Amanece, como si una semilla de fuego se hubiera levantado incendiando sus futuras ramas, y la ceniza fuera tierra fértil, agua primigenia donde se desprende la lluvia del ensueño. Amanece, como un vapor radiante que se despostilla de la noche ya desprovista de su corcel umbrío. El aleteo de una tormenta iría sembrando relámpagos que parten la noche en astillas violeta. Amanece, y los límites de la percepción se entreabren como la nube dispersa que deja al descubierto una esfera imposible. Y la mano que ya desconocía su tacto vuelve a acariciar con la cadencia en que se extiende la vigilia. Y la sombra se esfuerza en retener su frágil espesura; y la sombra se quiebra como un jarrón de vidrio viejo. Amanece, como el beso que se fragua en silencio porque busca proteger la quietud de la piel dormida. Y si el contacto llega aún de noche, tras el cielo se desbaratan las estrellas como luciérnagas muertas. ¿Qué sucede con la estrella que se refleja en el borde de un violento río? ¿Quién pudiera devolver la barca que ha zarpado persiguiendo el rastro de un mar antiguo? Entre el origen y los límites hay un espacio en que todo avance se consume; el relámpago no estalla, la ola se queda suspendida, el cántaro al caer no termina de quebrarse y oculta la forma que ha de organizar con sus fragmentos. Amanece, y el alma merodea sus fronteras y alcanza a ver las raíces de un ramaje oculto avanzando como el paso de una serpiente ciega. La luz destiñe el horizonte y es preciso detonar el sentido para danzar entre las ráfagas de colores inauditos. También el alma detona. Y si la profundidad de la noche es insondable, el alma da un salto de pez vela para respirar la albura. Amanece, como en cada caricia que se desbarranca por su cabellera boscosa. Los cuerpos aguardan el flujo de esta luz que va cayendo como el ruido de una lluvia de otro mundo. Y si los cuerpos despiertan comienza una sinfonía que sólo es posible percibir con la sensibilidad envuelta en llamas. El alba ha desplegado su mantel de cobre para dar el primer alimento a la llanura. Amanece, como el óleo que ansía el tono áureo, como los amantes que al mirarse comienzan a danzar en el abismo.
Mila Pálif y Leopoldo Lezama
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Y al levantar su imperio en círculo, al presenciar su completud perfecta, el amanecer se disemina.
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Mila Pálif (Budapest, 1976). Es artista plástica. Estudió una maestría en Dirección de Arte y Diseño en la Budapest Metropolitan University.
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Leopoldo Lezama es editor y ensayista. Es autor de En busca de Pedro Páramo.