William Burroughs, el asesinato de la realidad

William Burroughs por Fernando Lezama

 

La Redacción

 

                No existe la casualidad, y lo que se nos presenta

               como azar surge de las fuentes más profundas. 

Friedrich von Schiller

 

El 6 de septiembre de 1951, en la antigua Cerrada de Medellín 37, en la colonia Roma, un joven norteamericano que llegó a la Ciudad de México huyendo de un juicio por drogas en New Orleans, entró en el reducido grupo de hombres destinados a reconstruir la realidad en la escritura. En un juego de puntería imitando a Guillermo Tell, William Burroughs descargó su pistola Sher .38 y mató a su novia Joan Volmer con un tiro en la frente. Esa noche murió el hombre y nació el escritor: Me veo obligado a aceptar la aterradora conclusión de que nunca habría llegado a ser escritor si no hubiera sido por la muerte de Joan.

William Burroughs asesinó a la realidad en favor de una realidad mayor: la cimentada sobre la violenta quimera mental. El sacrificio que Burroughs ofrendó a la deidad de la escritura fue la del único ser que comprendió su espíritu (la madre de su hijo). Sin embargo, el dios que William Burroughs intentó apaciguar con la muerte de Joan era demasiado voraz: el Dios de las posibilidades mentales, la máquina ciega que reproduce mundos inauditos en la oscuridad (así como la máquina binaria que inventó su abuelo fue la primera en controlar cantidades ilimitadas). Cuenta la Biblia que al pedir una prueba de fe, Dios detuvo a Abraham cuando éste se encontraba a punto de asesinar a su hijo Isaac; sin embargo, nadie detuvo la mano de Burroughs en su prueba definitiva para acceder a la totalidad.

Tras quince años de permanecer en el ensueño de los opiáceos, Burroughs despertó para redactar uno de los libros más desconcertantes y paradigmáticos de la literatura del Siglo XX: El almuerzo desnudo: La mayoría de esos supervivientes no recuerdan su delirio con detalle. Al parecer, yo tomé notas detalladas sobre la Enfermedad y el delirio. En la magnífica adaptación que David Cronenberg hizo de la novela, William Lee intercambia la pistola con que mató a Joan por una máquina de escribir y es enviado a la Interzona, un mundo maligno habitado por criminales y escritores condenados a reportar sus vivencias. Al llegar, William es interrogado por un traficante de drogas:

 

—¿Usted es el nuevo escritor? ¿Recién llegó?

—Hace unos días…

—Usted usa una Clark Nova, ¿no?

—¿Para escribir, una máquina?

—Sí.

—Yo no usaría una Clark Nova. Es muy demandante.

 

La tarea de Burroughs, informador de las fluctuaciones mentales, fue combatir con ácido fulgente las cárceles del Espíritu. Mediante el filtro de su lógica disolvente, Burroughs entrevió el fondo de la realidad, y vio que de sus órganos infectados supuraba pus violeta. La escritura fue la defensa que lo salvó de vivir permanentemente en los límites: De manera que, relatando mi experiencia, logré cierta inmunidad ante otras aventuras peligrosas del mismo tipo. Asimismo, siguiendo las ideas del pintor Brion Gysin, se dio cuenta de que el mundo se asemeja a una secuencia fílmica elaborada con trozos provenientes de múltiples tiempos y espacios: Así, cuando se mira la ventana alrededor del cuarto, cuando se anda por la calle, la conciencia es entrecortada por hechos aleatorios. La vida es un Cut up. Cut ups están más cerca de los hechos de la percepción humana  de lo que, digamos, la narrativa. La narrativa directa, algo lineal.

Como James Joyce en su Ulysses, Burroughs exterminó la idea de que todo comienza en un punto para terminar en otro. Para él lo cronológico responde a un sistema de imágenes superpuestas parecidas a la vieja Teoría del Todo creada por la física, en la cual todo puede ocurrir al mismo tiempo. Pierre-Simon la Place, en su Ensayo filosófico de la probabilidad, escribe: Podría concebirse un intelecto que en un momento dado conociera todas las fuerzas que animan la Naturaleza y las posiciones de los seres que la componen. Si este intelecto fuera tan vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del Universo y del átomo más ligero. Para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro así como el pasado estarían frente a sus ojos.

Y William Burroughs, el tabulador de las percepciones enérgicas, el hombre que conoció la Célula Madre de la droga como ningún otro, fue ese ojo analítico que en medio del torrente de las sustancias pudo ver la estructura que compone todo sistema de control mental: la razón y su centro de operaciones policiacas, la corrupción de todo lenguaje desarrollado alrededor de las culturas alfabéticas, la peligrosa brujería de la medicina, el terrorismo de la psiquiatría, la manipulación de los medios informáticos, los demoledores efectos para la vida que produce la ciencia moderna.     

Burroughs no persiguió en su obra ninguna estructura concebida, sino las rutas alternas hacia la totalidad. ¿Y a qué equivale la totalidad para un ser humano?: En el principio era la palabra y la palabra era Dios y la palabra era carne… Carne humana… En el principio de la escritura. William Burroughs encontró en la escritura la posibilidad de articular el tiempo mediante un sistema simbólico infinito y reproducible, frente al evidente caos que compone la realidad. La escritura, sed indiscriminada de imágenes, insecto recorriendo las calles con su horroroso brillo de amenaza y maldad, fue para el escritor norteamericano la enfermedad imprescindible que reconstituiría un mundo desmembrado.

William Burroughs, la máquina constitutiva, la máquina que condensó el delirio en instantes de insólita belleza, la máquina-conciencia infiltrada en el armazón de la materia para captar sus hábitos más íntimos, el oculto vigilante de la percepción enloquecida, el experimentado médico que llevó al papel abominables visiones: ¿Y qué es entonces la palabra escrita? Mi teoría fundamental es que la palabra escrita fue literalmente un virus que hizo posible la palabra hablada. La palabra no ha sido reconocida como un virus porque alcanza un estado de simbiosis estable en el huésped. Este virus-escritura funciona como un programa de exterminio que mata a la realidad, así como el insecticida elimina las plagas de los edificios. El virus se reproduce en la célula mental y crea nuevas situaciones de la realidad extinta. Burroughs comprendió que la realidad se sirve del virus de la palabra para subsistir, así como la vida del adicto se prolonga gracias a que la droga estimula en el organismo el ciclo de contracción y crecimiento. También el Universo es un organismo enfermo que busca extender sus miembros rotos en el espacio insondable; es el verbo helado descomponiéndose en la lejanía. El Universo es la fiebre monumental que nunca cesa, el calambre en el dorso de un instante atroz que en algún momento se verá impreso en grafías interminables. Burroughs fue un agente al servicio de un poder extranjero: la escritura, la empresa capaz de darle de comer a la realidad pedazos putrefactos de sí misma. Comprendió también que la escritura ya estaba en la realidad y a ella había de volver. Pero ésta facultad inhumana cobraría al costo de la vida el derecho de ejercerla.

Una mañana en la Ciudad de México se escuchó el chillido triste del afilador de cuchillos; William Burroughs sintió una rara nostalgia que lo estremeció hasta hacerlo llorar: era el infinito recorriendo su alma extraviada. El nervio se destensó, dispersó su campo perceptivo entre las fibras temblorosas de la realidad convulsa. El nervio se contrajo, era un gusano retorciéndose de hambre, porque cuando uno deja de crecer comienza a morir, y el adicto representa ese ciclo de contracción y crecimiento que prolonga su existencia gracias al álgebra de la necesidad. El amanecer se filtró por las cortinas como la tos de un tuberculoso. Flúor, polvo amarillento, dos niños lloraron de hambre en el salón vacío, una mujer yacía inmóvil sobre un charco de sangre, la luz de la habitación centelleaba; intermediarios del mercado negro de las pesadillas pusieron a secar sus bisturís en llamaradas de fuego impuro; profesionales de la industria del pánico practicaron torturas de sueño con pacientes epilépticos… de niño tuve alucinaciones… profetas del final de los tiempos degollaron a sus hijos al llegar el anochecer rojizo…Me asustaba estar solo, me asustaba la oscuridad, y me asustaba ir a dormir a causa de mis sueños, en los que un horror sobrenatural siempre parecía a punto de adquirir forma…cirujanos esquizoides llevaron a cabo una trepanación poseídos por crisis de ansiedad generalizada… temía que cualquier día el sueño se hiciera realidad en cuanto despertara… rostros desdentados ofrecieron papeletas de heroína el día de los santos difuntos… otra alucinación recurrente se refería a “animales en la pared” y comenzó con el delirio de una extraña fiebre que tuve a los cuatro o cinco años de edad y los médicos no supieron diagnosticar… destrozadores de sueños trocados por el crudo material de la voluntad teclearon su reporte matutino mientras observaban la tarde romper el horizonte como un manchón de sangre seca… bebedores del líquido pesado, sellados en ámbar traslúcido de sueños han llegado a contar su fábula triste; un agente de la reconstitución universal aguardó sentado frente a su máquina esperando instrucciones precisas, escondido como larva esperando el momento de nacer. REPORTE DEL HOMICIDIO DE JOAN POR FUERZAS DESCONOCIDAS. No dejes ningún detalle jugoso, Bill. El pequeño agujero rojo en la frente, la cara de asombro en ella. ¿Ya tienes boleto a algún lugar? El boleto a la inmortalidad ha resultado bastante caro.

Todos los que resisten triunfan, y la escritura es una resistencia ante la brutal desintegración que el tiempo impone a la experiencia humana. Un escritor vive de la triste verdad más que nadie. La única diferencia es que el escritor hace un reporte de ella. La escritura, ese ilimitado hoyo en la pared de donde salen, ansiosos, ciempiés de carne negra en busca de un organismo vivo, algún día nos dará el camino hacia la verdad. 

En su film, David Cronemberg inmortalizó el sufrimiento que para el poseído significó el designio de escribir: Antes de entrar al territorio intersticial donde ocurre la totalidad armonizada, los agentes de control de aduanas le pidieron al señor William una prueba de que era escritor. Éste presentó una pluma. No es suficiente. Muéstrenos. Escriba algo, respondieron los agentes. ¿Algo?, preguntó desconcertado el señor Willliam. Entonces volteó y llamó a Joan, quien dormía en la parte trasera del auto.

—¿Qué pasa? ¿Ya llegamos?

—Casi. Pero es tiempo de la rutina Guillermo Tell.

—Claro, Bill.

Joan puso sobre su cabeza un vaso de vidrio y miró el horizonte con la mirada perdida. Bill sacó su pistola y apuntó. Detonó el arma, el vaso cayó intacto. Bill, entre lágrimas, abrazó el rostro de Joan y observó con impotencia a los complacidos agentes.

—Bienvenido.

Estás marcado William…

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