Rostros y paisajes

La mirada de Alejandra Trazos

Del imaginario surge el paisaje, un latigazo eléctrico que se va definiendo a cada centímetro de trayecto, un espacio que está siempre en la tarea de constituir su propio semblante. Un panorama que desafía lo estático y da la impresión que estallará en ráfagas de luz. Del imaginario se crea la ciudad; cuando Alexander von Humboldt descubrió la Habana del naciente siglo XIX, escribió: “la gracia, que, en nuestros climas embellece los paisajes de naturaleza culta, se mezcla aquí a la majestad de las formas vegetales, al rigor orgánico que caracteriza la zona tórrida”, y más adelante, dice que el espectador, ante la monumentalidad de lo que observa, “trata de entender los elementos diversos de un vasto paisaje”.

Así, las calles y montañas de Alejandra Trazos resumen el aspecto de la urbe y de esa majestad vegetal que se impone a cualquier esfuerzo de modificación del pensamiento. Una atmósfera que se va hilando en líneas temblorosas; madeja expansiva que deja brotar su contorno inquieto, y entonces queda la sensación de que las avenidas y los edificios se desintegrarán una vez vistos. Se trata de un ambiente que la mirada recupera “de paso”; los cafés de París, la selva boliviana, el pueblo de Machu Picchu, el río Titicaca, son un recorrido que la artista retiene en fugaces deslumbramientos. Bares, complejos habitacionales, boulevares, fachadas neoclásicas se entrecruzan con la robustez natural desplegando el relieve de una percepción modulada en bellos tonos fríos.

En el imaginario de la artista, el rostro también es un paisaje que se construye con la intención de extraer un carácter más que formular perfiles. La mirada se filtra por la oquedad que lleva al centro mismo de la expresión: del rostro queda lo esencial; del trazo, una condición que puede ser identificada en una emoción definitiva: solemnidad, tristeza, desparpajo. Porque es el rostro lo que establece una identidad y también lo que la destruye.

En el imaginario de Alejandra Trazos las formas relucen pero es el espíritu el que centellea; en sus dibujos conocemos la fisionomía de un espacio pero nos queda también el registro de su contextura anímica: la ciudad triste, el campo solitario, el café reflexivo. Nerviosa, con una intensidad de llamarada obsesiva, la mano de Alejandra Trazos ha logrado replegar a las formas para que no se extravíen, para no dejarlas retornar a la nada que eran.

Leopoldo Lezama

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