Enemigo del pueblo

"México, el rostro del páramo". Por Gerardo Segura.

Por Jovani Hernández Claudio

 

¡Basta!
¡Detengan el fuego!
¡Pueblo, peleando entre pueblo!
Pluma Rica

 

“Se quedó en la época en que escribía sus novelas”, dijo el soldadito de plomo. Poco tiempo había pasado de la lisonja gubernamental cuando nuestro escritor entró en el vaivén de la polémica. Imperialistas y dictadores se cobijaban y apapachaban allá afuera, en la triste Latinoamérica. Aquí el basilisco de mil cabezas, lustraba palabrerías con fina retórica que suponemos traía confort a su pateado orgullo. Adiós a la diplomacia; en el ayer quedó el homenaje. “Si fácil fue la calumnia, si fácil la difamación, energética debe ser la protesta”[1], aulló el capataz. Hizo una crítica directa, se le reprochó y el escritor dio explicaciones. El suceso permanece en la historia como permaneció en su vida el linaje cuartelero.

Del odio entre semejantes se han gastado las más atroces páginas. Discordancias, enemistades, ajustamientos, siempre desatan la bestial orgía de venganza. La sangre se derrama y los únicos que pueden limpiarse las manos son los poderosos, porque son los que sobreviven. Ellos pueden conservar su vida y nada pierden. No tienen que recurrir a la clandestinidad, no le temen a su propia sombra, para ellos la soledad del exilio es algo que a lo mucho existe en la ficción.

Fue un desentendido por el uso y propiedad de la tierra, ese espejismo que corroe lazos afectivos de los más íntimos parientes. El débil, el poco influyente, comete un error y queda expuesto: su suerte es un albur, lo único que le queda es gritar a la nada ¡Diles que no me maten! Ahora quisiéramos precisar algo: sólo veo enfrentándose pueblo contra pueblo.

Pueblo era Juventino Nava; pueblo era don Guadalupe Terreros; parte de ese pueblo era Alima. Pueblo fue el coronel antes de quedar huérfano, antes de enlistarse. Todos son pueblo. Cuando no se entiende que la tierra no es de nadie, se vuelve discordia de todos.

A pesar de que aseguró en entrevista a Armando Ponce que “nada de lo que he escrito ha sucedido; pudo suceder o podrá suceder”, queda punzando cual espina si al realizar los cuentos que conforman El Llano en llamas el autor intentó construir una realidad textual o pretendió la representación de una realidad referenciada; sin embargo, los hechos dicen más que mil palabras.

Los recuerdos fueron parte de la materialidad de los textos de Rulfo. Su padre murió como mártir cristero y desde temprana edad, el narrador experimentó la orfandad. El tema no le era ajeno y quizá por eso pensaba que los desamparados, cuando no encuentran modos para expresarse, terminan convertidos en asesinos o ladrones (y yo agregaría en servidores de la institucionalizada represión) con la sensibilidad pulverizada, petrificados como costras, porque la vida es dura y como tipos duros hay que hacerle frente.

Seguramente nuestro lector se le estremeció el estómago. ¿Qué vamos a hacer con tantos huérfanos, hijos de la guerra que enfrenta el “Estado” contra el narcotráfico? ¿Se irá a quedar tuerto el mexicano de tanto valer el ojo por ojo? La enfermedad está en ambos bandos. Los uniformes no dicen nada, por el contrario, su único éxito ha sido la confusión que impera.

Y sí, ahora que suena y resuena, aquí también un muro fue la discordia, se perforó y se levantó tantas veces como lo permitió la paciencia. El pueblo se fragmentó. ¿Compadres? ¿Habrán compartido una cerveza? ¿Ahijado o Ahijada? Huecos de sentido y se inserta nuestro contexto. Ahora que todos tenemos muros de almohadas (en las matrushcas casas de asistencia, en las escuelas, en el transporte) la especie se segrega.

Las lecturas que permite un cuento como Diles que no me maten, por ejemplo, resultan un buen ejercicio de conciencia porque en ellas hay un registro de los problemas del pueblo: el enemigo está entre nosotros y la única manera de acabar con él es haciendo una fuerte inversión para recuperar las vidas arrebatadas de los huérfanos de esta guerra.

Ellos son el pueblo y el pueblo se reconstruye desde adentro.

 

 

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[1][1] Para la revisión más minuciosa de las declaraciones, consultar edición conmemorativa que realizó la revista Proceso, Cien años de Juan Rulfo “Vine a Comala…”.