Epifanía política para los nuevos tiempos

Portada de Epifanía política.

Por Leopoldo Lezama

I

De ideologías y comuniones

El presente 2018 vivimos un momento crucial en México: finalmente pudo consumarse una alternancia en el gobierno después de muchos años de oficialismo priista (que por momentos cambió de rostro, pero que en realidad siguió manteniendo las mismas políticas de corrupción y privilegios). Hoy hemos presenciado la culminación de una serie de luchas populares que se remontan a los años sesenta y que abrieron brecha en las décadas en que el país adoptó el modelo neoliberal (años en que se debilitó al Estado, dejando los bienes de la nación en manos del poder privado).

La contienda por la presidencia del tres veces candidato Andrés Manuel López Obrador, el líder social mexicano más importante del siglo XXI, encendió las esperanzas luego de varios fraudes electorales y de dos sexenios de falsa alternancia. En los meses anteriores al primero de julio se vivió en México una sensación de que ahora sí se podría derrocar al régimen mediante la elección popular; se percibía un entusiasmo creciente a medida que se acercaban los comicios. ¿Qué ocurriría si no le reconocían el triunfo a López Obrador? El resultado fue avasallante: el tabasqueño ganó con más de treinta millones de votos, el mayor registro en la historia del país. Y aunque la elección no estuvo exenta de las prácticas sucias del viejo régimen, la ciudadanía hizo efectivo el recurso del voto.

En este contexto aparece el libro de Octavio Solís, Epifanía política. Del enamoramiento colectivo a la eficacia política, obra que entiende muy bien el presente de la realidad mexicana, desmenuzando las razones de ese fervor que ha vivido nuestro país. La tesis central del libro es que hay un estado que precede al inicio de toda revuelta social que tiene su origen en la exaltación de las pasiones, “síntoma de un fenómeno de mayor profundidad, pues hay algo previo que las enardece”; una corriente que va avanzando y va tomando forma en silencio; “río subterráneo que se nutre de la fuerza necesaria” para dar sentido a las acciones humanas. En este caso, los millones de votantes que refrendaron la victoria del candidato de izquierda es un hecho que venía fraguándose durante tres lustros.

El libro habla de la manera en que se construye un estallido social, la circunstancia en que los ideales son llevados a la acción con el objetivo de modificar el entorno de un espacio y tiempo determinado. Hay, dice Solís, la necesidad de una “claridad de rumbo”: así sucedió en la gesta independentista de 1810, y así ocurrió en la Revolución mexicana un siglo después. No obstante, estos procesos, al igual que el movimiento estudiantil de 1968, no fueron obra de la espontaneidad: germinaron en secreto y encontraron su momento para emerger. El 68 no fue el resultado de una pelea callejera sino la consecuencia del hartazgo frente a un sistema represor que no supo entender una juventud universitaria politizada y activa. Pese a su desenlace trágico, en el 68 se vivió “un idilio en el que la imaginación, el deseo, el ideal, invadieron la vida cotidiana”.

El texto recupera la parte irracional (sagrada, poética) que impregna toda revuelta y lo hace como un intento de revestir de dignidad al quehacer político. Una necesaria reivindicación de ese impulso creador que impulsa un estado nuevo de las acciones humanas, al igual que la poesía provoca una transformación profunda de la realidad por medio del lenguaje. Este “enamoramiento”, acota el autor, no se da por mera voluntad, sino porque hay las condiciones para que surja: “de igual forma, el estallido social acontece cuando se han propiciado las condiciones para ello”. Solís retoma las palabras de Gramsci cuando afirma que “el político de acción es un creador, un suscitador”; sin embargo, esos deseos deben desembocar en “el terreno de la realidad efectiva”, para “dominarla y superarla”. Una vez que hemos imaginado otro rumbo, añade, “tenemos que recurrir al realismo político, reinventar la utopía e insertarla en un mito colectivo, siempre bajo la égida de una ética y la crítica”.

Por su parte, la ideología es vista como un espacio donde se funden las pasiones humanas y una visión del mundo. Hay un momento en que las ideas tocan el territorio de la fe, y entonces ocurre la epifanía, “la teoría deja de ser un sistema lógico para transitar a un sistema de creencias. Se logra la conexión de la argumentación racional con las emociones colectivas: sólo entonces un planteamiento político podrá influir en una gran masa para que invada y dispute un espacio público”.

II

De líderes, izquierdas y nacionalismos

El análisis que hace Solís de la realidad mexicana es atinado: un país conservador y con un rango muy alto de tolerancia al abuso, se enfrenta al problema de que, llegado el momento, la derecha sabe cerrar filas para defender sus intereses. En contraste, la izquierda se disuelve en disputas puristas que imposibilitan la unidad, y “la política se hace con humanos y los humanos somos imperfectos; esencialmente contradictorios”. Entonces, dice Solís, “ningún candidato ideal de izquierda ganará las elecciones”, y por lo tanto, debemos aprender a leer la política más allá de nuestro “marco normativo”. No hay candidatos hechos a la medida de nuestras “expectativas discursivas e ideológicas”. Así, añade, “la única manera de permanecer impoluto en el quehacer político, es no haciendo política”. Sectarios, los puristas “jamás construyen nada político. Desde su poltrona académica, o en las orillas de lo marginal, con el único consuelo de regodearse en su santificación ideológica”. Como ha quedado constatado en las recientes elecciones en México, aquella propuesta que logra concentrar el mayor número de corrientes es la que tiene mayores oportunidades de triunfo.

De igual forma, retoma el potencial regenerador del nacionalismo (el principio de soberanía y su iniciativa de recuperar los recursos naturales), pero advierte (como ocurre en el caso de los liderazgos): permanecerá siempre la tentación del autoritarismo. Recuerda que el modelo nacionalista en México entró en crisis en los años setenta y esto fue aprovechado por las políticas neoliberales para desmantelar el Estado social. De la figura del líder, dice que es el punto de encuentro entre las ideas y las masas, pues “se requiere ver, tocar, escuchar esa idea en voz de alguien para lograr la conexión” (agrega que es preferible que estas ideas se concreten en estructuras políticas en lugar de personalidades). Por otra parte, señala el hecho de que un movimiento social no puede carecer de dirección, y expone casos de liderazgos efectivos como el de José María Morelos y Pavón al frente de la lucha independentista. Sin embargo, también abundan ejemplos de efectividad política despojada de todo sentido humano, como el nacionalsocialismo alemán.

Solís hace un breve repaso de los movimientos sociales más importantes del último medio siglo mexicano; el de 1968, la coyuntura electoral de 1988 y el levantamiento zapatista, del cual reconoce haber renovado la idea de “liderazgo” con su principio de “mandar obedeciendo”; discurso que habría sido retomado sin mucho éxito por los estudiantes de la huelga de 1999 y por el #YoSoy132 en 2012. Desarrolla la tesis de que la izquierda para refundar su camino, tendrá que rehacer sus planeamientos y  buscar un discurso enemigo de la “momificación conceptual derivado de un dogmatismo ideológico”. Es decir, la necesidad de una redefinición de la izquierda tendrá que partir de una nueva interpretación de conceptos como: política, ética, democracia, partidos, nacionalismo, poder y liderazgo. En este sentido, sólo una nueva concepción de la izquierda llevará a una nueva praxis.

III

La ética al poder y el caso de México

Epifanía política es esencialmente un esfuerzo por identificar a la ética con la política, no como un mecanismo que adorne discursos demagógicos, sino como la creación de un legítimo andamiaje de valores que reconduzcan las ideas y las acciones humanas (retomar la política como el arte de la participación reflexiva en el espacio público, más allá de la mera disputa de intereses). Otra moraleja sería que sólo reivindicado la crítica en el ejercicio político se puede lograr el complejo equilibrio entre la efectividad de la praxis y la “medida normativa de la ética”: “La crítica es el respiro de las pasiones políticas; para ser, debe despojarse de fobias y filias, situarse en medio de la apología y la diatriba”.

Es de rescatarse también la idea de que aunque la efectividad política es fundamental para llevar a cabo cualquier objetivo, no puede ponerse por encima del triunfo moral, pues “los límites de la eficacia y efectividad política serán siempre los principios. Lo que permite reconocernos, pero sobre todo, diferenciarnos frente a aquello que pretendemos cambiar”. Se trata de devolverle a la política su poder creativo y su capacidad de modificar los comportamientos humanos: “política para ayudar, transformar, para reconocernos en el otro”.

En el caso de México, sostiene el autor, se vive un agotamiento de dos grandes polos de concentración política de izquierda: el zapatismo y el obradorismo; esto dejaría un vacío y entonces será necesario dilucidar otras rutas para las generaciones de jóvenes que están buscando nuevas formas de lucha. En esta refundación, la izquierda, acostumbrada al fracaso, tendrá que labrar su “memoria victoriosa”; no desechar el pasado, sino “asimilarlo como horizonte”. El diagnóstico que hace Solís de la necesaria reconstrucción de las izquierdas es certero, al igual que la afirmación de que el discurso zapatista se encuentra en un momento de declive.

Discrepo en cuanto a que el obradorismo está agotado, pues no sólo dio muestras de una enorme eficacia consiguiendo el poder, sino que ha planteado una nueva forma de hacer política con características propias bien definidas: la concientización acerca de las grandes problemáticas del país; el derrumbe del cerco informativo en contra de las organizaciones sociales; la defensa de la soberanía y los bienes nacionales; la no violencia (resistencia civil pacífica, la amnistía en un contexto de hostilidad extrema); la defensa del voto, y algo que aún muchos cuadros de la izquierda no ven con buenos ojos: la inclusión de los más diversos sectores (religiosos, políticos, económicos) en un programa común, pues este consenso es indispensable para propiciar cambios que beneficien a la sociedad. También ha sido innovador el obradorismo en no fomentar un discurso de enfrentamiento con los enemigos históricos de la izquierda: el régimen opresor, el alto empresariado, la iglesia, las fuerzas castrenses, los medios masivos, y en cambio ha procurado un discurso conciliador. Sin desdibujar los principios de justicia y la orientación popular, (sin declinar tampoco en la batalla por revertir las políticas privatizadoras), en esta nueva lucha se trata de hacer viable un enorme proyecto de transformación nacional. Al margen del líder, el obradorismo es también una manera de entender y hacer política que viene empujando desde hace dos sexenios, pero apenas comienza a concretarse. Bien ejecutado, puede ser un ejemplo de lucha y de ejercicio del poder para otras partes del mundo.

Coincido, en cambio, con la urgencia de remendar errores de revueltas del pasado y con la necesidad de una profesionalización de la política, que no sólo atienda las problemáticas sociales en momentos de coyuntura, y que sea persistente en el trabajo de sumar conciencias a la causa democrática. Coincido también en el llamado a la crítica como un indispensable vehículo para redefinir el rumbo de las izquierdas.

Un último punto importante que quiero resaltar es cuando habla de que las izquierdas no pueden acostumbrarse al fracaso permanente, y deben tomar el poder, pues sólo haciéndose de la rectoría del Estado conseguirán cambiar las condiciones económicas y sociales. Para esto habremos de asimilar que la crisis en la izquierda se debe esencialmente a la “desvinculación entre el ejercicio del pensar y la práctica política”, de manera que sólo el ejercicio crítico podrá hacer un diagnóstico amplio, y de esta manera ofrecer respuestas.

El trabajo de Octavio Solís puede leerse como un breve tratado de teoría política, o bien como la fábula razonada de hombres y mujeres que en un instante afortunado adquieren conciencia de su libertad. En efecto, los conceptos que el autor defiende son alentadores en tiempos de un evidente declive humano: la ética, la solidaridad, la esperanza, tienen una oportunidad ante la devastación. La pesada piedra que carga la historia en algún momento puede desmoronarse y la civilización tomar las riendas de su destino, “el momento en que es desterrada la sombra del miedo”. Es el incendio de la imaginación colectiva, instante de iluminación en que las masas logran visualizar nuevas rutas: “un fenómeno que pudiera considerarse religioso, por lo poderoso, lo detonante de la voluntad humana, lo inexplicable e impredecible”. La gran diferencia, dice Solís, es que esta unión no es con ninguna divinidad sino con ideas muy concretas de transformación social.

Es de resaltar, por último, que el libro que el lector tiene en sus manos sondea el espacio en que se entrecruzan la utopía, la praxis y un tercer elemento no muy definido, que sería el motor oculto que todo lo mueve. Porque si las sociedades para su reconfiguración requieren de un sistema de ideas y de un conjunto de mecanismos de acción, también precisan de una suerte de fe (“querer destruir lo establecido es una tarea que exige mística”; “trascender la razón y apoyarse en la voluntad”). Se trata, pues, de buscar “nuevas moradas para las luchas de igualdad social”.

Al final, queda un cuestionamiento que podría parecernos radical pero muy sensato: “¿Es posible cambiar el mundo sin tomar el poder?”.

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Apostilla

El primero de julio por la noche, cuando el titular del Instituto Nacional Electoral dio los resultados de los conteos preliminares de la elección presidencial, en las calles de México se vivió una explosión de júbilo. La alegría contenida durante mucho tiempo se desbordó de una manera que no se había visto en la historia reciente del país. Las multitudes que salieron a celebrar el triunfo de López Obrador sabían que algo muy importante estaba sucediendo: algo que tiene que ver con un verdadero cambio de rumbo en el país. Una alegría que va más allá de la razón pero se fundamenta en ella, (¿Enamoramiento razonado?). Ese quiebre histórico, ese viraje y esa refundación de la izquierda mexicana acaso ha comenzado ya. México tiene una oportunidad de empezar a revertir un modelo político y económico fracasado (el neoliberalismo), pero más aún, se abre la posibilidad de ver cumplidas las demandas de igualdad y justicia.

De ser así, el libro de Octavio Solís habrá resultado profético.

Agosto, 2018

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