Carlos Monsiváis (1938-2010) ejerció la casi imposible tarea de capturar las expresiones que delinean el perfil de una comunidad en crecimiento. Vio, paso a paso, cómo se fue construyendo nuestra cultura. La historia anterior y la reciente, la literatura, el periodismo, los héroes populares, los grandes movimientos y cambios sociales, la crítica a la transición democrática, la defensa del Estado laico y la diversidad sexual, el cine, la música, la investigación iconográfica, la sátira frente a las ineptitudes del poder, hallaron su portavoz inteligente.
Author: revistamaquina
Con el asesinato de Joan Vollmer en septiembre de 1951 en la Ciudad de México, William Burroughs mató a la realidad en favor de otra mayor: la cimentada sobre la violenta quimera mental. El sacrificio que Burroughs ofrendó a la deidad de la escritura fue la del único ser que comprendió su espíritu (la madre de sus dos hijos). Sin embargo, el dios que William Burroughs intentó apaciguar con la muerte de Joan era demasiado voraz: el Dios de las posibilidades mentales, la máquina ciega que reproduce mundos inauditos en la oscuridad (así como la máquina binaria que inventó su abuelo paterno fue la primera en controlar cantidades ilimitadas). Cuenta la Biblia que al pedir una prueba de fe, Dios detuvo a Abraham cuando éste se encontraba a punto de asesinar a su hijo Isaac; sin embargo, nadie detuvo la mano de Burroughs en su prueba definitiva para acceder a la totalidad.
Imágenes magníficas recorren este conjunto de poemas, como aquellas dedicadas a la figura de Carlos Pellicer: “Reflejo de tu densa mirada/ entre el secreto de ser tormenta y vapor/ adoptaste las formas del agua”. En estos poemas, el faro es una niña a la que esperan sus juguetes abandonados; y el volcán una antorcha de un astro reventado. Del salario dice que es “duro y firme/ como la hoja en blanco”, y de los nidos de los gorriones, que son “murallas etéreas contra el frente helado”. En cada página encontramos momentos de alta poesía: “son tantas que caen de las alturas”, y nos deslumbran a “la velocidad de la ilusión”.
La de Frida López es una poesía que algo tiene de esencial y de secreto, “creando escaleras donde no las hay”, como el maíz bajo tierra, como la mujer que esconde a la noche en su regazo.
El libro de Patrick Johansson, veinticinco años después de su aparición, sigue siendo valioso por dos razones. Primero: devuelve la complejidad, la riqueza y la integridad de la palabra náhuatl a su dimensión original. Nos hace conscientes de que el universo indígena, el sentido de su pensamiento religioso es más complejo que los esfuerzos del pensamiento moderno de estudiarlo a la manera de un manual de usos y costumbres. Segundo: el rigor con el que se observa el fenómeno de la oralidad náhuatl, nos habla de un respeto hacia la mística prehispánica y de los pueblos antiguos, que con el paso de los siglos han destruido el legado de sus culturas por hacerse visibles en el contexto de las civilizaciones modernas. Hartos de estar relegados en esa mística y ese hermetismo, los pueblos originarios de México han preferido volverse “más occidentales” por subsistencia. La búsqueda del sentido de la oralidad náhuatl original, es también la defensa de una cultura y de un tipo de conocimiento.
Alfonso Reyes decía que Jorge Luis Borges era el mejor escritor de América; Borges, por su parte, replicaba que era Reyes el mejor escritor del continente. No discutiremos quién posee tal título, lo cierto es que el autor de Ficciones no exageraba al reconocer los talentos del escritor nacido en mayo de 1899 en la ciudad de Monterrey. Alfonso Reyes emigra muy joven para estudiar en la ciudad de México donde se gradúa en derecho y donde forma, junto con Julio Torri, Antonio Caso, José Vasconcelos, Pedro Henríquez Hureña, el Ateneo de la Juventud, grupo de intelectuales que renovó la visión literaria de la época. De sus cargos públicos podemos nombrar su ingreso al Servicio Diplomático en 1913, que lo llevó a París, ciudad donde se nutrió de los movimientos literarios en boga. Viajó a Madrid; ahí vivió de sus artículos periodísticos, ensayos y traducciones; ahí también trabajó en el Centro de Estudios bajo la dirección de Ramón Menéndez Pidal. De vuelta en el Servicio Diplomático es Ministro Plenipotenciario en París, enseguida Embajador de México en Buenos Aires y posteriormente en Río de Janeiro. Regresa a México en 1939 para fundar y dirigir el Colegio de México, y para dedicar, los siguientes veinte años a sus escritos literarios.
Pues, ¿qué necesidad hay de la filosofía en condiciones como las de México? ¿Qué sentido tiene la filosofía en México? Antes ser un vago que un filósofo profesional. Antes dormitar, escribir, inventar obras maestras, que hacer concesiones a una profesión llena de obligaciones pedagógicas para sobrevivir.
Diferentes imágenes del filósofo –responsable, profesional o vago–, diferentes conceptos del ejercicio de la filosofía –creación, artesanía u oficio especializado–, pero igual desconsideración por la figura del profesor de filosofía, igual desdén por el ejercicio institucional académico de la enseñanza de la filosofía, igual anhelo de una situación extraacadémica donde filosofar. El sentido, necesidad y destino de la filosofía en México estaría, según estos filósofos mexicanos, fuera de la institución académica.
Francisco Barrón
Las historias de Voltaire, además de entretener a los invitados de los salones de París, de Versalles, y del palacio de Sceaux hacia 1744-1750, son en el fondo, lentes agudos que comienzan a observar el mundo desde la lógica y el entendimiento. Sus legendarios personajes: Micromegás, Cándido, Memnón, Zadig, son la fábula del nuevo pensamiento, de la búsqueda de la verdad: un afán de leer la realidad mediante una visión que se sirvió de la belleza y de la fantasía para expresar los fundamentos del nuevo pensamiento. En efecto, Voltaire, como vocero de la filosofía ilustrada, se dio a la inmensa tarea de reorganizar el mundo de las ideas desde el ser humano, sus cualidades y potencias. Estamos ante un viraje en la dirección de la fe, donde ahora es el pensamiento el centro del universo, el rector de los acontecimientos del mundo, el eje social y ontológico.
Desde Otelo en Shakespeare ya se veían los celos en la pareja. En la Biblia los celos se ven en José cuando los hermanos lo venden. Sólo son benéficos los celos en Tartufo, cuando Orgón descubre gracias a la escena preparada por su esposa la clase de bribón que es Tartufo. El “¡Ay!” final del caracol blanco puede que sea para llamar al negro, o porque ve lo que ocurre con las ratas, o con la señorita. En esta escena yo decido ser el caracol blanco, yo digo “¡Ay!” cuando el caracol negro abandona la escena.
Natalia González Gottdiener
Esta manera de diseñar e implementar políticas públicas, que se desvían del interés general y de la justicia social, se apoya en un andamiaje teórico neoliberal que transforma a las instituciones públicas en empresas educativas. Política de mercado trasplantada a política educativa por mandato de los organismos internacionales, los cuales vigilan y sancionan el cabal cumplimiento de sus recetas para el desarrollo. Desde luego, cabe decir que, para que estas prácticas se implementen, se debe contar con sectores políticos, sociales y económicos, incluso académicos, que las respalden; ciudadanos que vean con buenos ojos a la competitividad como mecanismo para acceder a los servicios públicos universales de calidad, como si se tratara de un bono adicional para los jóvenes ejemplares, privilegiados: el premio a la productividad educativa, no a la demostración del proceso de aprendizaje, o los justos rendimientos de la inversión familiar, a una vida de sacrificios personales.
Sergio Osorio
Luis Villoro Toranzo (1922-2014) es uno de los filósofos y académicos más importantes que han estudiado el pensamiento y la cultura en México, en particular las ideas y valores del indigenismo. En los años cincuenta fue parte del grupo Hiperión, junto con destacados filósofos como Leopoldo Zea, Joaquín Sánchez McGregor, Emilio Uranga y Ricardo Guerra (influenciados por el existencialismo) quienes se enfocaron en establecer puentes entre la filosofía mexicana de principios del siglo XX y la filosofía europea contemporánea, con la finalidad de pensar los distintos significados de “el ser mexicano”, y de esta forma tener una mejor comprensión de la realidad histórica mexicana. Entre sus múltiples trabajos filosóficos (los vínculos entre el conocimiento y el poder, el pensamiento de Husserl y Descartes, las filosofías del Renacimiento y la India) destaca su reflexión constante sobre la justicia y la pluralidad social, la búsqueda de la comunión con los otros y el respeto a los derechos universales y la diversidad cultural. Sus libros dedicados al indigenismo en México y el planeamiento de un “estado plural”, sus estudios sobre la ideología en procesos como la Revolución mexicana y la Independencia, son muestra de la inquietud de Villoro porque el gran concepto de una “ética política” sea una práctica más que una utopía. Para Villoro, la ética y el respeto son los elementos esenciales que pueden cimentar las bases de una sociedad justa e inclusiva: la búsqueda de un bien común por encima de los intereses individuales.
La concepción de la universidad como lugar del perfeccionamiento de lo humano determinará las discusiones sobre lo didáctico en las humanidades en México durante todo el siglo XX; se buscará institucionalmente cómo lograr la formación de esos determinados sabios y no otros. Si se buscaba poner en funcionamiento unas instituciones académicas donde se produjera cierta figura y cierto tipo determinado de humanista adecuado para el país, entonces para lograrlo habría que determinar los procesos formativos y didácticos, institucionales. Esa pesquisa se llevó a cabo como una discusión sobre la didáctica de la filosofía entre los filósofos académicos mexicanos. En esa pesquisa quedó enganchada la concepción del bachillerato universitario y de la EMS y la conceptualización de la didáctica para las humanidades del nivel. Comienza desde los años veinte, pero tiene su acmé entre los años sesenta hasta finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX. Autores que participan en la discusión fueron: José Vasconcelos, Antonio Caso, Francisco Larroyo, Fernando Salmerón, Vicente Lombardo Toledano, Graciela Hierro, Adolfo Sánchez Vázquez, Luis Villoro, José Gaos, Eduardo Nicol, José Ignacio Palencia, entre otros.
Francisco Barrón
Quien haya paseado sobre las vías del tren me entenderá. Si se camina sobre los durmientes de madera, de los que cada vez hay menos, se adquiere, inconscientemente, un trote de corte yámbico; si se camina por los modernos, los que están hechos de concreto, el ritmo aumenta, hay una taquicardia en los pasos; las vías son una orden, implícita, de tener cierto ritmo y dirección en el paseo. Una vez que nos separamos de las vías, el paseo recobra un poco de la soltura que perdió al ir sobre éstas. A pesar de que el cuerpo del paseo es flexible (es agua, que adquiere la forma del recipiente que la contiene, o en todo caso es aire, que cambia de dirección y tono sin previo aviso) corre el riesgo de romperse, y ser, de pronto, algo más. Pero estas vías, las físicas, a veces corren paralelas a las otras vías presentes en el paseo: aquellas por donde corre, libre, el tren de pensamiento, cuyo combustible son los pasos.
Aldo Rosales