Pensar las humanidades en la educación media superior mexicana

José Francisco Barrón Tovar

 

Las humanidades tienen por objeto hacer amable cualquier presente.

                                                                      Jesús T. Acevedo

 

El uso corriente en México del término humanidades —entre académicos, docentes y funcionarios públicos— se encuentra determinado por discursos y acontecimientos que remiten a la instauración e historia durante el siglo XX de instituciones de educación superior y académicas de investigación. Desde la aparición de la Escuela Nacional de Altos Estudios en 1910 los esfuerzos de los humanistas mexicanos durante todo el siglo XX, y lo que va del XXI, se han dirigido a lograr mantener las condiciones institucionales para la producción y reproducción de su saber educativo y académico. Se han dedicado con denuedo a tres cosas principalmente:

  • Determinar una concepción de las humanidades adecuadas para las circunstancias históricas, sociales y políticas mexicanas (buscando respuesta a: ¿Cuáles la figura del filósofo adecuada para nuestro país? ¿Qué tipo de literato es útil a nuestras condiciones determinadas?)
  • Determinar la más adecuada articulación de las humanidades con la sociedad y el estado (tratando de contestar la pregunta: ¿De qué sirven al pueblo mexicano las instituciones humanísticas superiores?)
  • Determinar sus potencias y alcances (elaborando la pregunta: ¿Qué sentido tienen las humanidades en nuestras circunstancias determinadas? ¿Cómo impactan en nuestra vida?)

El cometido de estas fatigas era hacer factibles institucionalmente la supervivencia de unas humanidades en México. Expresado de otra manera, los humanistas mexicanos se han empeñado durante todo el siglo XX en conseguir unas condiciones mínimas para el ejercicio de las humanidades. Incluso el día de hoy, cuando se discute en México sobre el sentido y la supuesta crisis de las humanidades, se las discute asumiendo como su definición, esa historia de las instituciones superiores humanísticas creadas en el siglo XX. Si se siguen las actuales discusiones en México entre académicos, docentes y funcionarios públicos sobre las humanidades —su sentido, su financiamiento, las leyes que les dan su función pública— , al menos desde 2009 hasta la coyuntura en fechas recientes sobre la articulación de las humanidades a nivel nacional con políticas públicas de incentivos y financiamiento estatal del saber en la Iniciativa de Ley de Humanidades, Ciencias y Tecnologías, la caracterización de humanidades usada es la que se practicarían en instituciones superiores humanísticas. El humanista en México está atado a la institución universitaria.

Esto produce un efecto interesante cuando se trata de concebir las humanidades que se ejercitan en México. Si se pregunta qué se entiende por humanidades en México siempre se responde con la historia de su defensa en las instituciones superiores mexicanas. Se pone una cosa por otra. La historia de la lucha por el mantenimiento de cierto tipo de prácticas institucionales universitarias, en lugar de una caracterización de aquello por lo que se pregunta. Así el día de hoy, producto de toda esa historia, se hace uso de una caracterización ambigua y un cliché, las humanidades como un conjunto de disciplinas académicas que se ejercen en instituciones de educación superior relacionadas con la comprensión del ser humano y sus afanes; o para abreviar: las humanidades como el cultivo de la humanidad. Se trata de una caracterización tópica. Esto se vuelve palpable cuando se hace la pregunta por las humanidades mexicanas fuera de los tópicos de la institucionalización de la educación superior: ¿habría unas humanidades para la educación media superior (EMS) mexicana?

El problema de una caracterización tópica para la práctica de las humanidades mexicanas no ha pasado desapercibido por los investigadores. Así Érika Pani en su texto “Soft Science: The Humanities in Mexico” respecto a los problemas históricos de las humanidades mexicanas señala la cuestión: “La debilidad de las humanidades dentro de la universidad se debió a su bajo valor de mercado y falta de popularidad entre los estudiantes, pero también, quizás, a la forma en que fueron concebidas por especialistas”. Margarita Velázquez Gutiérrez en su texto “Ley de Humanidades: Propósito y alcance” afirma: “Incluir el concepto de humanidades en el Consejo es un acierto que reconoce su papel en el quehacer científico del mundo. Habría que ser más explícitos en este sentido y darle contenido a lo que se entiende por “humanidades” y a lo que se conceptualiza como “ciencias sociales”. No se trata solo de aparecer sino de contar con recursos y oportunidades para el quehacer de ambas áreas”. Y Gloria Del Castillo Alemán en sus “Comentarios a la Iniciativa de Ley de Humanidades” señala el mismo problema: “A manera de conclusión, se infiere que la solución al diagnóstico político es la incorporación de las humanidades, ¿por qué? Esto no queda plenamente justificado en la exposición de motivos: ¿cuál es el aporte de las humanidades? Pareciera que se busca sustituir el paradigma de la economía basada en el conocimiento, por considerar que se deshumanizó la ciencia y la tecnología generando una fractura entre las necesidades de la población (justicia social, empleo, respeto a las comunidades indígenas) y la producción del conocimiento, con un paradigma que busque humanizar los procesos científicos-tecnológicos.” En los tres casos se señala un problema con la caracterización de humanidades, pues queda ambigua, indeterminada, remitida a lugares manidos. Un caso paradigmático es el de Roberto Breña que en el programa de Radio UNAM Primer Movimiento del 11 de abril de 2018 que a la pregunta “¿Por qué es importante debatir en este momento las ciencias sociales y las humanidades cuando todo mundo quiere debatir qué político le da más miedo y qué cosa será más viral en internet?”, responde: “No necesito enumerar los valores que están implícitos en las humanidades. Cualquiera que haya leído filosofía, literatura o historia entiende casi de manera instintiva y natural los valores que están detrás de esas disciplinas, experiencias, vivencias humanísticas.”

Regresemos a la pregunta sobre si habría unas humanidades para la EMS mexicana. Pues con una caracterización tópica al uso de las humanidades lo que se tendría en la EMS sería un problema mayor. La caracterización de las humanidades vinculada a su supervivencia institucional tuvo efecto intenso y persistente, hasta el día de hoy, en el sentido del currículo y en su didáctica en la educación media superior mexicana. Incluso en un discurso tan paradigmático de la instauración de las humanidades en México como el de 1914 de Pedro Henríquez Ureña “La cultura de las humanidades”, se las concibe en términos de “humanidades clásicas” en instituciones superiores de educación e investigación. Y ciertamente los primeros esfuerzos históricos en México para construir una EMS no tenían a las humanidades como parte de su proyecto. En el capítulo “Grandeza y decadencia de la escuela preparatoria”, del texto Pasado inmediato de 1914, uno de los más grandes defensores de las humanidades en México Alfonso Reyes escribe:

A través de incontables vicisitudes, la Escuela Preparatoria se ha venido manteniendo hasta nuestros días, aceptando a regañadientes los vaivenes del tiempo, y al fin sometida a una verdadera locura de transformaciones que algún día se equilibrarán para bien de todos. No tenía por destino el conducir a la carrera y a los títulos, aunque fuera puente indispensable para los estudios de abogados, ingenieros y médicos; sino el preparar ciudadanos —de ahí su nombre; gente apta para servir a la sociedad en los órdenes no profesionales. Sustituía las humanidades eclesiásticas; llegaba a punto para incorporar en la educación las conquistas de liberalismo político. […] Quien quisiera alcanzar algo de humanidades tenía que conquistarlas a solas, sin ninguna ayuda efectiva de la escuela.[…] Se prescindía de las Humanidades, y aún no se llegaba a la enseñanza técnica para el pueblo: ni estábamos en el Olimpo, ni estábamos en la tierra, sino colgados en la cesta, como el Sócrates de Aristófanes. Ayuna de humanidades, la juventud perdía el sabor de las tradiciones y sin quererlo se iba descastando insensiblemente.

Casi cuarenta años después la cuestión de las humanidades clásicas comienza a aparecer en las discusiones sobre la configuración de la EMS. En un texto de 1953 sobre “El bachillerato hispanoamericano” su autor Enrique Warleta Fernández repasa los planes de estudios de los sistemas de bachillerato de América Latina y sostiene que el mexicano de los años 50 es una extensión de la educación secundaria con pretensiones de preparar a los estudiantes para el nivel superior. Y sostiene que el nivel “carece de finalidad propia”, aunque reconoce que se busca dársela introduciendo cierta psicología de la edad del bachiller. Y para el caso específico del área de humanidades diagnostica:

El primer análisis a que sometemos los distintos planes de estudio nos dará un dato interesante sobre el Bachillerato en Hispanoamérica; nos preguntamos: ¿Se considera la formación humanista como base y centro del Bachillerato, o, por el contrario, Latín, Griego y Cultura Clásica no representan un papel principal? La respuesta negativa se hace patente enseguida. Los estudios del Latín y el Griego son poco frecuentes en los planes de estudio de Hispanoamérica, hasta el punto de que en países donde existe el Bachillerato dividido, no figuran en la especialidad o sección de Letras y Filosofía, o lo hacen de un modo precario […] No queremos con estas palabras señalar ni un fallo ni un acierto de la Enseñanza Media hispanoamericana; no juzgamos, sino que simplemente pretendemos informar que, en conjunto, el Bachillerato en Hispanoamérica no está basado en la creencia de que la formación media deba ser humanista. 

Diez años después, en la reforma de la EMS de 1964 encabezada por Ignacio Chávez regresa la cuestión educativa que se juega en las humanidades. En el libro Un siglo de educación en México, Jaime Castrejón Diez escribe:

La reforma consistía en un cambio programático, con énfasis en la formación científica y en el aumento de un año en la duración del ciclo —de dos a tres años—: “El Bachillerato no es una secundaria amplificada. Tienen finalidades muy distintas, esencialmente formativas de la persona de terminada”, señala el documento y más adelante marca los objetivos del bachillerato:

  • Desarrollo integral de las facultades del alumno para hacer de él un hombre cultivado.
  • Formación de una disciplina intelectual, que lo dote de un espíritu científico.
  • Formación de una cultura general que le proporcione una escala de valores.
  • Formación de una conciencia cívica que defina sus deberes con su familia y frente a la humanidad.
  • Preparación especial para abordar una determinada carrera profesional.

En su texto Historia comparada de la educación en México, Francisco Larroyo resume el sentido de la reforma del bachillerato:

…los dos primeros años de estudio serán un tronco común donde estarán incluidas lo mismo las ciencias que las humanidades. Sólo después, en el último año del bachillerato, se harán los estudios especiales de una área dada del conocimiento, de acuerdo con la profesión que se pretenda seguir. Así. el programa de enseñanza comprende: un conjunto de materias comunes, obligatorias para todos los alumnos y, áreas o grupos de materias específicas, de entre los cuales los alumnos deben optar, teniendo en cuenta sus vocaciones y aptitudes.

Cinco son las áreas fundamentales:

  1. Ciencias físico-matemáticas.
  2. Ciencias químico-biológicas.
  3. Disciplinas sociales.
  4. Disciplinas económico-administrativas.
  5. Humanidades clásicas.

Y si bien la reforma tenía como eje la educación científica, introducía ya una finalidad formativa adecuada para la EMS separándolo del nivel secundario. Y lo hacía introduciendo las humanidades.

Así, en un lapso de 50 años, durante el siglo XX las humanidades comienzan a concebirse para la EMS mexicana. Y a la pregunta sobre qué humanidades deberían formar parte del nivel, la respuesta era la tópica, las concebidas hasta entonces: las clásicas, las vinculadas a las instituciones superiores. La frase que se usa como epígrafe de este texto es de Jesús T. Acevedo, de sus Disertaciones de un arquitecto de 1920, se trata de una caracterización amplia de las humanidades. Los párrafos amplios a los que pertenece dicen: “Casi pudiera decirse que las humanidades tienen por objeto hacer amable cualquier presente. Fundarse en el examen de la Antigüedad para comprender y aquilatar los perfiles del día constituye actividad clásica por excelencia.”

No se tiene el día de hoy una adecuada caracterización de las humanidades para la EMS del país. Lo que sí existe es una oportunidad para discutirla.

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Francisco Barrón es ensayista y profesor de filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.