La tumba: seis décadas de incendio

La tumba. Edición conmemorativa, Alfaguara, 2024.

Leopoldo Lezama

 

Para la familia Ramírez Bermúdez

 

La editorial Penguin Random House bajo el sello Alfaguara ha publicado una edición conmemorativa de los sesenta años de La tumba, la primera novela de José Agustín, obra que representó un punto de quiebre en la forma de concebir el arte novelístico pasada la segunda mitad del siglo XX mexicano. Se trata de una bella edición a la cual acompañan testimonios y fotografías que son un aporte esencial a los primeros años de la vida literaria de José Agustín (1960-1964), desde la redacción de sus primeros escritos, su viaje a las campañas de alfabetización en Cuba, hasta la publicación de La tumba.

Es un paseo por el tiempo y la circunstancia que vivía un joven escritor con grandes ambiciones literarias. Por sus escritos autobiográficos, sabemos que José Agustín a los once años escribía diarios, relatos, pequeñas obras de teatro, y un periódico escolar, emulando a su hermano Alejandro y a Gerardo de la Torre, mayores que él, que colaboraban con un periódico local. Precisamente es en esta etapa donde los testimonios de sus contemporáneos (sobre todo los de sus hermanos y el de su esposa Margarita Bermúdez), arrojan mucha información crucial para entender al escritor naciente. Los años que van de su niñez a su adolescencia son narrados por sus hermanos mayores, Hilda y Alejandro Ramírez, quienes describen a un genio que se posesionaba al contacto con la escritura: “Él tomaba la pluma, y haz de cuenta que desde el infinito le dictaban todos los libros. Ya traía ese don”. Hilda Ramírez nos revela que la familia contaba con lectores, músicos, maestros de escuela y rebeldes desde la época de la Revolución Mexicana. Hilda es una figura importante porque era la mejor amiga de Margarita Dalton, la primera esposa del novelista, y es también quien le presentó a Juan José Arreola, entonces su maestro de declamación en el INBAL.

Alejandro Ramírez recuerda que la primera narración de José Agustín data de 1955 (cuando el autor contaba con 11 años), y es un relato detallado de una pelea entre amigos de la calle Palenque en la Colonia Narvarte donde vivía la familia Ramírez Gómez, y en la cual tuvo que intervenir el padre con un disparo al aire. Gerardo de la Torre, compañero de toda la vida de José Agustín, a la postre esposo de Yolanda, su hermana menor, fue amigo de la familia y también uno de los primeros lectores de “Tedio”, el relato que es el germen de La tumba. Recuerda Alejandro Ramírez el interés de su hermano por el teatro, ya que asistían a clases con el actor Carlos Ancira, e incluso llegaron a representar obras juntos como El casamiento de Nicolái Gogol, dirigida por Juan Ibáñez. Hoy sabemos por estos testimonios que los hermanos fueron esenciales en la formación artística de José Agustín, ya sea en el gusto por el teatro y la lectura, o por la pintura, gracias a su hermano  Augusto “Gutti” Ramírez que estudiaba en la Academia de San Carlos. Sabemos que José Agustín era fanático del béisbol desde niño, al igual que su padre, quien jugó un tiempo en la Maya Pony League. También nos enteramos de que Alejandro e Hilda tenían inquietudes políticas, apoyaban a Fidel Castro y formaban parte de la Juventud Comunista y el Movimiento América Latina. Esto explica que José Agustín se haya animado a casarse en secreto con Margarita Dalton, para irse a Cuba a las campañas de alfabetización convocadas por el gobierno revolucionario.

Cuaderno con la primera versión de “Tedio”, 1960. Páginas del manuscrito original de La tumba escrito entre 1960 y 1963. Imagen de La tumba, Edición conmemorativa, Alfaguara, 2024.

El testimonio de Margarita Dalton, hermana del célebre poeta Roque Dalton, es muy enriquecedor y nos cuenta que ella conoció a José Agustín en 1960, en el teatro Xola del IMSS, donde ambos tomaban clases de actuación. Intercambiaron lecturas, montaron obras, bailaron rock and roll en los cafés danzantes y se hicieron novios. Margarita quería participar en las campañas de alfabetización que Fidel Castro había convocado con el propósito de terminar con el analfabetismo en un año. Como no tenía pasaporte, le propuso a José Agustín casarse para irse a Cuba. Y así lo hicieron en un registro civil de Tlanepantla (él con 16 años y ella con 18). El día que tenían planeado irse, descubrieron al escritor. Pero aún así partieron a Veracruz donde embarcaron el Bahía de Sihuanea que los llevó a la isla (eran los primeros días de julio de 1961). La travesía cubana de José Agustín ha quedado registrada en Diario de un brigadista. Cuba, 1961 (Lumen, 2010), donde relata las peripecias del día a día de la experiencia alfabetizadora. El valor del documento, más allá de la propia importancia histórica de las Brigadas Conrado Benítez (en la cual participaron más de 100 mil jóvenes) es que muestra una etapa de gran voracidad creativa del joven escritor: escribe conferencias, discursos, obras de teatro, prepara clases para los campesinos y trabaja en sus proyectos literarios. José Agustín se regresó a México en el mes de octubre y Margarita se quedó cinco años más para estudiar Historia en la Universidad de la Habana.

Otro dato sustantivo que aporta Dalton es la confianza que el autor tenía en su obra y el rumbo distinto que pudo tener de no haber sido por su feroz empeño. Recuerda Margarita Dalton que cuando ella y José Agustín asistían a clases de actuación con Anya Schroeder, el escritor le mostró una adaptación escénica de “Tedio” y ella lo rechazó por considerarlo “amoral e indecente”. Esa negativa no desanimó al autor y en cambio redactó una segunda y una tercera versión, de tal forma que para abril de 1961, tres meses antes de irse a Cuba, José Agustín ya tenía al menos una versión acabada de su futura primera novela.

A su llegada a la Ciudad de México ocurrieron varios eventos importantes; en 1962, José Agustín se matriculó a la Preparatoria 7 de la UNAM donde conoció a Margarita Bermúdez, su compañera de vida, con el pretexto de obsequiarle unas fotocopias con versos de los poetas malditos franceses. Margarita, que había estudiado en una secundaria de monjas, quedó muy interesada con aquél muchacho culto que le hablaba de música, literatura y filosofía. Margarita narra los momentos difíciles que vivió la joven pareja en sus primeros momentos, desde el gran pesar que provocó en José Agustín la muerte de su madre, hasta la negativa de su familia de permitir la relación con el escritor (al punto de que la sacaron de la preparatoria para enviarla con unos tíos a las Lomas de Chapultepec). Margarita se escapó con José Agustín para irse a vivir a un cuarto de la Avenida Álvaro Obregón. Margarita sostiene que existe una novela autobiográfica inédita de José Agustín llamada Poemita, que narra los eventos aciagos de aquellos meses. Finalmente, y luego de una dura negociación con el padre, José Agustín y Margarita (de 19 y 17 años) se casaron en septiembre de 1963, iniciando una relación de más de sesenta años. El encuentro Margarita lo recuerda con nostalgia y cariño: “Fue una vivencia muy importante estar con él, yo me dediqué a leer sus cuadernos donde había escrito poemas en francés, en inglés, estaba escribiendo cuentos, yo pensaba: Estoy con alguien muy especial, no doy crédito todavía de lo que está sucediendo”.

Galeras de La tumba, edición de Mester (1964). Imagen de La tumba, Edición conmemorativa, Alfaguara, 2024.

El año 1962 es importante para José Agustín por otro hecho crucial: entra en contacto con el célebre taller literario que Juan José Arreola daba en su casa de Río de la Plata en la colonia Cuauhtémoc, al que también asistían jóvenes escritores como Tita Valencia, Elsa Cross, René Avilés Favila, Hugo Hiriart, Juan Tovar, José Carlos Becerra, Federico Campbell, Jorge Arturo Ojeda, entre otros.  Arreola se interesó en la obra de José Agustín, y es así como un 19 de agosto de 1963 (el día del cumpleaños 19 del escritor), lo llamó por teléfono para decirle que trabajarían juntos el manuscrito de “Tedio”, (proceso que duró alrededor de ocho meses). En agosto del año siguiente, La tumba apareció publicada bajo el sello Mester (nombre de la revista del taller literario de Arreola) con un tiraje de 500 ejemplares que salieron de los talleres del impresor Manuel Casas, y en cuyo colofón aparece Rafael Rodríguez Castañeda como el encargado del cuidado editorial. Ahí comienza la historia de uno de los escritores más influyentes del último medio siglo en la narrativa mexicana.

Elsa Cross, poeta y amiga de José Agustín desde principios de los sesenta, recuerda los años del taller literario de Arreola (que les ayudó a afinar el oído gracias a la sensibilidad del maestro “hacia la sonoridad del lenguaje”), los cafés literarios del Instituto Nacional de la Juventud Mexicana, y episodios importantes de la vida del narrador como sus experiencias con psicotrópicos y el viaje místico del I Ching y el tarot que, piensa la poeta, era una búsqueda que compartían varios compañeros de generación: “Era una expresión de la misma búsqueda que teníamos todos: una búsqueda que se conectaba con una espiritualidad más allá de cualquier religión establecida, y que veía como imprescindible lo que se llamó entonces expansión de conciencia“.

Lista de publicaciones de la revista Mester, sello donde se publicó por primera vez La tumba en agosto de 1964. Imagen de La tumba, Edición conmemorativa, Alfaguara, 2024.

La presente edición reúne opiniones de narradores mexicanos actuales que reflexionan sobre las razones de por qué La tumba significó un punto de quiebre en la novela mexicana del último medio siglo. El novelista Enrique Serna piensa que la vigencia de la novela se debe a que expresó por vez primera “los conflictos de la adolescencia y la juventud temprana con una sinceridad tan radical”. Además de ser una radiografía de la generación que desafió las normas de “corrección literaria” (se utilizan groserías, albures, se fastidia a la clase burguesa y a la institución familiar).

Enrique Serna dice que Gabriel Guía, el personaje de la novela, es un adelantado en la experimentación profunda del espíritu:

“El protagonista [de La tumba] está cansado de la vida, con un hastío que ningún placer puede remediar. Parece que viene de regreso de todo. La construcción de su mundo interior es el principal acierto de José Agustín”.

Por su parte, Brenda Lozano en el prólogo reflexiona sobre el poder renovador de la novela:

 “Toda literatura que se escribe en la segunda década del siglo XX, dentro del campo literario mexicano, está mucho más cercana a La tumba de José Agustín que a lo que se llegó a denominar literatura”.

Andrés Ramírez,  Director Editorial de Penguin Random House México, quien durante treinta años se ha encargado de mantener viva la obra de su padre, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (2024), reflexiona sobre la actualidad de la novela y de la obra en general del autor mexicano:

“Su vitalidad y la fuerza de la manera tan original en que vivió su vida también pueden ser un estímulo para gente joven que no está contenta y quiere un mundo y un México mejores. Ese germen de rebeldía y crítica necesita estar presente”.

Por último, resultan fascinantes las fotografías que se recopilan y enriquecen los años que dieron origen a La tumba. Manuscritos de las primeras versiones de “Tedio”; programas de obras de teatro que el autor representó en su adolescencia, fotografías con Margarita Dalton caminando por las calles de San Juan de Letrán; una increíble imagen de José Agustín brigadista dando un discurso en Cuba en las jornadas de alfabetización en 1961; las listas del top ten de éxitos del rock and roll a mediados del año cincuenta y los vinilos originales del novelista que aún se conservan; poemas manuscritos dedicados a Margarita Bermúdez, e incluso, bocetos de la revista Mester de Juan José Arreola.

60 años después, La tumba sigue al frente del malestar de miles de jóvenes que están buscando autodefinirse en medio de una sociedad que no termina de comprenderlos. La juventud es sublimada como la base donde se esculpe la fuerza de un temperamento. Es una novela privilegiada donde arde un fuego que no se consume. Ahí se expone la travesía de un alma atribulada en sí misma que se sumerge hasta el fondo de su cansancio vital hasta que entrevé un pequeño fulgor que la libera: su propio fin.

La tumba es una novela que seguirá viva porque es un canto (siempre festivo y siempre vigente) de la juventud por su soberanía.

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Leopoldo Lezama es ensayista y editor.