Tres poemas de Rasha Awale

Rasha Awale

 

Traducción de Agustín Cadena

 

 

 

 

 

Guerra

 

Siempre me ha encantado la guerra.

Me gusta meter las narices en guerras ajenas,

colocada del lado de los perdedores.

La derrota es una desilusión que se puede manejar,

pero la victoria es una promesa falsa.

Y yo sé escoger mis batallas:

morosas, aburridas y sangrientas como el tercer día de menstruación.

Tengo una guerra en la cabeza.

Tenía siete años cuando mi abuela me acusó

de robarme los dulces que guardaba bajo su cama,

y eso que a mí ni me gustaban los dulces.

Me dijo que robar para otros era pura estupidez.

—El ladrón que vive en mi cabeza —le dije—, habla quedito.

—Tan quedito que por él vamos a perder el Cielo  —murmuró

sin saber que para mí la sonrisa de “los otros” vale el Cielo.

Además, el ladrón de mi cabeza me dijo

que es malo esconder dulces bajo la cama,

donde sólo los monstruos se esconden.

 

 

Todo

 

Muéstrame las grietas de tu alma. Todas.

Cuando estás roto es cuando más te amo.

Enséñame tus miserias, tus dolores, tus remordimientos.

Cuéntame de aquel día

cuando lloraste tanto que te preguntaste

si no habrías exprimido todo el líquido de tus venas.

Y de aquel otro día

en que deseaste llorar, pero no pudiste.

 

Cuéntame cómo el transporte público

te daba claustrofobia.

Cuéntame por qué no te gusta caminar solo

y por qué cuando lo haces

vas tan rápido, como si te persiguieran.

 

¿Alguna vez te han perseguido?

Cuéntame si lo han hecho.

¿Tenías tanto miedo que echaste a correr

o tu miedo fue todavía más grande

y ni siquiera pudiste correr?

Cuéntamelo todo.

 

Quiero ser tu razón para llorar.

Lo digo como algo triste,

no como algo malo.

Bueno, de las dos formas.

Lo quiero todo.

 

Quiero ser la razón de la sonrisa

en que se conviertan tus lágrimas.

¿Alguna vez te he dicho

que no puedo recordar ningún momento

en que me hayas parecido más guapo

que cuando sonreíste después de llorar?

Te veía tan puro que me convertí en piedra

contemplándote.

Me diste un pellizco y me dijiste:

“Deja de mirarme así”.

Te contesté:

“Deja de darme razones para mirarte”.

Quiero ser la materia que pellizques,

el costal al que des puñetazos.

Lo quiero todo:

lo bueno y lo malo.

 

Un austriaco me dijo una vez:

“No dejes que tu amante vea

tus miedos y tus debilidades.

Ésos guárdalos para tus amigos”,

me dijo.

“Porque ellos sí saben escuchar.

Tu amante debe verte siempre alegre y feliz”,

me dijo.

“Esconde tus cicatrices”.

 

No quiero eso.

No quiero verte alegre y feliz.

Eso déjalo para tus amigos.

Yo quiero verte roto, hecho pedazos.

Quiero ver tus días oscuros

tanto como quiero ver los luminosos.

Quiero ver tus partes más feas, tus cicatrices ocultas.

Quiero oír tus malos pensamientos,

tus miedos más grandes

y cada una de tus pesadillas.

Lo quiero todo.

 

Aquella vez que gritaste porque el café no estaba bueno

supe que había un terremoto en tu corazón.

Y aquella noche en que no te disculpaste

y preferiste hablar de las elecciones,

la copa de futbol, la Primera Guerra Mundial y el cambio climático

esperabas mi respuesta.

Te contesté que ya sabía que fumabas.

Siempre lo supe.

Te reíste tanto que despertaste a los vecinos.

Quiero ser la razón de que despiertes a tus vecinos.

Quiero ser la razón de tu cambio climático.

Quiero ser el mundo de tu copa de futbol.

Quiero ser las bajas de tus guerras

y los candidatos de tus elecciones.

Quiero ser todo.

 

Quiero sentirme aplastada por tu tristeza,

crucificada por tus pecados

y perseguida por tu vergüenza.

Quiero llegar a odiarte tanto

que me duela quedarme contigo

y quedarme y tragármelo todo.

Lo quiero todo.

Hasta el último pedazo.

 

 

Lentes

 

Siempre supe que un día tendría que usar lentes.

Por eso debían gustarme.

Cuando algo te gusta, ya no “tienes que” hacerlo.

Y yo… nadie me obligó a usarlos.

A veces mi mamá me obliga a quitármelos.

Me escribe: “No eres tú cuando los traes puestos”.

Le contesto: “No sé cómo soy cuando me los quito”.

Sólo por joder, le mando el emoji de los lentes.

Se super enoja.

Me gustaría decirle:

“Quítame los ojos, pero déjame los lentes”.

Mas no sé lidiar con su enojo,

así que le mando mi foto sin lentes.

 

Mis lentes siempre están deformes:

de un lado se ven más altos que del otro.

Y no es que sea yo experta en comprar lentes baratos.

Lo que pasa es que a veces

me quedo dormida con ellos.

Y no es que quiera ver más claro en mis sueños,

es que tengo miedo de que estalle de pronto la guerra

y me obligue a levantarme corriendo de la cama.

Siempre hay alguna guerra acechándonos,

y yo puedo arreglarme con el hambre y la sed,

pero no podría sobrevivir sin mis lentes.

 

Ya estaba en quinto semestre de la universidad

cuando supe que definitivamente iba a necesitar lentes.

Las cuatro horas del viaje a mi casa

las pasé buscando un lenguaje para pedir mis lentes,

un “lenguaje” que no le diera a mi mamá la oportunidad de manipularme.

Necesitaba practicar mi tono más triste,

un tono que no revelara una felicidad que no podría explicar.

 

La primera vez que me puse mis lentes

tuve ganas de llorar y gritar

y abrazar a la gente en la calle,

a los vendedores,

a las señoras que iban pasando,

a los taxistas,

a quien fuera.

Me contenté con acomodármelos sobre la nariz

cada cinco minutos,

tal vez para estar segura de que ahí seguían

o tal vez porque me sentía como una niña

que disfruta su dulce favorito después de Ramadán.

 

Quisiera poder darte mis lentes

aunque fuera un ratito.

Si lo hago,

ya no podré ver

la tristeza de tus ojos.

Si lo hago,

tú vas a sentir que no ves nada.

Vas a andar buscando a tientas

el camino que te aleje de mí.

O capaz que sí veas

y así encuentres ese camino

por primera vez.

Tal vez.

 

*

Nota del traductor:

Conocí a Rasha Awale hace unos años, en mi taller de narrativa. Apareció en la primera clase y, modesta como es ella, me pidió que la aceptara. Desde el principio me di cuenta de que la nueva integrante era una narradora novata y una poeta de voz poderosa. Al final de la sesión la incriminé sin más: “Tú escribes poesía, ¿verdad?” Se confesó culpable y ahí empezó nuestra amistad. Empecé a descubrirla: teniendo raíces en Palestina, en el Líbano y en Siria, Rasha Awale viene de una estirpe marcada por el combate, el dolor y la pérdida. Por eso le preocupa lo que ocurre en este atribulado mundo y escribe sobre eso. Y por eso trata de hacer algo para reducir aunque sea un poco la cantidad de dolor que se respira. Por ejemplo, le gusta ir a un albergue para animales abandonados y llevarse los perros a pasear. Y también ha trabajado como voluntaria en escuelas para refugiados y en espacios juveniles de participación política. Es bloguera y activista en favor de los derechos de las mujeres, de los refugiados y de los jóvenes.

Rasha Awale nació en 1985, en Jordania. Además de su obra poética, escribe actualmente una novela situada en Siria, en el contexto de la guerra civil. Su blog: www.rashaawale.com