El arte de no hacer ruido

Por César Oliveros

 

César Oliveros estudió relaciones internacionales en la UNAM. Es poeta y músico.

 

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Parto de un no-lugar al hablar de arte contemporáneo y música experimental mexicana. Hay más de dos incongruencias en el enunciado anterior. Los mitos, la sobre valoración y prejuicios que acechan ambos temas convierten en laberinto la disección.

Cuando se habla de música experimental mexicana, pienso que en realidad se habla de la música experimental en el Distrito Federal. No quiero decir que no existan algunas aproximaciones en otros estados, pero como muchas otras disciplinas y movimientos están gestados, enraizados y en ocasiones podridos en el corazón o estómago de este país. Es preciso mencionar que el nicho goza de buena salud, al grado de colapsar la agenda de eventos relacionados a la exploración sonora.

Todo experimento es propenso al fracaso. La improvisación y el juego también pueden tener consecuencias soporíferas o estimulantes. La ecuación: < Arte contemporáneo-experimentación-ego- talento-intuición-chiste-engaño-México> Es algo que da como resultado una especie de bebé deforme que en ocasiones tiene unos guiños de genialidad.

Explorar campos inhóspitos de la música y arte en general, es un acto de curiosidad e inocencia. Podríamos pensar que no hay nada por descubrir, ni nada que proponer o inventar y quien lo hace está más cerca de la payasada que de la concepción o creación. Tampoco podemos descartar que existan propuestas de reinterpretación o revaloración de la naturaleza, las máquinas, el comportamiento, la sinfonía, el cuerpo y el arte. No se puede disociar la creación del fracaso.

Concebir la música como iluminación, trance o acto sublime de inspiración, ha construido un templo casi impenetrable. Esto aparentemente ha cambiado gracias a las vanguardias y rupturas de algunas décadas atrás. Una similitud que encuentro entre la música experimental -en específico el ruido/noise- con el arte contemporáneo, es que hacen asequible lo inalcanzable. No necesitas saber tocar un instrumento para grabar el rechinido de una puerta, los maullidos de tu mascota, una licuadora y presentarlos mezclados en un museo o bar. Podríamos inferir que no se necesita técnica, sino intuición primitiva. Esto también parece irritar a algunas personas, basta con escuchar frases pre hechas o casi refranes:

“Eso lo podría hacer yo”

“Ni el autor lo entiende”

Cuando algo no cuadra en los parámetros de nuestra educación, generalmente se desacredita o ataca. Queremos acaparar y comprender todo. Habrá quien piense que ciertas piezas de música/noise, que a veces se repelen y otras se atraen, son una afrenta contra su inteligencia. Como si el esfuerzo o magnitud fuera proporcional al valor o autenticidad de la obra. Disonancia, cacofonía, feedback, arritmia, destiempo, eructos… Son parte de la composición y exploración en el campo de ruido que lucha por no caer en la tomadura de pelo.

La pregunta ociosa y ebria: ¿Qué necesita el ruido para ser considerado música o arte?

Voluntad.

Una persona que sufre demencia mastica vidrios en la calle y comienza a sangrar. Un hombre mastica vidrios, introduce un micrófono a su boca, amplifica el sonido y lo graba para presentarlo a un público. Uno es un acto doloroso y absurdo, el otro es un acto que busca crear. ¿Qué acto es más virtuoso?

La obra y el artista ya no son los importantes. Los malos entendidos existen y el soporte sólo se consigue con la lectura y la teoría. Vivimos en la era del show y todo es digno de estar en los museos, siempre y cuando sea controversial o confrontativo, en el mejor o peor de los casos. La ruptura y la provocación han quedado en el pasado. Escuchemos música experimental. Consumamos música experimental. Aunque no todo es desconsolador u óptimo, sería una exageración de mi parte. Siguen surgiendo ruidos y experimentos interesantes en una ciudad donde abundan las ratas y los artistas.

Mientras escribo esto, escucho <4 ´33” > de John Cage.

Es un chiste.