Esbirros: la galería tétrica del poder

Por Leopoldo Lezama

No cabe duda de que Esbirros del escritor jaliscience Antonio Ortuño (Páginas de Espuma, 2021), es una de las mejores recopilaciones de relatos que se han publicado en los últimos años en el ámbito castellano. Se trata de once cuentos que abordan el complejo tema del poder y los múltiples estratos que soportan su andamiaje ruin. Son relatos de alta factura estética y de composición precisa, donde se muestran diversos engranajes de esa sórdida cadena de mando que significa cualquier relación social. Con una acidez punzante, Ortuño despliega el tema de la sumisión como ese procedimiento indispensable para obtener un sitio dentro de los registros del poder; ya sea en una infinita sucesión de servilismo (“Historia del cadí, el sirviente y su perro”), en el motivo del asesino salvador (“El horóscopo dice”), o en la feroz insubordinación generacional (“El escriba”). En todos los casos, la humillación  aparece como el mecanismo primordial de susbsistencia, en un contorno de hostilidad extrema, y donde el endeble espectro moral ha sido devastado por completo. Asesinos, violadores, zoofílicos, que responden, no obstante, a designios que brotan de lo más profundo de los individuos. El sumergimiento de Antonio Ortuño en estos personajes extremos, nos muestra que eso que  moralmente repelemos, también nos conforma (pues en rigor, la moral suele dejarse vencer por el empuje de las mezquindades y vilezas humanas). Pero en estos relatos esa vileza y esa mezquindad tocan fondos donde la dignidad se desdibuja por completo: la violación y el asesinato han pasado a formar parte del itinerario del placer.

En “Temor”, un fallido ladrón ha sido atrapado y herido; sin embargo, la derrota no es motivo para la absolución o la justicia: el daño debe prosperar. El ladrón, “sucio de derrota”, es asesinado sin clemencia, como son asesinadas las víctimas de Rosendo,  el descuartizador de otro relato inquietante: “Tiburón”. Sorpende en este conjunto de cuentos, los afortunados cambios de tono, la economía linguística, y la variedad de recursos para presentar la infamia en todas las magnitudes posibles: el hurto bien intencionado en “Almas blancas” (donde toda la familia roba para comprarle una televisión a la madre), y la hipocresía suprema, la falsa caridad en “Bienaventurados los mansos”, donde contemplamos las más bajas artimañas de un centro de rehabilitación juvenil para conseguir un apoyo financiero. La ausencia de voluntad  (esa otra manera infame de estar sujeto a un poder superior), también aparece en los horrores de las adicciones, como en “El rastro de la nieve en tu sangre”, donde un hombre recae en el consumo de cocaína después de ocho años de abstinencia; o en “Gusano”, que cuenta el episodio de un funcionario público que, en un viaje de trabajo a Oaxaca, sufre una pavorosa congestión de mezcal.

En todos los casos la dignidad se sumerge en profundidades donde se desdibuja por completo su cualidad redentora (permitiendo al mismo tiempo, el surgimiento de seres de una ruindad infinita). Antonio Ortuño abre la puerta de ese lado oscuro, pero el recorrido lo hace con maestría (con la seguridad de quien ha explorado entre la niebla humana), y con la certidumbre de que por muy siniestros que sean estos escenarios catastróficos, no dejan de parecerse mucho a lo que nos constituye. Al final, parece decirnos, la belleza y lo repulsivo, la luminosidad y la vileza, la sensibilidad y el crimen, son parte de un mismo recorrido.

 

Antonio Ortuño, Esbirros. Editorial Páginas de Espuma, 2021.

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