¿Qué hacer con la crítica de arte?

"El amor". Autor: Jorge Durón.

 

Por Jorge Durón

 

A todos nos gusta el arte aunque no sepamos bien qué signifique ello:  Nos gusta escuchar música y sentir con ella que somos más que piel y huesos. Nos gusta ver imágenes, saber que la vida se puede entender de muchas maneras, por medio de colores, trazos, formas. Nos gusta que nos cuenten historias, nos gusta escuchar cómo las palabras hacen frases, cómo las frases ideas, y después cómo éstas se convierten en posibilidades, nuevas posibilidades para la vida. A todos nos gusta lo que el arte nos hace sentir,  nos aparta del pensamiento práctico y nos hace seres extraños, volátiles.

Pero el arte siempre ha despertado cierto encono en cuanto a su significado se refiere. No nos hemos puesto de acuerdo sobre ello aún antes de que la palabra se instaurara allá por la ilustración, en el siglo XVIII, y ésta empezara a diferenciarse de su más acérrima rival: la técnica.

Lo cierto es que el Arte no necesita que le conceptuemos en un puñado de líneas, pues lo que ahora entendemos como tal, siempre ha existido, está más allá de nosotros aunque sus fines pudieron haber sido distintos según la época, la zona, la costumbre. Por ejemplo, si el hombre del Pleistoceno sólo quería plasmar su realidad en las paredes de las cavernas, ¿por qué  se vio en la necesidad de usar varios pigmentos y difuminar el color? La respuesta es la misma que tenemos en los pintores de hoy, porque el proceso creativo es una necesidad espiritual, pero ¿qué es una necesidad espiritual? Es esa picazón, que una vez descubierta no mengua,  y que surge cuando nos maravillamos con el problema del “ser”, es decir, qué soy yo y qué es lo que me rodea, tanto lo que puedo tocar como lo que intuyo se encuentra más allá de lo sensible y que entiendo como algo poderoso y a la vez sublime; cuando esas cuestiones llegan a la cabeza abandonamos el terreno de lo concreto, lo inmediato, para adentrarnos en el terreno de lo desconocido. Entonces el arte es la única respuesta a estas preguntas, aunque ofrece respuestas abstractas, incompletas, ambiguas y necesarias, como lo son las mismas preguntas.

Sin el proceso creativo, o en otras palabras: sin la imaginación, el ser humano se queda sólo en el terreno de lo sensorial, en responder únicamente al instinto del mundo inmediato que le rodea. El arte ya existía antes que su definición, tal como pasó con la ciencia, que ya se practicaba aun antes de su concepto, sobre esto dice J.F. Martel en su libro Vindicación del arte en la era del artificio: “Las sociedades primitivas realizaron una variedad de actividades basadas en la observación empírica y la experimentación que un observador moderno podría describir como empresas de naturaleza científica; sin embargo, el hecho de que esas sociedades no pensaran que actos tan diversos pudieran considerarse bajo un determinado concepto llamado <ciencia> no les resta un ápice de su valor como tal”.

El arte no siempre está encerrado en los museos, en las escuelas, en las galerías. Cuando en el año 1879, el español Marcelino Sanz de Sautuola reportó las pinturas que había descubierto  dentro de la cueva de Altamira, fue tildado de impostor, le dijeron que lo que él buscaba era notoriedad pues las pinturas las había hecho algún artista contemporáneo. Nadie le creyó que aquellas extraordinarias pinturas habían sido hechas por seres de la prehistoria. 

Si no nos hemos puesto de acuerdo en qué es el Arte, entonces, ¿de qué hablan los críticos de arte cuando hablan de arte? ¿De lo que está de moda? ¿De lo que les gusta? ¿De algún compromiso con un museo, un artista, un gobierno, un mercado? Su función, en principio, debe ir más allá.

Hoy en día, la crítica de arte ha tomado un rumbo que no le pertenece. Y es que la palabra “crítica” es tan fuerte que tiende a ser inquisidora u ofensiva (se vuelve necesario aclararla como “crítica constructiva” cuando lo que se busca es comentar sin el afán de insultar, algo parecido a un acto  humanitario, y todo por la rigidez de la palabra). 

“Confundidos con la exclusividad del término” -nos dice el escritor y filósofo  británico Aldous Huxley-  “los críticos de arte han pretendido hacernos creer que hay una sola psicología al pintar, una única función de la pintura, un solo criterio para apreciar (…) Las maneras en que puede pintarse un buen cuadro son innumerables, tanto como rica y variada sea la mente humana”.

Explicar una necesidad espiritual no es fácil, hay que tener un extenso bagaje cultural. Para que la crítica sea útil lo que debe hacer es contextualizar la obra de arte, es decir, alrededor de ésta siempre hay historias que contar, de antropología, de historia, de técnica, de filosofía, de literatura, de ciencia, de otras artes,  etc; es decir, un tratado que englobe el lenguaje plástico en cuestión, y que no solamente se quede en una opinión de si la obra es una basura o una joya.

Pero también la crítica debe buscar la creatividad y la sensibilidad, es decir, si el origen de un cuadro es la sinceridad, esta sinceridad plástica se entiende mejor si el crítico sabe,  conoce y  ha practicado el proceso creativo. De lo contrario, si alguno de estos factores no se cumple, el “crítico” se convierte solamente en una especie de narrador, y no en un ser capaz de trasmitir pasión y gusto por el arte.

El coleccionista austriaco Rudolf Leopold, comenta que se aprovechó del desprecio  que los críticos hicieron de Egon Schiele en los años 50 del pasado siglo, para hacerse poco a poco de una colección de 45 obras del pintor Vienés, pues con su profesión de oculista jamás podría haberse comprado una sola de estas obras a los precios actuales. Fue hasta el año 1995 cuando la crítica “decidió” cambiar su discurso y, como en un acto de magia, volverlo un buen pintor.  

Hay diferentes tipos de críticos. Por ejemplo, el “crítico-narrador”, un ser que explica, la mayoría de las veces en son de burla, lo que estamos viendo (como si estuviéramos frente al televisor viendo un juego de futbol), es decir, describe la escena creyendo que el público es ciego, distraído, sordo, apático, ignorante, etc. El objetivo de su narración es que nosotros como espectadores podamos tomar partido, saber si lo que estamos presenciando es arte, y si lo es, de qué tipo. Este es el caso del crítico de arte Louis Leroy, que acude, en París, a la exposición de la Sociedad Anónima de Artistas, Pintores, Escultores y Grabadores, realizada en abril de 1874, y en su redacción del día siguiente sobre la obra de Claude Monet, Impresión, sol naciente, escribe en tono despectivo: “Al contemplar la obra pensé que mis gafas estaban sucias. ¿Qué representa esta pintura? ¡Impresión! Impresión, estaba seguro. También pensé que ya que estoy impresionado, debe haber alguna impresión allí. […] Un lienzo fondeado está más trabajado que esta marina”. Como podemos ver, el crítico se dejó llevar por algún extraño impulso escribiendo lo que parecería el pensamiento absolutamente personal de un iniciado en la pintura. Más parece un caprichoso berrinche que el interés por parte del crítico de que el público acuda a la exposición, vea los cuadros, dialogue con ellos. ¿Qué habría sido del arte actual si se le hubiera hecho caso a este crítico? A esta “Sociedad Anónima de Artistas” hoy se le conoce como los Impresionistas.

También están los “críticos-peritos”, esos que fungen como jueces del buen gusto y dicen ser poseedores de la verdad. El gran artista, Eduard Manet, al exhibir su obra, El almuerzo sobre la hierba, en el salón de los rechazados, en 1863, recibe fuertes comentarios por parte de la crítica, entre ellos Jules Claretie: “Sus colores agudos e irritantes atacan el ojo como una sierra de acero”. Otros dicen: “Los contrastes son bruscos y violentos, el pintor carece del sentido de la armonía, la luz y la sombra”. Pero los ataques se hacen también desde la moralidad, una desvergonzada mujer desnuda mirando directamente al espectador entre dos hombres completamente vestidos. El crítico Louis Vauxcelles, ante una de las primeras vanguardias del siglo XX, en el Salón de Otoño de París, dijo con desdén que aquellas obras, incluyendo las del pintor Henry Mattise, eran el producto de unas “fieras salvajes”, de ahí que se les conozca como Fauves, o Fauvismo, como le llamamos nosotros. 

Entonces, vuelvo a lo mismo, si el arte depende de muchos factores, como el de la apreciación, y no hablo del arte clásico o aquel que ya está catalogado en los libros de historia del arte, hablo solamente del actual: ¿por qué necesitaríamos que un crítico de arte nos venga a decir algo que deberíamos hacer nosotros mismos? Bueno, porque la mayoría de las veces las respuestas las buscamos afuera y no adentro de la obra de arte. Preferimos hacerlo así porque creemos que las respuestas son las mismas para todos y porque le damos la responsabilidad al mundo exterior de que se explique a sí mismo. Pero creo que en el fondo todos tenemos la capacidad de cuestionar, de buscar y de ser sinceros y valientes con las respuestas. Creo que cada uno debe buscar el significado, “su significado”: de la vida,  del amor,  del mundo, de dios,  del tiempo, del ser, etc., y por supuesto, del arte. 

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Jorge Durón

Es pintor, originario de Coahuila y radicado en la ciudad de Querétaro, México. Estudió en el taller del pintor Ramsés de la Cruz por cuatro años y tomó diversos cursos de dibujo con la pintora Martha Pacheco en el Museo de la ciudad de Querétaro. En España, recibió asesoría en el taller de la pintora Carmen Mansilla y en la academia de arte Espositivo. En 2019 realizó una residencia artística en la Art House Holland, en la ciudad de Leiden, Holanda. Ha expuesto en diversas colectivas en el Museo de la Ciudad de Querétaro, en el Centro de las Artes de Querétaro (CEART) y en la Galería Municipal de Querétaro.