A la vez que ninfómana soy adicta al café. He creado amables mecanismos para llenar mis múltiples vacíos, supongo. Pero para las almas lúcidas, el exceso de sexo no suplirá jamás esa dicha tensa, esa voluptuosa asfixia que oprime mis sienes como el más lúbrico de los cuerpos.  La generosidad del café no lo da el más hábil de los miembros viriles.
Natalia Neumann

A lo largo de casi nueve décadas, el Fondo de Cultura Económica ha detenido el tiempo para recuperar los instantes en que se ha formado el pensamiento contemporáneo. La revisión crítica de la historia, el análisis filosófico, la investigación y el rescate de las culturas antiguas, la elaboración de estudios sobre el comportamiento de las sociedades, la divulgación de admirables obras literarias, son tareas que esta casa ha realizado. Ha reunido con criterio impecable las diversas manifestaciones de una comunidad creativa, ha abierto el aula universitaria para los lectores en castellano, ha sido la academia que por décadas viene diseñando el coloso imaginario de la América hispana. Breviarios es una de las mejores colecciones que ofrecen un amplio panorama de la cultura universal; la Gaceta es una de las más notables publicaciones periódicas nacionales; Letras Mexicanas ha publicado varias de nuestras obras mayores; aquí están los libros de nuestros grandes poetas: Sor Juana Inés, Ramón López Velarde, Octavio Paz, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Jorge Cuesta, Enrique González Martínez, Rubén Bonifaz Nuño, Efraín Huerta, Marco Antonio Montes de Oca, Tomás Segovia, José Emilio Pacheco, José Gorostiza; aquí Alfonso Reyes dejó una de las obras capitales del siglo xx, Juan José Arreola instauró una manera de hacer cuento con su Confabulario, y en septiembre de 1954, Juan Rulfo entró a la oficina de Alí Chumacero con 127 cuartillas mecanografiadas de una de las novelas más bellas escritas en castellano: Pedro Páramo.
Leopoldo Lezama

Eduardo Robles, cuando escribe, describe: muestra. Al recurrir a sus letras, me parece que eso que está ahí, eso que coloca en la página, existe en alguna parte del universo, lo cual me aterra y seduce por partes iguales: tiemblo ante la idea de que haya seres así, conviviendo de esa manera, y que no se atrevan a dar el siguiente paso a lo que sea que se halle en sus corazones.

Parejas incapaces de saber qué quieren, aplastados bajo el peso de la amenaza de una nueva vida que ha de unirlos para siempre de formas que ni siquiera sospechan; niños aterrados de volverse hombres, porque saben que rebasada esa frontera ya no habrá más realidades disfrazadas, sólo el aterrador aliento de la existencia misma. Los personajes que crea Eduardo Robles son apenas un esbozo de vida, un fragmento de aire sostenido por quién sabe qué fuerzas. El autor logra mostrarlos en toda su plenitud y, así, se repliega, se esconde detrás de sus narradores: el autor brilla por su ausencia, lo que no es cosa fácil de lograr.
Aldo Rosales

Desconozco la edad de Juana (debe de rebasar los cincuenta), de dónde viene o a qué se dedica: nuestro único punto de comunión es el Taller de Creación Literaria del FARO Indios Verdes, a donde se presenta con asiduidad y, sin más rodeos, sin más preámbulos, lee lo que escribió durante la semana. Y como la vida misma, no todos sus textos son bellos o logran llegar al punto deseado, pero en el grueso de su producción hay vida, hay gente existiendo sin la consciencia de ello, rodeados de una oscuridad profunda en la que, a veces, sus voces brincan como una chispa de luz. Me pregunto cuánta será la oscuridad a la que Juana Ramírez se asoma para, después, hablarnos de ella en un par de oraciones lúgubres, dolorosas, tangibles.  
Aldo Rosales

Rimbaud sintetiza la brutal aflicción de cargar el peso de la existencia, y tal vez a eso se debió su permanente deseo de huida. Para la propia historia de la literatura, continúa siendo un misterio el motivo por el cual Arthur Rimbaud decidió no escribir más con apenas veinte años. Pero si leemos con detenimiento toda su obra, podremos ver que su labor de visionario era un ejercicio condenado a perecer: Que la oración galope y la luz brame… eso lo veo claro. Es demasiado simple y hace demasiado calor; se arreglarán sin mi. Tengo un deber, estaré orgulloso de él como mucha gente, cuando lo deje a un lado, dice en “EL RELÁMPAGO”. Tampoco es acertado pensar en la persistencia de un poeta que entre todos los desplazamientos, le preocupó fundamentalmente el de su propia conciencia. La célebre segunda carta del vidente que envió al poeta Paul Demeny, queda como uno de los mayores enigmas de la poesía: Nos equivocamos al decir: Yo pienso; deberíamos decir: Alguien me piensa… YO es otro. ¿Y si el deseo más profundo de Rimbaud era ser otro, qué importaba la poesía? La destrucción de la conciencia como una extrema tentativa de búsqueda, no es extraña en el itinerario del viajero y del suicida. Mediante la desarticulación de las facultades perceptivas y el resquebrajamiento de la conciencia, nuevos valles se extenderían ante sus ojos cansados. Recorrió todos los continentes, todos los océanos, pobre y altivamente, dijo Verlaine hacia 1884, muchos años después de ver por última vez a su antiguo compañero.

Mediante imágenes finas casi hilvanadas por la niebla, la poesía de Marian García es el viaje a las aguas del nuevo mundo (el suyo propio) en busca de un constante renacimiento. El hastío por el tiempo perdido, el resurgimiento del ánimo sobre las aguas marítimas, son motivos para la poeta, quien prefiere contemplar cómo la oscuridad se deshilvana bajo su percepción poderosa. La “seria empresa” de la reconstrucción poética permite despojar la angustia de un espíritu permanentemente atento a las transfiguraciones de la realidad. En la poesía de Marian, el mundo y el desencanto son uno mismo. No obstante, el paisaje es la espera de algo nuevo, vital. El asombro y el abismo tejiendo un mismo instante. Al final, siempre a un paso de caer, queda el disfrute de la nada.

“Se dice que Onetti era un sujeto negado a cualquier tipo de empatía. Idea Vilariño ha dicho con resentimiento, que a pesar del profundo amor que sintió por él, nunca llegó a conocerlo, porque el novelista nunca mostró su rostro. “Ni siquiera en sus cartas es capaz de tocar al otro, de comunicarse, de hablar”. No obstante, en su lejanía, Juan Carlos Onetti llegó como pocos a los confines del espíritu humano. A sus pozos más hondos y sus periferias más desoladas”.
Leopoldo Lezama

Con el asesinato de Joan Vollmer en septiembre de 1951 en la Ciudad de México, William Burroughs mató a la realidad en favor de otra mayor: la cimentada sobre la violenta quimera mental. El sacrificio que Burroughs ofrendó a la deidad de la escritura fue la del único ser que comprendió su espíritu (la madre de sus dos hijos). Sin embargo, el dios que William Burroughs intentó apaciguar con la muerte de Joan era demasiado voraz: el Dios de las posibilidades mentales, la máquina ciega que reproduce mundos inauditos en la oscuridad (así como la máquina binaria que inventó su abuelo paterno fue la primera en controlar cantidades ilimitadas). Cuenta la Biblia que al pedir una prueba de fe, Dios detuvo a Abraham cuando éste se encontraba a punto de asesinar a su hijo Isaac; sin embargo, nadie detuvo la mano de Burroughs en su prueba definitiva para acceder a la totalidad.

Con apenas un puñado de poemas, Izel Shamaní se sitúa en medio de todas las tristezas. Es un alma vieja que ha sentido con intensidad los padecimientos del mundo. Sin embargo, no ha tenido miedo y se ha atrevido a caminar en la oscuridad, bajo ese “recrudecido mecanismo” que implica transitar por la vida. Sus Ausencias son un registro sensible de la brutal conmoción que deja una pérdida. La ausencia acrecienta la soledad y la convierte en una madrugada interminable donde el espíritu no encuentra reposo. Una luz encendida en un cuarto vacío; una última sonrisa antes de convertirse en la opaca grafía de un expediente.

“Los muertos son una paradoja, ellos son los ausentes que nos negamos a dejar que se desvanezcan del todo. Ellos ocupan un vacío que nosotros, quienes sobrevivimos, necesitamos llenar con historias, recuerdos, hasta invenciones. Son una página en blanco que hizo irrupción en un continuum de letras y ruido para obligarnos a encontrar un sentido. Porque la muerte es el absurdo absoluto, allí está el lenguaje, y en él la escritura para alcanzar una comprensión. Incluso si ésta nunca puede ser más que paradójica, estar llena de contradicciones. El ensayo de Melina Balcázar es breve, pero apunta en diversas direcciones que resuenan en el lector una vez que éste cierra el libro. ¿Hasta qué punto nuestra experiencia de la muerte es intransferible? ¿Cómo compartirla con los demás mediante el lenguaje que utilizamos todos los días, herramienta manoseada, acaso demasiado conocida, despojada de trascendencia?”
Félix Terrones

“En toda carrera importante y reñida puede haber un tipo como yo dispuesto al sacrificio para tronarse y tronar a los demás, cuyo único papel en la pista o en la calle es ser un señuelo, una carnada que los punteros siguen para catapultar al compañero de equipo que puede ganar la competencia. La liebre es un perdedor cuyo nombre no importa, un corredor bueno, esforzado, pero que no está ahí para ganar; sin embargo, debe parecer que puede ganar para que se haga efectivo el engaño”.
Sergio Osorio

Alguna ocasión William Faulkner dijo con fría certeza que Thomas Wolfe era “el mejor fracaso de la literatura norteamericana”, quizás porque este autor monumental había sido menos apreciado que narradores contemporáneos como John Dos Passos, Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. No obstante, Faulkner también fue atinado cuando dijo que Wolfe es el mejor escritor de esa brillante generación. ¿Por qué un prosista extraordinario de la talla de Thomas Wolfe se aprecia casi ochenta años después de su muerte? Acaso porque no alcanzó a afianzar su posteridad debido a su temprana muerte en 1938 a los treinta y siete años, o porque su obra, desmesurada y experimental (que le valió la crítica de sus colegas y editores) tardó en encontrar a sus lectores. Por tal motivo, es estimulante ver traducidos al castellano los cuentos de uno de los maestros de la narrativa contemporánea (su reconocimiento en nuestro idioma no ha sido siquiera cercano a lo que merece). Se trata de un voluminoso tomo de casi mil páginas editado por Páginas de espuma (2020), que en palabras de su traductora Amelia Pérez de Villar, da cuenta de “un corpus titánico que contiene un universo titánico”.