Segunda visita del Eternal Hispanic

"The eternal hispanic her".

Por Mauricio Patrón Rivera

 

 

Cuando aterrizamos y descendimos de la nave, la misión era reconocer el segundo barrio con miras a recuperarlo. Lo único que sabíamos era su ubicación en un viejo mapa, que además no estaba escrito en Joisán, nuestra única lengua al momento del contacto.

Cuando salí de la nave, una vieja cafetera que estacionada en aquella explanada parecía un edificio industrial, mi compañera argonauta 1513 ya no estaba. Había descendido antes que yo, llevándose el mapa… Dejándome a la deriva en el horizonte del segundo barrio.

Con mis manos superiores me quité la escafandra sideral, inútil frente a la elevada temperatura, los reflejos del sol, la humedad y la doble pérdida: habíamos sido enviadas para encontrar nuestros recuerdos, y ahora también la había perdido a ella. Me llené los ojos de calor asfáltico, abriéndolos lo más que pude para ver si 1513 se distinguía en el horizonte. Nada. 

Sabía que el segundo barrio no era nuestro, aunque lo hubiera sido. Caminé cautelosa entre los primeros escombros: piedras, alambres, plásticos, pequeñas lajas de cemento zafadas de la calle por el tiempo y por brotes de pasto que surgían aleatoriamente. 

Me quité también el resto del traje, necesitaba sentir el barrio para poder recordarlo. Enfrenté sin filtros el ambiente intentando que de mi olvidadizo cuerpo sudaran recuerdos. Apreté el paso, balanceándome en brazos y piernas, tallando mis manos contra la calle. Apreté los puños contra una barda para llenarlos de ladrillos, la arcilla escurría entre mis dedos y mis pisadas aplastaban el olvido. Con euforia di vueltas sobre mi propio eje, buscando que la fricción de mi cuerpo con el territorio encendiera los recuerdos, gritando el mantra de nuestra misión: You will run into the hours. 

Tras mi desahogo caminé el día entero. Estaba perdida, buscando a 1513 y sintiendo cada borde del paisaje, dejando la mirada fija en alguna basura, asomando la cabeza en los locales, intentando escuchar a mi instinto. Mi sombra se iba alargando y achicando según donde anduviera. Las calles estaban tranquilas y sin vida. 

Avancé por todo el barrio, a veces corriendo y otras en dos patas. A la deriva y oliendo el pasto, me quedaba quieta largo rato para ver si el sol directo le hacía algo a mi mirada blanca. Un chirrido me hizo regresar, era una cámara de vigilancia, en un poste de madera, meciéndose sobre su óxido. Me asusté ¿Cómo es posible que estás ruinas nos pertenecieran? 

Iba rompiendo o moviendo cosas, reacomodando el paisaje que de otra forma llevaría ya mucho tiempo inmóvil. Incluso el viento, ilusionista de la vida, ya había arrinconado todas las cosas sueltas que podían ser jaladas o empujadas, arremolinadas. Hallé una estación de tren, donde pateé contra el asfalto lo que quedaba de una bocina alimentada por un panel solar: “El siguiente tren llegará en un minu…” patada. 

Revisé el mapa que estaba en el andén, intentando ajustarlo en mi mente al que se había llevado 1513. Seguí mi camino por las vías. El sol me quedó de un lado y las sombras del otro, y así hasta que las vi: las letras, las palabras, las frases, las reconocí en una nostalgia que abarcaba a toda mi especie.

Las veía en su forma, círculos y líneas, giros y puntos, hasta que se hacían dibujos y después otra vez letras y las ponía juntas, y las intentaba decir, y al combinarlas me traían, por fin, recuerdos. 

Busqué casas, bodegas, edificios, pastos y calles, registrando todas las líneas. “Peluquería Guerrero II”, “Washateria”, “Pollos Río Grande”, “Harrisburg”, “Estética Automotriz”. Entré en la estética, me llamó irracionalmente el olor a pintura fresca, había una cordillera entera de latas de pintura en spray apiladas unas sobre otras y eran tantas que había que afinar la vista para entender dónde acababan y empezaban. Escogí colores según mis olores favoritos. 

Me llené las manos de su espesor, tomé todas las latas que pude y corrí de vuelta a la calle hasta encontrar un muro amplio. Tenía la sensación de que ahí me había pasado algo, esa geografía iba recomponiendo mi vida hasta tal grado que sentí que habían pasado miles de años desde mi llegada. Recordé a 1513 y mis brazos comenzaron a grafitear, un circulo, luego otro para nuestras escafandras, los perfiles de pómulos perfectos y quijadas largas, las arrugas ganadas entrenando la vista, los ojos blancos para soportar la inmensidad de nuestro viaje, cada relieve de las cintas y compartimentos de nuestros trajes, los pivotes de comunicación y nuestras bocas cerradas, pero riendo por dentro. 

Cuando terminé ya sabía mi camino, seguí hacia el canal de agua que entraba por esa parte al barrio, llevada por mis presentimientos. Husmeando pedazos de cosas, quitando polvo de ventanas, entrando a casas, a accesorias. Abrí cajones, encendí lámparas sin luz y estrellé los focos, aventé todo lo que ya no fuera útil, y en cada tomar y aventar se me iban pegando los nombres de las cosas. 

los vasos

vajillas

manteles

cables de máquinas

cubiertos

sábanas y cobijas

una escoba

sartén 

y estrellé una olla de barro. 

Me detuve para contemplar los pedazos y en su historia destruida, en guijarros que me hablaban encontré una salida. Atravesé un pasillo y lo caminé entero, hasta una puerta que abrí y la habitación me dejó seca. Toda ella era un recuerdo hermoso, cortinas, una cama, fotografías, una máquina de coser. En el closet vestidos, mantas, camisas, el olor a jabón. Recorrí con la mirada su añejado vocabulario. Miré entonces una pluma rosa y en el rabillo de mi ojo alcancé a ver otra, que llevaba a otra, un caminito por el suelo que me sacaba de ahí nuevamente. La alcancé, alcancé todas las plumas y al alzar la vista estaba rodeada de ellas, de largas estolas rosas revueltas en el piso de una “mercería lupita”. 

Interrumpí el revoloteo por un nuevo sonido, había alguien en el patio interior detrás de la tienda. Era un sonido de radio encendida ––swan pop and funky music–– que mi garganta contestó con un gruñido. El pelo de la espalda se me levantó, no sabía si huir o cazar cuando una silueta se recortó en el marco de la puerta que daba al patio. Se me cayeron todos los nombres de las cosas cuando vi que me miró. Yo sabía quién era ella, era 1513 y al verla recordé su nombre. Al verme, me regresó el mío.

“Mapa”.

Créditos:

El grafiti está localizado en N. York St. & Engelke St., en el Second Ward de Houston. La fotografía es de El Muralcho. El mapa salió de una búsqueda rápida en internet.  Ambos están intervenidos haciendo blackout poetry con el artículo “The Best Dive Bar in Texas Opens at 7 AM and Refuses to Be Gentrified” de John Nova Lomax. 

Muchas gracias por sumarse para hacer esta historia.

*

Mauricio Patrón Rivera

(Ciudad de México, 1984) trabaja con el texto y su relación con la comunidad. Su trabajo se agarra del feminismo descolonial, la necropolítica, los derechos humanos y el periodismo. Escribe cuentos, ensayos, proyectos curatoriales, investigaciones académicas y participa en procesos colaborativos. Actualmente estudia el Ph. D. en Escritura Creativa en Español en la Universidad de Houston, y explora sobre las corporalidades fuereñas.

Página web: https://maupatron.tumblr.com