Contracanto: una sinfonía que levantó nuevas ciudades

 

Lo que importaba era cantar, aunque llegara la muerte, dijo, si su voz había tenido oídos receptores. Su voz, o mejor dicho, su canto, recorría esa vasta porción de tierra que, según han dicho, sola se levanta. Pero nada se levanta sin canto, sin la potencia que hace resurgir a la Historia como un buque hundido. La cuestión está en la voz, en ese torrente que pregunta: “¿A dónde va la América, quién la empuja y guía?”; y las voces comenzaron a tener resonancia, “navegando toda la noche con los sueños desvanecidos”, partiendo de pie, agitando nuevas banderas, asentando la áspera tierra para levantar nuevas ciudades.

Avasallante, enceguecido por la radiación de un ánimo lírico, el canto circula por todos los puntos cardinales,  al sur y más al sur, de Cuzco al Chimborazo, de Medellín a Caracas y a los Andes, tomando café, hablando del árido paisaje de sangre, palpando la tristeza antigua de observarnos casi despiertos, o casi por despertar pero aún dormidos, tratando de recobrar la fuerza que la arrebatada alegría perdió con el goce de nuestros fracasos al ver, cómo “los pueblos se dispersaban  como archipiélagos marcados con tiza”.  Un canto en contra del sueño profundo de los siglos, un canto que  resuena como una marea que trae de vuelta las armaduras desembarcando sin rasguño. En el canto se vuelve y también se avanza, se destila la sustancia con la cual ha de brillar el tiempo carcomido, el llanto y la derrota.

Ahí están todos, en ese Bergantín por tierra que avanza apresurado: José de San Martín y su ejército de los Andes, el cura de México y sus indígenas rebeldes, el nómada Francisco de Miranda quien recorrió el mundo buscando mujeres que amaran sin miedo, como  Manuela Sáenz, la “libertadora del libertador”.  Aquí se oye Fray Servando, dueño del mar, dueño de todo bajo el sol, pidiendo clemencia, preguntando si todo esto tendrá algún sentido: “di, desde tu lengua muerta / si las escenas que dejamos atrás/ acabarán con nuestro peregrinar mañana”; al comandante Eurípilo y el sabio Calcante convocando a la renuncia; aquí se oye a Simón Bolívar lamentarse por sus viejos errores y a Antonio José de Sucre, invocando algo que lo salve de la nostalgia. Un eco de milenios, un canto en contracorriente, nadando aguas arriba, ahí, donde se hallan las fuerzas para alzar la voz, para brindar una digna habitación a la memoria.

De esta manera, Contracanto es también la actualización de ese fervor perdido, es ese viraje de la voz de los guerreros que vuelven, de los que se niegan a que la tierra se cubra de nuevo con espejos y “nuestras banderas se vuelvan trapos flotando sobre los paredones”. Porque de este lado, la tierra no ha dejado de cimbrar, Mar de Plata, Cartagena, Veracruz, Valparaíso, y la noche es blanca en los Andes; y aunque somos los mismos de ayer ya no estamos tan arrebatados de fervor. Ya no pensamos que se llegará a otra tierra; hemos dejado de visualizar los nuevos mares, la gente nueva. La patria americana se ha detenido a reposar  su fatiga de siglos, su Cuzco desangrado, el viento adormecido de Cholula; pero no desesperemos, ya habrá tiempo para hablar: “Todo está en nuestro pecho a la espera de la vuelta”.

Cotracanto, un poema como un viaje, como los desplazamientos remotos que realizaron los libertadores ilustrados por tierras del mundo: Francisco de Miranda en tierras del norte conociendo a Georges Washington, y en Viena invitado por Hyden a escuchar un concierto del joven Amadeus Mozart, al cual no pudo asistir; Miranda y Simón Rodríguez presenciando en Milán la coronación de Napoleón Bonaparte como rey de Italia. Pero aquí el viaje se da a través de las sensaciones, los odios, las nostalgias y las iras de los libertadores: “deseosos de encontrar un nuevo corazón en el mundo y volver los latidos a la tierra largamente viva”; una remembranza de esa tierra viva pero sujeta, esa tierra ansiosa de arar hacia adentro, de “no dejar que sus héroes se pudran y no reconocer los barcos que se llevaron su canto”.

Y sí, este canto exhuma los nombres fundidos en el cobre y los echa a andar a lo largo de una nueva odisea imaginaria. Un nuevo recorrido en el cual han zarpado hacia una misión no menos importante: convocar a la Historia, y a los retazos de la Historia, desde la poesía, y así, “navegar toda la noche con la mirada fija en los días por delante”. Un canto con la mirada fija, la mente clara y la espada erguida, porque si quieren paz prepárense para la guerra. Y en el canto ser rebelde no es destruir, sino imaginar, “o inventamos o erramos”, había dicho José de San Martín al buscar las soluciones propias de la América española. Pero si erramos, entonces nada quedará por hacer, los barcos no hallarán el diminuto brillo de los faros, vendrá la humillación y  la catástrofe.

Mejor cantar, y con aquella música ir diseñando la proa que recorrerá la América dormida. Mejor invocar ese mar oscuro que nos arrojará a nuevos laberintos. Así lo ha hecho, aquí, en México, Iván Cruz, a 200 años de que en la iglesia de Dolores se llamara a misa para comenzar la travesía. Se escucharían los gritos, “irían a escape de triunfo”, se apresurarían los indios entre la oscuridad y ya no se despedirían de sus hijos. Lo imperioso es que esa voz tuviera oídos receptivos. Entonces, una noche, convaleciente en la enfermería de la prisión de la Carraca, con una apoplejía encima, babeando líquidos fétidos y buscando un dulce envenenado que años antes le había dado un médico en París, Francisco de Miranda pensaría que el canto no tendría eco, que la voz quedaría retumbando en los muros de aquella cárcel donde todavía alcanzó a escribir: “Que nos gobiernen la putas. Para nuestra desgracia a sus hijos ya los conocemos”. Eso escribió, y seguro alguien leyó esas palabras y le dio el estímulo para no creer que en estos tiempos las voces se han extinto. Alguien lo escuchó, alguien pudo asir la frase y retenerla, soltarla luego a través de los aires de todo una era y todo un continente.

Entonces, si escuchamos, podremos salir a cantar, nosotros, los que “nacimos en este aire dormido”, los que “nacimos mudos”. Así se escucha esta voz, hoy que del vigor parecieran flotar como un cadáver, “ahora que el timón es juguete de las olas… de los vientos sin rumbo, y la noche no ha cobijado nuestros sueños”.

Así, alguien ya ha escuchado este Contracanto. Un lector que acaso, redactará alguna carta a su autor, en que se lean las mismas palabras que le dijo Bolívar a Simón Rodríguez cuando éste volvía de su largo viaje por Europa:

      “Usted formó mi corazón para lo grande”

En todo caso, como habíamos dicho, lo importante es cantar, Contracanto, si vinieras a mí con tu corazón fatigado.

                                                                                                                           El señor L

 

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Iván Cruz Osorio (Ciudad de México, 1980). Es editor y poeta. Es autor de Tiempo de Guernica (Praxis, 2005), Contracanto (Malpaís, 2010) y Dogma (Malpaís, 2020).

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El señor L es reseñista (1980). Fue Agente Federal de Migración y Enlace de Reclutamiento de Personal Sustantivo de la PGJ de la Ciudad de México. Lector de planas de libros de psiquiatría. Hizo importantes esfuerzos de gestión para que el Patronato de la Parroquia Santiago Apóstol Tepalcapa del Estado de México donara recursos económicos para ayudar a los alcohólicos locales.