Por Alejandra Trazos
Nom Pen, Camboya.
El cotidiano de la capital camboyana se recorre entre mercados abarrotados con sangre de pescados, caracoles y cabezas de puerco, monjes budistas bendiciendo a la gente en las paradas de autobús, turistas enfilados para el servicio de prostitución que brindan las hermosas jóvenes camboyanas; niños, zapateros, gatos, mecánicos de motos y tantos más. Estas imágenes delirantes son un pequeño resumen de algunas sensaciones que experimenté por el paisaje entre el calor y el té verde helado que me brindaban las 12 del día.
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Alejandra Trazos o el hechizo de una ingeniería alucinada
Tan antiguo como las ciudades del lejano Oriente es el afán del viajero por dejar un registro de sus expediciones. Desde tiempos inmemoriales, aventureros del mundo han dejado extraordinarias pinturas de los lugares más increíbles: el delirante trayecto de Álvar Núñez por Norteamérica, los viajes de Hannón de Cartago por la costa atlántica, o la lejana Katmandú rodeada por las montañas del Himalaya, donde, nos dice Marco Polo, abundaban magos ladrones: “cuando quieren saquear una región hacen con arte diabólica que se entenebrezca el aire de día en una extensión tan grande que nadie los pueda ver”. Esta hipérbole de Marco Polo no nos parece excesiva, pues quien lee una crónica de viaje, visita el lugar por vez primera.
Este deslumbramiento lo transmite Alejandra Trazos, artista que interpreta el paisaje en fabulosos dibujos que nos muestran un recorrido alucinante; cafés de París, ciudades de la sudamérica selvática, pueblos de las montañas mexicanas, o los tumultuosos mercados de Camboya. El proceso de aprehensión del paisaje y su posterior despliegue es singular: el trazo se vuelve vértigo y las formas estallan en la construcción de otra realidad magnífica. Los suburbios de Alejandra Trazos emergen de un carnaval plástico que a cada línea celebra un estallido de energía. Pulso explosivo, nervio convuslo, cascada de lumbre que logra configurar una versión trepidante de aquellos lugares remotos; el accidente, la violencia y el goce como el fundamento de una nueva región extasiada. La mano inyecta un dinamismo, y por eso el ambiente parece despertar bajo una lluvia de rayos gama. Un latigazo eléctrico ha sacudido las formas y hace que muestren su estado radiante: cuerpos desproporcionados, rostros esperpénticos, miradas absortas en su propio hastío. Y al final, una desconcertante geometría dislocada que en cada estampa logra desembocar en un instante estético.
De la boca del gran pescado camboyano desciende la vía por donde han de circular las motonetas del atardecer purpúreo. Todo es vocerío y tumulto. Los rostros de Camboya constituyen la fisionomía de hábitos y costumbres desconocidas para el occidental. Distraídos comensales, impasible obreros, animales gruñendo en las calles de una ciudad humedecida por colores ocre y azul cerúleo. Prostitutas celestes del medio día, caracoles muertos, budistas congestionados de eternidad. Y al final del trayecto, el bosquejo de esa sensación “sabiamente caótica” que deja toda travesía, como dice Jorge Luis Borges en su Atlas, libro de viajes. El hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de ciudades, de jardines y personas, siempre distintas y únicas. Pero en el universo de Alejandra Trazos (región de preciosa turbulencia), queda el disfrute de concebir espacios que permanecerán bajo el hechizo de su ingeniería alucinada.
Leopoldo Lezama
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Alejandra Trazos
La comunicación visual y las artes plásticas han sido mi ruta. El camino lo ha marcado la atención por el accidente, la violencia y el goce. Estudio y trabajo en ambos hábitos y busco nuevas explicaciones. No hay mejor confidente que un papel y alguna tinta.