Los escritores y la política

Gabriela Jauregui y Guillermo Fadanelli.

¿Tiene el escritor o la escritora, obligadamente, un compromiso –político, social- con su entorno? ¿Su actividad intelectual debería estar enraizada en los conflictos que emergen en el lugar desde donde escribe: su país, su pueblo o ciudad, su clase, género o raza? No son pocos los autores y autoras de la historia moderna de la literatura que han intentado ejercer una escritura comprometida. No son menos los que han rechazado para sí esta tarea “extra”.

El asunto puede resultar en verdad intrascendente para la literatura. ¿Necesitaron Jorge Luis Borges, en Argentina, o Clarice Lispector, en Brasil, agitar políticamente a los lectores de su época para impactar con su arte al mundo entero? Por supuesto que no. A pesar de ello, su literatura, al provenir de una inquietud concreta y genuina, termina adquiriendo un sesgo político. Esto se debe al simple hecho de que el escritor produce un discurso (un sentido o contrasentido), y ese discurso, nos guste o no, es susceptible de politizarse, de participar en la justificación o en el cuestionamiento de las decisiones políticas.

Lo que está siempre en riesgo en lo político es la autodeterminación. No solamente en nuestra calidad de individuos solitarios, sino como hombres y mujeres organizados según un modelo de sociedad, según una forma de imaginar y administrar la vida mutua. Y en esa sociedad también viven y mueren los escritores. Por eso Bertolt Brecht insiste en que el indiferente a los acontecimientos políticos tiene ya una posición política velada: la de depositar el destino de la propia vida en un poder ajeno a su voluntad. “El costo de la vida”, nos recuerda este dramaturgo alemán, “el precio del frijol, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de las decisiones políticas.”

Pero qué mejor que sean los propios escritores y escritoras quienes nos telegrafíen las coordenadas desde donde producen sus obras. Para esto, solicitamos a Gabriela Jauregui y a Guillermo Fadanelli, responder un breve cuestionario sobre los escritores y la política.

Alfonso Vázquez y Heriberto Mojica

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1. ¿Tiene el escritor un compromiso político ineludible (como defendía Jean Paul Sartre) o debiera ser marginal (como sostenía Octavio Paz)?

Gabriela Jauregui: Creo que una cosa no contradice la otra: es decir se puede tener un compromiso político y a la vez ser marginal, o para ser más precisa, tener compromiso político y mantenerse al margen de la política. ¿A qué me refiero con esto? Tener compromiso político inevitablemente requiere de un pensamiento crítico, y esto en nuestro país (y en casi todos), forzosamente nos mantiene al margen de la política que es la antítesis del pensamiento crítico.

G. Fadanelli: No creo que ninguno de estos dos escritores haya sostenido a lo largo de su vida una posición política homogénea. Octavio Paz —a quien siempre he admirado como ensayista— realizó la crítica política de los gobiernos y sistemas que le atañeron, aunque en la última parte de su vida fue bastante más tolerante o distante al respecto. En cambio, Sartre fue un filósofo apasionado y contradictorio toda su vida. Yo creo que, en general, el escritor carece de un compromiso político ineludible. Su asunto fundamental es la escritura, sus historias, la creación y la imaginación literaria. Puede, si lo desea, escribir sobre sus sobacos o convertirse en un anacoreta; y no obstante es también un hombre que vive en sociedad, que administra y utiliza un lenguaje heredado que no domina ni comprende del todo. Tiene también la libertad de aceptar un compromiso político explícito si lo cree necesario; o resistirse. Un compromiso como ciudadano (es decir: como alguien que desea asumir una responsabilidad con los otros). De cualquier forma, a no ser que sea un santo o un exiliado del mundo, al escritor más suspicaz le está vedado alejarse demasiado del problema ético y de las nociones del bien y del mal (Zola, Doctorow o Fuentes, por ejemplo, escribían acerca de las honduras morales de su sociedad). Victoria Camps se refería a nuestra época como anti filosófica y cobarde. Yo lo creo también, de allí que un escritor que estimula el sentido crítico acerca de lo político o de los dilemas éticos de su sociedad posee un valor humano más completo y complejo que si se dedicara sólo a escribir historias de ficción. Quien se resista a ello será un Diógenes de las letras; algo casi imposible.

Guillermo Fadanelli. Fotografía de Yolanda Guadarrama.
Guillermo Fadanelli. Fotografía de Yolanda Guadarrama.

2. ¿Cuál consideras que es tu papel social como escritor hoy (aunque no te lo propongas deliberadamente, es decir, a pesar de ti) en comparación con algún escritor del siglo XX decisivo en tu formación? ¿Cuál sería ese autor fundamental, por qué?

Gabriela Jauregui: No quiero que se me malinterprete, esto que digo arriba no quiere decir que no considero mi trabajo (o cualquier trabajo, de hecho) como algo político. Hasta lo más personal es político, como es bien sabido ya. Mi papel como escritora es pensar y escribir. Reflexionar y reflejar. Esto a veces involucra hablar de temas políticos directamente, y a veces de manera más oblicua o metafórica o incluso alegórica. Todo depende. Mi trabajo como escritora es ser una excelente lectora y ser lo más honesta con lo que estoy escribiendo, es decir atender a las necesidades específicas de ese texto, de esa metáfora, de ese personaje que estoy creando. Eso es una responsabilidad con mi oficio, y también tengo, por otro lado mis responsabilidades como ciudadana. A veces esas dos responsabilidades se tocan y se complementan. Como editora, por ejemplo, tengo otra serie de responsabilidades que se asemejan en algunos momentos pero no son exactamente las mismas que las de escritora y las de ciudadana.

Una escritora del siglo XX decisiva en mi formación fue Kathy Acker. Creo que pone la vara muy alta para repensar lo que puede ser la escritura femenina (tomo prestado aquí un termino de Hélène Cixous) que no es lo mismo que escribir como mujer, también puso la vara alta en cuanto a su forma de repensar la apropiación y la muerte del autor, fue extremadamente radical en cuanto a la ruptura con tabús de sexualidad y género en sus libros, incluso tabús o dogmas dentro del feminismo, también en cuanto a su manera crítica y astutísima de leer el canon, en cómo pensar el cuerpo real y físico, transformarlo o empujar sus límites a partir del arte (pero no solamente desde el arte). Creo que aunque estamos ya en otro siglo, casi todo lo que Acker cuestiona sigue siendo válido, casi todos los límites contra los que se frota o que busca desdibujar son vigentes y, como dice la consigna popular, la lucha sigue.

G. Fadanelli: Prefiero no desempeñar un papel determinado en el teatro de las pasiones, y mucho más si se trata de un puesto en la arena política. Desprecio el estado político y económico de la sociedad en la que vivo. Y, sin embargo, desde mis ensayos y columnas realizo constantemente una crítica de la moral pública, a veces en tono de sorna, a veces desde una mirada reflexiva. Las malas razones, también son razones, escribió Thomas Nagel. Creo también que la provocación, la acción disruptiva, la maldición y demás formas de exclamación negativas —si son inteligentes— resultan medios o formas que impulsan la crítica de las costumbres y el cambio benéfico. No tengo autores fundamentales (serían cien o doscientos, en todo caso) y cualquier escritor o filósofo, mientras me transmita emociones y conocimiento, es capaz de influirme. Me intimida y molesta la noción del héroe en casi cualquier aspecto y creo, como Borges, que Thomas Carlyle (De los héroes) es un buen ejemplo para comprender por qué el fascismo y el culto al héroe como causa del cambio poseen una relación estrecha y peligrosa. Pienso también que la crítica es un instrumento de disección necesario en la política, pero al mismo tiempo soy consciente de la debilidad de las instituciones, de la sociedad testaruda y analfabeta en la que vivimos y de la imposibilidad de transformar el horizonte económico y social durante las próximas décadas. Vamos para peor; la riqueza y el poder financiero se concentran en unas cuantas manos, y mientras la tecnología avanza o se torna más compleja, el pensamiento ético y el ánimo humanista se esfuman y dejan de influir en lo general. Dentro de un régimen democrático la riqueza que empobrece a los demás no es legítima, al contrario: es un crimen.

Gabriela Jáuregui. Fotografía de Ana Vértiz.
Gabriela Jauregui. Fotografía de Ana Vértiz.

3. El poder político ha llegado a seducir a importantes escritores latinoamericanos (Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, por ejemplo). ¿A ti te seduce el poder político? ¿Por qué sí, por qué no?

Gabriela Jauregui: No. Pocas cosas me interesan menos que el poder político como una búsqueda personal. Me parece un fenómeno interesante para estudiarlo, para escribir acerca de él, pero no me interesa para yo vivirlo. Entiendo que hay quienes les parece importante, y piensan que es una manera de cambiar la realidad, de tener agencia real. Yo prefiero los cambios de base, los cambios a una micro escala que a largo plazo pueden tener efectos concretos y duraderos. Para llegar al poder político, como cualquiera, tendría que hacer demasiados compromisos y eso me haría sentir como Fausto. No gracias. Además pocas cosas me disgustarían más que pertenecer al club de Octavio Paz y Carlos Fuentes.

G. Fadanelli: Si el poder político fuera ejercido por representantes de la polis —personas honradas, preparadas y bien intencionadas— con el propósito de procurar el bienestar general, entonces sería respetable y yo no dudaría en participar. Pero sucede lo contrario: el poder político y la “representación pública” son utilizados para aumentar las fortunas económicas personales y complacer los intereses propios de muchos canallas y de algunos grupos de mafiosos. Ejemplos saltan de las manos. Yo intento desligar al escritor de sus obras. ¿Tienen algo en común? Montaigne era amigo de príncipes y Malraux de políticos; y no obstante escribieron obras importantes para su presente y su futuro. Robert Musil despreciaba el poder político y ello no lo hizo peor ni mejor escritor. Por lo demás los escritores contemporáneos difícilmente influyen en el político. Son voces que no se escuchan entre sí; hablan lenguajes distintos. Ya no hay estadistas, sino administradores y hombres de negocios. La política dejó de ser un arte o el cultivo inteligente de una ética civil para convertirse en un instrumento de poder que favorece a los mismos de siempre.

Guillermo Fadanelli.  Fotografía de Rodrigo Sánchez.
Guillermo Fadanelli. Fotografía de Rodrigo Sánchez.

4. ¿Te han invitado a formar parte de algún gabinete, equipo de asesores, o partido político, etc., en tu calidad de escritor? Si no, ¿aceptarías? Si sí, ¿qué pasó?

Gabriela Jauregui: Me dio mucha risa esta pregunta. En calidad de escritora, jamás me han invitado a formar ningún gabinete o equipo de asesores, ni siquiera a un equipo de futbol de escritores, nada. Si me invitaran creo que mi respuesta sería la de Groucho Marx: “no me interesa pertenecer a ningún club que me acepte como miembro”.

G. Fadanelli: Ha habido algunas aproximaciones por parte de ciertos políticos importantes, pero creo que no logran ubicarme del todo. Me muevo y nunca aparezco en la foto; o estoy borroso. Dado que no pertenezco a ningún grupo poderoso, ni formo parte de la izquierda tradicional, ni se me puede considerar un escritor de derechas (vaya términos), entonces debo resultarles incomprensible e incluso radical. La buena conversación (aquella donde uno escucha esperando ser convencido), la búsqueda de la equidad económica, la renuncia a las grandes fortunas, el ascetismo, la vocación filantrópica política, la regulación y restricción de la especulación financiera, el fortalecimiento de instituciones que regulen el poder privado, y el cultivo de las humanidades como necesidad de progreso humano, resultan ser excentricidades o utopías para el político común. Hay momentos en los que me arrepiento de haber escrito acerca de asuntos civiles, pues me considero más bien una isla o alguien que no es capaz de llevar a cabo las riendas de su propia vida. Cada vez que he charlado con un funcionario público que tiene aspiraciones políticas le expreso mis ideas, le sugiero lecturas y a veces le regalo mis ensayos. ¿Qué más?

Gabriela Jáuregui. Fotografía de Ana Vértiz.
Gabriela Jauregui. Fotografía de Ana Vértiz.

5. ¿Qué tipo de escritor te consideras: radical, conservador, moderado, nacionalista revolucionario, costumbrista…? ¿Por qué?

Gabriela Jauregui: Nunca había pensado en qué tipo de escritora soy. Creo que siempre me han incomodado un poco este tipo de etiquetas. Me hacen pensar en las categorías en las que se clasificaban los discos en aquellas grandes y ahora casi todas difuntas tiendas de música. Género tras género tras subgénero: Punk. Hardcore. 2Tone. Garage Punk. Post Punk. Psychobilly. Electropunk. Noise…¡Qué se yo! Creo que ese tipo de cosas o bien son para los críticos, que necesitan clasificar para poder trabajar sus ideas, o bien son para los directores de marketing, que necesitan emitir bytes para vender algo. Afortunadamente no creo que me toque pensar en cuál categoría o subcategoría caigo yo. Espero que sea una llena de guiones onda neo-feminista-post-exotista-trans-constumbrista-canibalista-proto-revolucionaria-estetico-radicalista-sandinomasoquista-chécatemilista-soyretelista-mediorealista-ynacílista-ista. Se los dejo a los lectores.

G. Fadanelli: Dejo las definiciones de mi persona para otros. Sin embargo, y aunque suene trillado, me gustaría ser un escritor libre y crítico. Eso ya sería mucho. La libertad se construye a partir de limitaciones convenientes y del conocimiento de la circunstancia en que uno vive. La crítica es una constante puesta en duda del lenguaje y de su relación con los juicios morales. A causa de mantener mi libertad a toda costa y no defraudar al sentido crítico es que no poseo nada: ni propiedades, ni dinero, ni nada. Alguna vez fui socio minoritario, casi simbólico, de un bar y el negocio se fue al carajo. Hoy he intentado promover un mezcal con varios amigos de una manera estrictamente legal y honrada, pero la corrupción no nos lo permite. Vivo al día, subiendo a la guillotina cada mañana. En la política me inclinaría por cambios radicales en cuanto al concepto de convivencia civil: la pobreza y la desigualdad social me causan vergüenza. ¿Has visto las torres del poder bancario en Reforma? Esa competencia de penes y de egos disparatados. No es esa la clase de sociedad que me interesa, prefiero una horizontal, compleja y distributiva, una capaz de ofrecer los bienes de la civilización a la mayor parte de las personas. Como Henry David Thoreau, creo que es necesario mantener y conservar la importancia del individuo en épocas de crisis. Mi ánimo anarquista se decanta casi todas las veces por el individuo, la soledad y la conciencia de que la evolución ética colectiva es hoy en día casi imposible. Si escribo a favor de un progreso social de las mayorías es para que éstas me dejen en paz. El infierno son los otros (diría el Sartre existencialista). Tampoco soy nacionalista (un país es una construcción geográfica e intelectual), sino, en todo caso, me consideraría un pragmático ascético y marginal; no obstante definirse a uno mismo es muestra de arrogancia y torpeza, así que prefiero que sean otros los que disparen primero.

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Gabriela Jauregui (Ciudad de México, 1979), es escritora y editora. Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Modernas Inglesas en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, la maestría en Escritura Creativa en la Universidad de California y el doctorado en Literatura Comparada en la Universidad del Sur de California. Es autora de Controlled Decay (2008), La memoria de las cosas (2015) y coautora de Taller de Taquimecanografía (2011). Es también cofundadora y editora del colectivo editorial sur+.

Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960), es escritor y editor. Entre sus obras destacan ¿Te veré en el desayuno? (1999), Lodo (2002), Educar a los topos (2006), Mis mujeres muertas (2012) y El hombre nacido en Danzig (2014). Colabora en distintos medios como el diario El universal y la revista Nexos. Es fundador de la editorial Moho. Premio Colima de Literatura (2002). Premio Grijalbo (2012).

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