Heraldos Negros

Collage, Sergio Sánchez, 2020.

Por César Oliveros

 

 

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!” Así comienza el poema “Los Heraldos Negros” de César Vallejo. Contundente y directo. Un comienzo brutal de un poema que habla de la condición humana, del dolor, de nuestra vulnerabilidad, de la pérdida; la partida definitiva, la ausencia y el vacío. Porque la ausencia alivia pero muchas veces nos da unos buenos ganchos al hígado. No es azaroso que el proyecto solitario de Sergio Sánchez, de la Ciudad de México, adopte el nombre de este poema, una decisión que no se toma a la ligera ni por casualidad, porque cumple con las expectativas  literarias, estéticas y hasta filosóficas en forma de ruido áspero bien pensado.

Heraldos Negros no es fácil de escuchar. No en un tono petulante y elitista, sino en un sentido de que no es necesariamente la música deseada o común en una cultura acostumbrada al placer inmediato, a lo figurativo y a las asociaciones rápidas. Incluso para los adeptos de las corrientes de “música extrema”, puede que no les agrade inmediatamente o que repitan argumentos preconcebidos como: “eso ni es música” y  tal vez para muchas personas no lo sea, incluso lo podrían considerar una negación o “anti-música”. 

Heraldos Negros no es fácil de escuchar. No en un tono petulante y elitista, sino en un sentido de que no es necesariamente la música deseada o común en una cultura acostumbrada al placer inmediato.

Pero, en este caso, el ruido de Heraldos sí es música, más cercana al freejazz, porque juega con los impulsos,  la métrica y los derrames de la improvisación sin llegar a ser  soporífero o usar recursos predecibles e inofensivos que el  metal o géneros afines, en teoría disruptivos, usan.  Heraldos aborda la composición desde otros parámetros y otros valores. Sergio escoge caminos dionisíacos, retando los límites habituales para la creación. Sus medios son el collage sonoro, el sampleo, la saturación, la distorsión, la síntesis, los loops, la guitarra; a veces la voz y todo lo que se pueda encontrar a su paso para crear piezas complejas, lúgubres y meditativas.

Fotografía de Aida Escobedo.

La música de Heraldos Negros es una experiencia auditiva/corporal en esencia oscura. Un recorrido por parajes muy escondidos en el inconsciente (sí es que existe algo así), es decir,  en psicoanálisis recorremos caminos en penumbra que nos asustan o que deseamos regresar al principio,  pero nuestra curiosidad o la imposibilidad de volver nos obliga a seguir.  En determinados momentos ponemos los reflectores en lugares que no habíamos visto o no queríamos ver porque no siempre nos agrada el encuentro con la sombra, eso que nos conecta con lo bestial y lo instintivo. No todos quieren ver esa parte que nos constituye.  Heraldos nos ayuda a ver al monstruo que nos habita porque eso que deseamos matar, no es el otro sino nosotros mismos. Heraldos tiene la capacidad de hacerte sentir iracundo, triste, eufórico, ansioso, incapacitado, amorfo… esto comprueba que no es necesaria una canción convencional y explícitamente triste para que nos conmueva, o puerilmente agresiva y ofensiva para que entremos es un estado de rabia, lo que hace Sergio es más sutil (aunque en ocasiones deliberadamente haga  terrorismo sonoro, dependiendo de su estado de ánimo ).

Los sets que va construyendo Heraldos te van llevando paulatinamente al paroxismo y muchas veces no de una forma amable o considerada, en ocasiones se siente como si justo en el momento de goce se cortara maliciosamente. Pareciera que cuando puedes ver cierta luz y el malestar está mermando solo queda desconcierto ante el silencio. Pero al mismo tiempo la pérdida de sentido es liberadora y catártica. Pasar por este bosque de sensaciones negativas te permite ver más claro. Al final no hay certeza, sólo desborde. En este diálogo sólo nos queda la incertidumbre, la confusión y la oscuridad. Una oscuridad que reconforta. Escuchar a Heraldos Negros es “jugar a morirte un rato” como en aquel diálogo de la película Los Caifanes. Porque la muerte es una constante en los títulos de muchas de sus piezas y literalmente se puede sentir/escuchar la angustia y el miedo a dejar de ser pero sin perder esa pulsión violenta de vida.

Fotografía de Aisha Serrano.

Algo que vale la pena destacar de este proyecto es cómo ha nadado a contracorriente de la  “industria cultural actual”. Hoy los productos culturales (musicales) son objetos estandarizados que nos han convertido en mercancías cuya naturaleza refleja el pensamiento de ganancia a cualquier costo. Sergio pone los principios estéticos por encima de los económicos propiciando un ambiente menos nocivo aunque poco rentable. Esta aparente ingenuidad de mantenerse fiel a uno mismo pareciera que es un suicidio (al menos comercial) pero a la postre es lo que se recuerda y perdura. Tampoco quiero decir que proyectos de esta índole hagan una oda a la pobreza (o que sea lo deseable), que por hacerlo independiente tenga que estar mal hecho o que haya una irresponsabilidad grosera y estéril con el público. Sergio, además de ser músicoruidista, es promotor, en el mejor de los sentidos de la palabra, promueve música (ruidosa) haciendo conciertos, ciclos, bazares, festivales… cuidando que todo suene bien (con lo que se tenga en ese momento) y que las entradas se repartan de manera equitativa,  poniendo énfasis en el ruido latinoamericano.

Ruido Horrible. Un sello sui géneris, con ediciones generalmente en formatos “obsoletos”  (para el mercado) y con un arte igual de peculiar y excepcional a lo que comúnmente se publica. Ediciones muchas veces limitadas y atesorables.

Porque no todo es el japanoise o ruidistas de Estados Unidos. Hay gente en Perú, Ecuador, Colombia, Argentina…  haciendo experimentos y llevando al extremo los parámetros musicales. Aquí entra el trabajo de Heraldos en forma de  sello: Ruido Horrible. Un sello sui géneris, con ediciones generalmente en formatos “obsoletos”  (para el mercado) y con un arte igual de peculiar y excepcional a lo que comúnmente se publica. Ediciones muchas veces limitadas y atesorables. Podemos apreciar que todo esto coquetea con lo artístico pero sin tener la pretensión mítica del artista intocable con aires de intelectualidad inasequible. Pienso que Sergio Horrible no se autodenomina “artista sonoro” porque de arrogancia ya tuvimos bastante. Más allá de promover un ambiente hermético y endogámico, Heraldos Negros y Ruido Horrible como sello, divulgan la experimentación e invita a darle la espalda a las mismas formas y los mismos valores musicales (y hasta sociales) agonizantes y decrépitos. También ya tuvimos suficiente de charlatanes y rockeros puristas.

Al final el ruido (duro) es hecho para y por minorías y así seguirá,  porque tal vez sea más prudente y saludable  el bajo perfil silencioso, viendo desde una esquina cómo surgen y desaparecen modas, siendo testigos de cómo esta corriente ha tratado de ser absorbida por “gente linda” en clubes  o  por curadores buitres que no tienen idea de nada, en museos cada vez más decadentes y acartonados. El ruido y Heraldos Negros ahí seguirán lejos de cualquier intento de domesticación.

“Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte”. 

Los heraldos negros, César Vallejo.

 

 

Escucha más de Heraldos Negros en:

https://soundcloud.com/ruidohorrible/sets/articulo-musica-fea-de-cesar

Sello Ruido horrible:

https://ruidohorrible.bandcamp.com/

MÚSICA FEA

“Música fea”, Albania Juárez, 2020.

¿Qué pasa si lo que buscan algunas personas es lo cacofónico, la disonancia y la arritmia?

Créditos:

César I. Oliveros

Nació en la Ciudad de México. Estudió Relaciones Internacionales en la UNAM y se especializó en Derechos Humanos. Nunca ha ejercido su carrera. Desde hace quince años se ha desempeñado como librero, pasando por varias librerías y editoriales.  Actualmente trabaja en EXIT, espacio especializado en libros de arte contemporáneo, libros de artista y fotografías de autor. También ha formado parte de varios proyectos de música experimental enfocada al noise, grind core, free jazz y música electrónica. Tiene un sello con dos colegas que edita en formato cassette desde hace cuatro años llamado Dorados Pantanos y participa en el colectivo RHUINAS, que procura hacer eventos en lugares pequeños con artistas locales y de otros países a precios accesibles. La intención es crear una comunidad más abierta a la experimentación audio visual.

Albania Juárez

Nació en la Ciudad de México, estudió la licenciatura de Letras Modernas Francesas en la UNAM, se especializó en crítica literaria y posteriormente realizó la carrera de artes visuales en la ENPEG La Esmeralda. En el 2015 obtuvo la beca de Baden-Württemberg para terminar sus estudios en la Kunstakademie de Karlsruhe en Alemania, donde tuvo sus primeras muestras individuales de pintura, dibujo y arte sonoro. Su obra explora los conceptos de mística, la arqueoastronomía y los atributos mágico-religiosos de la herbolaria mexicana.