Frida López Rodríguez o “La eternidad del humilde”

Un acercamiento a Cualquier punto puede ser altura

 

Por Leopoldo Lezama

 

Durante la segunda mitad siglo XX y hasta la actualidad, se ha debatido en el contexto de la literatura latinoamericana, sobre la “validez” de la literatura política (ver la famosa polémica entre Óscar Collazo y Julio Cortázar, por poner un ejemplo). El fondo de estas polémicas, es si el ejercicio de la literatura, relativamente más cercano a las obsesiones y vértigos del mundo interior (a partir de los dictados de las corrientes de vanguardia), puede construir un universo estético alrededor o a partir de las problemáticas concretas de una sociedad concreta. Esos temas, se alegaba, son propios del periodismo o del análisis sociológico, porque exigen una respuesta más o menos exacta para las turbulencias de una realidad específica. La realidad concreta tendría un lenguaje demasiado establecido y lo suficientemente compacto como para dejar entrar a los caprichosos aires de la poesía. La poesía, según algún tipo de concepción purista, parte de la realidad, pero construye otra, autónoma, que responde a sus propios parámetros estéticos, y no se deja ensuciar por las tribulaciones de las modas o las coyunturas.

Sin embargo, nada más complicado (y falso) que establecer qué es lo literario o lo poético y si existen temas más propicios que lo alimentan. Aún más, ¿una militancia o un activismo político resta o suma valor a una obra? Antonio Castro Leal recuerda el caso de Mariano Azuela, fundador de la novela de la Revolución mexicana:

Casi todos los personajes de Azuela fueron tomados al natural, y sus diálogos   fueron captados en cuarteles, ferrocarriles, montañas y caminos. Cuando una partida de carrancistas sorprende a las fuerzas de Julián Medina, a la cual pertenecía Mariano Azuela, este nos dice: “yo, al amparo de un covachón abierto en la peña viva, tomaba apuntes para la escena final de la novela”.

La calidad literaria de narraciones de tema revolucionario como Los de abajo del propio Mariano Azuela, Cartucho de Nellie Campobello, o Se llevaron el cañón para Bachimba de Rafael F. Muñoz, derrumbarían sin mucha dificultad la idea de que la realidad concreta y viva, contamina el producto estético. Incluso en Pedro Páramo, la obra maestra de Juan Rulfo, se escuchan los estertores de la Revolución mexicana y de la Guerra cristera, el hambre, la orfandad y la devastación que dejaron en el campo mexicano, aunque su autor haya dicho que toda su literatura fue recreada y nada respondía a cuestiones autobiográficas o a realidades históricas.

¿Y qué pasa en la poesía? No olvidemos que extraordinarios creadores como Pablo Neruda, Vicente Huidobro o Pablo de Rokha fueron militantes del Partido Comunista, y que todos, a su manera, tocaron temas sociales, incluso Huidobro, autor de uno de los poemas formalmente más arriesgados: Altazor. Pablo de Rokha habla así de los obreros chilenos: “caminan los rotos chilenos aferrándose a las piltrafas del corazón […] o enfrentando el infinito, amarrados a su clase […] como un puñal, o un fusil o un océano o un laurel o un panal de abejas, o a la manera de las rebeliones o las convicciones, que aúllan incendiándose”.

Miguel Hernández, en el contexto de la Guerra Civil Española, escribe la carta de un soldado a su esposa embarazada: “aquí con el fusil tu nombre evoco y fijo, y defiendo tu vientre de pobre que me espera”; y Vicente Aleixandre dice: “De ese hueco sin puerta sale una sangre y grita. /Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados, gritan, gritan/ Son niños que murieron”. ¿Alguien podría decir que estas líneas no son poesía?

Y si la poesía parte del afán de emancipación espiritual de romper las formas de expresión conocidas por otras nuevas, por qué no habría de convivir con el otro afán de emancipación social. ¿Qué el espíritu que lo experimenta no es el mismo? ¿O acaso hay un espíritu para las convicciones políticas y otro para la percepción de la naturaleza? ¿Qué no es el mismo el espíritu que quiere conmover con una imagen del amanecer que el que desea el bien para su sociedad?

Acaso se puede ser poeta y militante, concebir un espacio de sublimación para las artes, y a un mismo tiempo volverse más humanos frente a los problemas sociales. Porque acaso también, tiene cabida las palabras del maestro español Horacio López Suárez,  cuando decía que hay momentos en el devenir de los pueblos en que no se puede no tener una postura ante los acontecimientos de la historia inmediata.

 

II

 

El libro que ahora nos convoca, Cualquier punto puede ser altura de Frida López Rodríguez, sintetiza los alcances de la poesía en un tiempo y su circunstancia.

Es de resaltar, en primera instancia, que una parte importante del libro se estructura por medio de temáticas que están en el núcleo de la efervescencia cotidiana del discurso público nacional: la presidencia y la personalidad de Andrés Manuel López Obrador, el voto, la necesidad de conciencia ciudadana, el activismo político, la desigualdad, el clasismo, el Ejército; pero, su mérito es que, a partir de ese núcleo público, llega a otro profundo, que gravita en las voces, en los matices que configuran un paisaje, y sobre todo, en esa fuerza que hace de una sociedad una esfera sensible, interconectada por la voluntad de comunión; ahí donde puede palparse “la eternidad del humilde”, dice la autora.

La “transformación social”, motivo que podría quedarse en edictos bien intencionados o en charlas de café, aquí es cantada con magistral sutileza: “hasta que el páramo sea un nuevo Rulfo/ y los municipios nuestros no se llamen más Comala”. Porque en esta tentativa, Frida López “aspira a verbalizar al pueblo” y a “seguirle la marcha”, en esa tarea de reconstrucción, donde “Nada hay que antes no sea/ bendecido por manos jornaleras”.

Es una poesía que encuentra en las minucias de la vida cotidiana un pretexto para esculpir expresiones nuevas: “Así como la estrofa impone condiciones/ al poeta/ la despensa también lo hace/ ante los mercantes”. En estas páginas, sentimos que el presente que estamos viviendo tiene eternidad, en todo lo que constituye la vida íntima de un pueblo: la música, las calles, las montañas, el cielo limpio y los “campos de pétalos ardientes”.

Imágenes magníficas recorren este conjunto de poemas, como aquellas dedicadas a la figura de Carlos Pellicer: “Reflejo de tu densa mirada/ entre el secreto de ser tormenta y vapor/ adoptaste las formas del agua”. En estos poemas, el faro es una niña a la que esperan sus juguetes abandonados; y el volcán una antorcha de un astro reventado. Del salario dice que es “duro y firme/ como la hoja en blanco”, y de los nidos de los gorriones, que son “murallas etéreas contra el frente helado”. En cada página encontramos momentos de alta poesía: “son tantas que caen de las alturas”, y nos deslumbran a “la velocidad de la ilusión”.

La de Frida López es una poesía que algo tiene de esencial y de secreto, “creando escaleras donde no las hay”, como el maíz bajo tierra, como la mujer que esconde a la noche en su regazo.

Y quizás el gran valor de Cualquier punto puede ser altura, es que demuestra que la sensibilidad poética puede escapar de la esfera individual y hacerse extensiva, hacia otras sensibilidades y otras conciencias, hallando ese momento de memoria compartida donde las voluntades se entretejen, “iguales/ más que prójimos/ en la providencia del pan duplicado”.

Una poesía que sobresale en nuestro panorama poético actual, porque plantea un vínculo entre seres que encuentran un instante de fraternidad en una nueva glorificación de lo identitario colectivo; porque aquí, entre nosotros, “Los vientos limpios aún existen”, y más allá, en algún lugar desconocido, el cielo nos hará iguales.

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Frida López García es poeta y académica. Es autora de Cualquier punto puede ser altura (México, 2023, edición de autor).