José Revueltas: el realismo materialista-dialéctico y la revolución húngara de 1956

José Revueltas en Lecumberri.

Agustín Cadena

 

De acuerdo con Antonio Saborit, “José Revueltas vivió en Moscú de julio a noviembre de 1935. Tenía 21 años de edad, poco más de cinco de militar en el Partido Comunista y como uno y medio de tiempo en diversas prisiones del país, cuando los suyos lo nombraron delegado al VI Congreso Mundial de la Internacional Juvenil Comunista y al VII Congreso de la Comintern” (Saborit 2014, 42).

Su interés en el mundo socialista había sido precoz y apasionado y, quizá por lo mismo, su actitud crítica se manifestó pronto también. Esto no fue fácil para él. Una de las muchas batallas constantes de su vida fue entre su espíritu crítico y su lealtad hacia el comunismo, conflicto que, al desarrollarse entre comunismo y marxismo, se convertiría en la esencia de su obra teórica.

En una entrevista que le hizo Renata Sevilla acerca de la trascendencia política de los sucesos del 2 de octubre de 1968, José Revueltas insiste en lo que llegaría a ser una obsesión de sus últimos años: la necesidad de “teorizar el fenómeno” (Sevilla 1976, 11-12), de ordenar teóricamente, al margen de lo que le parecía una especie de anarquía de la producción ideológica, los acontecimientos de entonces: la efervescencia de los movimientos estudiantiles autogestivos, la politización de la clase media y la desencadenada represión del díazordacismo. El propio Revueltas, en los distintos volúmenes de sus escritos políticos y, especialmente, en el libro México 68: juventud y revolución, intentó realizar esta tarea. Desde luego, no fue el único. Los expedientes —sobre todo en las áreas del reportaje y el análisis político— que intentaron responder a la misma necesidad, son abundantes y en algunos casos altamente meritorios.

Sin embargo, José Revueltas, el intelectual, el militante, el analista intransigente, era por encima de todo un artista. Al mismo tiempo que articuló una de las visiones más lúcidas que hay sobre el movimiento del 68 —en términos de su trascendencia política—, logró vertebrar, ante estos mismos hechos, una respuesta literaria consistente: el realismo materialista dialéctico.

Cierto que las bases de esta estética suya —resultado de sus acuciosas lecturas marxistas— ya estaban planteadas desde antes de 1968. Es cierto también que sus obras más importantes —Los muros de agua, El luto humano, Los días terrenales, Los errores y la mayor parte de los cuentos— ya habían sido publicadas. Pero las contradicciones que llevaron al estallido de violencia del 2 de octubre tuvieron una importancia enorme en la cristalización definitiva del realismo materialista dialéctico: demostraron que sus postulados de base eran correctos. En efecto, las absurdas, encubiertas y contradictorias decisiones que se tomaron en la cúpula del gobierno mexicano, en los meses inmediatamente anteriores a los hechos de la Plaza de las Tres Culturas, pusieron de manifiesto la radical esquizofrenia del tejido social.

Este asunto —el de la esquizofrenia—, estrechamente ligado con la praxis narrativa de José Revueltas, según lo demuestra Evodio Escalante (Escalante 1979, 18), es en realidad una de las metáforas que acompañaron, desde un siglo antes, el surgimiento del realismo y de la novela urbana europea. Aquí habría que puntualizar algunas cosas.

Me refiero como novela urbana a aquélla en donde ya hay un registro literario del conflicto entre la ciudad como orden y la ciudad como caos. Este conflicto es central en el surgimiento de la conciencia moderna y, observado primeramente por Baudelaire, a través de Edgar Allan Poe, proporcionó las bases ideológicas y cosmológicas (en la novela moderna la ciudad determina la visión del mundo) para obras como las de Dickens, Balzac, Dostoiewsky y muchos otros que fueron esenciales en el desarrollo histórico del realismo. Al manifestarse este conflicto como serie de procedimientos narrativos, privilegió el uso del claroscuro y la dualidad simbólica originada por su propia esquizofrenia, características ambas de una extensa zona de la narrativa revueltiana.

En un estudio panorámico sobre la historia del realismo, Dostoevsky and Romantic Realism. A Study of Dostoevsky in Relation to Balzac, Dickens and Gogol, Donald Fanger observa que el realismo, originalmente, fue “un concepto filosófico en apoyo a la existencia de las categorías platónicas” (Fanger, 1975); luego, un “neologismo casual” que de algún modo caracterizó la renuencia de Rembrandt a idealizar sus figuras. Más tarde fue el método de escritura empleado por un grupo de novelistas franceses de mediados del siglo XIX, y en la Rusia soviética fue un modo de ortodoxia ideológica (3). En México, gracias a las aportaciones de José Revueltas, es una modalidad de percepción y representación de la dinámica dialéctica de lo real.

Es decir que el realismo define tanto una serie de procedimientos narrativos diferentes según cada autor pero unificados por una misma actitud metodológica, como una serie de momentos en la historia literaria (el realismo romántico, el realismo psicologista, el realismo naturalista, el realismo socialista, el realismo materialista dialéctico, el neorrealismo, el superrealismo y los etcéteras que faltan) unificados también por una actitud metodológica.

En términos concisos (y sin olvidar el estigma de ese origen plebeyo, del que no escapó ni Don Quijote) el realismo es el registro literario de lo real. Dado que lo real no puede ser inventado ni creado, sino visto, es decir traducido al lenguaje de una construcción mental, el escritor debe estar dotado de una capacidad sobresaliente de visión. Tiene que poder percibir los objetos del mundo en su esencia inmediata (no necesariamente en su esencia profunda, como sucede en la fenomenología). Ésta es la meta del realismo, desde los orígenes de la novela hasta algunas discusiones contemporáneas, que se vuelven tanto más complejas cuanto más es la sociedad en su conjunto el objeto de la obra realista. Y ésta es también la explicación de por qué el realismo es el más vivo de los métodos de trabajo literario: se puede discutir y manipular porque la realidad puede discutirse y manipularse.

José Revueltas entendía el realismo como un método de representación artística que, desde un punto de vista objetivo, de registro cientificista y comprometido con un principio de veracidad, extrae sus materias primas de la realidad real empíricamente verificable y susceptible de abstracciones generalizadoras con carácter de patrón. Es decir, en su aspecto puro, en su práctica más ortodoxa, el realismo entronca con el reportaje y con las ciencias sociales. De hecho se propone como una ciencia social en sí, la primera y más general, puesto que, como concepto, el realismo es anterior a la sociología y a la antropología social. En sus productos más logrados presenta una radiografía del cuerpo social en su conjunto, incluido el análisis de las relaciones que unen entre sí a las diferentes partes. Se sustenta en una concepción mecanicista de la realidad, según la cual ésta, a semejanza de un motor de combustión interna, funciona de acuerdo con determinadas leyes mecánicas: la energía dentro de un sistema determina el movimiento de ciertas unidades que a su vez, de manera ordenada y controlable, influyen en el comportamiento mecánico de otras. La función del novelista, por lo tanto, consiste en trazar los diagramas de circulación y transformación de la energía dentro del aparato de la realidad sensible, desde que ésta empieza a manifestarse como campo de fuerza hasta que la entropía del sistema mismo la conduce al desorden. El novelista toma una o más fases de este ciclo —o el ciclo completo— y a partir de ellas elabora una maqueta, un modelo microcósmico de la realidad.

Lo que distingue a las diferentes escuelas de realismo y, dentro de ellas, a sus distintos productores, no es tanto la naturaleza de sus materiales como el principio de selección en virtud del cual estos materiales son elegidos, visualizados, organizados y presentados estéticamente al público lector. Esto es lo que determina las diferencias, tanto de concepción como de procedimiento, entre realismo puro, realismo romántico, realismo psicologista, realismo naturalista, realismo socialista, realismo materialista dialéctico, superrealismo, neorrealismo, etc.

Pero independientemente de estas divisiones, el objetivo del realismo en general es conocer la realidad, sea ésta social o metafísica, externa o interna, onírica o física. Es una prótesis, un instrumento óptico. Y su actitud metodológica radica en transcribir la cosa que es. De ahí su relación con la fenomenología y su carácter de método cognoscitivo. Y de ahí que el escritor realista además de un creador sea un científico en el sentido más estricto del término. La virtud más importante que debe tener no es entonces la inventiva —que parlotea—, sino la sensibilidad —que escucha—. Y su estado ideal no es el de inspiración sino el de atención. Tiene al silencio como punto de partida.

Ahora bien, podemos definir el realismo materialista dialéctico como una escuela en donde el encuentro del escritor con la realidad empírica se interpreta desde la perspectiva del materialismo dialéctico. En la práctica de José Revueltas se trata de una actividad intelectual a contrario sensu del realismo literario tradicional. No intenta, como éste, imponer un orden narrativo en el desorden aparente de la realidad empírica, ni trata de descubrir esquemas ocultos en el caos. Su propósito no es proporcionar paz sino subversión, atacar la confianza burguesa en un orden universal que englobaría todas las esferas: social, política, económica, moral, metafísica. Lo que el realismo materialista dialéctico se propone es abstraer del torbellino aparente de la realidad los diagramas de flujo de las fuerzas que le dan forma. Descubrir las leyes que dan movimiento a la realidad tanto empírica como literaria, generando la interpenetración de los opuestos y la evolución de lo cuantitativo hacia lo cualitativo: éste es el objetivo del realismo materialista dialéctico, y esto es lo que José Revueltas quiso lograr en su obra narrativa. Para ilustrarlo, podemos ver cómo los personajes de sus novelas parecen seguir un destino, que no es sino resultado de un conflicto dialéctico, que los hunde en un estado de desesperación semejante (aunque basado un principio diferente) al propuesto por las novelas existencialistas. Evodio Escalante ha examinado exhaustivamente estos personajes en fuga, ofreciendo abundantes ejemplos: El Temblorino, de Los Días Terrenales; El Muñeco y Lucrecia, de Los errores, etcétera. Otra forma en que los opuestos se interpenetran dialécticamente resulta visible en el nivel simbólico: en las novelas de Revueltas, las cosas inanimadas se humanizan y los seres humanos se ven inanimados, como cuando el niño Mario Cobián, de Los errores, juega a disparar con una pistola a los tinacos de las azoteas vecinas, sólo para ver cómo “orinan”, presagiando con este acto su primer crimen. Otros grupos de opuestos se relacionan entre sí con base en el mismo patrón dialéctico; no sólo son lo humano y lo inanimado, sino también lo humano y lo bestial, lo santo y lo impuro, lo inocente y lo perverso.

En vista de todo esto, resulta claro que la postura de José Revueltas respecto de la realidad —perfectamente articulada en su obra narrativa y desglosada en los escritos teóricos— requiriese un ajuste de cuentas definitivo como parte de su método científico. Este ajuste de cuentas no podía provenir de otra cosa que no fuese el estallido histórica y dialécticamente necesario, predecible y largamente anunciado, de todo ese espacio sistémico que había venido cociéndose en la entropía de sus contradicciones, sus flujos opuestos, sus cauces inconciliables y sus cada vez más extremas radicalizaciones. Hablo de los acontecimientos del 2 de octubre de 1968: ese momento que para Revueltas fue apocalíptico, tanto en el sentido literal de la Revelación, como en el del fin de ciclo. Y aquí topamos de frente con una de las grandes constantes de la narrativa revueltiana, resumida en el dictamen de Jaime Ramírez Garrido: “Revueltas es un apocalíptico” (Ramírez 1991, 11). Para él no hay nostalgia por el mundo que queda atrás, no pertenece a la raza de la mujer de Lot; para él hay urgencia y hay horror. El mundo enajenado, antihumano, debe precipitarse hacia su destrucción para que de sus cenizas nazca el hombre nuevo, el hombre libre anunciado todavía entonces por los marxistas. Y el objetivo del realismo dialéctico no se limita al de ser un arte testimonial, función finalmente pasiva. El realismo dialéctico persigue incidir activamente en la realidad, participar activamente en sus transformaciones, y en este sentido adquiere una dimensión semejante a la de la profecía bíblica. De ahí, en parte, la vena cristiana de José Revueltas, señalada por Octavio Paz y por Carlos Miranda, y comentada con amplitud por Jaime Ramírez Garrido.

Todo este andamiaje teórico se desarrolló a partir del choque que Revueltas observó entre el materialismo dialéctico y el comunismo que vio desde su primer viaje a la Unión Soviética, en 1935. Volvió 22 años después, en 1957, atraído en gran parte por lo ocurrido hacía unos meses en la entonces República Popular de Hungría. Aprovechando el viaje, hará una escala en la tierra de Imre Nagy, el líder a quien dedicará su novela Los errores, y desde ahí escribirá su famosa “Carta de Budapest a los escritores comunistas”. Edith Negrín señala que, cuando escribió este texto, Revueltas acababa de reingresar al Partido Comunista, del cual había sido expulsado, y no había perdido la fe en el papel dirigente de la URSS en la construcción del socialismo (Negrín 2015, 8). Sin embargo, continúa Negrín, tenía muy en cuenta el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética que, a inicios de 1956, criticó por primera vez las deformaciones estalinistas y abrió una etapa de autocrítica en las organizaciones comunistas. A la luz de todo esto, si bien es cierto que Revueltas justificó al principio la intervención soviética, posteriormente ya no lo haría más y en cambio centraría su crítica sobre el lenguaje. La “Carta de Budapest” incluye una cita de Sartre “Las palabras son disparos”, y afirma que el mayor daño que el estalinismo hizo a los intelectuales fue minar su capacidad de emplear libremente las palabras. Revueltas se califica a sí mismo, y a todos los que aceptaron la tácita prohibición y aceptaron autocensurarse, a aquellos que “traicionamos la palabra”, de “cobardes y oportunistas” (8).

Algunos años después, en otra obra, volverá con más fuerza sobre este conflicto:

“El escritor […] pacta a vida o muerte con las palabras, con sus palabras, con sus obras. En relación con ellas —relación que se establece independientemente de su voluntad— encuentra, así, la medida de su propio aislamiento y de la incomunicación sustancial a que está condenado su ‘lenguaje de nadie’, pues las cosas jamás podrán ser de otra manera para él. Dentro de este cuadro de lucha desesperada, es donde se desenvuelve el destino irrevocable de todo escritor que se proponga asumir hasta el fondo la lucidez más completa de su conciencia; el destino de ser y su saber, de su existir y su conocer, de su saberse y de su existirse” (Negrín 2015, 9).

La palabra, al ser el medio por el cual la realidad se hace real en la percepción humana, es la clave para entender el desarrollo de la teoría revueltiana del realismo. Porque no hay reflexión posible sobre el realismo y la realidad en la ficción literaria si ésta no es una reflexión, primero, sobre la palabra.

Al momento de redactar estos apuntes, acaban de cumplirse cuarenta años de la muerte de José Revueltas. Los proyectos de la modernidad, que el 2 de octubre hicieron totalmente evidente su estado de crisis, se hunden rápidamente en las aguas movedizas del nihilismo posmoderno. Nuevas lecturas de la obra revueltiana aparecen año con año, en diferentes latitudes y lenguas. Los títulos rebasan fácilmente una veintena, pero ahora pienso sólo en los más iluminadores, en los mejor articulados: el enfoque marxista deleuziano de Evodio Escalante, la visión existencialista de Marilyn Frankenthaler, el estudio biográfico de Alvaro Ruiz Abreu y el análisis dialéctico revueltiano de Jaime Ramírez Garrido.

“El último de los realistas”, dice Evodio Escalante que así llamaron los diarios a Revueltas en los días de su muerte, hace —lo repito— más de cuarenta años (Escalante 1979, 18). Epíteto demasiado definitivo —como la mayoría de los que prodiga la prensa mexicana cuando fallece alguna figura de importancia pública—, la frase no deja de ser sugestiva. No es fácil resistirse a la tentación de ciertas preguntas que ella, necesariamente, generaría. Entre otras cosas, nos obliga a ver en José Revueltas una figura de síntesis, y en sus novelas más importantes —Los muros de agua, El luto humano, Los días terrenales, Los errores— la expresión plena de una práctica literaria que no podría entenderse sin hacer referencia a los sucesos de Hungría de 1956 y a su Carta de Budapest a los escritores comunistas.

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1. (1941) Los muros de agua.

2. (1943) El luto humano.

3. (1949) Los días terrenales.

4. (1957) En algún valle de lágrimas.

5. (1958) Los motivos de Caín.

6. (1964) Los errores.

7. (1969) El apando.

8. (1944) Dios en la tierra.

9. (1961) Dormir en tierra.

10. (1974) Material de los sueños.

11. (1988) Las cenizas.

12. (1984) Escritos políticos 1.

13. (1984) Escritos políticos 2.

14. (1984) Escritos políticos 3.

15. (1978) México 68: juventud y revolución.

16. (1983) México: una democracia bárbara.

17. (1962) Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.

18. (1981) Cuestionamientos e intenciones.

19. (1985) Ensayos sobre México.

20. (1982) Dialéctica de la conciencia.

21. (1950) El cuadrante de la soledad.

22. (1965) El conocimiento cinematográfico y sus problemas.

23. (1981) Tierra y libertad.

24. (1983) Visión del Paricutín y otras crónicas y reseñas.

25. (1987) Las evocaciones requeridas I.

26. (1987) Las evocaciones requeridas II.

BIBLIOGRAFÍA

Escalante, Evodio (1979), José Revueltas, una literatura del “lado moridor”. Ciudad de México, Ediciones Era.

Fanger, Donald (1974), Dostoevsky and Romantic Realism. A Study of Dostoevsy in Relation to Balzac, Dickens and Gogol. Chicago, The University of Chicago Press (Phoenix Books).

Frankenthaler, Marilyn R.(1979), José Revueltas, el solitario solidario. Miami, Ediciones Universal.

Negrín, Edith (2015), “Las palabras sagradas, los lenguajes de nadie”. Confabulario, suplemento de El Universal, 2015/11, 8-11.

Ramírez Garrido, Jaime (1991), Dialéctica de lo terrenal. Ensayo sobre la obra de José Revueltas. Ciudad de México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Fondo Editorial Tierra Adentro, Núm. 9).

Revueltas, José, Obras completas (numeradas de acuerdo con la edición de Editorial Era, México).

Ruiz Abreu, Álvaro (1992), José Revueltas. Los muros de la utopía. Ciudad de México, Cal y Arena, UAM-x.

Saborit, Antonio (2014), “José Revueltas. Notas de un viaje a la URSS”. Nexos, 2014/5, 42-52.

Sánchez Vázquez, Adolfo (1983), Estética y marxismo (dos tomos). Ciudad de México, Ediciones Era.

Sevilla, Renata (1976), Tlatelolco ocho años después (Testimonios de José Revueltas, Heberto Castillo, Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla, Carlos Sevilla y Raúl Álvarez). Ciudad de México, Editorial Posada (Col. Duda Semanal).

Slick, Sam L. (1983), José Revueltas. Boston, Twayne Publishers.

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Agustín Cadena (Ixmiquilpan, Hidalgo, 1963) estudió la licenciatura en letras y la maestría en literatura comparada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Además de novelista, cuentista, ensayista, poeta y traductor, ha sido profesor de la FFYL de la UNAM, de la Universidad Iberoamericana, del Austin College de Texas y de la Universidad de Debrecen, en Hungría. Ha escrito más de veinte obras que han merecido diferentes premios, como el Nacional Universidad Veracruzana 1992, el Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada 1998, el Nacional de Cuento San Luis de Potosí 2004 y el de Poesía Efrén Rebolledo 2011. Entre sus obras se cuentan Tan oscura (Joaquín Moritz, 1998), Los pobres de espíritu (Patria/Nueva imagen, 2005), Alas de gigante (Ediciones B, 2011) y Operación Snake (Ediciones B, 2013).