No cabe duda de que Esbirros del escritor jaliscience Antonio Ortuño (Páginas de Espuma, 2021), es una de las mejores recopilaciones de relatos que se han publicado en los últimos años en el ámbito castellano. Se trata de once cuentos que abordan el complejo tema del poder y los múltiples estratos que soportan su andamiaje ruin. Son relatos de alta factura estética y de composición precisa, donde se muestran diversos engranajes de esa sórdida cadena de mando que significa cualquier relación social. Con una acidez punzante, Ortuño despliega el tema de la sumisión como ese procedimiento indispensable para obtener un sitio dentro de los registros del poder; ya sea en una infinita sucesión de servilismo (“Historia del cadí, el sirviente y su perro”), en el motivo del asesino salvador (“El horóscopo dice”), o en la feroz insubordinación generacional (“El escriba”). En todos los casos, la humillación  aparece como el mecanismo primordial de susbsistencia, en un contorno de hostilidad extrema, y donde el endeble espectro moral ha sido devastado por completo.

Jim Morrison. El yo desbaratado en poesía y el yo que es otro confluyendo en un delirio interminable. El chaman bajo la luna desértica. El lobo de la carretera adormecida. El astro veloz de la ciudad moribunda. El barco embriagado alrededor de la serpiente de piedra. El niño solitario que aguarda la media noche para soltar el llanto.  

Jim Morrison es el tótem de la destrucción luminosa que ha encontrado un refugio en el rock and roll. El único lugar para las almas extraviadas, para aquellos que perdieron el rumbo desde los primeros pasos. Aún muchos vagabundos en los suburbios del mundo tararean sus canciones como un himno que ha de sofocar su fractura cósmica. Su herida primigenia.