El poder de la palabra

Ilustración de Paco Gálvez

#MiPrimerAcoso, la agencia de las palabras y la inefabilidad de sus efectos

Por Cintia Martínez

Cintia Martínez es candidata a Doctora por el posgrado en Filosofía de la UNAM. Ha sido profesora en FES Acatlán UNAM. Es miembra de la Asociación Internacional de Mujeres Filósofas (IAPh). Sus investigaciones se encuentran en el cruce entre la filosofía feminista postestructuralista, la teoría crítica y giro decolonial.

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El sábado 23 de abril del 2016, más de 100 mil cuerpos feminizados en México y otros países de América Latina como Argentina, Chile y Colombia, compartieron en redes sociales sus experiencias de hostigamiento sexual en el hashtag #MiPrimerAcoso. Este evento fue en gran medida antecedente de otros fenómenos como la marcha “Vivas Nos Queremos”, que tuvo lugar el 24 de abril del 2016 en 27 estados del país, en donde miles de mujeres salieron a la calle para protestar en contra de las violencias machistas. Después hubieron denuncias en diversas universidades: fue sorpresivo el desfile de los nombres de profesores identificados por asambleas locales como misóginos y acosadores. También el teatro Enrique Lizardi en la Ciudad de México fue tomado por gritos, tamborazos y un coro que decía “Felipe Olivia, violador”. Las semanas posteriores las denuncias penales aumentaron, alumnas y actrices decidieron tomar acciones en contra de este personaje titular de Nosotros hacemos teatro.

Eventos como los anteriores se replicaron en diversas ciudades del país. Ahora recordemos las marchas del pasado 19 de octubre y del 25 de noviembre. Acciones admiradas, repudiadas, faltas de tacto para muchos. Lo cierto es que han puesto en la mesa un tema que antes pasaba por menor: la violencia hacia las mujeres y hacia los cuerpos feminizados en este país. Una violencia creciente que está cada vez cobrando más vidas y que comienza en lo más cotidiano. Los meses han pasado y nuestra percepción, el modo en el que ahora se reciben noticias relacionadas con la violencia de género, no es la misma que antes de estos eventos.[1]

En medio de esta coyuntura me interesa poner en primer plano la función del lenguaje como agencia en el caso particular del hashtag #MiPrimerAcoso, el cual detonó la oleada de eventos que hemos mencionado. Para ello usaré algunas ideas del libro de Judith Butler Lenguaje, poder e identidad, que plantea, entre muchas otras cosas, dos capacidades del lenguaje: la violencia de la injuria, y su opuesto, la fuerza de lo inefable. Defino brevemente a la injuria como el acto de hacer daño con palabras, porque ahí se identifica a una o a varias personas con términos que las descalifican. Y su opuesto, ese momento en el que las palabras de siempre son usadas de modos nuevos, abren mundos y se vuelven inefables, porque sus efectos son inesperados, inapresables.

Para explicar ese momento en el que el lenguaje se vuelve fuerza y alcanza lo que ella llama inefable, Butler acude a una parábola ofrecida por la escritora Toni Morrison, premio Nobel de Literatura. En la conferencia dictada para recibir la presea, Morrison narra la historia de unos niños en un juego cruel. Ellos piden a una mujer ciega responder si el pájaro que guardan en sus manos está vivo o muerto, a lo que la mujer responde: “No sé […] lo que sé es que está en tus manos.”[2] Morrison se identifica con esa mujer ciega. La relación con el pájaro es un símil de las alternativas que la escritura tiene para relacionarse con el lenguaje. La pregunta que le hacen los niños “¿está vivo o muerto?” ilustra un riesgo, la susceptibilidad que tiene el ave de perder la vida. La escritora nos acerca a una visión del lenguaje como sistema repetitivo y al mismo tiempo como algo susceptible de vida. Es repetitivo, en la mayoría de los casos, cuando toma los significados de la herencia legada por la convención social y reitera sus sentidos. En la injuria, por ejemplo, las palabras de siempre al identificarse con personas, conservan sus usos, no son resignificadas, cierran un mundo de sentidos, en tanto no añaden nada al mismo mundo de siempre. Por el contrario, la vitalidad o agencia del lenguaje consiste en una dinámica peculiar, porque a pesar de que las mismas palabras de la convención social son usadas, éstas consiguen otros efectos. Las consecuencias de estos nuevos usos de las mismas palabras tienen alcances impredecibles, o inefables.

Hay una tendencia a pensar que no es correcto atribuir agencia al lenguaje, que sólo los sujetos hacen cosas con palabras y que esta agencia tiene sus orígenes en un sujeto de voluntad que con plena decisión y completa convicción hace cosas en el mundo, calculando la consecuencia de sus palabras. Sin embargo, la parábola de Butler/Morrison nos lleva más allá de lo que dicha tendencia explora. La autora está ciega y reconoce una agencia en el lenguaje ajena al voluntarismo, incluso en la escritura experimentada. Al negarse a responder a la pregunta, la mujer distrae la atención sobre el ejercicio al que está sometida para hacer énfasis en el instrumento con el que ese poder se está ejerciendo, las manos que sujetan al pájaro. Con este gesto señala el espacio de agencia que es posible dentro del lenguaje, más allá del sujeto. Lo que apunta que el lenguaje tiene dos rasgos; es un instrumento y algo más. Ese algo más, esa función extra, consiste en hacer cosas con palabras, en que los actos de habla de las palabras producen efectos inapresables. Escribir es en cierta medida estar ciego, “lenguaje es el nombre de lo que hacemos, al mismo tiempo que lo que hacemos”, es a la vez el acto de hablar/escribir y sus consecuencias imprevisibles. En este sentido, la agencia de la que habla Morrison es opuesta al dominio, es en palabras de la autora, “quizá la medida de nuestras vidas”.

“Se me fue la mano, es que yo no la quería matar.” Cuenta Austraberto, para quien su crimen se trataba de una paliza más, según narra el informe de la que fue subprocuradora del Estado de México, Ciani Italy Sotomayor. Nos basta con usar la parábola de Morrison para pensar un contexto de violencia en la que los cuerpos femeninos y feminizados un mal día sucumben ante los golpes cotidianos. Se queda corto un análisis sobre el lenguaje y sobre un hasthtag como #MiPrimerAcoso en un país en el que “La mayoría de las víctimas han denunciado antes la violencia de sus parejas, pero las autoridades les dicen que vuelvan a casa con su marido”.[3]

Denunciar este tipo de violencia, sin embargo, es un asunto especialmente complejo. Es difícil deslindarse de la posición de culpable de una cultura configurada para hacer “evidente” que son las mujeres objetos de deseo que provocan los acosos. Por tanto, salir de esa auto imagen culposa/provocativa, es ya un acto subversivo. Es en gran medida adquirir una posición de persona. #MiPrimerAcoso: “Tenía 7 años. Iba caminando con mi nana cuando un cerdo en bicicleta le agarró el poto [expresión chilena que refiere a las nalgas]. Ella se limitó a decir: así son los hombres no hay nada que hacer. Cinco años después me pasó lo mismo. Me sentí mal, sucia, pero no hice nada ni le conté a nadie: ya me habían dicho que no hay nada que hacer.” Como prueba de lo difícil que es dar el anterior salto tenemos la gran cantidad de veces, antes del hashtag, en que una situación similar se repitió y estas historias fueron opacadas por la memoria personal de las mujeres que las vivieron y guardaron como parte de las serie de cosas que es mejor no contar. Salir del olvido y su función de autodefensa tiene valor por sí mismo.

Segundo, hay pocos lugares socialmente correctos para hablar del tema, para elaborarlo. Usualmente estas denuncias son dichas a oídos sordos por ser “asuntos de poca importancia”. En todos aquellos casos en los que las autoridades o los testigos responden cosas como “vuelva a casa con su marido” o “eso siempre pasa”, hay una re-victimización porque las palabras de la víctima pierden efecto. En términos de la parábola de Butler/Morrison el pájaro muere, es decir, las palabras mueren al no permitir que pasen otras cosas. Encapsulan hechos, pierden su fuerza. Para decirlo de otro modo, la víctima, cuya expresión es llevada por el viento, es re-victimizada porque en ese momento surge otra violencia: la irrelevancia de su denuncia. De ahí la importancia del hashtag. El modo en que se configuró la palabra en este espacio le permitió a estas denunciantes encontrar oídos atentos: el oído de aquellas que habían vivido cosas similares.

A diferencia de los crímenes por narcotráfico, en donde los cuerpos masacrados en su mayoría son masculinos, los feminicidios se caracterizan por su ensañamiento; lo importante en ellos es el dolor involucrado y la prolongación del mismo. Las víctimas son golpeadas, ahorcadas, estranguladas, ahogadas, quemadas, lesionadas con objetos punzocortantes. Además, sus cuerpos desnudos con marcas de violencia aparecen tirados en basureros, en ríos de aguas negras, y numerosas escenas que completan el espectáculo de miedo y dominio que se pretende con esas muertes.[4]

Pareciera que el sistema machista se alió con la violencia paraestatal característica de lo que Rita Laura Segato llama “Segunda realidad” o “Segundo Estado” y su conservadurismo es inquebrantable. Es por esa razón que vemos un buen momento para iluminar las pequeñas grietas en donde estas lógicas se quiebran y decir por qué reparar en el tema del lenguaje es una vía.

Volvamos a la parábola del pájaro. La vitalidad de las palabras reside en la decisión de los niños que tienen el pájaro en mano. Dejar al ave vivir o no dependerá de cómo sea tomado el lenguaje por los niños y qué decidan hacer con él. Porque si el ave está viva, bastará cerrar la mano para matar al pájaro. La frase “está en tus manos”, señala ese espacio de indeterminación y agencia que está en los dedos y las palmas de aquellos niños. El lenguaje como agencia está aquí presente porque se diferencia de sus usos conservadores que reiteran significados, costumbres, normalizaciones y posiciones de subjetividad. Morrison se refiere con esto a la centralidad que tiene el uso del lenguaje y brinda luz sobre lo que Butler considera como lenguaje vivo: se trata de aquel que se niega a encapsular o a capturar los hechos y las vidas que describe.

En El cuerpo en dolor,  Elaine Scarry piensa en un caso límite, aquel en el que el dolor ha hecho añicos la capacidad de ser expresado. Este caso es la tortura como experiencia de desbaratamiento y pérdida de la representabilidad del lenguaje. #MiPrimerAcoso: “Un día para las fiestas patrias en casa de una tía me topé con mi tío saliendo del baño, no me dejaba pasar, me arrinconó, me dijo que le diera de eso (tocando mis partes íntimas). Le dije NO con mucha angustia y me dijo que para eso era la plata que me daba. Él se fue y no me atreví a visitarlo, ni mucho menos a contarle a mi mamá. No puedo, es como si las palabras no salieran. Espero que yo sea la única”, dice Amanda de 28 años. En contraste con la tortura de la que habla Scarry, el dolor de Amanda no eliminó su capacidad de expresión. Sin embargo, ese dolor no salió por sí mismo. Creo que si esta vez pudieron surgir las palabras, es porque Amanda leyó con sorpresa en las anécdotas que circularon en el hashtag que no era la única.

#MiPrimerAcoso: “Fue cuando tenía 12 años, mi papá salió de la cárcel y me violó en repetidas ocasiones, me quitó mi virginidad pero no se lo he contado a nadie jamás… Quizás es porque con todas mis fuerzas, no quiero aceptarlo”, dice Angélica para quien la amnesia se transformó en confesión. En casos como éste, de suma violencia, pienso que el lenguaje adquiere la capacidad de rescatar las vidas bloqueadas, y ahí reside su inefabilidad. Desocultar aquí una experiencia como ésta, confesarla, es cambiar de posición al sujeto que enuncia. Angélica es otra en el momento en que cuenta a los demás esas experiencias.

Hay un elemento que nos puede ayudar a entender lo anterior. Me refiero al papel que han tenido las redes sociales en fenómenos como el que aquí nos ocupa. Hay una modificación de la subjetividad, patente en las últimas décadas, cuya condición de posibilidad es la revolución web 2.0. Paula Sibilia nos dice al respecto: “estos medios son aquellos que han permitido el desplazamiento del eje en torno del cual nos constituimos como sujetos. El eje que estaba dentro de uno mismo se desplaza hacia lo visible […] lo que se ve de lo que somos, todo lo que se ve pasa a definir lo que uno es”.[5] Para la autora hemos dejado de ser seres confinados a las paredes de los espacios privados, que recurrían a la escritura en soledad para reconocer aquello que eran. Ahora nuestras identidades se juegan en lo que mostramos al afuera. Si le concedemos este cambio de paradigma en la construcción de la subjetividad, hace más sentido que un hashtag pueda volverse herramienta para nuevos tipos de alianzas. Si la subjetividad, según esta propuesta, se crea ahora en lo visible, esto nos permite entender por qué las posiciones de las involucradas comienzan a cambiar en el momento en que éstas escriben narraciones. Ahí comienza un reconocimiento, con el afuera. Esto es lo que ha facilitado que todas las escritoras del hashtag se hayan reconocido en un juego de miradas especulares, como parte de un mismo problema: el acoso.[6]

Quizá lo sucedido con #MiPrimerAcoso habrá decepcionado a un lector esperanzado en “los grandes y visibles eventos”. Tal postura me parece un resabio de la política que aspira a las Revoluciones (con mayúscula) en su versión masculinizante. Tampoco me consuela la micropolítica consumida en el aislamiento, que se pierde en la fugacidad del instante. Veo este evento como un logro ganado por el acto de poner en palabras, mismo que abrió lugar para acciones por venir. El lenguaje en este hashtag actuó, sin embargo, como el ave viva de la que hablan Morrison y Butler. Su vitalidad consistió en permitir la socialización de la violencia, en la lectura compartida de miles de testimonios. El lenguaje vivo que vemos en el hashtag #MiPrimerAcoso no aparece como la promesa de la política en un su sentido monumental, sino como un detonador de procesos. No nos interesan las interpretaciones celebratorias. También debo mencionar, como participante de algunas de las movilizaciones posteriores al hashtag, que lo acontecido desencadenó episodios depresivos, ansiosos y crisis severas. Sin embargo, en la mayoría de los casos dichas crisis fueron motor potente para las involucradas.

Escribir mi primer acoso fue un acto de habla interesante políticamente porque se hizo un recuento de las historias que sabíamos que nos rodeaban pero que permanecían en secreto. La prueba de ello es la cantidad de fenómenos posteriores a ese ejercicio escritural. Por ello no coincido con quienes vieron en él un acto de victimización. El espacio de victimización de la violencia sexual se juega en experiencias como el anonimato. Creo que la denuncia con nombre y apellidos, en colectivo, contiene mucho potencial político como acto de habla. Veo ahí la agencia del lenguaje que apunta a aquello que llamó Butler, lo inefable.

La denuncia en el hashtag no adquirió en la mayoría de los casos, un sentido jurídico. Pero adquirió otro que nos parece más importante, el de los imaginarios sociales. De ahí que se derivaran otras acciones. El hashtag en este caso permitió la socialización de la palabra. Socializar, hacer público lo “íntimo”, lo familiar, lo que no traspasa las paredes del hogar es de inmediato desindividualizar el daño, una politización de lo íntimo. Vemos ahí un fenómeno importante, politizar lo íntimo en este caso es reconocer el daño de la normalización. Difícilmente lo anterior se hace en soledad, se trata de un proceso que creo es más lento si se trabaja en el diván del psicoanalista. Cobra importancia la solidaridad afectiva que se da en estos sucesos. En un mundo que fomenta la rivalidad femenina, ésta es una ganancia.

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Ilustración de Paco Gálvez

 

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Bibliografía

Butler, Judith, Excitable speech, a politics of performative, Routledge, NY, 1997.

Dillon, Marta “Subjetividad y nuevas tecnologías”, Entrevista a Paula Sibilia, Poliéticas, Marzo, 2014.

Morrison, Toni, The Nobel Lecture in Literature, 1993, Nueva York, Knopf, 1994.

Segato, Rita Laura. Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el árbol, 2014.

El país, 22 Abril 2016, versión online http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/25/actualidad/1448461835_727752.html

Notas

[1] Aventuro una hipótesis: hace un año, si la editorial Drácena hubiera descrito en un cintillo a Elena Garro como “Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges”, hubiera sido mucho más difícil convencer a los lectores de que algo de sexismo se colaba en esa descripción. Ahora, las opiniones de rechazo al famoso cintillo, con tantos nombres masculinos validándola, fue cuestionado casi de inmediato.

[2] Morrison, Toni, The Nobel Lecture in Literature, 1993, Nueva York, Knopf, 1994, pp 11.

[3] Cfr. El país, 22 Abril 2016, versión online http://internacional.elpais.com/internacional/2015/11/25/actualidad/1448461835_727752.html. Siguen resonando las cifras del 2015 cuando el Inegi aseveró que el 47% de las mujeres mayores de 15 años han sido agredidas por su actual o última pareja. Entre las mujeres de entre 30 y 39 años, un 68% asegura haber enfrentado un episodio de abuso, llegando al 80% en Chihuahua y el Estado de México. El porcentaje es similar en el rango que va de 15 a 19 años, el 65% de las chicas ha sufrido algún tipo de maltrato físico, sexual o intimidación emocional. Los transfeminicidios van en aumento. Esto sin contar la falta de fe que podemos sentir respecto a estos números, nos queda la sensación de que las cifras son otras.

[4] Rita Laura Segato habla de una nueva forma en la guerra en América Latina que se caracteriza por no tener un fin externo, por no buscar el triunfo sino su mantenimiento. Se trata ahora de proyectos a largo plazo sin victorias ni derrotas en donde los templos de los vencidos no serán destruidos para dar espacio a los edificios de los vencedores. En nuestro continente hoy día cobran vida guerras de tipo no convencional que dotan al espacio de una violencia constante al no ser disputas entre estados (aunque participen efectivos y corporaciones armadas estatales y no estatales). Las nuevas guerras se dan en la informalidad, en el intersticio de la para-estatalidad o esto que es llamado por la autora una “Segunda realidad”, que apunta a ese proceso de mafialización de la política, efecto de las guerras del para-Estado y guerras de los Estados con algún vínculo para-estatal. En ese escenario, Segato analiza la relación entre estas nuevas guerras y la violencia en contra de las mujeres y los cuerpos feminizados: el ensañamiento con los cuerpos femeninos ha dejado de ser un efecto colateral en la guerra, para volverse un fin estratégico en este nuevo escenario bélico. La autora nos brinda una hipótesis que nos parece más que sugerente: “lo que se espectaculariza aquí no son el antagonista, la facción sicaria enemiga, sino personas que se encuentran entre el fuego cruzado de la guerra sorda, informal, que se está librando”. Si la Segunda realidad es un espacio que tiene poca operatividad en el terreno estatal, esta autoridad informal, subterránea, tiene límites jurisdiccionales contundentes que supera con una violencia simbólica. En otras palabras, la Segunda realidad, tiene a la violencia espectacular como única herramienta para visibilizar sus alcances. Cfr. Segato, Rita Laura. Las nuevas formas de la guerra y el cuerpo de las mujeres, Puebla, Pez en el agua, 2014.

[5] Dillon, Marta “Subjetividad y nuevas tecnologías, Entrevista a Paula Sibilia”, Poliéticas, Marzo, 2014.

[6] Muchas preguntas hay que hacer en torno a estos medios, no me pronuncio completamente a favor de cualquier causa política iniciada aquí. Es de mencionarse que también son redes que permiten espionaje y han permitido intimidaciones a muchos de los cuerpos feminizados cercanos a los sucesos mencionados. Por ejemplo, el movimiento #24A que se formó posteriormente a la marcha del 24 de abril en contra de la violencia machista ha padecido muchas intimidaciones por estos medios.

 [1]Yo diría “rasgos” y no “identidades”. Pero ya sabes que tengo problemas con la segunda palabra.

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