“Sin cigarros no hay entrevista”

Un encuentro con Óscar Chávez

Por Leopoldo Lezama

 

Óscar Chávez está sentado detrás de un grueso escritorio, en la esquina de una amplia sala de estar que le sirve de oficina, y de cuyas paredes cuelgan reconocimentos, cuadros y fotografías. Estamos en la colonia Roma. Y Óscar Chávez es el mismo de siempre: cabello largo y recogido, camisa café oscuro, chaleco de cuero, gesto serio y sereno. Nos ha recibido muy formalmente a las once de la mañana de un sábado de junio del 2007, poco antes de celebrarse en todo el mundo los cincuenta años de la publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, y por tal motivo nos interesaba saber la opinión del músico que, al menos en Latinoamérica, se encargó de hacer aún más famosa la obra maestra del novelista colombiano. Un par de amigos que entonces planeábamos hacer una revista universitaria, fuimos a una presentación de Óscar Chávez en la explanada de la facultad de Medicina en Ciudad universitaria, con la esperanza de interceptarlo al final y sacarle algunas palabras. El concierto fue épico, como todos los del trovador en la UNAM, y al final, mi buen amigo Irving Colina, diseñador y poeta, corrió detrás del escenario buscando suerte, y unos minutos más tarde, entre la multitud apareció sonriente para decirme que había hablado con la representante, y que había acordado una entrevista.

Íbamos a charlar con “El estilos” de los Caifanes, ni más ni menos.

El sábado llegamos puntuales mi amigo Irving y yo. Marta, su representante, nos abrió la puerta. Ahí estaba, serio y afectuoso. De una amabilidad distante, habría dicho Juan Carlos Onetti. Evidentemente no le importaba que fuéramos unos chavos sin oficio ni beneficio. Para alguien como Óscar Chávez, ser banda de la UNAM nos daba credenciales que no las suplen cargos o influencias. No teníamos mucho tiempo, ya que el músico tenía más tarde un ensayo con Los Morales, con quienes tendría un concierto en el Auditorio Nacional. Nos pidió que acercáramos dos sillas frente a su escritorio; encendí la grabadora, saqué la libreta con las preguntas. De pronto, Óscar Chávez empezó a hurgar en los bolsillos de su chaleco y su camisa; abrió con cierta desesperación los cajones de su escritorio.

Saben qué onda, no habrá entrevista.

¡Cómo maestro! ¿Por qué?

Sin cigarros no hay entrevista.

Irving y yo nos miramos desconcertados. Casi al instante el cantante ordenó.

Dile a tu cuate que se lance por los Raleigh aquí a la esquina.

Irving, de volada. No, no maestro, cómo cree. Nosotros invitamos.

Mientras mi colega va por los cigarros, Óscar Chávez se relaja.

¿Y ustedes qué onda? ¿En qué la giran?

Estamos queriendo hacer una revista universitaria, maestro.

Qué valientes, mano. Un negociazo.

Resistiendo en el arte, como usted lo ha hecho.

Bueno, eso sí, pobre pero decente.

Fíjese que mi mamá dice que usted es mi segundo padre (por primera vez Óscar Chávez suelta la risa).

No pues, qué amolada le diste. Necesita terapia tu madre, mano. Si me conociera.

Irving llega corriendo con los cigarros. El caifán rápidamente los abre y nos ofrece. Todos fumamos.

Ora sí.

Maestro, la idea es hablar de su trayectoria y también de su canción sobre Macondo, ahora que Cien años de soledad va a cumplir medio siglo.

Fíjate que yo tengo el primer ejemplar autografiado de Cien años de soledad. Conocí a García Márquez en los sesenta, en Radio UNAM. Ya lo había leído porque lo publicó la Universidad Veracruzana. Entonces yo era asiduo a los cafés y las librerías de la Zona rosa, y recuerdo que compré el libro ahí en la librería Cristal, y al salir, cosas del destino, ahí andaba García Márquez y le pedí que me escribiera una dedicatoria. “Es el primero que firmo, poeta”, me dijo. Imagínate el privilegio.

¿Oiga y lo de la canción cómo fue?

Esa canción es de Daniel Camino Díez, un cineasta peruano que yo no conocía. Entonces mi amigo Iván Restrepo me facilitó el disco y me dijo, mira, esa canción que viene ahí es para que tú la cantes. Yo conocía a García Márquez, me caía bien, entonces me pareció buena idea. Porque la original era un poco más tropical y yo la interpreté a mi modo.

Y fue un acierto.

Pues tuvo éxito, aún es de las más pedidas. Como “Por ti”,  que es una de las primeras canciones que escribí.

El tiempo lo contamos con los cigarros consumidos en el cenicero sobre el escritorio, que poco a poco va semejando un pequeño volcán de ceniza.

De su trayectoria, maestro, usted ha dedicado buena parte a recuperar la música popular mexicana.

Sí, creo que a eso me he dedicado, a rescatar la música mexicana. Desde que comencé a cantar en Radio UNAM y haciendo tocadas por las facultades, esa era la idea. El son huasteco, el son veracruzano, el bolero, el corrido. De todo tengo discos.

¿Y de otras tradiciones? ¿Por qué no cantó tango?

De hecho sí tengo un disco dedicado exclusivamente al tango.

Y usted es el mayor representante de la canción de protesta en México.

Bueno, era la época. Y yo no me siento “el mayor” ni nada de eso.

Es decir, usted en México es el equivalente a lo que es Silvio y Pablo en Cuba, Mercedes Sosa en Argentina, Víctor Jara en Chile.

En realidad yo nunca me sentí representante de nada. En dado caso fuimos muchos que estábamos en esa onda: Gabino Palomares, Amparo Ochoa, una extraordinaria cantante con quien yo tuve la oportunidad de trabajar. Con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés siempre llevé una muy buena relación, extraordinarios músicos. Y todo lo que significó la Revolución cubana para mi generación. Pero yo siempre estuve más enfocado en la música mexicana.

La sala se ha convertido en una fabulosa humareda. El ambiente se vuelve denso y contrasta con la luz que pega con toda su fuerza por la ventana. Suena el teléfono, Óscar Chávez hace un silencio para verificar si es algo importante. Nada. Proseguimos.

Maestro, siendo de la época, con un peinado a la Elvis Presley y una voz muy gruesa, ¿por qué no cantó rock?

Pues mi onda era más la canción de protesta. Además, me parece que el rock se estaba haciendo en lengua inglesa, con Bob Dylan, los Beatles y Los Rolling Stones. En México se hacían puras copias chafas y el rollo era más comercial. Y nunca me ha interesado la cuestión comercial.

Entonces usted cree que no hay rock mexicano.

Hay cosas interesantes, grupos jóvenes. Y a mí me gusta mucho por ejemplo Jaime López, con quien he trabajado, un cuate con muchísima calidad y contenido. El rollo de Jaime López, de Rockdrigo, eso sí me gusta.

El cenicero parece que va a desbordarse. La atmósfera asemeja más un espacio infernal donde se vislumbran a cada tanto pequeñas lucecitas que se encienden y se apagan. Sólo las voces dan señales de dónde se encuentra cada quién. Los Raleigh de nuevo están por terminarse.

Maestro, y con el éxito de Los Caifanes, ¿por qué no participó más como actor?

Bueno, de hecho yo estudié actuación en el INBA. Esa es mi formación. Pero el cine en México tampoco daba tantas alternativas de calidad. Todo se iba hacia lo comercial.

Y a qué dedica su tiempo libre.

Leo mucho.

¿Qué está leyendo ahorita?

Varias cosas, un libro de Tomás Eloy Martínez, cosas de poesía. Si no hubiera dado gritos me hubiera dedicado a la poesía. Claro, con el respeto que se merece.

Se ha acabado el tiempo. Le comento que en unos meses (2008), Random House publicará una larga biografía de Gabriel García Márquez. Le digo también que cuando salga la revista lo visitaremos para darle ejemplares. “Órale pues”, nos responde, sabiendo que eso no ocurrirá. Antes de irnos nos tomamos algunas fotografías y nos damos un abrazo.

Maestro, yo no puedo irme sin cantar a dúo con usted un pedazo de una canción.

No me hagas cantar. Apúrale pues porque ya nos vamos.

“Toma Elisa el puñal y traspasa

Ese pecho que amaste primero

Tú bien sabes que te amo y te quiero

Y por ti voy a ser infeliz”.

Aquí no hubo ninguna entrañable transparencia, sino una densa y exquisita catarata de humo. Los cigarros se han terminado, como la vida del máximo trovador que ha dado México.

Hasta siempre, maestro.

 

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Leopoldo Lezama es editor y ensayista, egresado de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Autor de En busca de Pedro Páramo (2019).