Entrevista a Huberto Batis
Por Leopoldo Lezama
Segunda parte
Conforme pasan los minutos Huberto Batis se ve más inquieto gracias a que el equipo de prensa de Bellas Artes avisó que venía en camino. La última hora los noticieros han informado que el huracán Patricia causó estragos en las costas de Jalisco. Las escenas son catastróficas: calles destrozadas, ríos desbordados y poblaciones a la expectativa de un desastre mayor. “Hasta que pasa algo interesante en ese pinche pueblo”, dice Batis, mientras bebe un poco de jugo de naranja.
¿Qué pasa maestro, está nervioso?
Me tiene intranquilo lo del homenaje nacional, quisiera ir pero el médico me lo prohibió. Les dije a los organizadores que no podía estar presente y me propusieron una videoconferencia, me pidieron que grabara una cápsula de quince minutos. Van a anunciar en los carteles “presencia virtual de Huberto Batis”. ¡Entonces nadie va a ir! Van a ir a escuchar qué dicen de mí Julio Aguilar, el director del Confabulario, Miguel Ángel Díaz Monges y Guillermo Fadanelli. Pero Fadanelli no fue alumno mío, él es ingeniero. ¡Quién sabe qué van a decir! ¡Me van a madrear!
No creo, maestro, todos reconocen su magisterio. Será un buen homenaje.
Julio Aguilar fue mi alumno y después trabajó en sábado, es un buen editor. A Guillermo Fadanelli lo publiqué mucho y nos hemos frecuentado todos estos años. Ellos me han venido a ver, porque a otros que ayudé ya ni se acuerdan de mí. ¡Pero no sé qué voy a decir, estoy muy angustiado! Hace rato mi esposa Patricia me preguntó si ya sé de qué voy a hablar y no tengo la menor idea. ¿Ya viste que mi esposa se llama igual que el huracán?
Suena el timbre de la casa. “¡Ahí están! ¡Ahora sí me llegó la hora!”, dice Batis. “¿Estoy presentable?, quiero que se justifique que no estaré ahí. No quiero que me vean moribundo”. “Está usted magnífico, maestro”. Se escucha alboroto en las escaleras, el equipo de Bellas Artes llega con cámaras, cables, micrófonos, luces. De inmediato los asistentes improvisan un pequeño set buscando el mejor lugar para empezar la grabación. El encargado explica que se trata de elaborar un video informal, sin guion, en el cual Batis improvise un discurso. Me piden que me siente en una silla frente al maestro para que tenga con quién dialogar, si así lo desea. Huberto Batis se yergue, mira fijamente a la cámara, comienza:
“Muy buenas tardes, desgraciadamente, aunque hubiera querido estar con ustedes, debido a mi estado de salud, que es un poco grave, me han dicho los médicos que es imposible pues la hora me puede afectar. Tuve una neumonía que casi me mata, estuve un mes en el hospital y cuando Mauricio Montiel, director de literatura del INBA me propuso hacer un homenaje hace algunos meses, yo pensé que estaría bien. Y ahora los médicos me dicen que voy a tener que usar oxígeno toda mi vida, al cabo que ya no es mucha. Al cabo que ya va a ser poco tiempo, dijeron los médicos. ¿Hijos de su madre no?
“Yo vine por primera vez a Bellas Artes a los quince años y quedé admirado de las mujeres desnudas que están en la entrada. Después vine invitado por Agustín Yáñez y José Luis Martínez que habían sido mis maestros en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, mi alma máter. Dirigí la Revista de Bellas Artes en la mejor época que ha tenido la revista literaria de esta institución; no se había dado una publicación que fuera una obra de arte con colaboradores como Octavio Paz, que publicó ahí parte de su libro sobre Marcel Duchamp, o José Revueltas, que escribió desde la cárcel páginas memorables. Y la revista duró seis años en una época nefasta para México porque fue la época de Gustavo Díaz Ordaz, el asesino de estudiantes, el asesino de muchos de mis compañeros y maestros. Muchos de mi facultad fueron a dar a prisión. A Agustín Yáñez le pedían que renunciara a la SEP y a José Luis Martínez al INBA como un acto de protesta. Y Díaz Ordaz los insultó, les dijo “se largan cuando yo quiera o bala”. Teníamos que hablar en secreto porque había micrófonos en la oficina de Agustín Yáñez y en la de José Luis Martínez. Todo Bellas Artes estaba lleno de micrófonos. Yo no sé si ahora el presidente actual actúe de esa forma, pero en el 68 era una realidad el espionaje continuo. Incluso yo hice un número en la revista que decomisaron porque traía un grabado de Pablo Picasso de una pareja desnuda haciendo el amor, o cogiendo, como se diría en Castilla. ¿Y Castilla qué es? Pues nuestra chingada madre. Porque los dueños de México siguen siendo españoles.
“Gracias a la directora de esta institución estoy aquí hoy, y estuve antes cuando me dieron la medalla de oro de Bellas Artes, y estuve antes cuando me celebraron mis setenta años. Y ahora me van a celebrar mis ochenta años. Amigos y alumnos muy queridos a quienes inicié en el camino de la edición de publicaciones están aquí, y saben quién soy como maestro y como editor. Escribí muy poco, pero tengo también algunos libros para literatos. Cuando me dieron la medalla de oro, Consuelo Sáinzar, que era la directora de CONACULTA, dijo que me daba el reconocimiento por ser maestro de maestros, maestro de escritores. Cuando cumplí setenta años, en el público estaban mis maestros Alí Chumacero y José Luis Martínez, que ahora se han ido.
“Tengo que decir, por último, que me han hecho participar en homenajes diversos aquí, en este recinto que fue mi casa. Estoy en presencia virtual. Se trataba que estuviera yo presente dialogando con los que van a hablar y con el público, pero no me fue posible. Al Instituto Nacional de Bellas Artes le han quitado la L, porque antes era el INBAL, Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, y por eso estoy yo aquí, porque yo pertenezco a la literatura, y ustedes están aquí porque aman la literatura, y por eso han venido a ver mi despedida. Porque eso es lo que es esta reunión, ya que no me queda mucho en la tierra. Y como decía mi padre, ahí les dejo encargado a ver qué hacen con el mundo, porque lo estamos destruyendo. Me dijeron que hablara un momento, que tenía unos cuantos minutos, de modo que como de costumbre, ya me estoy pasando. Todavía tengo tiempo de decirles muchas gracias que han venido, decirles adiós y encargarles lo que tanto tiempo hemos conservado en México, que es el arte y la literatura. Y el amor. Porque como decían los poetas indígenas de esta tierra, aquí venimos un pequeño rato, un momento, y pasamos como mariposas efímeras que viven un solo día y mueren al llegar la noche. Mi vida fue un día de ochenta años. Adiós.
Hacia el final de su discurso a Huberto Batis se le entrecorta la voz y se detiene, limpia con un pañuelo algunas lágrimas que descienden por su rostro. Unos segundos después se escuchan aplausos y Batis se ve más tranquilo ahora que ha terminado su discurso. “Tuve que fingir emocionarme porque si no, no me salían las palabras. Y estaban ustedes aquí para permitirme sentir el calor humano. Porque si hubiera estado solo ante una cámara no hubiera podido. No soy actor para que me salgan las palabras así nada más”. Llueven los elogios, los abrazos, las felicitaciones. La gente de Bellas Artes recoge las cámaras, agradece la disposición del maestro y se retira. Le pregunto a Batis cómo se siente; han sido demasiadas emociones y quizás sería mejor seguir la charla otro día. “¡De ninguna manera, ahora me toca despachar a mis contemporáneos!”, dice. “Siéntate, ahora pedimos más café”.
Bueno, pues usted compartió época con gente importante como Octavio Paz, Elena Garro, Juan Rulfo. ¿Con quién quiere empezar?
Elena Garro es quien hizo al Octavio Paz que todos conocemos. La señora que ahora administra su obra no me importa y ni siquiera sé su nombre. Porque la que me importaba a mí era Elena Garro y la hija que ambos tuvieron, Elena Paz Garro, que fue mi compañera y amiga, y a la cual publiqué sus poemas. Entonces Octavio me decía que su hija hacía eso para avergonzarlo a él, porque eran horribles sus poemas. Horribles o no, eran poemas. Y la de Elena Garro y la de Octavio Paz, era literatura de excelencia. Y a Paz le sobran biógrafos, corifeos y turiferarios, es decir, los que le echan incienso como el Papa a la figura de Cristo. Pero Paz no era un dios, era Octavio Paz Lozano, un hombre como cualquier otro. No era la divina garza.
Yo ya he contado cómo Octavio Paz cacheteó a Rulfo en la casa de Fernando Benítez, porque se enteró que el entonces director de Bellas Artes, Juan José Bremer, había decidido organizar el “Año Rulfo”. Imagínate ponerte con Octavio Paz, que estaba fuerte y guapo. Tenía los ojos azules, y se vestía de lino blanco para que resaltaran más los ojos. Y uno decía ¡qué bárbaro!
¿Y Juan Rulfo? Usted tiene una historia con Rulfo.
Yo le publiqué cincuenta mil ejemplares de Pedro Páramo a Juan Rulfo, pero fue por accidente, porque entonces era yo gerente del Fondo de Cultura Económica y en ese tiempo no había offset, sólo prensa plana y rotativa para los periódicos. Los libros se hacían en prensa plana y los tipos eran lingotes de plomo. Y entonces llegó un impresor que me dijo que le habían llevado una máquina muy sofisticada que imprimía y encuadernaba un libro en pocos minutos. Venía a ofrecer esa máquina para los libros del Fondo de Cultura y me propuso hacer una muestra de cincuenta mil ejemplares de un libro pequeñito. Y yo le pedí que fuera de Pedro Páramo. ¿Y qué es Pedro Páramo?, me preguntó el impresor. Pues es la gran novela mexicana; Octavio Paz ha dicho que es uno de los momentos donde la literatura ha llegado a ser una obra de arte. El caso es que conseguí la publicación de los cincuenta mil ejemplares y se lo comuniqué a Rulfo: “Ya me chingaste”, me reclamó, “esa cantidad de libros no se va a vender nunca”. Sí se van a vender porque van a ser muy baratos, le dije. “Pues me chingaste lo doble, porque si ahora me dan un peso por libro, me van a dar diez centavos”. Pero Pedro Páramo es un best seller; Octavio Paz no vendía nada, ni vende ahora. Rulfo estaba asustado, y entonces cuando la SEP se enteró que teníamos miles de ejemplares en la colección popular, los compró todos y lo volvió libro de texto. Le quitamos la camisa y la pasta dura y lo hicimos accesible. La SEP lo divulgó en toda la república. Fue un golpe de suerte. ¿Quiúbole?, le dije a Rulfo.
Juan Rulfo era muy rencoroso, le tenía rencor a todo. Él era un hijo de Pedro Páramo, lo traía en la sangre porque era descendiente de terratenientes. ¿Y cómo comienza Pedro Páramo?, la madre pidiéndole “tienes que ir a buscar a tu padre”, y su padre es un montón de piedras derrumbadas. Cuando lo quiere buscar es ya tarde; es un tema brutal el de esa novela. Yo le dije a Rulfo, “oye, yo ya me di cuenta que hay algunos muertos en Pedro Páramo”, y él se enojó, “cómo que algunos, ¡todos están muertos!, ¡todos son fantasmas de Comala!” Y él era de Sayula, un lugar peligrosísimo porque, ¿has escuchado hablar del ánima de Sayula? El ánima que viola a los hombres. Es muy peligroso estar en Sayula, tienes que entrar pegado a la pared.
¿Y de su otro paisano, el crítico literario Emmanuel Carballo, qué nos puede decir?
Con Emmanuel Carballo me llevaba bien y mal, siempre con mucha cautela, como los alacranes. Pero ahora voy a contar una gran bronca que tuve con él. Resulta que a mí me dieron el Premio Fernando Benítez de Periodismo que se entrega en la Feria del Libro de Guadalajara, y Carballo estaba allá con su esposa Beatriz Espejo, estaba también Alberto Ruy Sánchez, y les pedí que hablaran el día del homenaje. ¿Y qué crees que me pide en el desayuno el cabrón de Carballo? “Vamos a darle en la madre a Benítez”, el hombre por quien me daban el premio, quien fundó los suplementos literarios en México. “Pues si tú no lo haces lo hago yo”, me amenazó. Y entonces cuando llegamos a la entrega del premio, uno de los reporteros nos acercó a los ponentes ejemplares de periódicos de Guadalajara, de El informador, El Occidental y otros. Y empezó el diálogo, y cuando le tocó a Carballo, abrió uno de los ejemplares y dijo: “estos periódicos son una porquería; a ver Huberto, dime si no son una porquería”, y yo le contesté, “pues a mí me parecen muy buenos, mira los suplementos que están haciendo, hablan de Alberto Ruy Sánchez, hablan de Beatriz Espejo, hablan de mí… ¡ah y no hablan de ti! ¡Por eso dices que son pésimos!” Entonces Carballo se encabronó, subió de tono la plática, y no me quedó más que decir que por la mañana me había pedido que destrozáramos a Fernando Benítez. Ahí estaba el rector de la Universidad de Guadalajara, estaba la prensa, ¡se hizo un escándalo! Entonces cuando me tocó hablar, Carballo interrumpió: “Ya Huberto, ya tenemos sueño, ya nos queremos ir a ver el carnaval”. Y todos aplaudieron, porque como la Feria estaba dedicada a Brasil, afuera había el puro ambiente. Yo pensé más tarde, Emmanuel y yo somos amigos porque los dos somos alacranes, si uno le pica al otro lo mata, entonces nos cuidamos.
Un personaje difícil Carballo.
Emmanuel Carballo era muy terco. Una ocasión lo habían operado de la próstata y lo invitaron a dar una conferencia en Guadalajara y a fuerzas quiso ir, porque el doctor le había dicho que podía viajar con muchas precauciones. Y en plena conferencia la herida se le abrió y él estaba vestido de blanco. Un desastre. Buscaron un hospital, pero era sábado y no hay nadie en Guadalajara en sábado, todo mundo sale. Entonces le hablaron a México al doctor que lo había operado y éste lo regañó porque le había dicho que tuviera cuidado. El doctor les dijo que consiguieran rápido una ambulancia porque se iba a desangrar. Beatriz llamó a todas partes y después habló muy seriamente con su marido: “me ofrecen un cura para que ya descanses y la segunda opción es que venga tu cirujano en un avión”. “¡Mejor el cura! ¡Cuánto me va a cobrar el doctor!”, gritó Emmanuel. Cuando finalmente pudieron atenderlo, Beatriz se reía mucho porque ella le hizo la broma del cura. “¡Por codo!”. Una vez con Beatriz y otros compañeros hicimos una fiesta de pies descalzos muy comprometedora, pero luego hablaré de eso. Cuando murió Carballo yo me entristecí mucho, le dio un infarto fulminante. Llamé a su casa pero me negaron la llamada. Aunque ambos éramos alacranes, también éramos paisanos y amigos.
¿Y Juan García Ponce?
Fue mi gran amigo. Ahora que casi no me puedo mover comprendo a García Ponce, que era cuadrapléjico. Un día yo le hice una pregunta muy poco decorosa: ¿oye Juan y tú ya no tienes erección? “¡Cómo crees, yo ya no puedo excitarme!”, me dijo. ¿Y entonces cómo haces? “¡Pues escribo novelas!, ¿No has leído mis novelas?, hay una que comienza: Quiero que me cojan todo el día y toda la noche”. Son dos hombres que están con una mujer en la cama. ¿Y quiénes son esos dos? ¿Tú y yo?, le pregunté una vez, ¿y a quién nos cogemos? “¡Qué estúpido eres Huberto! ¡Cómo voy yo a permitir que tú vengas con la mujer que estoy yo! ¡Soy yo mismo desdoblado en la ficción!”. Bueno, es que yo había pensado, como somos muy amigos.
Por qué no habla de los años de sábado y el ambiente de las publicaciones de esa época. Los editores importantes, Fernando Benítez, Julio Scherer, Becerra Acosta.
Cuando yo llegué a la ciudad de México a mediados de los cincuenta, Fernando Benítez ya era un capo, era un mafioso tremendo. Pero después perdió su poder porque todos se fueron con Octavio Paz a Vuelta, porque les pagaba más. A Benítez yo le aprendí mucho. Con Proceso teníamos diferencias, porque tanto ese equipo como los que hicieron el Uno más uno, eran gente del Excélsior, pero eran proyectos muy diferentes. Julio Scherer era el director de Proceso, y el subdirector era Becerra Acosta, quien quería fundar un periódico y Scherer una revista. Proceso era un semanario aburridísimo porque te contaban lo que ya había salido en el periódico en la semana. ¡Pero ya para qué, ya lo vimos todo! Un semanario debe ser variado y quien tenga columnas fijas debe ser un auténtico chingón para que realmente esté aportando a la publicación. Porque la mayoría están apurados por escribir su columna y eso se nota. Miguel Ángel Granados Chapa me contaba que él iba a recoger colaboraciones a Proceso, y que cuando llegaba, le decían, “ay espere un momentito, siéntese, tómese algo”. Se quedaba en su coche y se dormía mientras los colaboradores se ponían a escribir su columna. En sábado teníamos algunos fijos, pero eran muy buenos; Juan García Ponce, por ejemplo, y yo tuve mi columna, sin compararme con aquellos, desde luego. Hace poco me propusieron escribir en Confabulario, de modo que otra vez escribiré para suplementos, quién iba a decirlo.
¿Y Proceso qué línea traía originalmente?
Proceso es una revista católica, porque Julio Scherer era católico y su padre era un jesuita. Vicente Leñero también era catoliquísimo. Y Ramón Xirau, otro católico, fue consejero de Julio Scherer. A mí me invitaron a pertenecer a la mafia de los católicos, fui a comer con ellos, los escuché y dije ¡ni muerto! Conocí bien a todos ellos, a Scherer, a Leñero, a Ignacio Solares, otro católico. Si tú ves el guion de El crimen del padre Amaro, es de Leñero, y por fortuna resultó una película erótica y herética. A la muchacha le ponen el manto de la Virgen María y la vuelven la novia sagrada. Scherer y Becerra eran ambos grandes editores, y ambos tenían otra familia. Becerra tenía otra esposa apellidada Molina, que era una de las dueñas de la Pepsicola, imagínate el dineral que tendrían. ¿De dónde crees que salió el dinero para el Uno más uno? ¿Del dinero de Miguel de la Madrid? De ahí sólo salía para los chicles porque era un tacaño.
Batis habla de la complicada situación que actualmente viven las revistas literarias, de la dificultad de conseguir presupuesto y ganar un sitio en un mercado que cada vez se interesa menos por la cultura; aun así, afirma, prefiere la publicación impresa. Aparta algunos volúmenes biográficos que ha publicado la editorial Ariadna: Huberto Batis entre libros y Huberto Batis, 25 años del suplemento sábado de Uno más uno, donde se recopila la memoria de la célebre publicación. Enseña una imagen dando su primera clase en la Facultad de Filosofía y Letras en el verano de 1959.“Eran clases para alumnos norteamericanos, porque para impartir a los nacionales debías tener maestría. Cuando yo obtuve el grado de maestro ya pude dar clase a mis paisanos”. Muestra fotos en Guadalajara, su boda con su primera esposa, Estela Muñoz, cuando contaba con 23 años; otra de sus padres y otra de él mismo a los quince años de edad. “Mira qué bello era, y mira lo que soy ahora”. Sigue hojeando, se detiene en sus colaboradores: Ignacio Padilla, Enrique Serna, Guillermo Fadanelli, Xavier Velasco. Pasa las páginas y aparecen sus alumnos: “Este es Guillermo Sheridan, que me robó Octavio Paz. Por acá está Marcelo Uribe, que ahora dirige la editorial ERA. Aquí tenemos a Adolfo Castañón, académico de la lengua y ensayista brillante; Pura López Colomé, excelente poeta y traductora; Catalina Miranda, jefa de redacción de sábado; José Manuel Recillas, articulista y corrector puntilloso; Alberto Ruy Sánchez, narrador extraordinario; Julio Aguilar, de lo mejor que tuve en el suplemento”. Las imágenes se suceden: Batis con sotana en el colegio jesuita, Batis feliz dentro de un bote basura, Batis pateando la puerta de un museo en Durango; Batis en la desordenada oficina de sábado: “Mira aquí estoy con mis jefes, Benítez y Becerra Acosta. Y aquí hay otra con toda la mafia: Fernando Benítez, Juan José Gurrola, Juan García Ponce y Juan Vicente Melo. Yo frecuenté mucho a Héctor Azar, Cristina Pacheco, Tomás Segovia, Carlos Monsiváis y José Luis Cuevas, un excelente amigo al que ya no volví a ver”. También guarda un espacio para sus colegas de la Facultad de Filosofía: Federico Patán, Jorge López Páez, Anamari Gomís, Gonzalo Celorio, Carmen Galindo, Federico Álvarez, Luis Mario Schneider, Eugenia Revueltas, Hernán Lavín Cerda, Margo Glantz, Arturo Souto, Horacio López Suárez, Paciencia Ontañón y Juan Manuel Lope Blanche. Y no faltan los críticos de cine, Andrés de Luna, Gustavo García y Luis Ayala Blanco, “todos grandes amigos”. “Y mira los erotómanos de sábado, Ecko, Macario Matus y Rocío Barrionuevo”.
Son demasiados rostros, demasiados años en el inframundo literario mexicano. Y tantos otros que ya murieron como mi amigo Enrique Alonso Cachirulo e Inés Arredondo, que fue mi amor tormentoso. Al final todos nos iremos.
FIN
Fotografías de Leopoldo Lezama
*