador de la izquierda radical, pero si él mismo afirmaba no ser marxista —del mismo modo en que Marx lo había hecho cuando le preguntaron su opinión sobre aquellos que decían ser sus seguidores—, y pedía además tomarse en serio dicha aseveración debido a que arrojaba un tufo de secta religiosa tanto a la actividad intelectual como a la lucha política, eso no implicaba que su pensamiento no estuviera impregnado profundamente por el del filósofo de Tréveris ni que no reconociera lo que a su juicio constituía la principal aportación de su obra: un determinado modo de pensar la realidad, es decir, un cierto tipo de “actividad intelectual”, ciertamente radical y crítica, pero que iba más allá de meras tentativas dogmáticas o de cierto tipo de modelos teóricos abstractos sin ningún tipo de mediación con la existencia concreta de las formaciones sociales.

El modo de pensar planteado por Marx, pues, suponía sumergirse en las profundidades de la realidad histórica no sólo para dar cuenta de los complejos y variados procesos que la conformaban, sino también para desde ahí socavar todas las petrificaciones ideológicas que de ella se hacían, y que reclamaban la necesidad de su comprensión efectiva para desmontarlas y actuar conscientemente sobre ellas.

Por esa razón, Pereyra también señalaba la principal insuficiencia del pensamiento de Marx y de ahí también la necesidad de la crítica de sus planteamientos: la carencia de una reflexión más profunda y minuciosa sobre el fenómeno de la política. Pereyra detectaba en Marx una “insuficiencia en su elaboración discursiva de un espacio para pensar la política”. Era sumamente duro: le llamó a ello la “ceguera política de Marx”, la cual consistía en haber logrado, paradójicamente, dar cuenta de manera formidable del complejo mecanismo de la reproducción del capital y de la modernidad capitalista, y simultáneamente plantear un esquema demasiado simplista para conseguir el propósito de su cancelación definitiva, con lo cual no solo limitaba sino que incluso negaba las posibilidades para entender el lugar de la política en ese proceso.

Dicho en otras palabras, Marx había relegado lo político a un plano secundario, meramente superestructural, que se explicaba por la simplificadora fórmula economicista o el reduccionismo sociológico de la lucha de clases. La política para Marx, pues, era sólo un epifenómeno del que sólo se podía dar cuenta a través de la estructura económica de una sociedad determinada.

Esta tosca concepción de la política, a la que siempre sometió a crítica Pereyra, solo podía conducir a un radicalismo despolitizado o a la impotencia en la acción, además de que no podía desligarse del tipo de instituciones que precisamente habían surgido en los denominados países del socialismo real y que también ya habían entrado en crisis por devenir en meros regímenes despóticos tomando al marxismo como su doctrina oficial.

Tal concepción de la política en Marx, de acuerdo con Pereyra, partía de una serie de presuposiciones que no se encontraban suficientemente fundamentadas: en primer lugar, la afirmación de que la lucha de clases llevaba a una práctica política supuestamente revolucionaria significaba partir de la idea de que la estructura social y las clases en las que se expresaba bastaban por sí mismas para caracterizar casi de manera directa e inmediata a la lucha política; es decir, partía del supuesto de que las clases sociales ya eran en sí mismas sujetos políticos plenamente constituidos, conscientes de sus intereses, y a los que no hacía falta más que darles un cauce espontáneo a través de un partido de vanguardia —en el caso de la clase obrera— para que acometieran la lucha final contra la explotación capitalista.

Además, también abonaba a esta concepción reduccionista de la política el hecho de que la teoría social de Marx partiera de un determinismo teleológico que conducía de manera inevitable hacia una meta histórica preestablecida —el fin del capitalismo— y a una especie de escatología en la que dicha meta debiera ser consumada por un acto necesariamente revolucionario.

De esta manera, se cancelaban las vías para pensar con mayor rigor el lugar de la política en el espacio social, el cual no se reducía de forma exclusiva a la acción de las dos clases fundamentales de las que hablaba Marx en su obra, ni mucho menos al estallido revolucionario último con el que se transitaría de manera definitiva hacia otro tipo de sociedad; por el contrario, la acción política tenía que ser pensada a partir de una complejidad social mayor donde interactuaban también otro tipo de agrupamientos sociales y otras clases que se derivaban de las fundamentales, y tenía también que tomar en cuenta las condiciones históricas en las que se desarrollaban las distintas realidades sociales que se buscaban transformar, ya que la realidad europea era diferente a la de América latina y, al interior de ésta, el contraste y el nivel de desarrollo histórico entre los distintos países que la conformaban también era sumamente variado.

Todo ello llevó a Pereyra a explorar primero en la filosofía de Louis Althusser y después en el pensamiento de Antonio Gramsci las claves para pensar con mayor rigor el ámbito de la política, pero no de manera indeterminada sino a través de las condiciones históricas concretas de la realidad social mexicana, la cual era atravesada por dos aspectos que habían sido igualmente relegados de la obra teórica de Marx: la dimensión nacional y la cuestión democrática.

Fotografía de Allen Galeana.
Fotografía de Allen Galeana.

II. Punto Crítico, La Cultura en México, Solidaridad, Cuadernos Políticos, Nexos: la cartografía de una inteligencia militante.

Pereyra perteneció a una generación intelectual que se desplegó a partir de la aparición del primer número de la revista Punto Crítico en 1972. Dicha publicación fue dirigida en su primera época por Adolfo Sánchez Rebolledo, hijo del decano del marxismo en México y maestro de Pereyra: Adolfo Sánchez Vázquez. En el primer número se advierte ya el principal objetivo de la revista: constituirse en un órgano de información y análisis político con la finalidad de brindar un diagnóstico de la situación nacional a partir de la crónica de los principales movimientos sociales de la época, además de que la propia revista simbolizaba la convergencia y la unión entre un grupo de jóvenes intelectuales, entre los cuales se encontraban Adolfo Sánchez Rebolledo, Carlos Pereyra y Rolando Cordera, entre otros, y un grupo de dirigentes políticos del movimiento estudiantil de 1968 que habían estado recluidos en Lecumberri por casi cuatro años y que concibieron la idea de fundar la revista desde la cárcel. A estos últimos pertenecían Raúl Álvarez Garín, Gilberto Guevara Niebla, Roberto Escudero, Luis González de Alba, Salvador Martínez Della Roca y Eduardo Valle, entre otros más. A ellos se sumaron además otros tantos que regresaron del exilio justo a mitades del año 72.

La revista partía de una tesis sostenida por los dirigentes estudiantiles: la generación universitaria que protagonizó el movimiento de 1968 pronto transitaría al mundo del trabajo, y era allí donde tenían que poner todos sus esfuerzos para activar una movilización política que hiciera avanzar un proyecto distinto al del oficialismo priísta en la sociedad mexicana. No se trataba de realizar una nueva e improbable puesta en escena del movimiento estudiantil de finales de los sesenta, sino de impulsar una corriente de pensamiento y acción política claramente basada en ese diagnóstico de la situación nacional para buscar la forma más eficaz de conectar con los intereses de la población y no cometer los mismos errores de la movilización estudiantil.

El proyecto de la revista se oponía a los supuestos culturalistas y espontaneístas que algunos intelectuales como José Revueltas observaban y exaltaban como la esencia del movimiento estudiantil, y más bien encaminaron sus análisis hacia la comprensión del vasto crisol político que otorgaban las distintas movilizaciones populares que despuntaban en la década de los setenta para la elaboración de un programa mínimo de acción. Sin embargo, las diferencias al interior de la revista comenzaron a surgir cuando irrumpieron las organizaciones guerrilleras en el horizonte nacional, ya que con ello se trazaron dos posiciones políticas claramente opuestas: por un lado, la justificación e incluso simpatía por la violencia armada de parte del grupo de los activistas, y por el otro, la crítica incisiva a las acciones de aquellos organismos que eran consideradas por el grupo de los intelectuales como contrarios al proceso de organización política de la izquierda que se buscaba construir en México a mitades de los años setenta.

Esa crítica al radicalismo despolitizado de las guerrillas urbanas se muestra de manera contundente y lúcida en el libro Política y violencia de Pereyra, publicado en 1974, y en algunos artículos firmados por él en el suplemento La cultura en México de la revista Siempre. Ahí fue cuando este grupo de intelectuales y el propio Pereyra comenzaron a madurar una concepción distinta del Estado mexicano que pasaba por la comprensión de la dimensión nacional-popular que lo configuraba y la caracterización de uno de esos movimientos sociales de los que dio cuenta Punto Crítico y que atrajo la simpatía del grupo: la tendencia democrática del SUTERM (Sindicato Único de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana) dirigida por Rafael Galván.

La Tendencia Democrática planteaba la necesidad de reorganizar democráticamente a los sindicatos de industria del país, incorporados en los hechos al Estado mexicano, con la finalidad de obtener una mayor autonomía política y con ello, mediante una amplia movilización nacional-popular, tener la capacidad suficiente de influir de manera decisiva en las decisiones y en la orientación social del sistema político y contribuir a un proceso de democratización de la sociedad mexicana. Mientras que para los ex dirigentes estudiantiles la Tendencia Democrática era considerada como un movimiento nacionalista, burgués y reformista, para el grupo de los intelectuales representaba la cristalización de todo un programa político basado en las condiciones históricas de la realidad mexicana y no en una demanda estrafalaria proveniente de algún modelo teórico abstracto. Esa caracterización de la Tendencia Democrática los llevó a romper con el grupo de los ex dirigentes estudiantiles y a fundar el Movimiento de Acción Popular (MAP) que después se unió con el Partido Comunista Mexicano (PCM) y otras organizaciones de izquierda en 1981 para formar el Partido Socialista Unificado de México (PSUM) y del que finalmente, al fusionarse con el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), se fundó el Partido Mexicano Socialista (PMS) en 1987. En todas esas organizaciones políticas militó Carlos Pereyra hasta su prematura muerte en el año de 1988 cuando contaba tan solo con 47 años de edad.

Paralelamente, fue colaborador de la revista Solidaridad de la Tendencia Democrática del SUTERM, fundó la revista teórica Cuadernos Políticos, junto con Adolfo Sánchez Rebolledo, Arnaldo Córdova, Rolando Cordera y Carlos Monsiváis, y fue miembro del consejo editorial de la revista Nexos, entre otras publicaciones. Su trabajo teórico e intelectual se condensa en Política y Violencia (1974); Configuraciones. Teoría e historia (1979); El sujeto de la historia (1984); y en la póstuma Sobre la democracia (1990). Todavía falta por hacerse la compilación completa y la valoración crítica de sus artículos periodísticos publicados en distintos medios impresos como La cultura en México, Novedades, Excélsior, Unomásuno y La Jornada, entre otros.

III. Lo radical es la política.

El principal legado de Carlos Pereyra, a mi juicio, es la realización de una obra que se plantea siempre como intervención política. Un determinado modo de pensar la realidad social a través de las distintas encrucijadas y momentos significativos de su despliegue. La de Pereyra es una reflexión que no puede desligarse del momento histórico en el que se realiza, pero que justamente por su clarificación y precisión conceptual es no sólo un registro de la circunstancia histórica nacional en un momento determinado sino una lúcida y rigurosa puesta en acción de la teoría sobre la coyuntura que pone las bases de un agudo análisis que además de hacer visible la complejidad histórica de nuestra realidad social otorga también las claves imprescindibles para dar cuenta de su devenir político.

Justo en un momento en el que un vigoroso movimiento nacional-popular encabezado por Andrés Manuel López Obrador triunfó de manera contundente en las elecciones presidenciales del pasado primero de julio es fundamental regresar a Pereyra para comprender los retos y las claves históricas y políticas en las que tal movimiento se desenvuelve. Con ello se podrían obtener las categorías y los elementos teóricos indispensables no sólo para determinar los límites y las posibilidades reales de la incidencia de dicho movimiento en la vida pública de nuestro país, sino incluso para potenciarlo y hacerlo avanzar de manera viable y paulatina hacia las grandes transformaciones sociales que busca concretar en México.

Hoy como ayer, tal como lo sugería Pereyra, lo verdaderamente radical sigue siendo la política, a la que el filósofo siempre reivindicó por encima de voluntarismos ingenuos y de modelos teóricos abstractos.

*

Alfonso Vázquez Salazar nació en la Ciudad de México en 1978. Es filósofo, escritor y ensayista político. Profesor Titular “A” de Tiempo Completo Definitivo de la Universidad Pedagógica Nacional y académico del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Miembro del Seminario de “Epistemología y crítica jurídica: ontología del pensamiento político en América Latina”, adscrito al CEIICH-UNAM. Actualmente realiza estudios de Doctorado en Filosofía Política en la UNAM con el proyecto de investigación: “Carlos Pereyra y la perspectiva socialista en México. El debate político e intelectual de la izquierda mexicana sobre el significado del socialismo, la cuestión nacional-popular y la democracia en las décadas de los setenta y ochenta”.