Dorothy en el país de la Tempestad

Judy Garland como Dorothy (1939).

Por Pável Granados

 

Los actores ensayan La tempestad. Como se sabe, William Shakespeare, de haber existido, debió de ser al mismo tiempo actor y director, además de dramaturgo de sus obras. Así que él, uno entre varios, se encuentra sobre el escenario mientras los tramoyistas preparan el efecto de una tempestad –olas y nubes de cartón, un enorme Eolo soplando con los cachetes inflados– que llevará entre sus turbulencias un buque lleno de actores. En ese instante, sin más preámbulo, una casa enorme old style del Middle West cae sobre Shakespeare aplastándolo abruptamente y dejando sólo sus piernas asomando bajo los escombros. La puerta de la casa se abre, y aparece una conocida adolescente (17 años)  con zapatillas rojas y un perrito en brazos.

DOROTHY: Mira, Toto, qué extraño. No se parece a Kansas. Y lo más raro es que hemos aplastado nuevamente a otro personaje. En este caso no es una bruja sino algo distinto. Qué extraño también que estamos en una especie de isla de utilería, y que la tempestad que nos trajo aquí también está hecha de cartulinas y nubes pintadas. Incluso pensé que seríamos ahora una especie de agencia de aplastadores de brujas, pero no lo parece, aunque debajo de nosotros está el dramaturgo, la bruja, el espíritu llamado Ariel y los otros personajes. Sólo uno está ahí en el rincón, temblando escondido, Calibán, pero a ése lo dejaremos para después. Ya tendrá espacio para su propio monólogo, si es que quiere tomar la palabra, o si lo dejamos, ya que su problema radica en saber si hablar o no, y en qué cosas decir. Se está buscando a sí mismo, está buscando palabras, así que las recoja y aprenda a hacer algo con ellas. No venimos de la nada, tenemos bastante conciencia de todo, desafortunadamente, porque entonces no hacemos mucho honor a nuestro rostro candoroso. De hecho, no le hacemos honor nunca. ¡Si supieran que tomamos pastillas para todo! Para dormir, para despertar, para abrir el apetito, para comer, para firmar autógrafos. Se sorprenderían, pero ése es el precio de la fama. No sé si usted, Mr. Shakespeare, tendrá noción de eso. (Ríe histéricamente) Ya veo que no. Creo que usted no dejó manuscritos, no estoy segura. Yo en cambio, tengo mis zapatillas rojas, no es el único par, pero valen bastante, y aunque yo no las hice, son como parte de mí. Hacen graciosamente ¡clin, clin! (las entrechoca y se oscurece de pronto el escenario, dejando sólo iluminada a Dorothy y a Calibán). Así está mucho mejor. Los que han robado el par de zapatillas en mi museo en Minnesota no podrán lograr estos trucos. Ni los curadores del museo Smithsoniano, que tienen otro par. De hecho, sólo yo, porque se los robé a una bruja. Es un acto de fetichismo. A mí no me interesa robarle sus zapatillas a este dramaturgo, pero me imagino que dentro de poco vendrán dramaturgos en montón a arrebatárselas. Así que me debo de apurar. Por lo menos a averiguar a qué he venido aquí. Tan bien que se está en Kansas, en donde nos gobierna el Partido Republicano, en el centro de los Estados Unidos. No soy más que una huérfana que vive con sus tíos granjeros, añorando los dorados días en que existía la esclavitud. Hoy salió una noticia en el periódico, por suerte hay wifi en este sitio alejado, y pude ver que los granjeros de Kansas están dispuestos a ayudar a los migrantes. Asimismo, leo que la Kansas City Southern, es decir, la gran empresa ferroviaria de mi ciudad, señor Calibán, espera con ansias la renegociación del TLC, pues su negocio es el transporte de mercancías que llegan de México. Así que puede considerarme una delegada de los empresarios de mi ciudad para aplastar brujas vernáculas –ya te imaginas: Chávez, Evo Morales, Salvador Allende, etc. Antes, este trabajo le tocaba a la CIA y a Henry Kissinger, pero hemos debido de modernizarnos, como en las épocas del pato Donald y ser buenos vecinos. A ti eso no se te había ocurrido, acércate, Calibán, vengo a rebelarte tu destino. Para eso he venido y nada más, con esta ropa brillante de brillantina. Hemos interrumpido la representación de esta obra así como la obra en general de William Shakespeare, para dar un bonito comunicado, y dada la trascendencia de lo que te diré ahora, hemos de escuchar un atractivo mensaje de nuestros patrocinadores. (Dorothy choca sus zapatillas y una pantalla presenta un paisaje de ensueño, con cascadas naturales y lagos cristalinos, hombres jóvenes y sonrientes, con el torso desnudo trabajan en una mina. Una voz seductora habla en off: “México es un gran país. Pensar en grande no basta, hay que actuar en grande, y nosotros lo estamos haciendo. Gracias a un gran esfuerzo, estamos realizando la inversión industrial más importante del país, la más grande en la historia de la minería en México. Transformamos un gran yacimiento en la mejor mina del mundo, Buena Vista del Cobre. Se requirió de talento mexicano y una poderosa infraestructura con tecnología de punta que cumple con estrictos criterios de calidad. Grupo México, una empresa de clase mundial”). Pues bien, he aquí mi anuncio: tú seguirás de esclavo durante los próximos siglos. Pero no te preocupes, una vez que me haya ido, podrás seguir viendo otros patrocinadores de tu esclavitud, mira: hay chicles de menta, chocolates, desodorantes, pomadas contra los hongos, shampoo de coco, pasta de dientes, coches y cantidad de productos con los cuales hacer llevaderos todos esos siglos. De todas maneras, te espera una gran transformación, pasarás por grandes cambios, muchos de ellos apasionantes. Figúrate que seguirás siendo el horror domado de la naturaleza. Eso tiene su atractivo, si lo sopesas bien. También debo decirte que Ariel, que descansa bajo estos cimientos, será una inspiración en el futuro, no así tú. Ariel vuela graciosamente, cantarinamente como si dijéramos, inspirando a los impresionables espíritus jóvenes, traerá bellas palabras de libertad. Tienes toda la razón al desconfiar de él, pues te prometía la manumisión, pero en realidad servía al hechicero Próspero. Heraldos de la libertad… Eso está muy bien, suena tan bello. Me recuerda los tiempos de George Bush jr., quien tanto trabajó para llevar libertad y democracia a los pueblos, sin importarle cuántos pueblos tuviera que asesinar con tal de lograrlo. Bush es lo más cercano al espíritu arielista, digan lo que digan, y si no lo niegan, deben de atenerse a las consecuencias. Tú, por tu parte, me da lástima tu parte, por cierto… tu parte tiene mucho atractivo, aunque no para mí. Mi historia tiene algo de simple. Te la contaré porque me has caído bien, no tan bien en realidad, pero aunque me cayeras mal te la contaría, ya que es una historia edificante. Debes de saber que vengo del reino de Oz, un reino bastante más pintoresco que éste, porque tenía un hermoso camino amarillo que me conducía al castillo en donde gobernaba ese mago que nadie había visto. En mi ruta encontré un león sin valor, un hombre de hojalata sin corazón y un espantapájaros sin cerebro, es decir, el equipo perfecto para lanzarme a la candidatura de mi distrito, así que los contraté y me fue la mar de bien. Incluso, en el Estado de México querían contratarlos. Pero el Mago de Oz resultó no ser tan buen mago, era sólo un hombre. Es cierto que tenía de su lado la maquinaria del poder, pero una vez que se traspasa ese umbral, el poderoso se mira inane. Pero eso tú no lo debes de saber. Para ti está sólo el aspecto seductor del poder. Ese doble aspecto seductor y temible. Pero el poder tiene miedo secreto de algo. Y ese algo eres tú. Sorprendente, ¿verdad? Pero eso no importa, y para que eso no importe debe de buscar la manera en que tú seas temible también, sobre todo para ti mismo. Debemos de desdoblarte, debemos de lograr que no te reconozcas, o de preferencia que te identifiques conmigo. ¿Te imaginas a ti mismo vestido de Dorita? Pues eso es exactamente lo que vamos a lograr. En otra ocasión te traeré los textos de Antonio Caso, de Samuel Ramos y de Octavio Paz, porque pesan mucho y no dejarían que mi casa se eleve por los aires. Eres el otro. Ahora bien, el otro debe de ser desconocido incluso para él mismo. A nosotros nos espantas, y por esa razón es correcto que se levante un muro entre nosotros y tú. Básicamente, tú, un personaje de teatro, encarnas un papel real, el de un continente nuevo y tal vez presentido. Te esperan muchas transfiguraciones. Te diré sólo una que me apasiona, ya que en el set de junto he llegado a ver algunas de sus filmaciones: el muerto viviente. (Comienzan a escucharse gemidos primero lejanos, ascendentes hasta que al final del monólogo de Dorita inundan el escenario, hasta parecer que están a punto de entrar en escena). Los he invocado. Me parece bien, al fin que hasta el último momento podré entrar a mi casa y desaparecer. El otro es el inconsciente. Lo leí en algún lado. No sé dónde, ya sabes que en Twitter ponen cada frase. Tu papel es darle forma a ese inconsciente, a esa extrañeza. Habitas en la tiniebla, afuera de esta ciudad que llamamos la razón. De ahí que te figuremos irracional, de ahí que quieras comer sesos, pues no los tienes, o los tienes podridos, y creamos que quieres comernos, un buen caníbal. Las nuevas películas, las más refinadas de este tema, nos dicen que los muertos vivientes han logrado obtener su propia racionalidad. Naturalmente, a los filósofos que tenemos contratados,  todo esto les repugna. A mí también. Yo prefiero que el inconsciente encarne en esa bruja a la que he cubierto, en aquella que me persigue o en los changos voladores que mandan a mi caza. Te sorprenderá que tienen una semejanza contigo, que si hacemos una retrospectiva cinematográfica nos sorprenderíamos al ver las diferentes transfiguraciones de nuestros miedos. Si no hace poco fui a ver Alien: Covenant. Es buen compañero de set, muy amable cuando nos encontramos en algún coctel. No es tan sorpresivo que yo la vea como un burdo plagio, ¿verdad? Una nave que cae sobre un planeta extraño. Una tripulación que busca el camino de regreso, o una utopía. Un androide que ha superado con mucho a mi triste hombre de hojalata. Aunque comparten su falta de corazón. En fin, oigo cada vez más cerca los gemidos que se arrastran y que llegan hasta aquí. Tú mismo Calibán, los temes, porque son como tú. No los puedes ver como tus similares. Yo me voy, que seguiré en busca de Kansas, o haré de cualquier lugar una franquicia de Kansas. (Entra por la puerta a su casa y la cierra suavemente. Después de unos segundos, vuelve a abrir para dirigirse a Calibán). ¡No olvidéis votar por mí en las próximas elecciones! (2017)

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Pável Granados

Pável Granados es ensayista, musicólogo y curador de arte. Actualmente es director de la Fonoteca Nacional de México.