Roma: nulidad en blanco y negro

 

Frida López Rodríguez

 

Toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en esto: en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido. Se es nulo, y se busca la nulidad; se es insignificante, y se busca el sinsentido. Aspirar a la superficialidad en términos superficiales.

Jean Baudrillard

 

La búsqueda de la identidad parecía ser tan sólo un fracaso que había quedado atrás, por debajo de la sombra de Samuel Ramos; sin embargo, ha llegado a las pantallas el último filme de  Alfonso Cuarón que retrata aquella ciudad de los años setenta junto con las fotografías de su infancia en la colonia Roma. Durante las últimas semanas dicha historia ha suscitado menciones en distintos medios de comunicación, sobre todo a raíz de las recientes diez nominaciones al Óscar, y a pesar de ello es evidente la ausencia del impacto directo de la propia película, es decir, los medios y la expectativa han trazado la única vía de evocaciones, desdibujando irónica y cruelmente a la obra fílmica.  El agua vacilando hasta filtrarse por las cañerías, a la vez que refleja el cielo urbano en el primer cuadro, podría ser la alegoría de la película: Roma aspira al cielo y lentamente inicia su caída hacia el suelo de concreto.

El retrato, la añoranza disparada hacia el futuro como una especie de sentencia a través del recorrido por la historia reciente del país y sus desgracias, termina por satisfacer a los artistas incapaces de enfrentar a la sociedad con sus posibilidades a partir de sus voces, aún más complejas que una secuencia de tomas en blanco y negro. El afán de retratar lo más fiel posible una época y la manifestación de las tensiones sociales se pierde al insistir en las repeticiones del presente, en los posicionamientos que más que nutrir el debate, se han vuelto lugares comunes desde los cuales se alaba cómodamente a la tolerancia y al arte. Cleo, personaje central de la historia, es la ironía de nuestra narrativa actual: exponemos superficialmente lo que hemos sido y aún podemos ser.  Aún se cree en la integración romántica de las clases sociales y se justifica con el optimismo que esconde la explotación cultural de las “minorías”, las cuales no quedan retratadas con sus miedos, aspiraciones y necedades; se les continúa retratando como algo más que humanos, como seres perfectos debido a una inocencia indiscutible. Y aún en la película más redentora no es posible cambiar el destino: las desgracias lo son por su persistencia. Esto no quiere decir que no tenemos opciones, sino que el arte que se proponga ser fiel, no lo es sencillamente por su capacidad de captar de forma hiperrealista los detalles de la cotidianidad ni por trazar ad hoc su aceptación ideológica sino “por cumplir con el destino en todas sus posibilidades: las imaginarias”, tal como lo expresó Lawrence Durrel.

Los espectadores mexicanos son dignos de ser tratados como algo más que números de asientos en una sala de cine o subscriptores en una plataforma digital; exigen ser considerados como personas reales que se enfrentan a situaciones que la mayoría de los críticos y artistas no conocen. Un buen punto de partida para una óptica que enriquezca la vida cultural del país es aceptar esta distancia y ello marcará una diferencia enorme: porque no se tratará de otra simulación más (del creador que cree estar por encima de toda la experiencia social) sino de un esfuerzo genuino por comprenderla, esfuerzo que por su sagacidad y pasión puede llegar a ser sublime, pero sobre todo, honesto.

Slavoj Žižek afirma que la película ha sido laureada por las razones equivocadas: él resalta que lo valioso es la narración del descubrimiento de la conciencia social acontecido en la misma Cleo; sin embargo, de nuevo romantiza al arte y a la propia Cleo como símbolo de la sociedad marginada: cree que una obra de arte sólo se reduce a la trama de un solo personaje. Actualmente no podemos dejar a un lado la apreciación de una obra como un proceso, como una articulación material, ideológica, técnica y estética. Y desde esta otra apreciación podría afirmarse que las razones de Žižek también son erróneas, porque él se centra en el “progreso ideológico” de una mujer marginada que depende tanto de las circunstancias como de las decisiones de sus empleadores; no obstante: toda su apreciación se centra en este proceso mental y subjetivo que no es directamente el de una mujer trabajadora, sino que es el proceso de la interpretación de Cuarón sobre su idea de una mujer marginada.

Lo anterior podría parecer un detalle insignificante pero no es así dado que esto es una ruptura, el momento de desfase al que toda pieza artística se enfrenta: la interpretación-ilusión frente a la recepción-aceptación. Por ende, así como Žižek detecta una tensión entre la  mentalidad del personaje principal y el contexto dentro del filme, también existe otro nivel de confrontación: entre el mundo interno de la película y el contexto fuera de ella. La pretensión de hallar nuestra identidad a través del artificio de la añoranza de la ciudad perdida atravesada por la “mirada ética” aceptada por la opinión pública en tendencia es una estrategia que tiene como objetivo exponer lo grotesco pero premeditadamente; es decir, la desgracia aparece entre paréntesis, entre los límites de la opinión aceptable. Y de esta forma se presenta la ironía entre el mundo interno de la película y lo externo:

Así se realiza la profecía: vivimos en un mundo de simulación, en un mundo donde la más alta función del signo es hacer desaparecer la realidad y, al mismo tiempo, enmascarar esta desaparición. El arte no hace otra cosa. Hoy, los medios masivos no hacen otra cosa. Por eso están condenados al mismo destino. (Jean Baudrillard, El complot del arte)

La anulación de una búsqueda genuina es un horizonte desconsolador para el debate sobre el arte en el estado actual del país, el cual exige comprometer al arte y a la sociedad a una dinámica más auténtica, en el que se busquen alternativas a las aceptaciones prefabricadas así como a las entropías definitivas, porque el pesimismo eterno es otra forma de buscar la aprobación superflua en nuestros días. Superar el temor de reiniciar los debates morales y culturales puede ser la vía para evitar la inercia de la profusión, de esta obsesión por acumular el pasado, el presente y el futuro bajo innovaciones-artificios que pueden engullirlo todo sin arriesgar nada. También se debería renunciar ya a la evasión de nuestra identidad y dejar a un lado el reciclaje publicitario de relaciones simbólicas y de poder (que, claro, nunca dejaran de intervenir), pero que podemos afrontar desde las posibilidades genuinamente artísticas y con ello imponernos sobre la hiperrealidad (la pretensión de la literalidad banal) que tan sólo encadena tanto a los artistas y a la sociedad a un círculo viciado por la complacencia.

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Frida López Rodríguez (Cd. de México, 1995). Tesista de la Licenciatura en Filosofía en la FFyL de la UNAM. Actualmente forma parte del Consejo Editorial de la Revista de la Universidad y del Consejo de Jóvenes de Cultura UNAM. Miembro del proyecto de investigación de Epistemología y Crítica Jurídica del CEIICH-UNAM. Ha sido Consejera Académica estudiantil en el período de 2016-2018 y miembro del Laboratorio de Iniciativas Culturales Piso 16.