La verdadera Comala

Primera página de Pedro Páramo publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1955.

La Redacción

En el centenario de Rulfo, a más de sesenta años de haberse publicado Pedro Páramo y El Llano en llamas, sigue causando sugestión los lugares que dieron vida a los cuentos y a la novela célebre. Por muchos años se ha tratado de ubicar sin éxito la Comala fantasmal, o los paisajes de ese llano hostil donde no se encuentra “ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada”, cosa que parecía dejar satisfecho al propio Rulfo, pues fundamentalmente, el de su literatura es un paisaje creado. En la famosa entrevista con Joaquín Soler, Rulfo comentó en torno a la geografía de sus ficciones: “Cualquier persona que tratara de encontrar esos paisajes, encontrar esos motivos que han dado origen a esas descripciones, no las encontrarían. Ha sucedido con frecuencia, personas que han querido ir a ver… nos pasó hace poco, se quería hacer una revista literaria dedicada a El Llano en llamas y se quería fotografiar la zona, la región. Nunca se encontró el paisaje”.

Y en efecto, poco tiene que ver con el ambiente rulfeano la fecunda Comala cafetalera de Colima, o la San Juan Luvina lluviosa de la Sierra Juárez de Oaxaca, sitio que Rulfo conocía a la perfección. Si tuviéramos que ubicar un paisaje más fiel al universo de Comala, lo encontraríamos en los cerros colindantes al lugar en que el narrador nació y vivió su niñez. Entonces no pensaríamos en la Comala colimense, ni en la Oaxaca húmeda, sino en esa región montañosa del sur de Jalisco que abarca los pueblos de San Gabriel, Sayula, Apulco, Atoyac, Amacueca y la ruta que comprende el agonizante río Ayuquila, en la Sierra de Amula: Tuxcacuesco, Autlán de Navarro, Ejutla, El Grullo, El Limón, Tolimán, Unión de Tula, Zapotlán de Vadillo y también Zapotlán el Grande (tierra de Juan José Arreola, José Clemente Orozco y Consuelo Velázquez), una región hoy devastada por el narcotráfico. De esta zona nos dice un reporte ambiental del estado de Jalisco del año 2014: “cubre una superficie de 4,100 km2, que representa el 42% del área total de la cuenca del Río Ayuquila-Armería, extensión equivalente a la de estados como Colima o Tlaxcala. El paisaje de la región se caracteriza por un relieve predominantemente montañoso y pequeños valles o llanuras donde se concentran los centros de población y la actividad agrícola”.

Comala, antecedentes y testimonios

En el primer número de la revista Las Letras Patrias correspondiente al trimestre de enero a marzo de 1954, puede leerse el primer antecedente de lo que Rulfo publicaría un año después bajo el título de Pedro Páramo. Se trata de la primera secuencia de la novela, donde Juan Preciado va rumbo al pueblo en que supuestamente vive su padre, y se encuentra al arriero Abundio, quien le indica el camino. El fragmento comienza: “Fui a Tuxcacuesco porque me dijeron que allá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Entonces le prometí que iría a verlo en cuanto ella muriera”. El texto temprano nos revela la geografía original de la novela: Tuxcacuesco, lugar que fue cambiado por Rulfo porque “Comala” funcionaba mucho mejor semántica y fonológicamente a los propósitos de presentar una tierra seca, “sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno”.

Sin embargo es preciso recordar este nombre, “Tuxcacuesco”, y su condición privilegiada en el trayecto de Pedro Páramo desde su génesis hasta su publicación. El cambio de perspectiva del narrador, del “fui” al “vine”, nos dice que fue hasta que la novela estuvo más avanzada, que Rulfo decidió que toda la narración vendría de adentro, de Juan Preciado en la tumba, de las voces y la memoria de los muertos de Comala. Así mismo, el cambio fue un acierto de Rulfo, pues el Comal grande convertido en tierra habitada por muertos quedó en el imaginario popular como uno de los lugares míticos de la literatura.

Para redondear la importancia de Tuxcacuesco en la historia de la novela, nos remitimos a una anécdota de Eraclio Zepeda que hizo pública en el marco de un homenaje realizado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara en 1987 y que quedó registrada en un pequeño volumen: Homenaje a Juan Rulfo. En su participación titulada “Me río de los que hablan del silencio de Rulfo”, Zepeda habla de la cercanía que tuvo con el narrador de Jalisco, pero del enorme respeto que le profesaba: “don Juan era uno de esos raros escritores… de esos que nacen una vez cada quinientos años”. El poeta chiapaneco recuerda el gran conocimiento que tenía el autor de El Llano en llamas de las carreteras y pueblos del país, gracias a su trabajo como vendedor de llantas en la Goodrich Euzkadi. Así mismo, Zepeda abunda sobre las muchas pláticas que tuvieron sobre los más diversas temas.

En una de ellas, afirma Eraclio Zepeda, Juan Rulfo le habría confesado la ubicación de la verdadera Comala:

…me dijo que Comala era Tuxcacuesco, me dijo que había llegado a Tuxcacuesco una noche vendiendo llantas, y que tenía mucha hambre y Tuxcacuesco estaba apagado y había una luz encendida en una casa que estaba enfrente del parque. Y entró por el portón abierto de la casa buscando la luz encendida y atravesó el corredor y el patio central y el otro corredor y la puerta para el traspatio, y entró al traspatio y la luz seguía allá al fondo, y hasta que llegó la luz que estaba a la orilla de un pozo y vio a un hombre que alumbraba con un candil el pozo, y con una cuerda amarrada a la cintura la movió y dice don Juan que se acercó al pozo y vio adentro a una niña que estaba buscando algo en el pozo ayudada por su padre con una cuerda. Es decir, que allí se le reveló Pedro Páramo completo, que salió de Tuxcacuesco sin cenar y empezó a escribir Pedro Páramo.

Podríamos dudar de la veracidad de lo dicho por Rulfo, e incluso de lo contado por Eraclio Zepeda. Sin embargo, el propio estado de los fragmentos primeros de Pedro Páramo apoyan esta tesis, donde en efecto, Comala era Tuxcacuesco. Además, es preciso remitir al lector a la novela misma: Susana San Juan es hija de Bartolomé San Juan, un minero ambicioso, “muerto en las minas de La Andrómeda”. Rulfo hace manifiesto el celo que Bartolomé San Juan tenía con su hija y de su negativa a que ella se fuera con Pedro Páramo. En algún momento de la novela, Susana San Juan tiene un recuerdo con su padre en las minas de Comala, un fragmento que refuerza lo comentado por Eraclio Zepeda en 1987.

Muchos años antes, cuando ella era una niña, él le había dicho:

—Baja, Susana, y dime lo que ves.

Estaba colgada de aquella soga que le lastimaba la cintura, que le sangraba sus manos; pero que no quería soltar: era como el único hilo que la sostenía al mundo de afuera.

—No veo nada, papá.

—Busca bien, Susana. Haz por encontrar algo.

Y la alumbró con su lámpara.

—No veo nada, papá.

—Te bajaré más. Avísame cuando estés en el suelo.

Había entrado por un pequeño agujero abierto entre las tablas. Había caminado sobre tablones podridos, viejos, astillados y llenos de tierra pegajosa:

—Baja más abajo, Susana, y encontrarás lo que te digo.

Y ella bajó y bajó en columpio, meciéndose en la profundidad, meciéndose en la profundidad, con sus pies bamboleando en el “no encuentro dónde poner los pies”.

—Más abajo, Susana. Más abajo. Dime si ves algo.

Y cuando encontró el apoyo allí permaneció, callada, porque se enmudeció de miedo. La lámpara circulaba y la luz pasaba de largo junto a ella. Y el grito de allá arriba la estremecía.

—¡Dame lo que está allí, Susana!

Y ella agarró la calavera entre sus manos y cuando la luz le dio de lleno la soltó.

—Es una calavera de muerto —dijo.

—Debes encontrar algo más junto a ella. Dame todo lo que encuentres.

El cadáver se deshizo en canillas […]

—Busca algo más, Susana. Dinero. Ruedas redondas de oro. Búscalas, Susana.

 

Como esas monedas de oro que la niña Susana San Juan buscaba en el fondo de la mina, así, más de seis décadas después, seguimos buscando pistas que nos lleven a los paisajes de Pedro Páramo. Seguramente sólo Juan Rulfo, en el silencio de la muerte, sabe dónde empieza y dónde termina el verdadero camino a Comala.

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