La única salvación es reírse de uno mismo: Parte II

 

Entrevista con Luis Alberto Ayala Blanco

Parte segunda

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Quien te ha leído, te observa como un pensador agudo, pesimista, pero de un pesimismo lúdico.

Creo que todos los buenos pesimistas son lúdicos. Es el caso de El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, que parte de la máxima griega por excelencia: Midas se encuentra con Sileno y le pregunta: “¿Qué es lo mejor para el hombre?” Sileno responde: “No haber nacido”. Pero si ya naciste, morir lo antes posible. Ahí está la esencia de la existencia griega. No obstante, aun sabiendo eso, afirmaban la vida con todo lo que tenían. Es decir, una vez que estás aquí, pásatela bien. En el mismo sentido, Epicuro hablará de un hedonismo peculiar, que no tiene que ver con el placer como lo entendemos hoy, sino con algo relacionado con la ausencia de dolor. Ahora bien, ¿cuál es la forma de divertirse en la vida? Tiene que ver con algo que a los occidentales nos cuesta entender: vivir en el desapego. Y funciona, porque no estás clavado en tonterías. Si asumes la existencia como un simple juego de simulacros, termina en eso, en un juego de simulacros. Así le quitas toda la parte seria y jodida, que es la que generalmente impera.

Escribiste la novela Autómatas espermáticos como una especie de fábula filosófica sobre el tedio, pero también del disfrute de la vida. La vida vista como “una tara inútil que algún dios en su infinito tedio decidió arrojar al éter con el único fin de entretenerse”. El mundo como un “dolor de huevos”, básicamente.

La vida es un asco, y aun así hay que afirmarla. Autómatas espermáticos es una novela autobiográfica: la escribí para ironizar mi propia vida. Sí, la humanidad es una mierda, pero eso no me exime de ser parte de ella. Osmodiar, el protagonista, es un individuo que critica todos los aspectos sociales y culturales de la vida cotidiana, sin dejar de asumir que él es parte de la mierda que señala. Lo único que quizás lo diferencia es que él sí se da cuenta de su condición.

Resulta complicado conciliar esta idea de que la vida es un acontecimiento inútil, pero a la vez no le puedes dar la espalda.

Se trata de afirmar la vida a lo Nietzsche. Por eso me da risa cuando dicen que es pesimista, pues la verdad podríamos decir que es el primer autor de autoayuda. Es decir, no hay nadie más afirmativo que él, y se la pasa criticando a los nihilistas. El asumirnos como gusanos diminutos, nos redime de caer en la estupidez de creer que somos algo que en realidad no. En dado caso, seríamos gusanos con esteroides, gusanos, pero poderosos. Lo que intento plantear es la posibilidad de afirmarse a través de las distintas formas del gozo: la música, el sexo, el ejercicio, etcétera. Sobre todo el humor, que de alguna forma se identifica con la autoconciencia. Si no nos reímos de nosotros mismos estamos perdidos.

Y hace unos años publicaste tu 99, libro de aforismos.

Fue un proyecto que me propuso Taller Ditoria, en ese entonces conformado por Roberto Rébora y Marco Perilli. En ese tiempo estaba haciendo una Gaceta de aforismos, y la hice para que la gente se enterara de la existencia de un pensador colombiano llamado Nicolás Gómez Dávila… gran escritor. Los aforismos siempre me han gustado, Nietzsche, Cioran, Lichtemberg; es lo mío y creo que mi escritura va por ahí. No me considero un escritor, más bien escribo cuando me lo piden, pero me gusta. Entonces escribí alrededor de 20 aforismos y se los envié, proponiéndoles un conjunto de 100 con el nombre tentativo de Fragmentos. Marco Perilli, por su parte, me propuso el título de 99, lo cual me pareció un acierto. Y así estuve un buen rato pensando aforísticamente. Este ejercicio me llevo a la conclusión de que el mejor aforismo es el que se olvida antes de escribirlo. Hice esos 100 y otros 20 que publiqué en la Gaceta.

No es sencillo hacer aforismos.

Escribir aforismos es difícil porque te arriesgas, más que en otros géneros, a hacer el ridículo. Lo peculiar del aforismo es que la idea es comprimir en una frase un ensayo de 100 páginas. Como diría Nietzsche, es algo que tienes que estar rumiando todo el tiempo. Y una vez que emerge, hay todo un proceso exegético para ver qué quiere decir.

“El instante se esconde en la eternidad. La eternidad deviene instante”, dices en uno.

La eternidad es el despliegue de todos los instantes y el instante es la actualidad de la eternidad. Pero, ¿cómo mides la eternidad? Es algo que no se puede medir, y el instante tampoco, por eso el instante es una eternidad, y la eternidad sólo puedes vivirla como un instante. Ahora, esa es una de sus múltiples interpretaciones, pero cada quien le encuentra su propio sentido, y eso es lo increíble de los aforismos.

Pero vayamos desde el principio, con el que quizás es el libro que más representa tu pensamiento. En 2004 publicaste El silencio de los dioses, libro complejo donde entre otros temas desarrollas el de la divinidad, la que interpretas y vas dando tus propias conclusiones.

Y de otros temas, como la ciencia.

A quien le das una patada muy sabrosa.

Sí, y ahora explico por qué.

En algún momento dices: “La identidad de lo divino con el silencio, la existencia sólo como un murmullo de la plenitud. La palabra eclipsando la belleza del vacío, la perfección de lo irrepresentable”. Todo esto concentrado en lo que tú llamas la “soberanía del silencio”.

Se podría decir que ese tema permea todo lo que escribo y está relacionado con muchas tradiciones, pero la visión de Calasso fue la que me pareció más poderosa, aunque ya había leído a muchos otros. Mi tesis de licenciatura la hice sobre un pensador bastante bueno, Ernest Becker, especie de antropólogo y psicólogo, muy ilustrado como típico gringo. Al final de su vida le dio cáncer y eso cambió su visión. Leyó a Nietzsche y a Otto Rank, lo que modificó su postura, dio un giro hacia una perspectiva no pesimista, pero sí heroica frente a la muerte, desechando así su discurso ilustrado. El planteamiento de todo lo que escribo emana de algo que podemos llamar lo irrepresentable, o lo divino, algunos lo llaman “el Ser”.

La soberanía del silencio tendría su forma en la irrepresentabilidad.

Claro, porque lo irrepresentable es aquello que aparece como otra cosa, con distintas máscaras, como diría Campbell: todos los fenómenos abrevan de un principio irrepresentable, cuyo nombre más conocido es lo divino. Incluso si tratas de definir lo divino o a dios desde la escolástica, siempre será de una manera negativa, apofática. Es decir: dios no es esto, dios no es aquello, de otra forma dejaría de ser dios. Mi pensamiento gira alrededor de lo siguiente: la existencia no es más que un juego de simulacros, expresiones de lo irrepresentable. Es lo que encontrarán en de El silencio de los dioses o en casi todos mis escritos.

La realidad como un deseo secreto de lo irrepresentable.

Eso es increíble porque el deseo es algo que está en casi todas las tradiciones religiosas, por lo menos en términos cosmogónicos, es decir, siempre hay un dios que desea algo que no es él, pero como no hay nada más que él, se desprende de una parte de sí, se asesina para que el mundo sea. Incluso en una visión como la atomista (Epicuro y Lucrecio), cuando los átomos están cayendo en el vacío, a uno se le ocurre (desea) desviarse (clínamen), lo que provoca que choquen unos con otros, y de ahí surge todo. Dicho con otras palabras, en casi todas las tradiciones el silencio necesita de la palabra, recordemos que “en el principio era el verbo”, también para los Vedas la palabra es el primer ser (Vāc), o en los griegos, donde la creación adquiere sentido sólo cuando puede ser cantada por las musas. La verdadera pregunta, que engloba a todas las demás, es la siguiente: ¿por qué lo divino, ensimismado en su mismidad, decide hacerse otro? Nadie puede explicar la presencia del deseo. Cuando se intenta ir al origen del universo siempre se llega a un punto (Big Bang) donde no se sabe por qué comenzó todo.

El mundo como la configuración de la primera expresión.

Efectivamente. El mundo no es más que eso, la primera expresión de lo irrepresentable.

Tú dices: “Es por el sonido por lo que el no sonido se revela”.

Esa es una frase de un texto védico. Y se relaciona con Giorgio Colli cuando habla del “contacto”. Por ejemplo, la idea de lo “irrepresentable” es de Colli, y lo que plantea es la identidad y la diferencia entre el ser y lo que sucede, el fenómeno. A partir del tejido fenoménico podemos saber lo que es la nada o lo irrepresentable, porque hay un punto, el “contacto”, “intersticio metafísico” dirá Colli, que es lo que le da sentido a todo lo que se manifiesta alrededor de él. Es decir, solamente sabemos lo que son las cosas a partir de la intuición de algo que no se puede demostrar de manera discursiva.

Como si fuera una especie de eco.

Más bien diría que lo que nosotros llamamos realidad no es más que el eco de esa voz que produce el sonido sin identificarse con él.

Es decir que para la divinidad el mundo es su expresión.

¡Claro!

Del mismo modo que para el mundo, lo irrepresentable es la fuente de lo cual surge, dices por ahí.

Efectivamente. Aquí mucha gente pensará que estoy en una perspectiva metafísica clásica, una especie de platonización chafa donde hay un mundo de las sombras y un mundo de las ideas. Y no, aquí lo importante es que lo divino, o el ser, o lo irrepresentable, justo cuando se presenta, se presenta como otra cosa. Incluso desde la física, cuando intentas saber qué es eso que tienes enfrente, o qué eres tú y empiezas a hacer un análisis, llegas a un punto en que ya no puedes explicar más. Sin embargo, sabes que ahí hay algo de lo cual proviene todo.

Hablas mucho de “el aquello” que se olvidó en la Modernidad como un desposeimiento de lo divino. Dices: “La estúpida creencia en la autosuficiencia”.

Estoy leyendo Teofanía, un libro Walter Otto, helenista, lingüista y filólogo de principios del siglo pasado. Dice que nosotros olvidamos que lo divino está frente a nuestras caras. Es decir, que si tuviéramos el ojo espiritual, por llamarlo de alguna forma, para poder ver los acontecimientos cuando son realmente importantes, percibiríamos la presencia divina. El problema es que hoy en día cuando queremos pensar en lo divino lo hacemos introspectivamente, nos hemos vuelto autorreferenciales, solipsistas y onanistas en un sentido limitado. Más bien se necesita pensar, y es lo que esgrimo a partir de los mitos, que lo divino se presenta como simulacro, sin dejar de ser algo presente, una vivencia, no simplemente una abstracción o una forma de nombrar las cosas ingenuamente, como decimos que lo hacían los antiguos. ¡No, los ingenuos son los modernos!

Una vivencia, pero también un disfrute.

El disfrute puede ser en términos puramente estéticos. Bueno, ni siquiera voy a decir “vivencia”: una experiencia. Para los griegos lo divino no es una revelación, es una experiencia.

Señalas el disfrute del poder de lo irrepresentable.

Exactamente. Incluso en la desdicha o en el horror puedes encontrar ese disfrute porque sabes que es una manifestación de lo divino. Y eso está poca madre.

Hablas también del sacrificio como “el evento que lo inexistente, el infinito primordial realiza para que la palabra emerja y así la vida sea”.

El sacrificio tiene que ver con el deseo en el sentido que acabo de explicar, es decir, la creación es un sacrificio. Para que haya vida tiene que haber muerte. En los Vedas o los Brahmanas, por ejemplo, se maneja que hay un dios, Prajapati, el dios antes de los dioses, que al desmembrarse crea el mundo. También en Sumeria y en otras culturas la creación no es más que un dios desmembrado. El Dioniso órfico poseía algunos juguetes enigmáticos, uno de ellos era un espejo, cuando se ve en el espejo y quiere seguir su imagen, el mundo se fragmenta. La tradición sacrificial plantea que para que algo exista, el dios anterior la existencia, atemporal, que ni siquiera sabe que existe porque no hay nada alrededor que lo diferencie de sí, es decir, que lo haga consciente, de repente desea. Muchas religiones plantean que la divinidad se sacrifica a sí misma para que la alteridad, el mundo, surja. Ananda Coomaraswamy lo dice de manera precisa: el sacrificio radica en pasar de lo Uno a lo múltiple, y de lo múltiple a lo Uno. El sacrificio es el primer asesinato del que surge la vida, pero para que la vida persista tiene que continuarse con el asesinato, tiene que haber una especie de reconstitución. ¿Y cómo se reconstituye lo que ahora está fragmentado? Ofreciendo lo mismo que ofreció el dios para que la vida sea: un sacrificio, la única forma de reconstruir nuevamente el cuerpo desmembrado de lo divino.

Hablas de aquello que los hombres hoy desdeñan “como simple fantasía”.

O que yo y casi todas las tradiciones religiosas, espirituales y filosóficas arcaicas consideraban real y que los modernos consideran irreal: que este mundo no es más que un simple simulacro, la expresión de algo que no puede ser tocado por nuestras limitadas categorías ontológicas.

Y ahí entra la cuestión del mito.

Sí, y ahora sí invoco a Calasso, porque él define el mundo como una tela de simulacros. Para ello recurre a Salustio, filósofo neoplatónico romano, que en De los dioses y del mundo dirá precisamente que el mundo es un simulacro, porque en el mundo los espíritus y las esencias se ocultan, mientras que los cuerpos y las cosas aparecen. El propio mundo como una manifestación de lo irrepresentable. Calasso se burla un poco del limitado pensamiento moderno al señalar la pretensión del hombre de querer interpretar el simulacro, cuando es el propio simulacro lo que nos interpreta.

Un acto de egolatría mayor del ser humano.

Exactamente. El hombre moderno cree que la razón lo va a llevar a algún lado, cuando incluso la razón, si uno lee a Colli, proviene de la locura y de los mitos.

Dices: “El ser mismo como un velo de la divinidad”, y pones el ejemplo de los hindúes y el velo de Maya.

Precisamente Maya quiere decir “medida”, “magia”, aquello que hace cognoscible lo incognoscible, y cuando uno entiende eso las cosas se aclaran un poco. Gracias a la física cuántica sabemos que la naturaleza es el velo de Maya, porque Heisenberg habla de “la imagen de la naturaleza” y no de la naturaleza en sí. La física cuántica llegó a la conclusión de que ni siquiera la materia es algo estable, o sea, la materia es algo que sólo puede ser pensado. A esos niveles hemos llegado. Lo único que conocemos es la imagen de la naturaleza, y conocer la imagen de la naturaleza es una forma mítica de conocimiento. Partimos de la premisa de que el principio del cual surge todo está cubierto por el velo de Maya, es decir, es un juego de ilusiones, de apariencias, de fenómenos, pero eso no quiere decir que no sean reales. Simplemente quiere decir que la apariencia es la expresión de aquello que no puede presentarse tal cual, llámese lo divino, lo irrepresentable o el ser.

 

ayala silencio
Luis Alberto Ayala Blanco, El silencio de los dioses.

 

Y a todo esto le das un vuelco interesante cuando introduces la noción de juego, e interpretas “la creación como un pasatiempo de la divinidad”.

Eso es muy griego y también védico, y es algo que nosotros los modernos, y sobre todo los occidentales, no podemos entender porque pensamos que nuestros dioses son responsables de nosotros, que nos cuidan y nos protegen. Los griegos consideraban a sus dioses como fuerzas que los trascendían y que los determinaban, dioses desmadrosos, se consideraban sus marionetas, objetos con los que los dioses jugaban, pero cuando entendían que eran parte de un juego divino encontraban la redención, aunque no se salvaban de su destino. Podían estar en la mira de un dios que quería destruirlos pero no se enojaban: así es la vida, así son los dioses.

Todos mueren, incluso los dioses.

Desde la perspectiva hindú lo que diferencia a los dioses de los humanos es simplemente una droga, soma, la droga de la inmortalidad. Lo que nos distancia de los dioses es la inmortalidad. Bueno, la tradición bíblica dice que los ingenuos de Adán y Eva optaron por el conocimiento. ¡Imagínate, vas por el conocimiento cuando ya no está lo que quieres conocer! Olvidaron el árbol de la vida.

Y toda esta mecánica de existencia-divinidad en tu pensamiento se visualiza como una especie de gran juego cósmico.

Yo me reconozco partícipe del cliché pesimista, pero a mí me gusta porque me va bien cuando escribo, cuando en verdad me parece que ser pesimista u optimista es una verdadera estupidez. Lo que planteo es una idea muy nietzscheana de que en el asco te la puedes pasar muy bien, pero lo importante es tener una idea más completa: saber que te va a cargar la chingada en cualquier momento, pero que también vas a hacer y vivir cosas portentosas. Es parte de lo mismo, son los dioses actuando en ti, ya sea para acabar contigo o para hacer que hagas algo extraordinario. Hoy en día vivimos con la idea de que somos los culpables o responsables de todo. Y no es así.

Hablas de la miseria en la vida, o mejor, de la miseria en el hombre.

En realidad la miseria no es la vida sino el hombre, el hombre referido a sí mismo. Porque cuando los hombres, seres falibles, nos volvemos autorreferenciales, somos bastante nefastos. Un ejemplo: el humanismo. Yo no quiero ser humanista, no quiero pertenecer a la mierda circundante. Yo me refiero a la miseria que proviene cuando el hombre se olvida de la parte divertida que es el misterio y lo divino, aquello que podría redimirlo de su estupidez, que casi siempre es autorreferencial.

Dices que la miseria llega cuando el hombre olvida que es residuo.

En los Vedas y en la tradición hindú del residuo surge todo. De hecho, el residuo es una serpiente que se llama Sesa, sobre la que descansa Vishnu, y del ombligo de Vishnu brota un loto del cual sale Brahmá y así empieza la creación. Los dioses, antes que la existencia “sea”, son un residuo. Nosotros somos un residuo. Cuando el hombre cree que es autosuficiente y no un residuo, pierde su magnanimidad, porque se cree algo que no es: que es completo. Se vuelve un ser patético. Incluso si los dioses no existen son importantes, porque si no el hombre cae en una estupidez más o menos inaudita.

¿Quién es yerro de quién?, el hombre de Dios o viceversa, se pregunta Nietzsche. Va por ahí quizás.

Sí, porque en realidad siempre estamos pensando en el dios judeocristiano, pero hay un chingo de dioses, y no son todos así. Los dioses griegos ni siquiera hablaban de sí mismos. Ni siquiera decían “Yo soy”. O sea, pensamos que lo divino es dios, y dios ya es una personificación. Lo divino ni siquiera “es”, va más allá del “ser”. Por eso los dioses también mueren, pero lo divino no.

Añades que “la divinidad deseante es lo que provoca todo acontecimiento”. Es decir, si la divinidad no se mueve, nada acontece.

Pero la divinidad nunca se mueve, el movimiento es una representación, y eso sí es importante señalarlo. La divinidad no es algo que se pueda mover, porque la divinidad no tiene partes ni se encuentra en un lugar y en un tiempo. Pongamos una imagen cuántica, como cuando se trata de representar el sistemas atómico: es una especie de alfombra de burbujas. Podemos considerar cada burbuja pero no va a ser la alfombra, la alfombra no es algo pero es la posibilidad de la existencia de las burbujas. Es difícil explicarlo. Podemos hacer el análisis de cada burbuja, ¿pero dónde está la alfombra?

En este sentido, ¿dónde quedaría toda esta tradición de pensadores modernos que depositan su fe en la ciencia?

El silencio de los dioses fue mi tesis de doctorado, y posteriormente la hice como libro, pero originalmente fue una respuesta a lo que yo oía en mi Facultad sobre lo que era la “ciencia”. Entonces pensé: voy a ponerme a leer sobre ciencia actual, física cuántica, por ejemplo. Al final te das cuenta de que los físicos cuánticos y la ciencia actual tienen más relación con las mitologías de hace dos mil años que con la física del siglo XIX. Eso no es criticar la ciencia del XIX, pero así es. La mal entendida idea de Ciencia no puede ser la panacea para tratar de entender “todo”. Insisto: todo es un mito. Cuando doy clases y me preguntan: ¿dónde están los dioses? Respondo: Les puedo decir dónde si ustedes me dicen dónde está el Estado, la justicia, la democracia, el pueblo o cualquier abstracción en la que creen.

Entonces, desde tu punto de vista, ¿cómo estaría estructurada esa experiencia con la divinidad?

La experiencia con la divinidad es cuando la oposición entre el objeto y el sujeto se pierde y simplemente hay una vivencia de “eso”. Para poner un ejemplo cursi: el sexo. La idea de orgasmo es divina, porque es un evento indescriptible donde te despersonalizas, no eres ni sujeto ni objeto. Orgasmo, en francés antiguo, dirá nuestro amigo Bataille, es la “muerte chiquita”.

Al respecto dices: “La mitología es el vehículo que nos permite acceder a ese origen donde los egos se pierden en la inmensidad del desierto divino: El silencio”. Esta imagen da la pauta para pensar muchas cosas.

Sobre todo el silencio. La nada o el vacío permiten que las cosas sean, esto es algo de lo que hasta Hegel se dio cuenta. El pensamiento occidental evolucionó al intuir que el ser debe desgarrarse en otro para así apercibirse en su despliegue. Hegel introduce “la nada” dentro de su sistema para que pueda darse un “sistema completo”. Pero eso lo hindúes y los taoístas lo saben sin hacer mucho aspaviento al respecto. En el pensamiento de la India el silencio es muy importante. El mantra “OM” en realidad es “AUM”, e implica a los tres dioses, Brahmá, Vishnu y Shiva: el creador, el que mantiene el mundo y el que lo destruye, respectivamente. Pero en “OM” está implicado todo, o sea, la esencia del mundo. Pasas de la vigilia al sueño y del sueño al sueño profundo. La vigilia es la vida, el sueño puede ser incluso la muerte, pero aquí la idea es que todo se experimente en vida. El sueño profundo va un poco más allá de la muerte: es cuando experimentas un estado de vacío, es decir, cuando deja de haber distinción entre tú y el ser, o lo divino, o la nada. Ahora bien, lo que engloba a estos tres elementos, los circunscribe, es un punto arriba de la palabra “OM” llamado “el cuarto”: el silencio. De hecho, “mito” también viene de ahí, de “muthos”, la boca cerrada, silencio, tratar de nombrar lo que es indecible. El mito está contando aquello que no puede nombrarse, por eso es conocimiento, no simplemente algo que aparece.

Hablas del sueño como vehículo de lo extraordinario, y que cuando dios sueña, lo real existe.    

Efectivamente. Un mito cuenta que cuando Vishnu está soñando, antes de la existencia, y flotando encima de esta gran serpiente (Sesa) que es el residuo, sueña el mundo. Nosotros estamos dentro de Vishnu aunque todavía no exista nada. De repente hay un personaje que logra salir por la nariz y cae a las aguas, que son el vacío total. Cuando se da cuenta de que su vida era un sueño lo invade el pavor. Entonces Vishnu abre un ojo, lo ve y vuelve a meterlo al sueño al que pertenece. La idea es esta: cuando dios sueña… lo real existe.

En esa ruta nosotros seríamos como el sueño profundo de los dioses.

Y cuando nosotros entramos en el sueño profundo nos comunicamos con los dioses, o somos dioses. El pensamiento de la India descansa en el Atman-Brahma; el Atman es la primera conciencia, pero no la conciencia individual sino la conciencia universal, mientras que Brahma es lo irrepresentable.

O quizás la muerte, porque también apuntas “Lo más hermoso es lo más perfecto, y lo más perfecto es la muerte”.

Esto mismo lo podemos ver en su versión occidental con Heidegger, porque para él la muerte es la posibilidad de que puedas realizarte en este mundo. En cambio, la muerte como negación, “ojalá no muera”, es una estupidez, ¿no? Porque cuando pasa ya no importa. Estás muerto. Y la muerte es el silencio, lo completo. La muerte es el silencio en su estado más puro.

Lo paradójico es que la muerte es lo perfecto, porque sólo la muerte implica un ciclo completo, y también porque la muerte es el sacrificio. Se nos olvida, sobre todo a los vegetarianos, que para estar vivos tenemos que matar, así sean verduras. Toda la vida es un constante sacrificio. Por ejemplo respirar: inspiras/expiras. Incansable transformación. La vida es muerte diferida. Nos alimentamos de muerte todo el tiempo.

Al parecer esto lo tienes como muy pensado y arraigado.

Sí, porque sin la idea de que puedo morir en cualquier momento ya me hubiera matado. Imaginar que no tienes fin, que vas a ser eterno, te cagas. Para mí el suicidio es la válvula de escape y la única forma de continuar con vida. La muerte es la posibilidad de la vida, el suicidio es la posibilidad de que puedas soportar la vida.

¿Lo verías como parte de un sacrificio?

 Tú y yo vivimos en un sacrificio perpetuo, sólo que no nos damos cuenta, porque ya no tenemos los referentes para poder percibirlo. La idea de progreso es una idea de muerte. Algo que la gente nunca piensa es que la idea de progreso implica que cualquier punto en el que estés, es fallido, porque en algún momento vas a evolucionar a otro que va a negar en el que estás, como una serie de puntos sucesivos que en su conjunto componen la gran muerte.

A ese respecto mencionas: “¿Cómo explicar que la vida con todo lo serio que tiene, no pasa de un divertimento? Nadie soportaría saber que algo tan grave como la existencia, no responde a ningún tipo de necesidad que se limita al deseo de un dios que tiene que ver con su imagen reflejada. Nada más”.

Tenemos la idea de que todo tiene una finalidad, un telos… y no. Lo chingón está en saber que el cosmos es el simple divertimento de un dios viéndose en el espejo. Eso sí me redime. Como cuando Cioran cuenta que odiaba a su madre hasta que esta le dijo: “maldito el día en que naciste”. En ese momento Cioran respetó a su madre porque sabía que no lo había traído a este mundo intencionalmente. Lo que a mí me hace soportable todo esto es pensar que no respondo a ningún tipo de finalidad.

Texto: Leopoldo Lezama