“El tiempo de la utopía es el presente”: Humberto Beck

Fotografía. Ana Vertiz

 

Por Heriberto Mojica

Humberto Beck, joven historiador por la universidad de Princeton y profesor de El Colegio de México, conversa sobre El futuro es hoy, ideas radicales para México (Ed. Biblioteca Nueva), una colección de doce ensayos que buscan despertar la imaginación crítica y política en nuestro país en un momento histórico de quiebre. El libro, editado por Beck junto con Rafael Lemus, se ubica en la tradición intelectual de izquierda y quiere ser también “un acompañamiento crítico” del nuevo gobierno encabezado por el presidente electo Andrés Manuel López Obrador.

Los distintos autores y autoras de los ensayos que componen la colección, exploran, desde la perspectiva teórica de una razón utópica que se niega a la cancelación del porvenir, algunos de los problemas cruciales que aquejan a México en el presente, diez años después de la crisis económica y financiera mundial, que evidenció las limitaciones básicas del liberalismo político y los excesos del neoliberalismo económico, y lo hacen “con el sentido de la urgencia de un cambio”.

Hay que insistir en la utopía, concluye Beck, inspirado en el pensamiento del filósofo alemán Ernst Bloch, entendiéndola no como un escapismo hacia lugares propios de la fantasía y la ciencia ficción, sino como “una actitud filosófica y política ante la vida”, que nos moviliza para su transformación.

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¿Cómo surgió la idea de una publicación con las características de El futuro es hoy, ideas radicales para México?

La empezamos a platicar Rafael Lemus y yo hace dos o tres años. Está muy vinculado a nuestro trabajo como co-directores editoriales de la revista digital Horizontal, sitio que co-fundamos y empezamos a dirigir en 2015. Porque una de las cosas que nos propusimos con Horizontal era reactivar la imaginación crítica y la imaginación política dadas las circunstancias de la cultura en México. Y una de las dimensiones de esta reactivación tiene que ver con el combate a esta idea que empezó a circular en los años noventa, pero que sigue más o menos viva, del “fin de la historia”. Es decir, la idea de que ya no es posible experimentar y ya no es posible encontrar ningún tipo de alternativa en el ámbito ni de la economía ni de la política ni de la convivencia social.

Lo que nosotros notamos como editores es que, a pesar de que esa idea sobrevivía de muchas maneras en el discurso público mexicano y, por supuesto, en el discurso oficial de los diferentes gobiernos del año 2000 para acá, había no obstante un grupo de autores y autoras de otras generaciones más jóvenes, que empezaron a representar, desde diferentes disciplinas, puntos de vista e inquietudes, una ruptura respecto a esta postura del fin de la historia.

Hay que recordar que en México las formas en que se encarnaría ese fin de la historia fueron esencialmente dos. Por un lado, el discurso de la modernización económica, que empezó en los años ochenta con Miguel de la Madrid, pero sobre todo con Carlos Salinas, esta idea de que las reformas estructurales con una orientación liberal o neoliberal son la única manera de pensar un futuro para México en el ámbito de la economía. Y por otra parte, el discurso de la transición democrática. Esta idea de que una vez que hayamos alcanzado el respeto al voto y elecciones libres y plurales, todos los demás cambios se iban a dar por añadidura y en cadena.

A nosotros nos ha tocado vivir en los últimos años el desencanto con esos dos discursos. En Horizontal, queríamos darle salida a todas las inquietudes y a todas las críticas respecto a este discurso, pero después pensamos que también valía la pena darle salida como libro. Y, entonces, hicimos una selección que de ningún modo agota esta constelación de autores y de autoras, pero que en cierto sentido es representativa. Esta constelación, a pesar de tener inquietudes y posturas ideológicas muy diversas, converge en un espectro que podemos llamar de izquierda y convergen también en la voluntad crítica de rechazar esta idea de que ya no se puede imaginar otra alternativa, y en el deseo de imaginar otra sociedad.

¿Qué criterios utilizaron para la selección de estos autores y autoras?

Principalmente, dos. La mayoría son nacidos en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Queríamos que hubiera este sesgo generacional muy claro. Porque es muy fácil notar que el discurso social y político de los medios mexicanos está hegemonizado por otras generaciones, por generaciones de gente nacida en los años cuarenta, cincuenta, sesenta. Y esto se suele corresponder con una cierta postura ideológica. Entonces, queríamos romper ese cerco generacional, ese cerco de perspectiva histórica y política sobre la realidad de México, incluyendo autores más jóvenes.

El otro criterio es que son autores, que de una manera muy abierta, muy amplia y muy plural, se inscriben en un espectro de izquierda. Por supuesto, dentro de este espectro muy amplio pueden convivir desde posturas social demócratas hasta posturas socialistas, autonomistas, ambientalistas, feministas, post-capitalistas.

Queríamos también que hubiera un número igual de hombres y de mujeres para contribuir a romper este cerco en el que gente de cierta generación y de cierto género y de cierta postura ideológica, suelen tener la voz sobre los asuntos públicos.

¿Puedes hablarnos de los contenidos del libro?

La línea general del libro es esta voluntad de reactivar la “razón utópica”, es decir, la idea de que es posible imaginar una sociedad y una economía y una política radicalmente distintas. Buscamos entonces autores y autoras, que aterrizaran este proyecto en aspectos muy concretos de la realidad social mexicana. Escogimos a doce y cada uno aborda un tema que va desde la democracia, la economía, el género, hasta el trabajo, la cultura, las autonomías de los pueblos originarios, la legalización de las drogas, los migrantes. Son en total doce ensayos que tienen una estructura más o menos similar. La primera parte es de crítica y evaluación sobre el presente, analiza cuáles son las condiciones actuales sobre el tema –economía, política, migración-, cuáles son los límites del discurso actual que suele circular sobre ese tema, y termina con una propuesta que puede tomar muchas formas. A veces toma la forma de la sugerencia o del esbozo de una nueva política pública, a veces la propuesta de una nueva perspectiva teórica que se tiene que tomar en cuenta para pensar ese tipo de problemas, a veces se acerca más al esbozo de un escenario utópico o ideal de cómo podrían ser las cosas si se abordaran de manera distinta.

Fotografía. Ana Vertiz.
Fotografía. Ana Vertiz.

En el prólogo del libro llama la atención su propuesta de conciliar la política institucional con los movimientos sociales.

El libro está concebido como una contribución en dos planos distintos simultáneamente. Por un lado, quiere contribuir a la discusión concreta sobre los temas públicos en México. Y de ahí la razón por la cual se publicó unos meses antes de las elecciones de 2018, para que pudiera intervenir de alguna manera en los debates de la coyuntura.

Ahora, también quiere contribuir en un plano distinto, el plano más utópico o radical, que tiene otra temporalidad. No es necesariamente la temporalidad de la coyuntura. Este tiempo es diverso. Por ejemplo, el tiempo de la utopía puede ser el tiempo del largo plazo, el tiempo de un horizonte que quizás nunca se alcanza del todo, pero que es lo que orienta la acción y la crítica en un sentido emancipador, incluyente. El tiempo de la utopía también puede ser el presente, el instante, lo inmediato. Porque si uno pone atención, la profundidad de muchos de los problemas de México requiere de un giro en la perspectiva, que hace ver que a veces lo radical es lo urgente. Creo que eso es algo que se revela en muchos de los ensayos relativos a la justicia, a las drogas, a la migración.

Entonces, el libro quiere participar, simultáneamente, en estos dos planos; el plano inmediato de la política de la coyuntura y el plano del largo plazo de la utopía. Sin embargo, el libro también quiere contribuir a una articulación entre ambos planos. Quiere que de alguna manera estos horizontes utópicos, ideales, radicales, circulen en la conversación pública contemporánea y la transformen. Por ejemplo, el ensayo de Alexandra Délano y Luicy Pedroza sobre las fronteras y la migración, presenta un horizonte bastante radical y utópico, que es el horizonte de una ciudadanía post-nacional.

A primera vista, esto suena completamente descabellado dada la circunstancia actual, por ejemplo, de la relación entre México y Estados Unidos con un gobierno abiertamente hostil a los migrantes mexicanos y latinoamericanos. Pero, justo por esa situación en la que se empieza a cerrar el panorama, es necesario pensar con más intensidad estas posturas radicales. Lo que proponen las autoras es que la aceleración de la movilidad humana mediante la migración no va a detenerse, sino que cada vez más está creando una nueva realidad que es la pluralidad de pertenencias. En esta circunstancia, los Estados siguen siendo los principales garantes de los derechos y tenemos un grupo de gente que está en una situación de precariedad total, porque no sólo sufre la desigualdad en razón de clase, origen, raza, género, sino que a esto se le suma la desigualdad de no contar con la ciudadanía del Estado en el que se encuentra. Entonces, en términos éticos y políticos resulta fundamental pensar la ciudadanía de una manera transnacional, que pueda garantizar un piso de dignidad a todos los grupos que estén en situación de migración.

Cualquiera que le eche un ojo al libro concluirá que es un libro de izquierda, ¿cómo definirías, a grandes rasgos, a la izquierda en México hoy?

A grandes rasgos, una postura de izquierda es la que busca tomar en cuenta el punto de vista de los sectores marginados o excluidos. Esto puede entenderse, como lo hizo la izquierda histórica, en términos de ingreso, de clase, pero también como se ha entendido más recientemente, en términos culturales, sociales que incluyen el género, la raza, la orientación sexual. Esta sería la gran perspectiva de izquierda.

Ahora, en México vamos a tener la situación muy particular de que va a llegar por fin, después de décadas de gobiernos neoliberales o cercanos al neoliberalismo, un gobierno que abiertamente reivindica la lucha contra la desigualdad como su principal eje de gobierno. Este es un contraste radical con todo lo anterior, que se había centrado, más bien, en la lucha contra la pobreza. Que es la manera en que entra la dimensión social en el discurso neoliberal, pero que no tiene nada que ver con un discurso realmente de izquierda, el cual no quiere solamente paliar la pobreza, sino que quiere cambiar las circunstancias estructurales que excluyen a ciertos grupos del consumo, del ingreso, del empleo, etcétera.

Entonces, vamos a tener un gobierno que lucha contra la desigualdad, pero que llega al poder en una coalición con un partido, el PES (Partido Encuentro Social), que está en contra de esa otra dimensión de las reivindicaciones de izquierda, que son los derechos civiles. Por el tipo de alianza que tienen, el PES va a tener probablemente decenas de diputados en el Congreso, es decir, va a ser un aliado indispensable para pasar los diferentes proyectos legislativos. Vamos a tener esta circunstancia muy curiosa en la que va a existir un gobierno que reivindica a la izquierda que combate las desigualdades estructurales, pero que también puede ser, en principio, hostil o no necesariamente aliado de las reivindicaciones de la izquierda de los derechos civiles.

Ahí va a estar el gran reto de la imaginación crítica de la izquierda mexicana. ¿Cómo encontrar la manera de acompañar críticamente al nuevo gobierno sin ceder en los otros aspectos de la agenda de izquierda? ¿Cómo mantener su distancia de una manera que reivindique los derechos civiles sin que abandone los aspectos de redistribución que el nuevo gobierno quizás pueda emprender?

¿Y cómo crees que ha contribuido México al discurso de esa otra izquierda radical que insiste en la vitalidad de la razón utópica? ¿Qué ha aportado la intelectualidad mexicana al panorama global?

Hay en México, a pesar de todo, una cierta tradición de la razón utópica. Si escarbamos un poco en la historia del país, vemos que desde la época de la Colonia hay proyectos que podemos conectar con una especie de voluntad de radicalismo e idealismo. Está, por ejemplo, la tradición de los pueblos-hospitales de Vasco de Quiroga, que se reivindicaban directamente por Tomás Moro y la utopía.

Está también el propio movimiento Insurgente, que en su primera etapa, la de Hidalgo y Morelos, tuvo una dimensión de participación popular bastante intensa y tuvo una dimensión de horizonte ético bastante radical. Está este documento, que es casi como la carta de nacimiento de México: Los sentimientos de la Nación, de Morelos, donde él habla de que en la nueva república se tendrá que moderar la opulencia y la indigencia, y desaparecerán todas las distinciones entre libres y esclavos, y entre castas, de manera que todos serán iguales. Esto suena tan simple, pero a la vez es tan lejano a la realidad de México aún ahora, doscientos años después. Sigue siendo una pulsión utópica que recorre a México desde su nacimiento hasta la actualidad.

Durante el siglo XIX, hubo otros autores que continúan esta tradición: anarquistas, socialistas, cooperativistas.

En los antecedentes de la revolución mexicana y en ciertas dimensiones de la revolución mexicana, hay otra gran explosión de la voluntad utópica. Por ejemplo, los hermanos Flores Magón y el zapatismo.

A lo largo del siglo XX también podemos encontrar otras encarnaciones de este deseo de imaginar otra sociedad, pero creo que el gran movimiento que crea el marco actual del pensamiento, la teoría y la acción utópica en México, es el neozapatismo. Ellos son los que, reivindicado, por un lado, cierta herencia del zapatismo en la resistencia de los pueblos en México, y vinculándola con la crítica y la resistencia a la globalización de finales del siglo XX y principios del XXI, crean una imagen utópica de México. Que es una imagen utópica bastante original, porque no sólo imagina un horizonte y un futuro, sino que se trata también de una recuperación del propio pasado y del propio presente de México. Creo que el zapatismo es lo que marca definitivamente el espectro de las posibilidades del pensamiento utópico en México.

Nosotros, con nuestra publicación, queremos contribuir a un diálogo con esa joven tradición creada por el neozapatismo, y a la vez contribuir también a la activación de otras tradiciones y de otras posibilidades. Todo esto pasa necesariamente por una reimaginación de qué entendemos por México. Muy probablemente esta reimaginación implica desagregar lo que entendemos hoy por México. Implica ya no identificarlo tanto con el Estado-nación, sino pensarlo pluralmente, como una serie de capas que se intersectan en esta realidad que llamamos México, pero que también la desbordan. Están, por ejemplo, los desbordamientos internos, que serían las comunidades tanto de los pueblos originarios como comunidades campesinas y comunidades urbanas en barrios. Ahí hay otra realidad de México que no necesariamente pasa por el Estado-nación, pero que es bastante vibrante y que contiene –bien mirada o interpretada de cierta manera- posibilidades de cambio radical utópico.

Y está también el desbordamiento de México hacia fuera, que sería el desbordamiento de México en la diáspora, sobre todo en Estados Unidos, las comunidades que radican allá y las comunidades que están en una movilidad más o menos constante, yendo y regresando. Y también las nuevas comunidades de otros países de Centroamérica y Sudamérica que pasan por México para llegar a Estados Unidos y que, a veces, se quedan, como es el caso de la comunidad de refugiados haitianos que se está formando en Baja California.

Todo eso es México también, todo eso es también parte de lo que tenemos que tomar en cuenta si queremos repensar a la nación de una manera más radical, más profunda. Ese sería el gran horizonte del pensamiento utópico mexicano, pensar la nación más allá del molde del Estado-nación.

Fotografía. Ana Vertiz
Fotografía. Ana Vertiz

Los editores de este libro eran hace tiempo integrantes de Letras libres, ¿puedes contarnos por qué tanto tú como Rafael Lemus decidieron romper con ese grupo y esa tradición intelectual?

Tanto Rafael como yo fuimos editores en Letras libres y tuvimos allí momentos importantes en nuestra formación como editores. Bueno, yo podría hablar sólo de mi caso, para mí fue una etapa muy importante de formación tanto intelectual como editorial.

Después, me fui a estudiar el doctorado a Estados Unidos y empecé a darme cuenta de que si bien Letras libres ocupa muy bien un lugar dentro del espectro de la crítica en México, que sería el lugar de la crítica liberal del poder, no estaba vinculado a otras dimensiones de la crítica que yo empecé a sentir que eran fundamentales. Me refiero sobre todo al tema de la desigualdad, que es un tema que está casi por definición excluido, expulsado del discurso liberal. Al liberalismo lo que le importa, más bien, son los límites del poder. Y me parece que es una critica completamente necesaria y válida, pero incompleta para entender los problemas de México, sobre todo en la actualidad. México es un país que, históricamente, está estructurado, atravesado por la desigualdad y por eso creo que es indispensable recuperar otras tradiciones críticas que la ponen en el centro, para tener una plataforma mucho más amplia e integral a la hora de pensar el país.

Entonces, de ahí nació, por lo menos de mi parte, la idea de empezar a crear otras plataformas editoriales, intelectuales, que reivindicaran estas otras tradiciones críticas, que están vinculadas más con el socialismo, con la social democracia, con la tradición autonomista, con el feminismo, etcétera.

Fuiste editor de Letras libres, de Horizontal, y ahora de El futuro es hoy, ¿cuál es la relevancia del editor para la vida intelectual?

Creo que los editores tienen un papel fundamental, aunque relativamente anónimo en la vida pública. A pesar de que suelen estar tras bambalinas, no suelen aparecer en la portada, son los que escogen los temas, son los que escogen los autores, son los que aciertan o yerran en invitar a cierta gente a escribir o no invitando a cierta gente a escribir. Entonces, tienen una responsabilidad pública muy importante, comparable a la de los propios autores.

En México, en la actualidad, una gran responsabilidad pública de los editores sería no cerrar la puerta a la circulación de estas otras imágenes de México, de estas otras visiones, otras teorías, otras interpretaciones de la realidad mexicana, sino al contrario, alentar o contribuir a la reactivación de estas otras formas de pensar el país en un sentido incluyente, en un sentido progresista.

Esta sería la gran labor de los editores, además de la labor de base, que sería garantizar el acceso a la información veraz, etcétera. Creo que lo que ha sucedido en las últimas décadas en México es que los grandes medios, con excepciones, por supuesto, se han centrado en un solo espectro de la crítica, que sería el espectro más del centro-liberal o liberal-conservador.

Por otro lado, hay y han habido medios históricos de izquierda, que han mantenido viva la llama de la circulación de estas otras imágenes de México. Pero estos medios suelen estar editados y suelen ser nutridos con colaboraciones de generaciones anteriores, es decir, siguen haciendo falta a las generaciones más jóvenes nacidas en los ochenta y más para acá, la multiplicación de iniciativas editoriales digitales y en papel, que mantengan abierta la puerta a esta pluralidad de críticas y de imágenes de la sociedad.

¿Cuáles son las dificultades que te has encontrado como un editor independiente, que además está buscando abrir nuevos caminos a contenidos e inquietudes que han tenido poca difusión?

El problema, por supuesto, siempre es el financiamiento. Las posibilidades de funcionamiento de los medios en México, sobre todo de los medios independientes, pero sobre todo los medios independientes que se asumen como abiertamente críticos, es la falta de dinero para pagar la infraestructura, a los editores y a los autores. Esto ha impuesto, tristemente, una realidad que establece la precariedad casi como norma. No tendría por qué ser así. El gran reto es cambiar esa expectativa. Se pueden tener medios críticos bien hechos en México, bien editados, bien escritos, pero también bien pagados. O, por lo menos, remunerados. El gran reto sigue siendo encontrar la manera de conciliar la inquietud que existe del público por medios críticos de izquierda bien hechos y la falta de fondos para ellos.

Porque existe el público. La experiencia que tuvimos Rafael Lemus y yo como co-editores de Horizontal, es que existe ahí un público que está ávido de que hayan buenos textos desde una perspectiva crítica de izquierda. No fueron pocos los textos que llegaban a las decenas de miles de vistas o de shares en Facebook y en Twitter. Hay un público ahí que está esperando el material. Ahora, al mismo tiempo, es difícil encontrar los fondos para mantener estos proyectos y que se mantengan en la misma línea crítica. El gran reto es encontrar la manera de que ese hueco se rellene.

Volviendo al libro, el título es muy sugerente. Hay tradiciones de izquierda radical, la comunista, por ejemplo, que hace especial hincapié en la actualidad del comunismo en tanto forma social proyectada que ya está operando in nuce en la realidad. Marx mismo menciona que el comunismo no es un ideal a realizar, sino algo que ya está realizándose. ¿Qué relación guarda el título del libro con esta posición?

El título del libro “El futuro es hoy”, quiere sintetizar, recurriendo a una frase común que circula de manera cotidiana y coloquial, una postura teórica y política, que tiene que ver mucho con esta postura socialista, marxista que mencionas. Es la idea de que, en el fondo, el tiempo de la utopía es el presente. Que la utopía no es un escape hacia un futuro inaccesible, no es una fuga hacia la fantasía, sino que es una forma de movilizar el sentido de la urgencia de un cambio. De ahí el título del libro, el tiempo de la utopía es el presente.

La inspiración fue el filósofo marxista Ernst Bloch, que dedicó una gran parte de su obra precisamente a reivindicar y a reinterpretar el concepto de la utopía. Y Bloch insistía muchísimo en que la utopía no era un género literario fantástico, sino que era, más bien, una actitud filosófica y política ante la vida. Es la actitud no sólo de reivindicar el hecho de que una parte inherente de lo real es su incompletud, reivindicar el hecho de que la realidad tal como está es incompleta, pero al estar incompleta pide con urgencia su transformación, pide que se efectúe su proceso de realización, que implica la puesta en práctica de cierta potencialidad utópica o ideal.

En ese sentido, ser “realista” es ser utópico y ser “utópico” es ser realista. La intención del libro es contribuir de manera colectiva a pensar las maneras en que ser realista en México hoy, implica ser utópico.

Fotografía. Ana Vertiz.
Fotografía. Ana Vertiz.

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