Alfonso Reyes decía que Jorge Luis Borges era el mejor escritor de América; Borges, por su parte, replicaba que era Reyes el mejor escritor del continente. No discutiremos quién posee tal título, lo cierto es que el autor de Ficciones no exageraba al reconocer los talentos del escritor  nacido en mayo de 1899 en la ciudad de Monterrey. Alfonso Reyes emigra muy joven para estudiar en la ciudad de México donde se gradúa en derecho y donde forma, junto con Julio Torri, Antonio Caso, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Hureña, el Ateneo de la Juventud,  grupo de intelectuales que renovó la visión literaria de la época. De sus cargos públicos podemos nombrar su ingreso al Servicio Diplomático en 1913, que lo llevó a París, ciudad donde se nutrió de los movimientos literarios en boga. Viajó a Madrid; ahí vivió de sus artículos periodísticos, ensayos y traducciones; ahí también trabajó en el Centro de Estudios bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. De vuelta en el Servicio Diplomático es Ministro Plenipotenciario en París, enseguida Embajador de México en Buenos Aires y posteriormente en Río de Janeiro. Regresa a México en 1939 para fundar y dirigir el Colegio de México, y para dedicar, los siguientes veinte años a sus escritos literarios.

Pues, ¿qué necesidad hay de la filosofía en condiciones como las de México? ¿Qué sentido tiene la filosofía en México? Antes ser un vago que un filósofo profesional. Antes dormitar, escribir, inventar obras maestras, que hacer concesiones a una profesión llena de obligaciones pedagógicas para sobrevivir.

Diferentes imágenes del filósofo –responsable, profesional o vago–, diferentes conceptos del ejercicio de la filosofía –creación, artesanía u oficio especializado–, pero igual desconsideración por la figura del profesor de filosofía, igual desdén por el ejercicio institucional académico de la enseñanza de la filosofía, igual anhelo de una situación extraacadémica donde filosofar. El sentido, necesidad y destino de la filosofía en México estaría, según estos filósofos mexicanos, fuera de la institución académica.
Francisco Barrón

Las historias de Voltaire, además de entretener a los invitados de los salones de París, de Versalles, y del palacio de Sceaux hacia 1744-1750, son en el fondo, lentes agudos que comienzan a observar el mundo desde la lógica y el entendimiento. Sus legendarios personajes: Micromegás, Cándido, Memnón, Zadig,  son la fábula del nuevo pensamiento, de la búsqueda de la verdad: un afán de leer la realidad mediante una visión que se sirvió de la belleza y de la fantasía para expresar los fundamentos del nuevo pensamiento. En efecto, Voltaire, como vocero de la filosofía ilustrada, se dio a la inmensa tarea de reorganizar el mundo de las ideas desde el ser humano, sus cualidades y potencias. Estamos ante un viraje en la dirección de la fe, donde ahora es el pensamiento el centro del universo, el rector de los acontecimientos del mundo, el eje social y ontológico.