Rey Mono o el imperio de la imaginación poética 

Portada de Rey Mono, ilustración de Gabriel Pacheco.

 

Por Leopoldo Lezama

 

 

I

 

Hace unos años, en la Habana, Cuba, en uno de esos austeros cafés que abundan alrededor del Paseo de los leones, conversaba con un viejo poeta (un exfuncionario del Ministerio de Cultura), sobre la biblioteca personal de José Lezama Lima. El octagenario explicó que en toda la isla, y quizás en el continente entero, difícilmente se encontrarían libros más increíbles que aquellos que habían llegado por mar de todas partes del mundo. “La propia María Zambrano obsequió al maestro joyas filosóficas del Oriente que aquí no se conocían”; dijo, y entre los títulos que soltó con la misma cautela con que se va descifrando un secreto, recuerdo Las memorias improvisadas de Paul Claudel, Las meditaciones sobre el Evangelio de J. B. Bossuet, y un raro ejemplar, célebre en China durante siglos y casi desconocido en castellano: Rey Mono, novela de aventuras de corte fantástico y místico, que Lezama habría tenido entre sus predilectas. “Un tesoro que es el imperio mismo de la imaginación poética”, habría dicho el autor de Paradiso. El libro tuvo un destino desconocido, como muchos de aquella hechizada biblioteca de la calle Trocadero. De igual forma, aquella charla, vaporosa, como la humedad del malecón habanero, se fue desdibujando con el correr de los años.

 

II

 

Lezama, en su “Cantidad hechizada”, ensaya ideas magníficas sobre el origen de la poesía, y menciona “la unidad ululante y penetrante de una cacería”. El germen poético se extravía, pero la sensibilidad, en un esfuerzo nocturno, la trae de vuelta. Los sueños, como los demonios, dice algún profeta, siempre están a la caza de un espíritu disperso. También las referencias perdidas en el tiempo, de pronto regresan como un oleaje al amanecer. Y es así como, en medio de las confluencias del espacio y el tiempo, hace unos días la editora Wendolín Perla me hizo llegar una colección de libros de su espléndida editorial naciente (perla ediciones) y entre ellos, aquella magnífica obra, que, hoy sé, fue traducida a la lengua inglesa en 1942 por el orientalista Arthur Waley. Poco a poco el enigma se va deshilando: se trata de un clásico de la literatura china atribuido al poeta erudito de la dinastía Ming, Wu Ch’êng-ên, escrito en la segunda mitad del siglo XVI. El tema es la hazaña del monje Hsüan Tsang en su peregrinación a la Montaña Sagrada, en la India, para recuperar las antiguas escrituras del budismo (el Vinaya, los Sāstras y los Sūtras). Dichas escrituras llamadas “del vehículo mayor”, son capaces de transformar las vidas de los habitantes del universo, pero sobre todo, son las únicas que pueden salvar las almas de los muertos, promesa que tiene pendiente el Emperador de China a su paso por el Inframundo. Entonces Buda encomienda a la bodhisattva Kuan-yin, buscar a un sabio lo suficientemente instruido para realizar el viaje, y ésta elige al monje Hsüan Tsang, a quien apoda “Tripitaka” (el nombre en sánscrito de las propias escrituras sagradas: las tres pitakas, tres canastas, el contenido de todo el canon antiguo budista). Tripitaka se hace acompañar de tres discípulos, criaturas inmortales arrojadas al “mundo inferior” como castigo por los males cometidos en la corte celestial: un Cerdo, un Dragón (quien será el caballo de Tripitaka), y el Rey Mono, el más audaz y poderoso, y quien con el paso de las páginas, se convertirá en el personaje central. El cuerpo del relato cubre las aventuras del monje y su séquito fantástico en un trayecto de catorce años y las grandiosas aventuras que se van encontrando a su paso. El hecho que habría inspirado la historia, es el viaje del erudito aventurero Hsuan Tsang a la India en el siglo VII, en el cual habría recuperado parte importante de los escritos del budismo antiguo conservados en sánscrito, y habría traducido más de mil textos al chino. Del voluminoso corpus que compone el Rey Mono original, Arthur Waley editó una versión abreviada, dejando un libro deslumbrante en un formato accesible.

 

III

 

Entrar al territorio del Rey Mono nos inserta en las maravillas y complejidades de un clásico de la literatura universal. Al hablar de los beneficios del libro, Waley señala: “Folclore, religión, alegoría e historia, sátira antiburocrática y poesía pura: estos son los elementos singularmente diversos de los que el libro se compone”. No obstante, quizás Weley peca de sintético, porque el asombro ante esta obra es mayor. El orbe poético y filosófico resulta insólito para un lector occidental. Además, el relato exige algunos conocimientos para disfrutarlo en todos sus niveles. Gravitan, extendiendo su manto de sabiduría ancestral, el confucionismo, el taosímo, los ejercicios del Ying-Yang, las oscuras prácticas alquímicas (pescar la luna para sacarla del agua), el ascenso y fortalecimiento del espíritu que implica el aprendizaje de las Cuatro Nobles Verdades; el sendero oculto que hay que recorrer para erradicar el dolor, entre otras artes del espíritu. Está, desde luego, el complicado camino hacia el Nirvana (Rey Mono, que lleva algunos cientos de años de entrenamiento, se entera que el Emperador de Jade, a quien intenta usurpar, lleva más de mil ciclos de ciento veinte mil años de perfeccionamiento). La geografía, la cosmogonía, la zoología, la herbolaria, los seres que habitan los múltiples mundos, responden a una secuencia fantástica, al igual que su lenguaje y su manera de actuar. Un monte queda preñado por el vigor de la luz del sol y la gracia de la luz de la luna; de esa unión surge un huevo de piedra que finalmente engendra al Mono sagrado. Este Mono se vuelve rey al descubrir detrás del corazón de una cascada, una lujosa cueva para sus hermanos. Un día siente un deseo de trascendencia y sale de su reino en busca de un maestro que le enseñe el secreto de la inmortalidad. Rey Mono también aprende a volar, a hacerse invisible, a crear fuertes ventarrones, y a multiplicarse arrancando y escupiendo un mechón de sus pelos. Al ofender con su arrogancia a los Dragones del marel gran Emperador del Jade, Lao Tsé y el propio Buda, que funge como la máxima autoridad de los cielos, lo arrojan al mundo terrenal. Si uno parafrasea una historia semejante a un interlocutor cualquiera, se pensaría que en efecto, estamos “ante el palacio mismo de la imaginación poética”. Y es que el grado de fabulación es absoluto: los dioses celestiales pueden convocar a las estrellas, los relámpagos y los espíritus del fuego para arrojarlos contra sus enemigos; los planetas se asustan al presenciar las grandes batallas de Lao Tsé contra el Rey Mono; carpas doradas devienen en dragones reyes; las almas migran libremente de un cuerpo a otro, y Tripitaka, en sus desventuras, es auxiliado por espíritus de planetas que se aparecen en la forma de benévolos ancianos.

IV

En el Rey Mono las confluencias culturales brotan en todo momento: los secretos del Ying-Yang, la bondad cristiana, las transmigraciones celtas, los proverbios bíblicos. Merodea estas páginas el Hades griego, el infierno dantesco y el paraíso cristiano (el cielo es para los espíritus y el inframundo es para los fantasmas), dice Lao Tsé. Y ante este torrente de simbologías que se desbordan, el diálogo con otras literaturas y mitologías es inevitable: la concatenación de las historias nos recuerda el tejido narrativo de las Mil y una noches, y en aquellos emisarios que llevan las almas del mundo de los vivos al reino de la Oscuridad, está la sombra de Caronte (…atravesaron el río de la Muerte y en seguida llegaron a la ciudad de los asesinados). Fa-ming, abad de un templo, recoge al bebé Hsuan Tsang de una tabla que flotaba en un río al pie del templo de la Montaña de Oro, al igual que Mosiés es recogido del Nilo luego de haber sido arrojado por su madre. En el fondo, Rey Mono es una fábula del camino a la iluminación y al supremo equilibrio que enseñan el Tao y la filosofía budista (Desde la infancia he llevado una vida religiosa, y ahora estoy más allá del nacimiento y la destrucción, le dice Rey Mono a un Dragón monarca).

V

En la vertiente budista llamada el hinayana, el discípulo aspira a una transformación (arhat, o buda individual), para conquistar las grandes verdades y ser digno del Nirvana. Rey Mono y Tripitaka, una vez cumplida su misión, son ascendidos a Budas premiando así la magnificencia de sus actos. En la vertiente nombrada mahayana, una vez conseguida esa conquista, queda aún la tarea de transmitirla. Trazar la palabra donde antes sólo habitaba el silencio; procurar el milagro en medio de un desierto infinito. Esa es la tarea mayor, y es la que hoy ha hecho Wendolín Perla al ofrecer su versión castellana de esta prodigiosa obra, porque ha logrado transmitir el profundo sentido filosófico de las sentencias, la alucinante fantasía de las aventuras, y la belleza de innumerables imágenes de altísima factura poética. Quede su esfuerzo para levantar la primera piedra de un nuevo y majestuoso imperio imaginario.

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Wu Ch´êng-ên, Rey Mono, Versión de Arthur Waley, Traducción de Wendolín Perla, perla ediciones, Ciudad de México, 2020.

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Ilustración de Gabriel Pacheco.

 

 

 

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Leopoldo Lezama es editor y ensayista. Es director de la revista electrónica Máquina.