“La mente funciona bien en ese aire enrarecido. Paso horas en la cafetería de la Facultad, discutiendo con mis compañeros. Hablamos de Ezra Pound y las posibilidades del verso proyectivo, de la desintegración del lenguaje en Céline, de Adorno y Benjamin y Arendt y Sontag. Traducimos, escribimos ensayos, publicamos reseñas, editamos revistas literarias, todo apasionadamente, fumando”.
Agustín Cadena

El presente relato de Rocío Cruz es una metáfora de la autoliberación y una exacerbación de las pasiones humanas. Por medio del viaje psicotrópico, se plantea la sanación epifánica del mundo interior, no sin rozar los límites de la locura y la muerte. En el fondo, está el tema del severo camino del autoconimiento y el esfuerzo monumental que debe realizar el espíritu por lograr una conexión absoluta con el mundo.

Con apenas un puñado de poemas, Izel Shamaní se sitúa en medio de todas las tristezas. Es un alma vieja que ha sentido con intensidad los padecimientos del mundo. Sin embargo, no ha tenido miedo y se ha atrevido a caminar en la oscuridad, bajo ese “recrudecido mecanismo” que implica transitar por la vida. Sus Ausencias son un registro sensible de la brutal conmoción que deja una pérdida. La ausencia acrecienta la soledad y la convierte en una madrugada interminable donde el espíritu no encuentra reposo. Una luz encendida en un cuarto vacío; una última sonrisa antes de convertirse en la opaca grafía de un expediente.

No cabe duda de que Esbirros del escritor jaliscience Antonio Ortuño (Páginas de Espuma, 2021), es una de las mejores recopilaciones de relatos que se han publicado en los últimos años en el ámbito castellano. Se trata de once cuentos que abordan el complejo tema del poder y los múltiples estratos que soportan su andamiaje ruin. Son relatos de alta factura estética y de composición precisa, donde se muestran diversos engranajes de esa sórdida cadena de mando que significa cualquier relación social. Con una acidez punzante, Ortuño despliega el tema de la sumisión como ese procedimiento indispensable para obtener un sitio dentro de los registros del poder; ya sea en una infinita sucesión de servilismo (“Historia del cadí, el sirviente y su perro”), en el motivo del asesino salvador (“El horóscopo dice”), o en la feroz insubordinación generacional (“El escriba”). En todos los casos, la humillación  aparece como el mecanismo primordial de susbsistencia, en un contorno de hostilidad extrema, y donde el endeble espectro moral ha sido devastado por completo.

Jim Morrison. El yo desbaratado en poesía y el yo que es otro confluyendo en un delirio interminable. El chaman bajo la luna desértica. El lobo de la carretera adormecida. El astro veloz de la ciudad moribunda. El barco embriagado alrededor de la serpiente de piedra. El niño solitario que aguarda la media noche para soltar el llanto.  

Jim Morrison es el tótem de la destrucción luminosa que ha encontrado un refugio en el rock and roll. El único lugar para las almas extraviadas, para aquellos que perdieron el rumbo desde los primeros pasos. Aún muchos vagabundos en los suburbios del mundo tararean sus canciones como un himno que ha de sofocar su fractura cósmica. Su herida primigenia. 

“Avasallante, enceguecido por la radiación de un ánimo lírico, el canto circula por todos los puntos cardinales,  al sur y más al sur, de Cuzco al Chimborazo, de Medellín a Caracas y a los Andes, tomando café, hablando del árido paisaje de sangre, palpando la tristeza antigua de vernos casi despiertos, casi por despertar pero aún dormidos, tratando de recobrar la fuerza que la arrebatada alegría perdió con el goce de nuestros fracasos, al ver, cómo “los pueblos se dispersaban  como archipiélagos marcados con tiza”.  Un canto en contra del sueño profundo de los siglos, un canto que  resuena como una marea que trae de vuelta las armaduras llegando sin rasguño a posarse sobre la arena. En el canto se vuelve y también se avanza, se destila la sustancia con la cual ha de brillar el tiempo carcomido, el llanto, la derrota”. El señor L

Texas I love you aborda el tema de las ejecuciones de latinoamericanos condenados a la pena de muerte en aquel estado del país del norte. René Morales retoma los expedientes de muchos enjuciados desde mediados de los años ochenta hasta el 2012, y con ese material crea un coro de voces que hablan desde la muerte: historias de pobreza, marginación y violencia; “el sueño americano como pesadilla”, apunta Nervinson Machado en la nota preliminar. Así, escuchamos a Rubén Cantú, aprehendido por robar una casa: “Ni los dioses ni nosotros/ seremos los mismos/ al terminar el día”. Escuchamos a James Martínez hablarle a su esposa: “Te prometo que volveré a casa temprano/tocaré la puerta del departamento 404 A/ y te diré que no ha pasado nada nuevo/ que estoy un poco cansado…” Es una poesía que le da voz a los muertos y, al mismo tiempo, expresa el sentir de muchos migrantes condenados: “Quiero decirle una sola cosa: yo también soy una víctima, igual que usted… pero vamos, no se asuste/ ahora se lo dice un fantasma”.

“Es el cubismo una mirada obvia del progreso inevitable de la pintura; en un inicio se buscó la representación fiel de la realidad en territorio imposible, lo bidimensional de un lienzo. Tardaría décadas en germinar gracias al interés genuino de quien sigue los pasos de aquellos que abrieron senda. Luego la pregunta tocaría a la observación detenida: ¿será posible mostrar en una sola imagen todos los ángulos que miran la realidad?”
Sebastián Coutiño

“Los muertos son una paradoja, ellos son los ausentes que nos negamos a dejar que se desvanezcan del todo. Ellos ocupan un vacío que nosotros, quienes sobrevivimos, necesitamos llenar con historias, recuerdos, hasta invenciones. Son una página en blanco que hizo irrupción en un continuum de letras y ruido para obligarnos a encontrar un sentido. Porque la muerte es el absurdo absoluto, allí está el lenguaje, y en él la escritura para alcanzar una comprensión. Incluso si ésta nunca puede ser más que paradójica, estar llena de contradicciones. El ensayo de Melina Balcázar es breve, pero apunta en diversas direcciones que resuenan en el lector una vez que éste cierra el libro. ¿Hasta qué punto nuestra experiencia de la muerte es intransferible? ¿Cómo compartirla con los demás mediante el lenguaje que utilizamos todos los días, herramienta manoseada, acaso demasiado conocida, despojada de trascendencia?”
Félix Terrones

Los límites de la mente, lo sobrenatural como una posibilidad de la vida cotidiana, lo sórdido como ejercicio estético, la angustia reconfigurada en acto creativo, son algunos de los temas que Héctor Zalik desarrolla en sus relatos con precisión quirúrgica. Aquí lo extraño, lo desproporcionado, tienen una oportunidad de levantar un reino estético. Lo extraño puede también conmover y crear otras perspectivas. Para la literatura, la realidad del mundo y de la conciencia no dejan de ser una rata de laboratorio permanentemente sujeta a los experimentos de otra mente mayor. Esto lo ha comprendido muy bien Héctor Zalik. Sus quimeras levitan por los aires con la majestuosidad de las grandes ficciones literarias.   

“En toda carrera importante y reñida puede haber un tipo como yo dispuesto al sacrificio para tronarse y tronar a los demás, cuyo único papel en la pista o en la calle es ser un señuelo, una carnada que los punteros siguen para catapultar al compañero de equipo que puede ganar la competencia. La liebre es un perdedor cuyo nombre no importa, un corredor bueno, esforzado, pero que no está ahí para ganar; sin embargo, debe parecer que puede ganar para que se haga efectivo el engaño”.
Sergio Osorio

“En la música, géneros como el death metal, gore, el grindecore, powerviolence, el mincecore… exaltan lo más abyecto de la especie más abyecta: los humanos. Algunas veces estos estilos hacen una crítica desde posturas políticas como antifascistas, antiespecistas, anarquistas … y en otras ocasiones la crítica viene de manera más nihilista, irónica y burlona. Como es el caso de la banda campechana que nos ocupa: Goeychivo… La banda aparentemente no tiene pretensiones intelectuales ni profundas, pero refleja el hartazgo frente a una sociedad absurda, conservadora, violenta, consumista y moralista que poco ha cambiado y evolucionado como se cree ingenuamente. Los gritos y el ruido desbordado de Goeychivo puede llegar a ser terapéutico, como la degradación y los golpes fueron para el personaje de “Los perros no usan pantalones”, tal vez la realidad sólo se pueda enfrentar y asimilar de esta forma cáustica”.
César Ontiveros