El hombre y el abismo

Victor Hugo por Auguste Rodin.

Los trabajadores del mar, de Victor Hugo

 

Por Pável Granados

 

 

De los diecinueve años de exilio de Victor Hugo (1802-1885), que van de 1851 a 1870, los últimos quince los pasó en la isla de Guernsey, situada en el Canal de la Mancha. Lo que significa que en esa misteriosa isla se encontraba el novelista francés cuando escribió su famosa carta de 1867 pidiéndole al presidente Benito Juárez por la vida de Maximiliano de Habsburgo. En ese mismo sitio escribió su más importante novela, Los miserables, pero también esta bella novela, menos conocida, Los trabajadores del mar (1866), que tradujo al español el gran poeta Manuel Altolaguirre. No conozco la geografía de esta zona del norte de Francia, pero menos aún la geografía de la obra de Victor Hugo. Y ya esta isla me parece suficientemente compleja como para animarme a perderme más allá de los límites de sus costas. Mientras la leía, pensaba que se necesitaba un gran poder de observación para conocer estas costas, sus aguas y, especialmente, su gente, con un alma tan invadida por la inmensidad del mar como por la inmensidad de la superstición. Quién sabe si es más misterioso el mundo natural o el humano, cuál tiene más abismos y tormentas. Pero esto es casi un lugar común. Nada me gustaría más, para ilustrarlo, que citar y citar pasajes de esta novela, para dar una idea del mar, de los aterradores vientos que abren sus alas por las inmensidades del mar, de la furia humana que pelea contra los elementos… O ese terrible ser, el pulpo, cuya descripción me recuerda que la idea de la naturaleza cambia con los tiempos. En ese entonces, el mar es la metáfora de las limitaciones del conocimiento, y criaturas como el pulpo es la perfecta imagen de un enemigo. Olvidamos que la naturaleza es indiferente a nosotros, y que si le ponemos rasgos para volverla cercana a nuestro espíritu es porque olvidamos esos inmensos huracanes en que se hacen nada nuestros pensamientos candorosamente llenos de moral. Ese puño vigoroso que la naturaleza usa para golpearnos choca con el mundo humano, de ahí que sea tan asombrosa su idea del hombre, puesto que el protagonista compite con las águilas, con el pulpo, con el hambre, pero sobre todo con los demás hombres. Se llama Gilliat y es odiado por sus vecinos, y se encarga no obstante, de pelear contra ellos sólo por la esperanza. Pero incluso, la esperanza es su enemiga. Digo poco al querer decir mucho de esta novela, qué pena. No tengo la fuerza del escultor que fue Victor Hugo para modelar, línea a línea, un personaje que se opone al destino con más firmeza que las piedras, ya que las piedras sí se derrumban a lo largo del libro, pero no la voluntad de su personaje. Dije que podría pescar citas en estas páginas, y llenar mi propio barco de asombrosos pasajes. Esta cita con la que concluyo es una de tantas que pesqué, la pongo aquí no para que sea un pequeño bocado, sino una carnada para que la novela pueda picar el paladar de alguno que se acerque a leerla: “El desvarío, que es el pensamiento en estado de nebulosa, confina con el sueño y halla en éste su frontera. El organismo material humano, sobre el que pesa una columna atmosférica de quince leguas de altura, se fatiga por la noche, cae rendido, se acuesta y reposa. Los ojos de la carne se cierran. Entonces, en aquella cabeza aletargada, menos inerte de lo que se cree, otros ojos se abren. Lo desconocido aparece. Las cosas sombrías del mundo ignorado se acercan al hombre, sea que exista con él comunicación verdadera, sea que las distancias del abismo tengan una grandeza visionaria, parece que los vivos indistintos del espacio vienen a mirarnos, que tienen curiosidad por nosotros, los vivos terrestres.”

 

Victor Hugo. Los trabajadores de la noche / Les Travailleurs de la mer (1866), tr. Manuel Altolaguirre. Madrid, Espasa Clásicos, 2008.

 

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Pável Granados

Pável Granados es ensayista, musicólogo y curador de arte. Actualmente es director de la Fonoteca Nacional de México.